Las ediciones universitarias y el capítulo Guayaquil

Por: Leonardo Valencia
@leonardvalencia
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Algo está cambiando en las ediciones universitarias.No solo en el ámbito ecuatoriano sino latinoamericano. Además de las publicaciones académicas habituales, tanto de profesores, investigadores como de los resultados de trabajos de maestría y doctorado, la Universidad se está convirtiendo en un espacio de edición literaria independiente. Más allá del trabajo ejemplar y único de México, saco a colación un sello sudamericano que ha marcado pauta los últimos años, el de la Universidad Diego Portales en Santiago de Chile, con varias colecciones de las que destaco Huellas e Indicios. En Huellas han aparecido recopilaciones o rescates de ensayos literarios inhallables como La caza sutil y otros textos de Julio Ramón Ribeyro, y de autores como Zurita, Aira, Sarduy, Villoro, Sarlo y autores más jóvenes, algunos editados en España o bien inéditos que han trazado un panorama muy completo de la reflexión literaria en América Latina de las últimas décadas. A esto se suma una colección de poesía chilena e iberoamericana verdaderamente notable. No menor es el trabajo realizado en Colombia por la Universidad Javeriana y la Universidad de los Andes, que también publican novelas y traducciones. El director editorial de la Universidad Javeriana, Nicolás Morales, lo advirtió unos años atrás en Quito, que este cambio editorial universitario apunta a dar a conocer creaciones literarias más allá del libro académico.

En Ecuador, en parte gracias a las exigencias del Caces (Consejo de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior), las universidades han despertado en sus publicaciones y abren un nuevo escenario editorial para el país, que seguirá dando más sorpresas en los próximos años. Quiero destacar el notable trabajo literario que viene realizando el Servicio de Publicaciones de la Universidad Católica de Quito. Con la tradición del premio más prestigioso de novela y ensayo, el Aurelio Espinosa Pólit, este sello editorial se ha reactivado bajo la dirección del escritor Santiago Vizcaíno con una serie de títulos literarios, especialmente con tres colecciones: la de poesía, El almuerzo del solitario, la de ensayo literario y la de narrativa, La última erranza. En estas dos últimas es posible encontrar nuevas voces literarias de Ecuador, y en la primera, El almuerzo del solitario, antologías de poetas con obra dispersa o incluso inasequible. Ya han sido reeditados en ella autores como Ileana Espinel, Efraín Jara Idrovo, Francisco Granizo, Euler Grande, Aurora Estrada y Carlos Eduardo Jaramillo. La semana pasada se lanzaron los cuatro últimos títulos dedicados a Sonia Manzano (El ave que todo lo atropella), Gonzalo Escudero (Réquiem por la luz, con un poema inédito: “Melodía de la espuma”), David Ledesma (Los días sucios) y Fernando Nieto Cadena (Atrás de mí queda un barrio a oscuras). De estos dos últimos salieron el 2017 y el 2018 antologías publicadas en la editorial española Pretextos y la guayaquileña El Quirófano, respectivamente, a cargo de Augusto Rodríguez. En las actuales se incorporan estudios críticos y en el caso de Nieto Cadena una selección generosa con una brillante introducción de Juan José Rodinás –es el estudio más amplio de las cuatro antologías– donde se aborda exhaustivamente la poesía del poeta guayaquileño que vivió exiliado en México desde los años setenta. Hay una advertencia de Rodinás sobre la incapacidad de la crítica literaria ecuatoriana para asimilar los registros de Nieto Cadena porque rechaza “la noción de identidad ecuatoriana (entendida como una imposición política y burocrática), afirmando irónicamente una identidad individual de connivencia, relación, criollización y carácter festivo, debajo de la cual se presenta una oposición radical al poder en general”, y esto marcado desde una perspectiva literaria guayaquileña. Con una obra editorialmente dispersa, Nieto Cadena vuelve a la poesía ecuatoriana con esta antología magistral que recupera a un poeta prácticamente inhallable y, por lo que señalan sus editores, inagotable, debido a que todavía permanecen inéditos decenas de poemarios del escritor fallecido el 2017 en una dramática situación de indigencia.

Tres de los poetas antologados en Quito son guayaquileños. Quisiera hacer notar que en los últimos años la producción literaria de Guayaquil se consolida con varios autores y revela nuevas voces. Desde las novelas de Adolfo Macías –lleva varias publicadas en Seix Barral– y Hans Behr, a la literatura de Jorge Martillo, Fernando Itúrburu, Maritza Cino Alvear, Carolina Andrade, Ernesto Torres Terán, Marcelo Báez, Luis Carlos Mussó, Ángel Emilio Hidalgo, y autores más jóvenes como Eduardo Varas, Solange Rodríguez Pappe, Ernesto Carrión, Mónica Ojeda, Augusto Rodríguez, Daniela Alcívar Bellolio, Miguel Antonio Chávez, María Fernanda Ampuero, Andrés Emilio León, y muchos más que desconozco y que me estoy perdiendo, esta manifestación de tantas voces, pese a las dificultades editoriales en Guayaquil –casi todos publican en Quito o en el extranjero– señalan un magnífico momento creativo en la literatura guayaquileña a la que conviene seguir en toda su diversidad. Como advierte Rodinás sobre Nieto Cadena, es probable que haya una línea de divergencia literaria frente a los convencionales discursos identitarios nacionales. Esta situación va más allá de los anacrónicos regionalismos en doble vía. Celebro que sea en Quito donde se esté dando este espacio a los escritores de Guayaquil, en un proceso que considero clave para entender creativamente la interacción de un país. Y esto no tiene nada de nuevo bajo el sol, porque así ocurrió a lo largo del siglo XX, que las publicaciones en el extranjero (España, México, Argentina, Colombia y Chile) fueron las que hicieron conocer a autores ecuatorianos, y que Quito dé su apoyo a la producción del resto del país para romper, como digo, esa frontera rancia del regionalismo en un diálogo entusiasta. La universidad ecuatoriana está aportando para dar a conocer y recuperar obras que no han tenido la suerte de entrar en circuitos editoriales comerciales, y hacerlo de manera más dinámica e independiente que instituciones del Estado que terminan encajonando sus publicaciones. Y que la crítica y los espacios en la prensa nacional tengan una apertura lúcida –y ágil– para estos autores. (O)

Celebro que sea en Quito donde se esté dando este espacio a los escritores de Guayaquil, en un proceso que considero clave para entender creativamente la interacción de un país.

FUENTE: EL UNIVERSO/ 19 de marzo, 2019