La pandemia de la COVID-19 nos revela, una vez más, que no es posible democratizar la educación, de un país sin democratizar su economía y sin democratizar, por ende, su superestructura y que el problema de la enseñanza no puede ser bien comprendido en nuestro tiempo si no es considerado un problema económico y social, como nos legara el Amauta José Carlos Mariátegui.
La educación tiene un camino fecundo por recorrer como fuente de bienestar del ser humano, pero necesita de un requisito imprescindible: El triunfo de la justicia social. Ella es un formidable instrumento de mejoramiento del ser humano y de la sociedad, pero utilizarla en toda su plenitud demanda que el hombre se libere primero de las trabas económico-sociales que las injustas relaciones de producción han impuesto en nuestro país.
Así, se podrá cumplir con la certera definición de Simón Bolívar en 1825, cuando dijo: “Las naciones marchan hacia el término de su grandeza, con el mismo paso con que camina la educación.”
Luchar por engrandecer la educación en el Ecuador es una vía más para la lucha por un mundo mejor; mundo que aspira a la paz como necesidad primordial de su existencia.
Trabajar para ese mundo es concebir la cultura como elemento permanente de comunicación entre los hombres; concebir la educación como un medio de desarrollar una mentalidad y actitud constructivas, de crear en el hombre la conciencia de aportar para su patria y la humanidad, al lado de los que aman y fundan frente a los que odian y deshacen.
Porque confiamos profundamente en las posibilidades creadoras del hombre, confiamos con justificado optimismo, que algún día el futuro de los ecuatorianos será luminoso.
Para ese futuro trabajamos, para ese futuro nos preparamos y forjamos lo mejor, lo más puro, lo más noble de nuestros sueños y esperanzas.
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