Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Cronista Vitalicio de Ambato
El luto empezó en América con los melodramas de la obediencia. En esos tiempos del siglo XVII, el negro no solo hacía alusión al color del dolor que sentían porque el Rey se había muerto para ellos, sino que era el pretexto para demostrar la ostentación y las jerarquías del poder, sobre todo en los virreinatos, donde hasta se ponían generosos con la plebe regalándoles prendas de dicho color para que “acompañaran” en un luto hipócrita manipulatorio que tenía las dos caras indisolubles: el sentimiento del vacío que dejaba el regio muerto en los favores ha había otorgado a los beneficiarios; y la alegría por la entrada a los plenos poderes del nuevo monarca que asumía el mando.
“Las exequias reales, la proclamación del rey y el poder real”, es uno de los interesantísimos capítulos escritos por la investigadora Alejandra Osorio, quien ha hurgado archivos españoles, norteamericanos, peruanos, mexicanos y chilenos, con el debido respaldo económico, (a quienes ella deja constancia en su libro), de donde comparto este acercamiento que estoy leyendo de un libro impreso en Colombia. Señala que en Lima, un calendario ceremonial del siglo XVII daba razón de más de trecientas fiestas durante el año, y que “las exequias reales y la proclamación del rey fueron dos de las ceremonias más majestuosas y costosas celebradas en la ciudad virreinal”. No se limitaron a los centros urbanos, sino a los espacios tan amplios de sus territorios, eventos que llegaban a durar casi un año, “desplegaron sus poderes a través de la magnificencia exhibida en esos eventos. Ambas ceremonias estaban diseñadas para demostrar en conjunto tanto la “pena” y el “dolor” causados por la muerte de un rey, como la “alegría” de tener un sucesor. La magnificencia desplegada por los vasallos del rey en sus vestuarios y en sus contribuciones a la decoración de la ciudad en estas ocasiones, constituyó un reflejo directo del grado de lealtad”.
“En Madrid, el cuerpo del rey muerto se exhibía vestido de negro por varios días… mientras que en las ciudades de su imperio su muerte era representada por una urna cubierta de lujosas telas que simbolizaban las cenizas de su cuerpo descompuesto. Su espíritu se encontraba omnipresente en las pinturas y en los artefactos que decoraban su catafalco.”
Comenta la autora “que aquellos que recibían mayores beneficios de Dios y del rey realizarían mayores demostraciones de dolor y de alegría”. Se supone que como no podían ponerse a llorar a gritos para que oyera la pena al otro lado del océano, se inventaron las ostentaciones, replicando capillas ardientes con túmulos y colocándose las llamadas “lobas”,que eran telas o túnicas que ponía la gente que ostentaba el luto. No se ponían solamente los burócratas, sino todos los beneficiarios que habían recibido favores de alguna manera, del poder real, y además, se dice que “simbolizaban obediencia y respeto”, y que eran manifestaciones externas para que la gente se diera cuenta que estaban vinculados a la jerarquía social imperante. Considero que estas idioteces se siguen replicando inconscientemente hasta nuestros días con vinculados a mentalidades coloniales que demuestran sumisión a las realezas, son signos de lealtad, más que de dolor.
Uno de los ejemplos que señala la autora es de que en Lima, un 8 de octubre de 1621, a donde pertenecía la Audiencia de Quito para la época, se ordenó cien repiques de campanas de la catedral, por la muerte de Felipe III, con la circunstancia de que todas las campanas de las demás iglesias debían responder al toque de la iglesia mayor. Esto había ocasionado que se paralizara la actividad urbana. A más de esto, la ciudad se cubría de mantos y sábanas negras. Los edificios públicos, por dentro y por fuera lucían sus pendones que “ocultaban” la faz de la autoridad. Resulta interesante saber que estos lutos “desde 1614 eran financiados por la corona española. Sin embargo, los oficiales, nobles y hombres importantes de la ciudad, distribuían lutos a sus familiares y criados… Se esperaba que los pobres de la ciudad vistieran con colores oscuros y sombrero.”
Por algunos caminos de este análisis llegamos a entender que el luto es sinónimo de obediencia, no de otro modo veamos un ejemplo de estos ceremoniales que he podido investigar en el Ambato colonial. En nuestra pequeña villa se dio un “pregón de obedecimiento por la posesión del Rey don Carlos IV en 1789”. Ratificándome en el contexto situacional leído en el libro que voy comentando, es de suponer que en Hambato, el indio Lázaro Yancha, debió haber estado vestido con traje especial, al estilo militar, ese 26 de abril de 1789 porque “a razón de cajas, pitos, piquete de soldados y con la solemnidad posible en forma de bando, a usanza de guerra” tenía que ir gritando por las calles, que hace un año ya que se había muerto el rey, pero que ya se había puesto a otro. Como las disposiciones y ciertas noticias siempre se demoraban, y hasta que las autoridades hayan planificado los ceremoniales, se habrían tomado su tiempo. ¿Qué pensarían los indios, los negros, los cholos que oían el pregón?”
Don Agustín de Carrión está de Corregidor y Justicia Mayor de este asiento de San Juan de Hambato. Él es quien ha recibido la “notificación de obedecimiento por la posesión del nuevo Rey Carlos IV, por la muerte de Carlos III, en Quito el 17 de abril de 1789”. Con tremenda noticia llega a Ambato y luego de convenir con el escribano Joaquín Baca, dan testimonio del suceso:
“Yo el infrascrito escribano Joaquín Baca, en cumplimiento de lo mandado, hallándome en la plaza mayor y puertas del juzgado ordinario y demás calles acostumbradas, hice publicar la Real Cédula inserta en la Real Provisión de suso… Y habiendo llegado el correo ordinario de España y en él, haberse recibido esta Real Cédula con la fatal noticia e infausto suceso de haber fallecido el Augusto Señor don Carlos III, y al mismo tiempo la exaltación al trono del Rey Nuestro Señor don Carlos IV (Que Dios Guarde): Estando dichos señores en pie y estocados, la besaron y pusieron sobre sus cabezas obedeciéndola como a Carta de nuestro Rey y Señor Natural; y deseándole los mayores aumentos en los reinos y señoríos que la cristiandad ha menester, (pidió) que se publique por bando con toda solemnidad”.
No es de extrañar que en estos rituales se haya entretejido la tradición aborigen. Los incas también eran suntuosos frente a los funerales y andaban cargando a las momias de la nobleza para que presidieran, aún después de muertos, muchos actos llenos de solemnidades, y hasta sus riñas y sus guerras. Los escritores españoles y los escritores occidentales han dejado testimonios bajo títulos como “La mascarada del inca”. El sincretismo está vigente cuando indígenas que visten de negro como salasacas y saraguros, dicen que es por la muerte de Atahualpa, el monarca hijo de sus propios desarraigadores. ¿Por qué mismo andan vestidos de negro?