Luis Martínez, un personaje del teatro

Por: Fabián Núñez Baquero*

En la iconografía teatral del país Luis Martínez siempre será un personaje singular. Una persona- es decir, aquella que lleva la máscara del actor, según la tradición grecorromana- de distinguido coturno, es decir que calza el zueco elegante de la comedia.

Solo que, en su caso, también se lo recordará por haber puesto a circular ese instrumento dentado de hojalata o madera, con una lengüeta de obstáculo, y que al girar produce un bullicio infernal en plazas y mercados: la tan azotada Matraca. Él prefiere escribirlo con la k, del lenguaje indoeuropeo, pero matraca o Matraka era el instrumento que en nuestra no menos azarandada infancia nos producía el placer que debe sentir la abeja cuando convoca a la miel y a la defensa de la colmena.

Él lo ha usado para llamar al escenario a los actores y a las almas de los personajes que vagan, como el alma del padre de Hamlet, por las oscuras galerías del palacio de la conciencia. Y, por extensión, Matraka es su grupo cultural que crea y entrega felicidad y alegría en los escenarios de la ciudad y el campo dentro y fuera del país.
Martínez, como su homónimo- el tan justamente celebrado Martínez Queirolo- es, ha sido, y con toda seguridad será un actor y un director de teatro. Hoy ya está maltoncito y con motivo de festejarse el día internacional del Teatro este 27 de marzo, sus amigos y allegados le están propinando un lujoso reconocimiento a las décadas de trabajo que ha dejado sobre las tablas. Y, claro, nunca ha botado la toalla. Y eso que le han dado varios motivos: desde el desprecio y la desconfianza a su calidad de actor, desde las épocas universitarias, hasta el flagelo de la criminal represión del estado que le cobró una parte de su cerebro de acero. Y no se amilanó ni siquiera cuando a su brazo derecho le faltó toda la movilidad necesaria y mucho menos por perder un poco su secuencia de lenguaje. No. Con mayor motivo se puso a trabajar en la escena y- nuevo Demóstenes de las tablas- dominó la palabra y el movimiento del cuerpo e instaló con más rabia y convicción nuevas coreografías y asuntos teatrales. No en vano trabajó codo a codo con grandes como Antonio Ordóñez, con quien entregó al público obras épicas como El Boletín y Elegía de las Mitas del poeta mayor del país, César Dávila Andrade. Como era de esperarse la poesía fue su insignia pero también su hálito de redención social, su voz fue la del protagonista y la del poeta.

Luis Martínez recuerda con cariño y admiración al elegante y contundente Carlos Villalba, de quien aprendió la vocación y la insistencia. Fue fascinado por la voz de águila roja de la plaza mayor, el inolvidable poeta de la Pedrada Zurda, Héctor Cisneros; no olvida las primicias del Menandro quiteño, Carlos Michelena. Pero tampoco deja de nombrar a paladines teatrales como Ilonka Vargas, o el poeta-director de la Rana Sabia, Fernando Moncayo, o a Arístides Vargas y Charo Frances del no menos memorable Malayerba. De hecho lo he escuchado referirse a casi todo el movimiento teatral del país. Como él y ellos saben ser hombre de teatro es ser héroe o heroína. Hay que tener una pátina de hierro y un alma de suavidades de terciopelo, aunque sea necesaria también una dosis de filantropía social y un sutil látigo de bilis contra los entuertos y los agravios.

Hablemos claro: Hacer teatro aquí y en cualquier parte del mundo es cosa de titanes, es algo que no se desea ni al peor enemigo. El actor es como el poeta: un increíble llenador del pozo de las Danaides, sólo que el poeta es él mismo el pozo de las Danaides… Solo el poeta verdadero conoce y comprende a esa persona que da vueltas en la escena e invoca a todos los númenes de la cólera o el deseo, del desasosiego o la desesperación, del gozo y de la risa. Y Luis es un actor, un personaje, un ícono representativo de ese tenaz esfuerzo por elevar al arte y con él arrastrar hacia arriba a todos los pueblos. Hizo su entrega como director-dramaturgo en la obra “No todo lo que brilla es oro” donde trabajó junto a José Luis Chamorro. Ese inicio como dramaturgo merecía una continuación porque se veía el talento aflorando en cada parte de la representación. Pero es que…ser hombre de teatro es tan difícil como poner una etiqueta a la cabeza de un alfiler… y la vida por lo regular no permite continuar la racha de rara creatividad. Luis hizo, ha hecho y seguirá haciendo su talentosa labor actoral. Pero sus amigos han creído que ya es hora del reconocimiento y el homenaje a este hombre ejemplar y duro, creativo y gozoso en la salsa de la actuación teatral. Nosotros, como rapsodas, nos unimos a este merecido homenaje y entregamos esta breve silueta del actor que ahora dispone de su propio castillo creador: el Palacio del Poeta, el alto habitáculo y escenario para él, su esposa Lolita, Marco y Anita, entusiastas gestores de este reconocimiento, junto al poeta Guillermo, caballero de los geranios… Todos estaremos el 27 de marzo en el Palacio del Poeta en el programa especial que se realizará en su honor.

*Escritor. El Palacio del Poeta, Av. 10 de agosto 14-64, entre Estrada y Checa.

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