Mal retrato

Por: Carol Murillo Ruiz

Las recientes visitas del papa Francisco a varios países latinoamericanos, el nuestro incluido, y su talante poco ortodoxo al no asumir (solo) una parte de los protocolos clásicos, ha abierto un debate sobre las entrelíneas políticas de sus misas y discursos.

Poco debería asombrar que un Papa, líder de una de las iglesias más poderosas de Occidente, y, además, jefe de un Estado, el Vaticano, que extrañamente pervive dentro del Estado italiano, no represente una posición política en el escenario mundial dos mil años después de fundada institucionalmente la grey católica. Ya en otro artículo, escrito luego de su asunción papal (http://www.telegrafo.com.ec/mundo/item/un-papa-populista.html), yo advertía el carácter populista de su estilo y lo que entrañaba ser Papa en el siglo XXI con una Iglesia venida a menos por los inocultables casos de corrupción dineraria y sexual de muchos de sus miembros. Pero la acción de Francisco, dos años después, ha revelado que la revitalización de su gran templo pasa por corregir tales afrentas y, sobre todo, por recuperar las plazas católicas que dejó la conquista y la colonización en Latinoamérica, y, además, por acercarse a otras prácticas religiosas -en el Oriente euroasiático- luciendo apertura frente a las opciones espirituales de las distintas geografías del planeta.

La visita a Cuba es la mejor evidencia de que Jorge Bergoglio tiene clara su misión diplomática y pastoral en un tiempo crucial para la isla. El rol político de la palabra papal desplegado en sus (previos) buenos oficios para el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba muestra que nada es inocente o absolutamente clerical en la gestión de su papado. La real politik de las relaciones internacionales, nada ajena a la diplomacia eclesiástica -casi en todas las épocas posteriores al predominio católico- ha exigido que su Iglesia, exhibiendo su poder económico religioso y ¿moral?, intervenga, a veces de modo directo y a ratos colateralmente, en los conflictos de algunos países, y que en determinados contextos haya tenido un papel mediador destacado; sin dejar de sacar ventajas políticas y clericales, por supuesto.

La realidad cubana, heredera de tradiciones espirituales diversas, como una isla enclavada en un mar dispuesto a reciclar todos los influjos culturales, piratas y colonizadores posibles -desde tiempos inmemoriales- alberga en su alma colectiva ritos y creencias que incluyen el catolicismo, pero en un grado menor, aunque siempre bregando por su dominio en el fuero interno de cada cubano.

Hoy que el mundo ha mutado y que Cuba continúa congelada económicamente por la vileza estadounidense (y digo económicamente, porque en lo cultural o académico su gente se mueve como en cualquier lugar de la Tierra; e incluso en el talento diario para proteger su dignidad nadie le gana), el Papa llega a La Habana a vigorizar la idea de que la isla ya no debe ser una isla. Pareciera que Bergoglio cumple a cabalidad su rol político vinculado siempre al objetivo de llevar el evangelio como doctrina que blinda y apuntala la noción de democracia que hay en Occidente y que nos mal retrata hace doscientos años.

Quito, septiembre 21 de 2015

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