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Mi Opinión

Por: Rodolfo Bueno

Si yo tuviera poderes parapsicológicos, invocaría al espíritu del Duque Francisco de la Rochefoucauld y le preguntaría a dónde nos llevará toda esta revuelta del mundo árabe, y estoy casi seguro de que me respondería algo semejante a lo que le contestó al Rey Luis XVI dos días antes de la toma de la Bastilla: No, Rodolfo, no son revueltas, es la Revolución Mundial. Claro está, no se trata de la del Proletariado, tan esperada por Trotsky sino de algo que es de nuevo cuño, cuyo contenido no se conoce pero que pronto se vivirá.

Es que las condiciones del mundo han cambiado tanto en estos últimos cien años que ya no puede repetirse lo mismo. En aquella época vivía la quinta parte de la población actual del planeta, que en su gran mayoría era campesina y analfabeta, la esperanza de vida era pequeña, los servicios básicos apenas existían, las comodidades de ahora recién comenzaban, las ciudades más pobladas bordeaban el millón de habitantes, y eran muy pocas, los profesionales no abundaban y el desempleo no era tan grave como es ahora, pero el agua y el aire eran puros, los peces y los animales salvajes abundaban y los bosques rodeaban a nuestros tatarabuelos por doquier.

Claro que ahora hay más derechos para los ciudadanos, las elecciones son libres y el voto es más generalizado y democrático. Las organizaciones sociales, la educación y la salud pública abarcan a un mayor número de personas y hay más organismos de todo tipo a los que cualquier ser humano puede recurrir en busca de socorro, pero la brecha entre los ricos y los pobres se ha agigantado a niveles jamás imaginados, la palabra empeñada y la honradez andan por el suelo, la corrupción asusta al más valiente, el consumo de drogas, la trata de blanca, el tráfico de armas y todo tipo de ilegalidades son monedas de libre circulación. La población joven en esa época, como ahora, era mayoritaria, pero si antes era explotada, ahora no tiene ni quien la explote a pesar de haber terminado la universidad y de tener varios títulos de posgrado. En fin, si antes se podía ver el futuro con optimismo, porque los problemas eran en apariencia resolubles, ahora sólo se puede hacer todo tipo de predicciones fúnebres, que en el mejor de los casos son pesimistas.

Según la sabiduría china, repetida por Mao, una sola chispa puede incendiar una pradera, y eso es lo que está pasando, que los levantamientos del Medio Oriente están al borde de incendiar al mundo entero. ¿Por qué? Por la misma razón que sostiene la copla chilena: Qué culpa tiene el tomate. Y eso mismo se puede repetir ahora: qué culpa tiene la mujer policía por el suicidio del desesperado joven tunecino vendedor de verduras, a quien abofeteó porque se negó a pagar la mordida para tener derecho a trabajar, ya que si ella no le hubiese extorsionado, no hubiera completado la cuota diaria para su superior, quien tampoco podría completarla para el Coronel que controlaba la zona, y así hasta llegar por toda una serie de vasos comunicantes hasta Leyla Trabelsi, la corrupta mujer del Presidente de Tunez que, en el último minuto, se llevó tonelada y media de oro del Banco Central de este país del Magreb, además de los setenta mil millones de dólares que había sacado antes. Pero las venas abiertas no terminan allí, porque sobre todos ellos está la Banca Mundial, los países desarrollados, la OTAN y vaya usted a saber quién diablos más.

Como ven, la cadena de ignominia se sabe bien donde comienza, pero sólo se sospecha donde termina: de alguna manera, en los bolsillos de los grandes poderes. Este problema es sistémico. Global. En él están involucrados -no les puedo explicar cómo- la oligarquía financiera, las grandes multinacionales, los principales gobiernos del mundo y todas las instituciones internacionales encargadas de darle la sacrosanta bendición al gobierno de Ben Alí, según ellos, lo mejor de lo mejor de toda el África por sus indicadores de primer orden.

Pero ya antes que en Tunez, los jóvenes griegos se habían revelado por iguales causas en diciembre del 2008, es que la especulación del capital financiero con los alimentos volvió precaria la situación de millones de personas. Por esta causa, cosas similares se volverán a repetir a lo largo de todo el planeta. Por eso no es casual lo que está pasando en el capitolio de Wisconsin, en los EEUU. La pregunta no es qué va a pasar sino cuándo y dónde volverá a suceder, pues nadie ha hecho bien las cosas, ni la derecha ni la izquierda; así, veremos caer gobiernos al granel, sean del color que sean. En este sentido, la crisis actual borrará las diferencias entre izquierda y derecha, norte y sur y todo se mezclará en la razón de la sin razón. Se trata de la lucha por la libertad en un mundo que se cree libre; de la lucha de los que tienen hambre y sed de justicia contra los que creen vivir en una sociedad justa; de la lucha de los que buscan ocupar un lugar en esta vida contra los que creen que ya ocupan el lugar que se merecen. Nadie está libre de pecado, pero pocos se atreven a reconocer su culpa.

Cuando era joven leí Historia de Dos Ciudades y hasta ahora recuerdo con horror la escena cuando un mayordomo es condenado a la guillotina. «¿Por qué me condenan?», preguntaba el pobre hombre al jurado. «Si yo también fui explotado por el conde que los explotaba a ustedes». «Por haber comido mientras nosotros nos moríamos de hambre», le contestó el juez. Esta respuesta la llevo grabada en el fondo de mi estómago hasta el día de hoy, lo que no me impide engordar a pesar del remordimiento que siento por entender lo que sufre la gente de abajo, aunque de nada me vaya a servir decir que no lo supe, pues la guillotina cuelga ya sobre mi cabeza.

Lo que pasa en la actualidad es nuevo, y no es la repetición ni de la Revolución Francesa ni la de la Bolchevique. Es la ruptura con el pasado, el inicio del caos, de un nuevo orden muy difícil de entender para los que tenemos un buen trabajo y una vida cómoda. El mundo se volverá estrecho para el género humano y no habrá cabida para todos, especialmente para los que lo hemos despedazado con nuestra fantoche vida; sus pedazos caerán sobre nosotros cubriendo nuestras sepulturas. No es la anarquía lo que nos espera, que sería una bendición si aconteciera, es la cruel venganza de los que heredan una naturaleza en ruinas. Desastrosa. Y será peor que las pestes del medievo; se trata del colapso global.

De qué nos servirán las bombas atómicas, los satélites de vigilancia, las flotas de guerra, las bases militares y las armas más sofisticadas si no las vamos a poder usar, pues nuestro enemigo está en todas partes, entre nosotros, en todo país y latitud. Cómo los vamos a derrotar si no los conocemos por más que los hemos criado, si es nuestra juventud, si son nuestros propios hijos y nietos, si son los seres que más queremos, aquellos por los que hemos construido este mundo intentando mejorarlo pero, en realidad, destrozándolo sin dejarles una puerca migaja para ellos.

¿Cómo está la tierra que heredamos? Arida. ¿Cómo está el agua de los mares en que de niños nadábamos felices? Contaminada. ¿Cómo está el antiguo aroma de la briza mañanera? Pestilente. ¿Dónde está el amor que debimos profesar por los animales? Transformado en odio. ¿Dónde están las sabias palabras de Jesús? En el tacho de basura. Tal como cantó el Predicador: Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

 

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