Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato
Se puede encontrar en nuestro medio, según las solemnidades, con piernas de protocolo. Pero con mayor seguridad en eventos “académicos y universitarios”, como en Ambato. Los dioses del Olimpo irrumpen de pronto en los auditorios y es cuando resplandecen las piernas con sus significaciones mitológicas. Todas las solemnidades se transforman en predicados de amor. La sintaxis se rinde ante tanta metáfora que de seguro, extravía el entendimiento. Se sobrecoge el silencio con las ignorancias, y prosiguen los discursos que se impregnan de libido operando la catarsis del público que no tiene otra alternativa que eyacular aplausos. Se ha conseguido el éxtasis. Los dioses de la escena entran en orgasmo.
Las piernas preceden a las palabras porque tienen lenguajes heredados desde la edad de las cavernas. Han sido desde monolitos binarios hasta arcos de triunfos. En la modernidad son íconos de la manipulación con que engalanamos las tragedias, igual que las solemnidades públicas y secretas. Todos tenemos derecho a la forclusión, hasta para poder decir que son camino o trampa, trofeos de guerra o distractores de las solemnidades vacías.
Polifemo reordena los recintos y dispone que así se modernicen los rituales. Las piernas pasan a ser señales de obediencia y morbo por disposición del Nombre del Padre. Se siente que el aire juega con la pederastia intelectual como si lo hiciera con un balón lanzado entre el amor y el odio. Algunas piernas no piensan y otras ya, pero todas se enfrentan a la opinión pública, donde también hacen dualismo entre la estética y las abyecciones. Las piernas también son signos de todas las condensaciones, aunque en estos eventos se quiera camuflar como muestras inocentes tan solo de significantes. Seguro que todo lector de imagen les ha de proporcionar su contenido. En asuntos de primitivismo no hay lectores inocentes, puesto que tienen la ventaja del inconsciente.
Las piernas pasan a ser sedantes, drogas encarnecidas, evasiones que hacen marco, no solo a los públicos cautivos que condicionadamente se ven obligados a enfermar en dichos eventos, sino a los copartícipes exógenos, que como invitados comparten las mesas directivas, en su reservada prudencia, solo les queda sonreír o asumir la indiferencia si encuentran la abyección, luego de procesar sus forclusiones. Nos damos cuenta, entonces, que tales eventos están en crisis, padecen enfermedad crónica, son paranoias teatrales de los privilegiados. Pero si los sedantes están destinados a la masa, las astucias y vericuetos de las psicopatologías se han puesto de manifiesto. Aquí no triunfa nadie más que el sadismo.
Las piernas sirven de “marco”. Al centro está la fotografía viva de los protagonistas. De otro lado son sinónimos de una doble mutilación o castración, primero porque pasan a objetos decapitados, porque no hay singularización de rostros, sino que pasan a un plural anónimo, de la categoría del sustantivo común: piernas. Y si el enfoque fuese más agudo, se vería que complementan con tetas y nalgas. Pero por hoy mi focalización está en lo primero. La segunda mutilación encubierta en el propósito del evento pensado en distraer, en adornar, en etiquetar el evento con un triunfalismo modernizado, puesto que las “calles de honor” con musas y vestales, dan la medida que el contenido, o sea el significado profundo del evento, necesita refuerzo visual, lúdico, y nada intelectual. Roma en el recuerdo simbólico escapando a la racionalidad del momento. Vistas así las piernas, se convierten en vasos comunicantes con los mentalizadores de los protocolos.
Como objetos de deseo, las piernas pasan al destinatario con una fuerte carga de polivalencia. Estamos hablando de un polisemantismo fabricado sobre el palimsesto histórico. El deseo es apetito, provocación al instinto. Y ahí están las piernas expuestas en el buffet al gusto de la clientela. Escoja y coma mientras dura el ritual con discursos que solo es una música de fondo interrumpida por aplausos.
Si las piernas no hablan, delatan. ¿Dónde están los manipuladores? ¿Cuál es el vínculo entre las piernas y la academia? ¿Son inocentes los actos que necesitan de estos dispositivos de protocolo? Tengo derecho al rol que me permite el pertenecer a una academia, y a comentar mis ejercicios de semiología. Aquí mismo encuentro la crisis de la que culpamos a la sociedad. Somos un buen espejo para investigar trastornos, no solo como humillación al género que ofrece piernas como en una tercena, mientras se predica y se chilla en los discursos con los que nos quieren enredar en las nubes que dicen tener inciensos de valores.