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Modelo universitario

Por: Enrique Pozo Cabrera, PhD
Rector Universidad Católica de Cuenca (Ecuador)

En los actuales momentos el rol que cumple la Universidad está enmarcado en la reproducción de un conocimiento adecuado al sistema económico, que ha convertido a esta institución en un instrumento cuya utilidad es la formación de profesionales capacitados para incorporarse al mercado laboral. Es preocupante el crecimiento de la especialización y el marginamiento de la formación humanística a favor del conocimiento productivo. La Universidad ha quedado resumida a la producción de un saber científico que se reconoce como tal en la medida de su especificidad, especialización, tecnificación y productividad. Vivimos tiempos contrarios a la formación de las humanidades, malos tiempos que anuncian consolidación de un modelo universitario distante al que llama la atención a la reflexión filosófica.

Recordemos que el modelo humboldtiano de universidad triunfó rápidamente, pues contaba con extraordinarios imanes: universidad dinámica, comprometida con el desarrollo científico, que incorporaba modelos activos de aprendizaje a través de la participación de los alumnos en su propia formación. Una universidad libre de ataduras, con fuertes conexiones culturales y basada en la libertad de investigación, de cátedra y de aprendizaje. La formación universitaria desde la mirada de Humboldt pasó a ser considerada como un conocimiento humano integral que comprendía no sólo la transmisión del conocimiento y de un concreto bagaje teórico, sino, sobre todo, la educación en las virtudes cívicas y en los valores humanos y el fomento de una actividad crítica, responsable y consciente ante los diversos problemas que tiene la sociedad.

Pese a los grandes logros y haber generado varias generaciones de envidiable talante intelectual; en nuestro tiempo se la abandona para encaminarnos a las exigencias de un modelo de universidad acorde a las exigencias del sistema productivo; una universidad obviamente preocupada de la formación profesional  para incorporarlos al mercado laboral, tendencia que se ha reforzado por la especialización creciente del conocimiento y la discriminación de las disciplinas humanísticas  en la formación universitaria y que se ha profundizado en Europa tras la implementación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) que ha sido la gran motivadora de la Declaración de Bolonia y la regulación de las titulaciones universitarias en el marco de una política denominada de las exigencias de la productividad, la eficacia y la competitividad.

Ortega y Gasset,  en su “Misión de la Universidad”, se lamenta del deterioro de la Universidad; esa caída, opina el Filósofo de la “Rebelión de las Masas”, tiene su origen en lo que denomina “el arrinconamiento progresivo de la cultura  en beneficio de un saber productivo”, de suerte que la visión de la universidad se estrecha. En su lugar, resalta un nuevo concepto de universidad en el que triunfa la mediocridad, el tecnicismo y la especialización y en el que cultura queda definitivamente relegada a un papel marginal.

El ser humano no es sólo ciencia; ese espacio de humanismo solo puede ser llenado por la universidad; por eso Ortega clama: “No seamos paletos de la ciencia. La ciencia es el mayor portento humano; pero por encima de ella está la misma vida humana que la hace posible. De aquí un crimen contra las condiciones elementales de esta no pueda ser compensado con aquella”.

Debemos retornar  a la filosofía, a la moral, a la ética para formar seres humanos buenos y también buenos profesionales.

 

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