Por: Dr. José Vega Delgado
El 18 de julio pasado feneció el plazo de ley para que grupos y movimientos políticos presenten sus documentos de acreditación, a saber: Declaración Doctrinaria, Plan de Acción, y al menos 8 270 firmas de respaldo, para los comicios electorales de febrero y abril del 2013.
Con la crisis de los partidos políticos tradicionales, el combate a muerte de a la partidocracia –el poder de los partidos-, por parte del oficialismo, en beneficio de uno solo de ellos, el de gobierno, resulta saludable para una auténtica democracia representativa, la aparición de nuevos movimientos políticos, los mismos que deben ser legitimados por el Consejo Nacional Electoral.
Cierto es que detrás de algunos de tales grupos políticos no se oculta el deseo de consumar un maridaje con el oficialismo, para entrar en la lid electoral con supuesto seguro de vida, y, acaso, una imaginaria garantía de éxito. Sus líderes han iniciado un muy anticipado coqueteo con el ejecutivo, su entorno y magistrado titular.
Con mucha sagacidad “los de arriba” no se pronunciarán sino hasta última hora, por los movimientos a los que respaldarían oficiosamente. Y no será raro el caso de que, algunos de dichos grupos y sus obsecuentes protagonistas, sólo se enterarán de la gran traición, el día de su derrota en las urnas.
Para el 2013 se prevén las elecciones nacionales y en abril del 2014 las seccionales; nos encontramos, pues, a las puertas de dos años eminentemente políticos y electorales, decisivos para el futuro del país. Si el poder desgasta y deteriora, estamos para constatar el grado de popularidad del actual gobierno.
Sería de desear que los nuevos movimientos políticos que han hecho su asomo, posean como carta de presentación una sólida Declaración Doctrinaria (¿sería mucho pedir la formulación de una Filosofía Política?), un Programa de Acción apegado a la realidad y no meras ofertas demagógicas de campaña; en cuanto a las firmas, éstas son relativamente fáciles de obtenerlas. Así y sólo así se conseguirá que los Agentes Políticos sean efectivos y renovadores y no un cenáculo de títeres instrumentado por la voluntad omnímoda de un nuevo cacique, dueño y señor de grupúsculos electoreros, efímeros como la vida de sus amos.