Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato
A las mujeres de Tungurahua
Subo con mis ojos antiguos al monte de Saguatoa y me siento a ver lloviznar el sufrimiento de las mujeres por estos valles y estas lomas. Van y vienen indias, mestizas, mulatas, negras, patronas, mujeres galanas; señoritas y señoras. Veo en Píllaro y en Pelileo que están desde la víspera las recatonas que ahora se llaman revendonas. Ellas saben menudear el paisaje para que alcance a todos. Vuelvo mis pupilas a los valles del Patate en donde están las negras y las mulatas limpiando la sangre de sus negros exauriculados: las espadas de los verdugos desgajan las orejas como hojas de la mala hierba. En silencio volverán a sembrar orejas para que los zapallos que siembran los indios aprendan a oír silbar al viento. Y a pesar del dolor nacerán hijos zambaigos de los indios con las negras, de los negros con las indias.
Con el tiempo le has de llegar a querer- oigo que acaba de decirle el papá a su hija que va a entrar a la iglesia de Hambato para casarse con un correcto caballero a quien ella desconoce. Ella sabe que como mujer de la aristocracia está hecha de la misma carne que las negras y las indias. Calcula que por lo menos tendrá que parirle a su marido unos ocho hijos. Tal vez sean diez, o doce, o dieciséis, o los que Dios mande. Parir y obedecer, este es el oficio de mujer.
Sacudo mi cabeza en el monte Saguatoa y me veo allá abajo. Soy yo mismo el que les está hablando a un grupo de mujeres que me escuchan acurrucadas en sus huesos, escondiendo en sus regazos las palabras como si fuesen mazorcas chaladas en cosechas ajenas: “…y en medio de estos huracanes de la historia han surgido mujeres formidables de nuestra tierra. Ahí está Marieta de Veintimilla que se sabe que nació en el mar y pasó a la historia empuñando las armas por las causas que ella supo que eran por lo que valía la pena. Ahí está una sobrina de Santa Teresa de Jesús Cepeda que nació en Quito en 1.566 y se hizo religiosa carmelita, y se la considera la primera escritora criolla de la Colonia. Se llamaba Teresa de Cepeda Fuentes. Ahí está la formidable Manuela Sáenz luchando con los ingratos, burlándose de los mojigatos machistas que se escandalizaban porque montaba a caballo abriendo las piernas y porque dirigió el corazón del Libertador.
De todos estos vientos están hechas nuestras mujeres: de la negra Clara que fue vendida en Tisaleo en 1.783 a don Joseph Ramírez y Loza. De mi tía Soledad que fue raptada a la hacienda de Pachanlica en 1.860 y no se supo más de ella. De Angelina Sinaylín que fue madre de los caciques de Santa Rosa y murió perseguida. De doña Francisca del Río y Aeda, la madre de Joaquín Hervas que cuidó la tierra y escondió las armas de los próceres en Quinchicoto. De doña Gabriela de Clavijo, la hija del fundador de Ambato Antonio de Clavijo, la que nunca tuvo ganas de morir. De lo vivido por Teresa Flor y sus 10 hijos en el primer matrimonio, esposa de su tío el prócer Mariano Egüez, y luego de Tomás de Borja. De doña Mariana Ortega y Berrio, la viuda de don Bernardo de Darquea, el mejor reconstructor de Ambato, y quien en su religiosidad dejó pagando que se le digan 51 misas por su alma. De Manuela Infante la cacica de Patate-urcu recluida en el convento de Santa Catalina en Quito y llena de tristeza por no poder regresar a su tierra. De doña Casilda Nieto Sancho Punina, la flor del Casaguala en Quisapincha a quien don Vicente Monterrecín le abandonó después de engendrar los hijos que le dio la gana y de haber gastado la fortuna de sus ancestros. De doña María de Vera y Mendoza que recorre de Mocha a Patate hilando la neblina como una telaraña desde los quishuguares del páramo hasta los cañaverales del valle, quien para morir en 1.701 dejó ordenando que se le digan el día de su entierro o hasta el otro día, 400 misas, por todo lado de la Real Audiencia, con toda solemnidad. De doña Viviana Cisneros de Pelileo, quien para poder casarse con don Tomás de Guzmán tuvo que entregarle en 1.798 un cajón de joyas y el rosario de cuentas de oro con relicario de 13 y medio castellanos. De las mujeres anónimas españolas que vinieron con Pedro de Alvarado y murieron al pasar el Casaguala. De doña Juana de Molina y Liñán que casó con el notario Juan Antonio Balenzuela después de haber tenido 5 hijos con don Francisco Arias de la Vega por 1.711.
Todo este barro se entremezcla ahora en nuestra sangre. De todo esto y mucho más estamos hechos. No es cosa solamente de Hombres ni solamente de mujeres. El amor a la libertad, a la dignidad y al respeto es un principio que debe primar en el género humano.