El Muro de las Lágrimas en Galápagos

Por. Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato

Todo tiene origen en un Decreto Supremo de 1936, que a pretexto de prolongar la frontera agrícola del país da lugar a la creación de granjas penales. Si bien la primera experiencia se sitúa en el Oriente, con la creación de la Colonia Penal de Mera, en la margen derecha del río Pastaza, pronto se volverán los ojos, una vez más, sobre el territorio insular.

Luego del tenue favor que hizo la experiencia de Mera, se intentó una nueva con un decreto de Velasco Ibarra, de Agosto de 1944. Norma de aquellas que se conocen como leyes de defensa social, se hallaba orientada desde sus considerandos a la vagancia, mendicidad y reincidencia de los delitos de hurto y robo, conductas todas ellas conceptuadas como contraversiones de cuarta clase.

Aquello que parece como la sanción más enérgica, por la fuerza de los hechos que hemos podido recoger, se reitera como castigo orientado a ‘malandrines’, como se los conoce en argot penitenciario. Pero aún peor, cuando los abusos a la norma dan cuenta de la ‘transportación penal’ de inocentes, voluntarios recogidos en las cárceles, extranjeros indocumentados, y hasta condenados por alguna grave enemistad con gente del poder. Se sabe que algunos de esos comandados eran marcados en las ‘listas de convictos’ con una cruz desde el continente, y en las Islas Galápagos no les esperaba más que la muerte. Todo lo que configura un verdadero esquema de limpieza social inaceptable.

Lo que ha llegado a nuestros oídos como la granja, fueron en verdad tres campamentos diferentes situados en la isla más distante del Continente, la Isabela. Se trata del campamento del Puerto Villamil que estaba destinado a los inofensivos, o quienes estuvieran a poco de concluir su condena; el campamento de Santo Tomás a unos ocho kilómetros de la población antes mencionada (entre las fatigas de los deportados estaba la de que cargaren ese tramo el agua que requería el campamento); y, el más alejado, a unos 28 kilómetros de distancia conocido como ‘Nueva Alemania’.

En 1958 una masiva sublevación echa al traste con la experiencia de Galápagos, bajo la idea de los convictos de que había que acabar con la esclavitud, el hambre y la explotación. Varios días después del alzamiento, 21 penados prófugos y dos colonos rehenes abordaban la embarcación ‘Velinda’ de propiedad de unos turistas norteamericanos, para navegar hacia el continente.

Un nuevo fracaso de colonización penal, el desprestigio total del país por la noticia que trascendió a nivel internacional y las denuncias ante el Congreso Nacional, obligan el cierre de la colonia penal de ‘La Granja’ en la isla Isabela.

Para ilustrar aún más los tormentos a que fueron sometidos los presos, nos permitimos reproducir un acápite de la última experiencia en ‘La Granja’, de la inédita investigación de FUNDEAL, ejecutada en 1990 en la Asesoría de la Dirección Nacional de Rehabilitación Social.

Los castigos

El desembarco de los penados y sus custodios dio inicio a uno de los capítulos más inhumanos que recuerdan los pobladores: la construcción de un campamento, una cárcel que con acierto los presos llamaron ‘Muro de las lágrimas’, donde según la frase acuñada por ellos ‘Los valientes lloran y los cobardes mueren’.

Los considerandos del decreto de creación de la Colonia Penal sirvieron para imponer un régimen de terror y trabajos inútiles. Paradoja cruel, la Colonia Penal creada para sancionar el delito de vagancia se convierte, precisamente, en el monumento más grande de la vagancia disfrazada, o el trabajo inútil.

Lamentablemente el ‘Muro de las Lágrimas’ es el punto común de todos los que en alguna ocasión han escrito sobre la isla Isabela. Esta obsesión es válida solo si sirve a la vez para estigmatizar al sistema carcelario de la época y el personaje que ordenó su construcción.

Bolívar Naveda en su libro Galápagos a la vista informa en los siguientes términos sobre este muro: ‘Por disposición de dos subprefectos, los penados fueron forzados a construir el Muro de las Lágrimas, con bloques de piedra volcánica, en una longitud de 60 metros por 9 de altura y 6 de ancho. De él unos caían al abismo de las piedras por su debilidad, y otros morían de inanición. Doce penados perdieron la vida en el Muro de las Lágrimas, que es muda acusación contra los tiranos. El látigo y el ayuno eran el castigo constante para quienes caían cansados, y la ley de fuga para quienes intentaban remontarse en la isla. De ahí que en el camino que va desde el Muro hacia los campamentos de Porvenir, Santo Tomás y Alemania, haya tumbas de seres ignotos asesinados por los guardias civiles’, (Naveda, 1952, p.169)

Apreciaciones de colonos, testigos de la época, elevan el número de muertos a muchos más, se habla de 60 en total (Cisneros Enrique). La construcción del Muro de las lágrimas significó una escuela para crear y recrear castigos. Los policías obligaban a que los penados carguen piedras de más de un quintal de peso, tenían que transportarlas en el hombro, generalmente desnudos y protegidos con cuero de res (pero ya vimos que este cuero estaba destinado a necesidades más urgentes) andaban con los hombros como caballos con mataduras.

Se ha afirmado que la Colonia Penal fue un ‘Infierno de eliminación, y eso exactamente fue: ‘si caían en el camino, los policías, mediante látigos, los obligaban a levantarse inmediatamente, en otros casos incluso los mataban en el mismo lugar o mediante patadas y empujones los despeñaban’ (Cisneros Enrique).

Mario Vera, ex –penado narra llorando que un compañero de él fue asesinado por un policía porque no pudo transportar la piedra hasta el muro, ‘el se ofreció a cargar la piedra en reemplazo, pero el policía no aceptó y asesinó al caído, ‘le empujó con el pie y cayó’.

Acerca del Muro de las Lágrimas, la reportera Lilo Linke, apunta “El grado de este sacrificio pude apreciar después de que Víctor, a mi pedido, botó de la altura al suelo una de las piedras. Cayó con tanta fuerza que hizo temblar el suelo, y cuando tratamos juntos de alzarla, no alcanzamos a moverla, sino solo unos pocos centímetros y durante un segundo. Y estas piedras los penados tenían que subir días y semanas enteras, trepando por la parte ya construida del muro que no tenía la menor firmeza y se derrumbaba con frecuencia. En esta construcción inservible, cruel, inhumana, murieron según el relato de los penados y colonos, más de una docena de hombres, por caídas, aplastamientos y bárbaros castigos” (El Comercio, 3 – 11 – 1958, p. 11) p.86.