Por: Rodolfo Bueno
El siglo XIX es rico en críticas al sistema imperante. Para Nietzsche, el Nuevo Testamento es un testimonio evangélico para seres completamente innobles y débiles, objeta su intento de destruir a los espíritus fuertes y libres explotando sus momentos de flaqueza y debilidad, y sostiene que «el cristianismo es la más fatal y seductora mentira que jamás haya existido». En su lugar elogia al hombre capaz de la crueldad, de sacrificar a una nación en aras de su causa y que se vale de la violencia para lograr su objetivo. Cree que un líder así merece ser seguido y que se debe realizar por él cualquier acto heroico. Admira al conquistador, por cuya gloria se debe inmolar el pueblo.
Ha habido muchas mujeres, pero muy pocas como esta judía-rusa de nacimiento, más conocida como Lou Sálome. No sólo porque ella poseía una personalidad atractiva, libre de todo tipo de prejuicios, sino porque nunca hablaba mal de nadie y callaba sobre su obra, hasta ahora poco conocida, pero no hubo personalidad que la tratara a la que no le asombraran las dotes inigualables de esta superdotada mujer, hija de un General del Ejército Imperial Ruso. Su espontaneidad y agudeza desconcertaban al más lúcido de los mortales; además, reunía cualidades que rara vez se dan al mismo tiempo en una mujer: hermosura e inteligencia.
Lou nació en San Petersburgo un 12 de febrero del inolvidable siglo XIX, en el año de 1861. La época era compleja. A pesar de que el zar Alejandro II había logrado afianzar el poder absoluto de la monarquía zarista, habían fracasado sus tibias reformas para lograr el desarrollo de una sociedad bastante atrasada con respecto al resto de Europa. La emancipación de los casi veinte millones de siervos, decretada por él, había otorgado al campesino una libertad restringida, que había provocado el descontento general tanto de los terratenientes, a quienes les disgustaba la nueva situación, como de los mujiks, que debían labrar la tierra con métodos obsoletos de explotación agrícola.
La censura se había vuelto más rígida luego del fracaso del atentado perpetrado en 1866 por Dimitri Karakózov contra el zar, por lo que la educación pública era un desastre. En estas circunstancias, la gente pudiente optaba por educar a sus hijos en casa. La familia de Lou tenía a su servicio al predicador alemán Hendrik Gillot, quien le daba clases de teología, filosofía y literatura francesa y alemana. Pero algo habrá tenido de embrujadora a sus diecisiete años Lou, que su profesor se enamoró locamente de ella. Lo que hubo entre ambos se desconoce, mas lo cierto es que Hendrik, quien a la sazón era veinticinco años mayor que Lou, pretendía divorciarse para contraer nuevas nupcias con su pupila. No habrá sido muy inocente en este intríngulis amoroso la poco casta Lou, porque posteriormente, cuando mantuvo íntima amistad con los las más afamados intelectuales de la época, se llegó a decir que cada uno de ellos paría un libro nueve meses después de que ella lo abandonaba. Su madre cortó por lo sano el despropósito del enamoradizo instructor y partió con su hija a Zúrich para que estudiara en la universidad.
Al cumplir los 21 años, Lou fue con su madre a Roma, donde en una tertulia literaria se conoció con Paul Rée, quien acababa de perder toda su fortuna en Montecarlo. Paul era hijo de un adinerado empresario judío, había estudiado en la Universidad de Leipzig filosofía y derecho y luego se había dedicado a escribir y a filosofar. Se prendó tanto de Lou que le propuso vivir juntos en una comuna estudiantil. La amistad que mantenían Paul Rée y Friedrich Nietzsche facilitó el encuentro de Lou con este polémico y reconocido filósofo alemán.
Nietzsche, que ya había escrito la primera parte de La Gaya Ciencia, pasó junto a Lou aquel verano en Tautenburg, en la casa de Elisabeth, su hermana. El pensador alemán la veía no solo como una amiga genial, con la que podía entablar las más variadas discusiones filosóficas, sino que se llegó a convencer de que era la única mujer que lo comprendía y la creía tan superiormente dotada que la tomó de modelo de superhombre en Así hablaba Zaratustra. Quién lo creyera, Lou Sálome, según este pensador de naturaleza misógino, es el ser humano más perfecto que ha existido. Su amor por ella provocó una situación fuera de lo común en este triángulo amoroso puesto que Paul también estaba interesado en Lou y estimaba en demasía a Nietzsche, terminaron por compartirla sin peleas ni rencores.
Cuando esta situación se tornó insostenible, por culpa de la intervención insidiosa de la hermana de Nietzsche, éste la amaba tanto que le propuso matrimonio. Lou desdeñó la propuesta y por respuesta le sugirió que dedicaran sus talentos a producir trascendentales obras para la humanidad. Liliana Cavani, la afamada directora italiana de cine, en 1977 llevó magistralmente este tema a la pantalla grande con el título de Más allá del bien y del mal.
Lou y Nietzsche rompieron sus relaciones amorosas el otoño de 1883. Buena parte de este distanciamiento fue causado por las intrigas de Elisabeth, que sentía un amor incestuoso por su hermano. Comenzó entonces Lou a mantener correspondencia con Freud, al que instruyó en el pensamiento de Nietzsche. Probablemente, Freud tomó el concepto de Nietzsche sobre el inconsciente para desarrollar a su vez este tema. El filósofo alemán, luego de romper con Lou, partió a Rapallo donde en el corto lapso de solo diez días escribió la primera parte de Así hablaba Zaratustra; posiblemente ya había desarrollado las ideas fundamentales junto a Lou.
Poco se conoce de la relación amorosa entre Freud y Lou, lo que sí se sabe es que fue su profesor de psicoanálisis y que escribió sobre ella lo siguiente: “Era de una modestia y una discreción poco comunes. Nunca hablaba de sus propias producciones poéticas y literarias. Era evidente que sabía dónde es preciso buscar los reales valores de la vida. Quien se le acercaba recibía la más intensa impresión de la autenticidad y la armonía de su ser, y también podía comprobar, para su asombro, que todas las debilidades femeninas y quizá la mayoría de las debilidades humanas le eran ajenas, o las había vencido en el curso de su vida”.
En 1887, luego de separarse de sus amantes, se casó con Carl Friedrich Andreas, un profesor de lingüística que se hizo famoso porque Lou llevó en adelante su apellido. El matrimonio nunca fue un óbice para que Lou mantuviera relaciones libres con varios amantes, entre otros el periodista alemán Georg Lebedour, el psicoanalista Viktor Tausk y el poeta Rainer Maria von Rilke, cuyo nombre real era René, pero al que ella llamaba Rainer, y así se lo conoce hasta la fecha.
Conoció a este joven escritor de Bohemia, considerado uno de los mejores poetas de la lengua alemana, cuando él era quince años menor que ella, fue su fuente de inspiración y ambos se convirtieron casi de inmediato en apasionados amantes que participaron de un idilio que duró hasta finales del siglo XIX. Lou le enseñó ruso a Rilke, a amar la literatura rusa y a sus grandes escritores Tolstoy, Pushkin, Lérmantov, también lo relacionó con Freud y juntos viajaron a Moscú y San Petersburgo.
Lou escribió un polémico estudio sobre la personalidad y la filosofía de Nietzsche, también es autora de un análisis sobre las características psicológicas de los personajes femeninos del dramaturgo escandinavo Ibsen. Sus escritos fueron usados en la Universidad de Göttingen, en cuya ciudad vivió hasta su muerte en 1937.
Vale la pena recalcar que pese a ser judía la Gestapo nunca la persiguió. Tal vez la salvó del holocausto su aureola de mujer superior y el haber sido amada por Nietzsche, que a su vez era respetado por los nazis. Luego de su fallecimiento, su biblioteca y sus obras personales fueron quemadas de inmediato. Sus amigos sostienen que antes de expirar pronunció estas últimas palabras: “Si dejara que mis pensamientos vagaran, no encontraría ninguno. Lo mejor, después de todo, es la muerte”.