Olmedo, prócer de América

Po: Rodolfo Bueno

 A ningún compatriota le debe tanto Ecuador como al poeta, abogado y político, don José Joaquín de Olmedo; toda nuestra independencia está imbuida de sus ideas libertarias. En las Cortes de Cádiz, cuando Ecuador era todavía colonia de España, se destacó por pronunciar un discurso en el que exigía la abolición de las mitas y también expuso los fundamentos ideológicos del 9 Octubre de 1820 y el 6 Marzo de 1845, que desde entonces han alimentado el anhelo de libertad de los ecuatorianos.

Las ideas de Olmedo iluminaron las leyes de Ecuador desde las tempranas horas. Para Olmedo, las leyes son sabias “si hacen felices a los pueblos”. He ahí lo moderno de su pensamiento: la felicidad del ser humano debe estar por sobre todo. Luego estampará estas ideas en el Acta de Independencia y en el Reglamento Provisorio de Gobierno de la Provincia Libre de Guayaquil. En la Proclama a la Nación, suscrita por el Triunvirato que sustituyó a Flores luego de la Revolución Marcista de Guayaquil, y del que Olmedo fuera su presidente, defendió los derechos del hombre que conducen a la auténtica libertad.

Para Aurelio Espinosa Pólit, Olmedo no sólo es el prócer del Ecuador sino también, el “Hombre de América”, por ser la voz que lanza el grito libertador del continente, “la enfática proclama de una fase divisoria en el destino de las naciones independientes, dueñas en adelante de su autonomía soberana y su porvenir”.

Olmedo, José de Antepara y José de Villamil regresaron a Guayaquil en 1814 y juntos trabajaron con ahínco en propalar las ideas libertarias y postular las leyes que regirán al Ecuador independiente, democrático y soberano, tarea nada fácil si se considera la época en que vivían, luego de que los próceres del 10 de Agosto de 1809 habían sido ejecutados para impedir la independencia. Ese grito de libertad no fue apagado con el martirologio sino que le dio aliento y ahora se propagaba no sólo entre nosotros sino que se había enraizado en todos los ámbitos de la gran Patria Latinoamericana.

A finales de septiembre de 1820 arribaron a Guayaquil León de Febres Cordero, Luis Urdaneta y Miguel de Letamendi. Procedían de Lima e iban a Caracas. José de Antepara, amigo de Miranda, que con otros guayaquileños pregonaban el ideal libertario, no dudó en invitarlos a que participasen en la revolución que estaban fraguando. José de Villamil con Ana Garaycoa, su esposa, organizaron en su casa una velada social en honor a Isabelita Morlás, hija del Ministro de las Cajas Reales, don Pedro Morlás. Ese día, Villamil lo creyó propicio para organizar, además, una reunión conspirativa, por lo que pidió a José de Antepara que también invitara a los que estuvieran dispuestos a unirse a la revolución.

Asistieron a la recepción todos los patriotas guayaquileños, los jefes del batallón de Granaderos y los oficiales venezolanos. En medio de la jarana, don José de Antepara se reunió con los demás rebeldes. Al acercarse la medianoche y luego de acordar que la revolución estallaría en las primeras horas del 9 de octubre, los patriotas juraron ofrendar su vida a cambio de conquistar la libertad. Don José de Antepara llamó a este juramento “La fragua de Vulcano”, en honor al hijo de Júpiter y Juno, cuyas manos forjaron las invencibles armas de Aquiles.

León de Febres Cordero hizo caer en cuenta a los presentes que el tiempo apremiaba, dijo que no sería meritorio unirse a la causa de la independencia luego de que después de mil sacrificios Bolívar y San Martín la lograsen, que ese rol sería indigno de ellos. Pero que, en cambio, del triunfo de la revolución en esta importante provincia iba a depender el éxito de ambos generales, a causa del efecto moral que esto iba a producir, aunque no produjera nada más: “El ejército de Chile conocerá que no viene a un país enemigo y que en caso de algún contraste tiene un puerto a sotavento que se puede convertir en un Gibraltar. El General Bolívar nos mandará soldados acostumbrados a vencer y desde aquí le abriremos las puertas de Pasto, que le serán muy difícil de abrir atacando por el norte”. José de Villamil recuerda estas palabras en su “Reseña de los acontecimientos políticos y militares de la provincia de Guayaquil”.

Que nuestros antepasados eran de armas tomar no lo discute nadie y lo demuestran León de Febres Cordero y el Capitán Nájera, que con unos cuantos soldados del Batallón de Granaderos tomaron el cuartel de Artillería, apresaron al oficial mayor y después arengaron con tal entusiasmo a la tropa que esta se unió a la causa de los patriotas. Por su parte, Francisco Lavayen acompañado de unos pocos rebeldes se apoderaron de la batería Las Cruces, luego asaltaron el Cuartel Daule.

Cerca del medio día del 9 de Octubre, Olmedo asumió el cargo de Gobernador Civil de la Plaza; Villamil y Febres Cordero tuvieron que insistir largamente para que este ilustre hombre aceptara el puesto. El bando que anunció la libertad fue aprobado por la votación de todo el pueblo y en esa elección participó toda la tropa; así eran de demócratas en ese entonces. En dicho documento se lee: “En la ciudad de Santiago de Guayaquil, a los nueve días del mes de octubre de mil ochocientos veinte y años, y primero de su independencia”. La palabra independencia era una primicia en la historia patria.

Después, el Cabildo nombró a Olmedo Jefe Político de Guayaquil, quien convocó a un Cabildo Abierto que ratificó a las autoridades siempre y cuando jurasen lealtad y apoyasen la independencia, luego acordaron propalar estas nuevas a Quito y Cuenca, exhortándolas para que se unieran a este movimiento. También nombró Jefe Militar al comandante Gregorio Escobedo; creó la Junta de Guerra, presidida por Luis Urdaneta; comisionó a Villamil y Letamendi para que viajaran a Lima e informaran a San Martín, y a Lavayen para que informara a Bolívar, les daban la buena nueva: Guayaquil era libre y se unía a la lucha por la independencia.

Las transformaciones producidas en América Latina habían sido profundas y la lucha por la libertad triunfaba por todo el continente: Las batallas de Carabobo y Boyacá habían independizado a Venezuela y Colombia; Argentina y Chile ya eran libres; San Martín se aprestaba a liberar Lima; Chile había acabado con la supremacía naval de España en el Pacífico, y el ideal independentista había echado raíces en la opinión de la gente. Algo muy diferente a lo que había acontecido luego del 10 de Agosto de 1809, primer grito de independencia dado en Quito, cuando el dominio de España era todavía sólido, pese al éxito inicial y al respaldo popular a dicho levantamiento.

Luego del triunfo de la Revolución del 9 Octubre de 1820, hubo en Guayaquil tres ideales políticos: Los que propugnaban la anexión a Colombia, los que preferían la anexión al Perú y los que luchaban por ser un Estado Soberano, o sea, la Provincia Libre e Independiente de Guayaquil. Todos ellos comprendieron que no podría consolidarse la independencia mientras Quito y el resto de país no fuesen libre, por lo que, además de solicitar ayuda a San Martín y Bolívar, crearon la División Protectora de Quito, comandada por Luis Urdaneta y León de Febres Cordero, que de inmediato partió a independizar lo que sería la futura capital del Ecuador y demás regiones de la Patria. Lastimosamente, por no estar pertrechados para soportar el frío de la serranía ecuatoriana y pese a que durante la marcha lograron importantes victorias, fueron derrotados en los campos de Huachi y debieron retornar a Guayaquil.

Bolívar, a solicitud de Olmedo, envió al General Antonio José de Sucre, su mano derecha, para que afianzase la independencia de la naciente nación; vino acompañado de cientos de soldados. A Bolívar y San Martín se les hizo patente que sin aunar esfuerzos se dificultaría la causa independentista, por lo que acordaron reunirse en Guayaquil, donde decidirían la suerte de los territorios liberados. Hubo la propuesta de que la incorporación de Guayaquil a Colombia se realizara mediante plebiscito. Bolívar, por no estar seguro de cómo votarían los guayaquileños y puesto que requería de este importante puerto para plasmar su gran proyecto, asumió todos los poderes, tanto políticos como militares, e impuso al Gobierno Provisional Guayaquileño que la Provincia Libre de Guayaquil perteneciera a Colombia.

Ante la imposibilidad de que Guayaquil fuera un Estado independiente o formara parte de la República del Perú, Olmedo, quien se oponía a que su ciudad quedara bajo la férula de Colombia, rechazó esta resolución y se auto exilió en Lima. Fue el único prócer que le dijo NO al Libertador, lo que no fue un óbice para que le dedicara la mejor oda a la independencia de América: La Victoria de Junín, Canto a Bolívar.

Posteriormente, Sucre organizó a los guayaquileños para que participasen en la lucha por la liberación de Quito y el 24 de mayo de 1822 se dio en las faldas del volcán Pichincha la gran batalla que selló nuestra Primera Independencia. Así fueron nuestros próceres, aprendamos de sus ideales.