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Política y herencia histórica

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador y Cronista Vitalicio de Ambato

En la comunicación espontánea, la de confianza, como en el caso de la relación intrafamiliar o de círculos intradialogales, siempre se argumenta que optar por una función política de carácter público, significa meterse en un mundo en donde pulula la corrupción, la sinvergüencería, el engaño, la traición, el robo, la hipocresía y más “actividades” que buscan los desocupados, los incompetentes, los adulones, los bufones, los solapados y de otras “especialidades” con que les capacita la academia de la audacia. Este criterio un poco amorfo hay que verlo modernamente con dos aristas: la descrita que corresponde a la masa en general; y una elitista que constituye una casta ilustrada que hace lo mismo, pero que tiene formación académica, vínculos transnacionales y está “categorizada” dentro de las oligarquías criollas, heredera de los círculos ejemónicos, que desde la estructuración de las repúblicas, vienen controlando los Estados, con el consiguiente respaldo de las ideologías.

Todos dicen que “se sacrifican” por los pueblos y por la patria, y hasta se hacen los difíciles cuando son propuestos para las funciones que quedan vacantes cuando se perfilan elecciones y competencias por llegar al poder. Una vez en el puesto, por lo menos se repiten con una reelección. Según la experiencia, no se sabe cómo, pero las contralorías no han podido dar con los caminos por donde hay franco paso al enriquecimiento ilícito. De ellos son los paraísos de la impunidad y la amnistía. El hombre honrado terminará su vida como pobre, pero visto como tonto por quienes han confundido audacia y adulo con inteligencia, por decir algo.

No es nuevo en la historia del género humano saber que el hombre es el lobo del hombre. Indudablemente que somos caníbales modernos. Hemos avanzado con tecnología hacia la depredación total. Nuestros mares sociales están infestados desde con pirañas hasta con tiburones. Sin embargo del pesimismo y del nihilismo, y de saber que el escepticismo no funciona, conviene reflexionar para nuestro caso, el cómo hemos heredado estas conductas, a qué cadenas estamos atados, de qué cordón umbilical provenimos, para entender mejor a los protagonistas de nuestra historia, no solo ecuatoriana, sino latinoamericana.

“Capítulo IV. Sanguinarios, corruptos, rebeldes, locos y desmedidos”, dice el libro que motiva este comentario. En el desarrollo de los temas consta: “Sanguinarios, traidores contumaces, exagerados y desmedidos, propagadores de mentiras y creadores de leyendas.” Me he topado con una interesante cantera de 380 páginas de autoría de José María González Ochoa, que nos ofrece desde la Universidad Complutense de Madrid, bajo el título de “Protagonistas desconocidos de la conquista de América” (2015), un enfoque que nos sirve para entender que los calcos coloniales siguen vigentes en nuestra América. El autor al calificar de “desalmados” a ciertos personajes dice que para nada justifica las épocas, puesto que sabían que el objetivo era causar dolor y amedrentar con el pánico y la anulación del otro.

Alonso de Ojeda, para contento de ciertos genealogistas, fue un noble, pero pendenciero “curtido en la guerra de guerrillas de Granada”. Vino en el segundo viaje de Colón. Las Casas dice que habría asesinado a diez mil indígenas desplazándose siempre con la imagen de una Virgen. Con estas “virtudes” fue nombrado Gobernador de Nueva Andalucía, en el Darién colombiano. Murió en el retiro de un convento. Diego Salazar masacró sin piedad a los nativos de Puerto Rico, y sin escrúpulos, dicen que firmó con el cacique Aymamón un escrito tenido como “tratado de amistad perpetua” que no sirvió de nada, sino para emboscar indios. Gonzalo Badajoz se dice que fue realmente quien quemó los barcos de Cortez, saqueaba y mataba a quien encontraba a su paso por Panamá. Por sus “méritos” traicioneros, le nombraron Regidor de la ciudad de Panamá. Un tal Juan de Ayora, “con fama de militar duro y experimentado en las guerras de Italia”, fue encargado de “fundar ciudades” aunque en realidad se dedicó al pillaje respaldado por jaurías de perros. Engañó y traicionó a sus superiores por la misma Panamá. Clandestinamente se fue a España con tremendo botín en donde dijo que “había hecho América” (Hacer América, hasta ahora significa enriquecerse ilícitamente).

¿Funciona la reencarnación?

El piloto de la carabela del cuarto viaje de Colón llamado Juan Bono de Quejo, se convirtió en esclavista de negros y de indios que los capturaba y los vendía en el Caribe. Digamos que fue uno de los primeros demagogos coyoteros “Atrapaba indios diciéndoles que los iba a conducirlos a donde estaban las almas de sus antepasados”. Los que se resistían eran asesinados. Nadie pudo impedir que vendiera indios (que no era legal) porque era un protegido de un tal Lope de Conchillos que a su vez era Secretario de Fernando El Católico. Cuando después de correrías llegó por Cuba, el Gobernador Velásquez le premió con una encomienda, y después llegó a ser Teniente de Gobernador de Cuba. Otro personaje interesante es Rodrigo de Figueroa, para quien no importaba ni la legislación ni la justicia, puesto que había estudiado justamente Leyes en Salamanca. Fue nombrado Juez de Residencia en La Española, y dos años después ya era Gobernador. Conocedor de las leyes que no hizo caso, se convirtió en dueño de una inmensa fortuna lograda con la venta de indios a los que esclavizaba.

“Quien mejor encarna la depravación de la acción desde el gobierno elegido por la Corona es Nuño Beltrán de Guzmán, paradigma de nepotismo y podredumbre… para muchos historiadores es el mayor asesino de indios”. Llegó a La Española como funcionario real y después en el Caribe se sabe que esclavizó a más de diez mil indios. Se arrogó el cargo de Gobernador de Pánuco y entró en serios problemas con Cortés. Con su astucia llegó a ser Presidente de la Audiencia de México en 1528. Sus parientes se adueñaron de innumerables pueblos de indios y de sus tierras. Fue acusado por el obispo Zumárraga de vender más de 10.000 indios. Por su fama de torturador, la Corona lo apresó y lo encerró en la Península en el Torrejón de Velasco donde murió en 1544.

Podemos decir que la lista va larga, de los que han dejado testimonio. Al poder de la iglesia también han llegado ruines maltratadores de indios. En mis investigaciones me he encontrado con un sacerdote de Quisapincha en Tungurahua, que en lugar de dar bendiciones, daba patadas y trompones a sus feligreses cuando no cumplían con los diezmos, esto por 1842, según una denuncia de Andrés Pasochoa, llevada a Quito en contra del cura Antonio de Saá.

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