Politiqueros y perfiles culturales

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Cronista Oficial de Ambato

“Ni siquiera me figuro a Fernando VI leyendo a Torres Villarroel o a Jerónimo Feijoo, a pesar de que rubricó sendos decretos favoreciendo a los dos” (Fernando Iwasaki) Oyendo conversaciones en una peluquería de clase media-baja, en esas que son diferentes a peluquerías de indios y de “choros” –puesto que a veces también voy a esas, en donde me entero de cosas que quiero contarles porque sus peluqueros, auténticos cortaplumas de los “pelucones” de las alcaldías que han salido más pelados que pepas de guabas – decían que para mejorar la calidad de los diputados, o de “asambleístas”, como conocemos ahora los ecuatorianos a nuestros parlamentarios, se debería exigir por lo menos “tercero o cuarto nivel” (de instrucción), como requieren las universidades para tener maestros. Nos toca elegir a “unas fichas”, argumentaban otros. “Ningún decente quiere ser político”, comentó algún tercero. Es que las “fichas”, o sea los tiestos o las tapas de gaseosas que uno tira en los juegos de competición o en los de azar, salen premiadas con la lotería gorda que maneja la “suerte nacional” por medio de los reglamentos del Estado. Estas “fichas”, muchas son realmente ignaras en los temas que van a tener que decidir, y terminan de rocambolescas con énfasis en lo inverosímil ante los espectadores atónitos que somos el pueblo llano. Resultado, no han retribuido con ninguna ley o reglamento que favorezca al gremio en el que han vivido inmersos.

Uno se pregunta entonces: si por lo menos son bachilleres, ¿acaso serían los más brillantes? No dudamos de los cantantes, de los futbolistas, de los presentadores de televisión y de los exóticos triunfalistas que nos han dado lustre nacional antes de ser parlamentarios. Ellos han llegado al Parlamento por un “reconocimiento” por medio del voto popular, porque el elector iguala el Parlamento con las tarimas de actuación de sus bufones. ¿Pero en los que van por “arrastre” de la imagen de un “super conocido” o de la inercia momentánea de un partido político de moda? Entonces estamos ante “fichas” de dos clases: unas que ya han sido jugadas y probadas -su eficiencia- en sus ámbitos; y otras que son de “relleno”, que generalmente son las que se seleccionaron porque contribuyeron económicamente, o porque son prestantes boticarios que dan remedios sin receta en la vida de los barrios y los pueblos de vida sencilla, que saben que la “democracia” se limita al día de las elecciones y luego a la expectación de lo que puedan decir desde las pantallas de televisión, donde aparecen para el aplauso y la emoción, sin importar lo que hayan comentado.

Volvamos a Fernando Iwasaki y a su ensayo rePUBLICANOS, Premio Algaba 2008: “Durante el siglo XVIII, ministros como Aranda, Campomanes, Floridablanca y Godoy encargaron diversos informes y estudios que terminaron sepultados en archivos, bibliotecas y otros mausoleos de la Ilustración española. Algunos eran tratados brillantes y otros, vulgares transcripciones de documentos anteriores, pero el caso es que solo circularon entre ministros, burócratas y funcionarios. ¿Los leerían alguna vez los reyes? El anecdotario de los borbones es tan rico en episodios de caza, de alcobas y de tabernas que resulta inverosímil imaginar a esos monarcas fatigando… en su lectura.”

Rubriquemos con nuestra realidad. Imaginémonos a los últimos presidentes de la nación en calidad de lectores. Recuerdo que uno de ellos dijo en una entrevista que había leído “El arte de la guerra”. Fui a buscar el libro que es del chino Sun Tzu, que dice ser del siglo IV A.C. ligado al taoísmo que se promociona como “… para dirigentes y empresarios” que quieren comprender la cultura de masas. Con razón que nos hizo chinos en el intento. Salvando al que nos legó una Enciclopedia, ¿cuántos de nuestros mandatarios ha escrito un libro? Y resulta que estábamos hablando de los parlamentarios, o sea de los que nos dejan testimonios en leyes y reglamentaciones, ¿cuántos de estos tendrían lecturas actualizadas o críticas? No pidamos publicaciones porque nos han de responder si les pedimos peras: “Perdonen, pero soy olmo”. ¿Con qué leyes han favorecido a la gente de cultura? ¿Qué apoyo han brindado a quienes se han acercado a solicitar alguna contribución a la estética de su tiempo? Bien sabemos que los llamados “departamentos de la cultura” solo son espacios para sus volaterías, chamizadas, cocteles y noches de artistas efervescentes que viven del aplauso y del adulo.

Resulta interesante dejar testimonio de experiencias concretas, como se pide a los cronistas; y hay que comentar que uno ha ido entregando libros a tantas autoridades a las que a uno le ha tocado estar “sometido”. Y hasta se ha sentido feliz con que haya recibido algún ejemplar. El desencanto a la ingenuidad es el pago a nuestra propia cursilería: El libro debe ser buscado por el lector, y no un estorbo a sus múltiples ocupaciones. Sin embargo, algunos de mis libros han salido con la foto de la autoridad, caso contrario, no se habrían publicado. Junto a esta memoria, recuerdo a cierta autoridad provincial que iba dejando en su asiento de autoridad invitada, las revistas y publicaciones que le entregaban en los pueblos a donde iba a presidir “solemnidades” (otras formas de nuestras cursilerías). Después de pasar no sé cuántos “atrancos de seguridad” (que tendrán su razón) pude entregar a un mandatario ciertos libros relacionados con la historia del pueblo al que visitaba. Me ha tocado entregar a los “asesores”, para que seguramente los boten a la basura.

Si fueran “cultos”, como pensamos de quienes asumen un rol de autoridades, jamás pedirían que sus discursos fueran redactados por sus subalternos, como ocurre hasta con rectores de secundaria y universitarios. ¿Cuántas veces un interesado en asuntos de las artes y de la creatividad ha compartido los asientos de eventos de cultura con algún rector o directivo de la educación? ¿Cuántos de ellos no han impedido que “sus” estudiantes concurran a eventos intelectuales? Pero ellos son los que nos gobiernan, los que viajan por el mundo como reyes a sus contiendas y cacerías de perdices en sus noches bohemias. De seguro algún día publicarán sus memorias intelectuales. Y son ellos los que firman pergaminos y dan condecoraciones en las rememoraciones de nuestras solemnidades, respetables pero cursis diría Iwasaki. A ellos los elegimos entre todos, gracias a la democracia. Pasado el tiempo de sus ejercicios públicos, muchos de quienes hemos recibido “reconocimientos” (sin el debido conocimiento de nuestro sudor creativo) debemos pensar si es o no conveniente exhibir algún pergamino, alguna medallita, con la firma de, quien sabe, haya pasado a las nóminas de la corrupción o de las inconsistencias de la ética. Son experiencias que nos pueden sonrojar por creer en cursilerías.

Es posible que nuestros lectores se asombren de tanta franqueza, pero la otra cara de esta realidad es que tenemos demasiados compromisos como para decir en público el dolor que nos agobia. Hablamos de que nuestra época está en “crisis de valores” y vivimos culpando a la falta de asignaturas en la educación que nos vuelvan a la moral y al respeto a la otredad. No nos hemos mirado en el espejo. Los responsables también son los “hacedores de la cultura institucional”. Hay quienes hacen modus vivendi de sus empleos que máximo son para cuatro años, pero se quedan veinte. Los “intelectuales” son muy “hábiles” que hasta parecen flora intestinal necesaria en todas las administraciones políticas a las que se acomodan. Y así, nos han ido sumiendo en el anacronismo y en el clientelismo. No han asumido la actualización ni han dado paso a nuevas tendencias porque también las nuevas generaciones consideran un ejercicio lúdico a quienes pretendan algo que no sea lucrativo.

Quien sabe el más irónico capítulo que hay que desarrollar a este comentario ingenuo, sea el de hacerles notorio a nuestros elegidos, que bajen un tanto su propia credibilidad, porque circulan muchos libros indicando que sumidos en la semiósfera de sus vanidades, todos estos políticos se creen con derecho a la posteridad, al bronce, a la inmortalidad. En sus cadenas generacionales pasan a las galerías de sus respectivas instituciones, con fotografías maquilladas, al igual que sus biografías, y se convierten en “modelos de posteridad, recomendados a las futuras generaciones”. Sus nombres son rememorados con denominaciones de calles, plazas, casas de cita para gentes de cultura, publicaciones en libros, galerías, monumentos, puentes, arcos triunfales, cooperativas de camionetas, peluquerías, cafeterías, salas de velaciones, murales, parques, tumbas, campos deportivos, kioscos, mercados, etc. etc. Esto nos dio la historia porque podría poner largas citas sobre la memoria y las reverencias que ofrecemos como mestizos, mulatos e indios a la galería de opresores, asesinos y fantoches que implantó la vida colonial, y que sigue vigente en la reencarnación mental de sus herederos que son los que nos gobiernan por nuestra propia culpa.

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