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Primeros extranjeros en América

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato

Hay que ubicarse dentro del ámbito político para entender el concepto de “extranjero”. El término les sirve a los estados para ver a la gente con un sentido  de extrañamiento. A un extranjero hay que recordarle: “esto no te pertenece”, sobre todo por las leyes, más que por el sentido cultural de herencia histórica y vivencialidades comunes. Desde un punto de vista etnocultural, preguntémonos ¿cuán extranjero es un indígena shuar ecuatorianizado frente a un peruanizado? ¿Cuán extranjero es un mestizo pastuso del lado colombiano, frente a su hermano cultural del lado ecuatoriano? ¿Habrá que decirle extranjero a un negro o mulato de San Lorenzo en Esmeraldas, frente a un negro o mulato de Tumaco en Nariño? En otras palabras, ¿Por qué somos extranjeros entre hermanos latinoamericanos? Los estados tienen una respuesta: Se llama soberanía;  pero la falta de conciencia está en la gente que en cambio ha desarrollado sus fobias  por los encivismamientos manejados por los Estados. Luego conviene preguntarnos, no solamente ¿qué es la soberanía?, sino ¿quiénes y para qué la implementan y la manejan? El mundo mercantilista hace buen negocio con las extranjerías en la colada gelatinosa de la globalización.

Pero qué curiosos que somos los humanos. Vinieron los conquistadores y fueron quienes aplicaron los conceptos de extranjería en América para un territorio que no les pertenecía por ningún lado, nada más que por el derecho de imposición conquistadora, de autoritarismo, de soberbia, de alucinación divina. A partir de 1518 surgen las primeras disposiciones de nuestros ancestrales conquistadores que legalizan el paso a Indias, o el retorno a esa  España fragmentaria que ni siquiera estuvo integrada en la época de la conquista. Aquí surgen las paradojas que todavía están vigentes en nuestros comportamientos como entidades políticas. “diversas disposiciones reales irán reglamentando el paso a Indias, con exigencias como certificados de buena conducta y de limpieza de sangre. En un principio había prohibición expresa para embarcar hacia Indias, salvo licencia del emperador para: * judíos y moros y sus hijos; * gitanos, * Familiares de encausados y condenados por el Santo Oficio; * esclavos, *mujeres solteras, *luteranos (y en general cualquiera que no profesara la religión católica, *extranjeros (y se consideraban ‘no extranjeros’ los naturales de los reinos y tierras de Castilla, León, Aragón, Valencia, Cataluña y Navarra). Solo se aceptaban extranjeros banqueros residentes en Sevilla y los marinos, oficiales y mecánicos que servían en las flotas; y, * los religiosos debían tener instrucciones formales de sus superiores y pedir licencia como el resto de pasajeros. Desde 1530 se prohibió el embarque de cualquier fraile extranjero. *Además, los españoles nacidos en América también requerían licencia para viajar a España.” (José María González Ochoa, Protagonistas desconocidos de la conquista de América, 2015, p. 286)

Cómo es que no somos gratos con nuestros monarcas que nos protegieron con tanta sabiduría. Vino solo gente de “buena conducta”, gente intachable que no derramó ni una sola gota de sangre india, que fue culta en extremo, de alta formación e ilustración para sacar a los indios de su mundo atrasado e incivilizado. Basta leer los libros de historia y las biografías de nuestros fundadores de pueblos. Vinieron solo nobles, con limpieza de sangre, sin las mezclas que se lee en la identidad de los peninsulares que nada tienen de árabes, de latinos hablantes del sermo vulgaris, de bárbaros, de alanos, suevos, vándalos, de germanos, de fenicios, de griegos. Acá no hizo falta que funcionaran tribunales del Santo Oficio. Se prohibió que vinieran esclavos y casi despoblaron África para aplicar esta noble disposición. Claro, en todos los tiempos los banqueros nunca son extranjeros. Sería una ofensa tratarlos como a cualquier cristiano. En el colmo de la benevolencia real, los hijos de los conquistadores debían presentar papeles para ir a conocer a sus abuelos y reconocer la tierra de sus padres. ¿Qué requisitos nos pide  la Madre Patria para que nos acerquemos a su útero histórico?

La España monarquizada es el molde que ahora repercute en una América latina desintegrada. Los reyezuelos de nuestros países  todavía no nos dan las alianzas ni matrimoniales, ni legales para hermanarnos, aunque sea como súbditos. Somos esclavos modernos bajo control de los Estados donde ejercemos la democracia con un alto sentido ético.

Frente a esto, divaguemos un poco una vez que indígenas, mestizos, afros y otros grupos, formamos la pluriculturalidad constitucional de nuestro Estado. El primer derecho reivindicatorio de ilusoria recuperación de soberanía la tendrían que reclamar los indígenas, una vez que con la llamada “independencia”, debieron haberse ido los causantes de la imposición de  leyes, como de enseñorearse en donde justamente los intrusos vinieron a llamar extranjeros a quienes no eran de su clan. Los indoamericanos deberían recuperar una condición de nativos en toda América y no necesitarían más que una cédula para moverse por todo el continente.

Igual condición la tendrían los afroamericanos para vincularse no solo en el espacio donde fueron víctimas de la trata infame por todo el continente, sino inclusive como un derecho para vincularse con el África maternal.  El problema está en los mestizos y en las oligarquías que forman la clase de poder político. Hispanoamérica tiene el derecho a no catalogar a sus habitantes como  extranjeros estatales, puesto que no lo son en un sentido cultural. Nuestra clase de poder ha heredado ese espíritu colonial para mirar al hermano como un extraño, y debería tomar iniciativas que modernicen las concepciones, corrigiendo y superando las espirales de la historia.

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