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Prólogo a la novela La Ushinga

Por: Dr. Marcelo Robayo Campaña

Cuando las editoriales y la crítica abandonen el complejo de creer que la cultura es un determinismo concentrador y excluyente, que les obliga a ver por encima del hombro a todo lo de provincia, se sorprenderán al saber que, hace mucho tiempo atrás, con la pluma de Pedro Reino, en Tungurahua se generó la nueva expresión literaria que yo, en ocasión anterior, la identifiqué como Historia Novelada, que no es lo mismo que la llamada Novela Histórica que, en los últimos tiempos, ha tenido cierto auge editorial con interesantes obras cuyos autores han exprimido a la Historia para de ella sacar algún relato mediante la evocación, ya certera o ya sesgada, a gusto del cliente.

Pedro Reino en sus producciones no evoca ni recrea, simplemente toma la Historia de cuerpo entero y nos la entrega, con sus personajes, sus características y peripecias, vale decir, con pelos y señales, en los mismos escenarios en los que vivieron y murieron, explotaron o fueron explotados y, entre estas y las otras, hicieron de su estancia en la tierra el mejor pretexto para perennizar virtudes y pecados con los que se argamasa esta Patria que, más que un país, siempre fue un lindísimo paisaje; vale decir, hace Historia pura y de la buena, sin otra intención que no sea la de brindarnos un espejo de cuerpo entero para sincerarnos.

El logro de haber dado inicio a la nueva expresión literaria que queda señalada, se debe a que Pedro Reino, blindando sus amplios conocimientos de Literatura, Historia y Lingüística, suma su extraordinaria vocación de investigador que le ha permitido llegar a lo más profundo de los archivos nacionales e internacionales en los que encuentra empolvada o llena de pátina la verdad de lo que nosotros fuimos, somos y ojalá no seamos; y con la valentía propia de los que nada deben, saca los trapos al sol, una veces con animus jocandi, pero casi siempre con ánimo de joder a nuestra mal formada tradición; de tal suerte que deja muy poco espacio a las fementidas Genealogías, a las ditirámbicas Biografías y a la deslenguada Historia oficial.

La Ushinga es la primera Historia Novelada dentro de la saga que el autor viene impulsando, y que al momento la Componen, Mazorra, El Patrón Virgencito de Cumbijín y el Tren a Chuchubamba, esta última que acaba de obtener un premio nacional.
En la Ushinga, Pedro Reino extrae de los archivos de las escribanías un girón de la vida colonial, desempolva a los personajes, les arregla el libreto y los hace actuar con sistematizada autenticidad que asombra. El telón de fondo es la siempre exitosa prostitución cuyo enclave, para el caso, es la chingana de la Ushinga madre, cartomántica venida de Cartagena, que cambia su oficio e instala su negocio en el que expende la buena fritada y la exquisita cincha, ofreciendo como yapa su cuerpo llameante y llamativo por el furor vaginal que le caracteriza, a la que se suma la competencia de las encumbradas damas que facilitan sus camas y favores a no pocos especímenes de la élite de la época. Luego entra en escena la Ushinga Hija que demostrará con exceso que de tal palo salen las perfeccionadas astillas.

Entre la chingana de fritangas y el competitivo prostíbulo que se ubica cerca y brindan diarias y múltiples soluciones a los mal casados o amancebados, transcurre la vida en la Villa de Hambato, con su apariencia de tranquilo rosario de la aurora, apenas alterado por el frenético deber cumplido del moralista Alguacil Mayor que, a nombre de las buenas costumbres ciudadanas, llena la cárcel con los sorprendidos en camas ajenas y condenados a trabajar en la apertura de la acequia por la que correrá plácida el agua de regadío a las bien servidas propiedades de los hombres de bien, sin que por eso la prostitución deje de prosperar, sea de yapa, buena paga o infidelidad patriótica, pues ella constituye un complejo de situaciones que no siempre se manifiestan con autenticidad debido a la sumatoria del buen nombre de las damas practicantes que se dicen de buena familia; en todo caso, se nota que tiene poder de convocatoria y en ella confluyen las braguetas más ilustres de realistas o chapetones; se deciden los asuntos patrióticos, la designación de autoridades, los avances o retrocesos bélicos de las vanguardias o de las retaguardias o se concretan los amarres y despojos patrimoniales y los desenlaces sentimentales.

Entonces, mientras al socaire de la tolerancia y fomento oficial se riegan las chacras, huertos y jardines de las familias importantes, en la chingana de la Ushina y en los nobles lechos se consagra la supremacía de las entrepiernas exitosas en el quehacer político, económicos y social, pese a que no rige la igualdad de género ni las acciones afirmativas que permitan el acceso obligatorio a la palestra eleccionaria o la burocracia cómoda y rendidora. Total que así se teje la urdimbre colonial objeto del relato, en la que los personajes gozan de autonomía ceñidos al libreto que, gracias a los arbitrios técnicos del autor, la coordinación de los roles del investigador con los del narrador, se cambian los planos, pero tiempos y espacios terminan ubicados en los escenarios magníficamente descritos por el autor con elevada vena poética con el empleo de todas las figuras del buen escribir; en lo secuencial brillan las disquisiciones e introspecciones con las que expone particulares existencialidades; despeja las claves secretas del poder, multiplica planos que de improviso los cambia con el fin de imbricar, actantes, significados y significantes; juega libremente con el humor, la sátira o la ironía y coloquialmente devela el misterio de la subyugación de las masas a ritmo de arpa, guitarra v violín, dejando como sabor final en esta historia lineal la certeza de que somos una sociedad no tan dispuesta al cambio.

Si la Historia es la narración fiel de los principales acontecimientos del pasado, convendremos que, apoltronados en butaca de primera, codo a codo con escribanos, alférez, alguaciles mayores, tenientes de gobernación, jueces conservadores de rentas y otras grandes personalidades, con la lectura de La Ushinga, a todo color palpamos la bacinica de plata del cura, la venta de negros e indios como costal de huesos y alma en boca, el inventario kilométrico de alguna herencia, iglesias de primera e iglesias de segunda y hasta el remordimiento de los que esclavizaron su propia sangre; y llegamos en suma a conocer el desnudo pasado que el oficialismo de todos los tiempos nos ha ocultado; y veremos derrumbarse ilustres apellidos, delatarse indignas fortunas forjadas con el sudor, sangres y sufrimiento de los pobres, y queda establecido que la corrupción es la mejor expresión del poder que se disfraza hasta con la clausura de cualquier boliche.

Esperemos que, mientras Pedro Reino persista en los archivos, éstos sigan intactos, bien conservados y no sean eventualmente el blanco de los que ven en ellos sus raíces, la desnudez de sus ancestros y la falacia de su prosapia, lo que puede despertar sus ganas de hacerlos desaparecer; y confiemos en que llegará un día en el que, con valentía y sinceridad, nos decidamos conocer nuestra identidad, sean los archivos los que se conozcan y analicen en escuelas y colegios, y no los libracos que, más allá de sus deficiencias didácticas, nos han hecho víctimas de la farsa o ficción histórica.

Ya verá el lector cómo La Ushinga es un verdadero texto de historia que nos hará amar el pasado como punto de partida de una posible superación que puede salvarnos de las taras que se tararean como grandes virtudes.

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