Por: Pedro Reino Garcés
Cronista Vitalicio de Ambato
Este sigue siendo un problema divino que aún no se nos ha revelado. Sencillamente nos queda la especulación. No creo que los fabricantes de las guerras puedan acomodar sus almas a las liviandades del paraíso cristiano. De seguro necesitarán espacios más dinámicos en otros mundos con otros dioses desalmados, cretinos y perversos. En la región ahora llamada Tierra, los estimativos muertos provocados por invento humano (invento que ha resultado muy eficiente por la inoperancia que se tiene de esperar que la gente se desprenda de su alma por muerte natural) llegan, a partir de los años 1700, a unos cien millones de personas. De esta cifra, el 90 % corresponde a los conflictos del siglo XX. Se dice que esta cifra no incluye a las muertes por pestes o tragedias. Si las guerras son producto del intelecto humano, surgidas de la fabricación de armas cada vez mejoradas ¿acaso no se trata de decir que toda confrontación resulta una guerra civil? ¿Qué es eso de pelear por ser de otra bandera nacional, del bando de otro papa o de la simpatía de otro político, o por ser esclavo de otro rey, o por ser un convencido de entregar algo impalpable a dioses extraños que nunca pensaron en el bien terrenal de sus devotos? ¿De qué sirven las iglesias regadas por el mundo sino para dar testimonio de las calidades de almas que necesita el Hades? ¿Y los millones de muertos habidos por guerras de conquista?
Sigue siendo un problema eso de la muerte y el alma, conflicto que ha surgido en la mente evolutiva del hombre conforme va saliendo de sus reflexiones mágicas a otras magias que nos parecen que van por el mismo camino, pero a la inversa, retrocediendo del sentido común con el que operamos de acuerdo a cada época. Me explico: en el camino nos encontramos con que un cortejo fúnebre va cargando a sus muertos a dejarlos en la parte de arriba; en tanto que otro cortejo dice que con los suyos prefiere, o está obligado a ir a dejarlos en la parte de abajo. Son ideas de faraones que se cruzan en el camino con cristianos, por establecer una paradoja.
El asunto me parece que debió haber surgido con el lío de la conciencia, entendida como una utopía de la razón. En los seres humanos está un problema de “ulteridad”, es decir, conforme a las creencias latinas acuñadoras de la palabra, tenemos la corazonada que “algo va a suceder en el futuro”, hasta con los muertos. Se cree que algo debe estar pasando un poquito más allá de nuestro alcance. Solo que estas ideas están en la memoria de los vivos que conocen de trayectorias, o sea historias de proximidad que pesan en las memorias que han pasado a ser manipuladas y desarrolladas por las clases de poder, porque esto de la “ulteridad” ha dado camino a la idea de la “inmortalidad”. Estos conceptos han dado muestras de ser cosas de la opulencia, de la rimbombancia que enmascara la muerte, como aquello de levantar pirámides increíbles como en el caso de los faraones, que no son ideas de los egipcios comunes y corrientes, peor de los esclavos que trabajaron esas mismas pirámides. Estos monumentos funerarios fueron pensados en la importancia de la trascendencia que tiene el poder para someter a todo un pueblo esclavo a pensar que en ellos estaba depositada un “alma” o espíritu diferente en la patria de la muerte o del hadestrascendente, que nada tenía que ver con las pobres almas que casi ni se habrían desarrollado en los cuerpos esclavos del vulgo.
¿Y qué decir de los papas y jerarcas de la iglesia cristiana? ¿En dónde están enterrados los cuerpos de tan importantes señores? ¿Acaso las iglesias no son sus tumbas? Los más importantes están debajo del altar mayor, considerada región ulterior de la memoria inmediata. Están presentes oyendo sus misas llenas de solemnidades con cánticos y plegarias que son transmitidas para que aprendan los ángeles que les custodian a pesar de muchas crueldades practicadas en sus vidas.
Qué pena que la gente común y corriente no pueda ver cómo es la Tumba de Maximiliano I en Innsbruk (Austria). Toda una iglesia llena de la cúpula eterna de los poderosos que ahora tienen alma de hierros forjados y trajes anticorrosivos para tamaños agigantados de tan increíbles personalidades. Qué gran ventaja me resultó no encontrarme con ninguna de esas almas atorrantes. Pero viéndolo de otro modo, también en nuestro medio, la gente con mínimos recursos hace lo mismo, unas casitas humildes o unos cuartitos para poner los huesos de sus antepasados y dejarlos a que “vivan” en familia. La semilla es la misma.
Otra manera de pensar tuvieron quienes prefirieron cavar oquedades en el propio suelo y acompañarles con cositas necesarias que no hagan mucho problema en la vida futura. También resulta poético ser metido en grandes vasijas de barro, con algún poquito de aire con igual dosis de esperanza en un más allá de nadie. ¿Qué podemos decir de los amontonados en las fosas comunes?
Pero volviendo al caso de los muertos importantes tenidos como nuestros, por una serie de informaciones cercanas, pienso en el arzobispo Antonio Caballero y Góngora, Virrey de Nueva Granada, ordenando el ahorcamiento de José Antonio Galán en Santafé (Bogotá) y al grupo de rebeldes que fueron mártires, ahora tenidos como próceres de la independencia latinoamericana. Mientras el arzobispo está custodiado por tanto santo y por tanta virgen, y sigue rezado por tanto sucesor, los cuerpos de los rebeldes, una vez bajados de la horca por él ordenada, al principal sedicioso “se le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes… su cabeza será conducida a las Guaduas,… la mano derecha será puesta en la plaza de El Socorro, la izquierda en la villa de San Gil; el pie derecho en Charalá, y el izquierdo en el lugar de Mogotes…” El ejemplo vale por la importancia del arzobispo, pero podemos hablar de los descuartizados de Quisapincha y Píllaro y averiguar en qué altar de las iglesias de Ambato fueron a parar los huesos de sus asesinos. Menos mal que vino el terremoto para olvidar la barbarie.
En lo ulterior, o sea atrasito de lo desconocido, tenía y tiene que pasar algo con las clases que manejan la ideología del poder. Éstas, desarrollaron y desarrollan una idea de resistencia frente a la vida demasiado corta para vivirla ejerciendo los disfrutes de la obediencia practicada por los súbditos. Y les resultó que podían tomar como pauta construir mausoleos y cenotafios para las herencias dinásticas arranchadas a la inmortalidad, como una práctica del ejercicio de control del mundo ulterior, que puede estar tras de los mares o de las montañas, como pensaban los emperadores romanos, en que se apoyaron, como haber asumido un desafío emocional al mundo de las lágrimas que toca derramar cuando alguien muere. Pero razonando de otro modo, creo yo que esas ideas más bien tomaron de una memoria vegetal, porque las plantas lloran primero, y después, esas mismas plantas en su lloro, “destilan savia” o “sangran”, dan pauta para que los nuevos retoños broten de las mismas ramas o del único tronco ideológico.
La idea de una dinastía de la muerte también la tuvieron los mandones y señores étnicos de nuestra América, y contrastaban con el “destino” que tenían las almas de la gente común y corriente de las masas populares. Los incas momificaban a sus principales mandones y tenían una idea de la ulteridad más vivencial que los romanos. Las panacas dinásticas, o sea las clases nobles, andaban cargando a las momias de sus antepasados a que presidieran rituales de guerras, festejos religiosos, conjuros y otros menesteres que en su cultura y estatus tenían ribetes de solemnidad.
Y pensando en el poder de las almas importantes, se sabe que, por ejemplo, en Ambato, a pesar de ser una sociedad gobernada por“blanco-mestizos”, cuando había ocurrido el terremoto del año 1949, y algunos ambateños lo recordarán, se pedía que la momia de Montalvo fuese sacada de su nicho para implorar a Dios la misericordia del caso, para que intercediera aplacando la “cólera divina”. Con lo dicho, no creo que haya que rememorar un día de difuntos por muerte natural o accidental. Debe haber un día para rememorar a los inventores de las masacres y hacer rogativas para que se les amplíe el infierno. Paz en sus tumbas.