¿Qué hacer cuando te dicen que no puedes? (I)

Por: José L. Pantoja PhD.

El Dr. Pantoja se graduó como Ing. Agrónomo en la Escuela Agrícola Panamericana – Zamorano, en el 2005. Luego realizó una práctica profesional en Manejo y Conservación de Suelos en la Universidad de Florida. En el 2009 obtuvo su Maestría en Fertilidad de Suelos en la Universidad de Arkansas, y en el 2013 obtuvo su Doctorado, también en Fertilidad de Suelos, en la Universidad Estatal de Iowa. Actualmente está vinculado como científico PROMETEO de la SENESCYT, y desempeña funciones de docencia e investigación en la ESPE – IASA I.

Cuando una persona recibe halagos, premios, o reconocimientos, por lo general se motiva para seguir con su trabajo o avanzar en sus estudios. El ser reconocido es un aliciente para continuar cumpliendo de buena forma con nuestras obligaciones. ¿Pero qué pasa cuando recibimos mensajes que nos desmotivan, que nos frenan, que no nos permiten continuar? ¿Qué pasa cuando los demás no creen en nosotros y nos transmiten ese sentimiento de inseguridad y desconfianza? Siempre aparece alguien que te dice: ¡No puedes! ¡No pierdas el tiempo con eso! ¡Así ya estás bien, mejor disfruta de la vida y diviértete! ¡Estas mejor viviendo con tus padres! ¿Para qué te vas a ir tan lejos? Cuando esto sucede muchas personas creen en estas frases, y por sorprendente que parezca, esas frases pueden venir de amigos, compañeros de trabajo, profesores, e incluso de la propia familia. Quizá también, y de forma inconsciente, nos convencemos a nosotros mismos de que no podemos. Pero mucho ojo, el que te digan que no puedes no significa que te deseen el mal. Resulta que hay personas que, sin tener mala intención, pero que al no poder hacer algo por sí mismas, piensan que tú tampoco puedes. El resultado a esta situación puede tener dos finales: 1) que permanezcas estancado en un mismo lugar o situación  -es decir, en una zona de confort, o 2) que vayas en la vida como barco a la deriva -es decir, sin rumbo fijo.

Hoy les comparto un poco de lo que ha sido mi vida en unas líneas. Nací y crecí en una parroquia rural del cantón Pimampiro, en Imbabura. Vengo de una familia de escasos recursos como muchas otras de la región andina y de nuestro país. Pero mis padres, a pesar de su desconocimiento por no haber terminado la educación primaria, siempre trataron de hacer lo mejor para mí y mis hermanos. Por eso, en el año 1993 decidieron salir a Ibarra para darnos acceso a una mejor educación. Ahí fue la primera vez que alguien dijo: ¡No puedes! Había tenido un buen desempeño mientras estaba en la escuela primaria en la parroquia rural, pero esa persona creía que no tenía el potencial para rendir igual o mejor en la ciudad y me aconsejó no sentirme mal si mis calificaciones no seguían siendo buenas. Al fin y al cabo la gente del campo es más ingenua, por no decir más ignorante, que la gente de la ciudad. Al menos eso es lo que se creía en ese tiempo. Terminé quinto y sexto grado de la primaria en Ibarra con el promedio más alto de mi promoción (entre unos 70 estudiantes).

Al terminar la primaria yo quería ir a un colegio privado, pues en ese entonces la educación pública era más deficiente que la educación privada. Sin embargo, mis padres no estaban en condiciones de pagar esa educación. Nuevamente alguien se enteró de que yo quería ir un colegio privado y como conocía la situación de mis padres, esa persona me dijo: “No te metas a ese colegio, de gana vas a gastar plata, anda mejor a un colegio público”. Lo que esta persona no sabía es que, por mi desempeño y las recomendaciones de mis profesores, había obtenido una beca para ir al colegio que yo quería. En el colegio no fui el primero de mi promoción (87 estudiantes), ese es un tema para otro artículo pues también fue una gran lección para mí (siempre hay alguien que te puede superar). Sin embargo, mantuve un buen desempeño y eso me motivó para buscar opciones de estudio fuera del país.

Mis padres desconocían sobre lo que significa el tener una formación académica a nivel universitario. De hecho, cuando les comenté que quería estudiar fuera del país, ellos se quedaron con muchas interrogantes. Por ello y con toda buena intención, mi papá buscó asesoramiento con alguien que él conocía para tener una mejor idea de lo que yo quería hacer. Esa persona, al enterarse de mis intenciones me buscó y me dijo: “Eres un tonto, un inconsciente, un irresponsable; quieres salir fuera del país a pesar de la situación de tus padres; vas a llenarnos de deudas y hasta te puede ir mal por allá”. Incluso me dijo esta frase: “Las cobijas solo se estiran hasta donde llega el filo de la cama”.

No le respondí a esta persona y dejé que el tiempo hablara por sí solo. Siempre he preferido demostrar con hechos que mis sueños y metas tienen su razón de ser. Lo que si hice fue prepararme para rendir los exámenes de la mejor manera y así obtener la beca que deseaba. Por eso pude salir a realizar mis estudios universitarios desde el año 2002. Desde entonces cursé toda mi carrera fuera del país, y aunque hubieron personas que me alentaban a seguir adelante, siempre aparecían personas que por a o b razón me decían: ¡No puedes! ¡Mejor no te preocupes por eso! ¡Relájate, ya estás bien con lo que has logrado! De hecho, cuando conocí sobre las oportunidades de estudio en EE.UU. y me propuse aprender inglés, hubieron personas que decían… ¡Mejor ya no sigas estudiando! ¡Ya no te vayas tan lejos! ¡Ya sacaste la ingeniería, con eso es suficiente, es hora de que vuelvas a Ecuador! Con el tiempo aprendí que estas personas, sin querer, se convierten en parásitos a los que hay que eliminar.

A veces medito sobre este tipo de situaciones y me llama la atención el ver que algunas personas hacen caso a este tipo de frases y dejan escapar oportunidades.

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