Por: Padre Aurelio Espinosa Pólit, S.J.
El Ecuador, señores, es un pueblo culto, es un país de abolengo cultural. Y no solamente en el orden artístico, en el que nuestro Quito por la magnificencia de sus templos y claustros, y por el boado de su pintura y escultura coloniales es objeto de admiración y envidia de cuantos extranjeros nos visitan, sino también en el orden intelectual en el que en todos los tiempos hemos podido ostentar capacidades superiores, y –lo que es argumento más convincente todavía- en el que la capacidad media del estudiante ecuatoriano, cuando se traslada a medios culturales extranjeros, ha dado ordinariamente tan buena muestra de sí, que ha dejado en todos la convicción, tan honrosa para nuestra Patria, de que tal expedición y riqueza de aptitudes no podían ser sino el resultado de una larga y fecunda tradición.
Y no hay en esto ningún error. Es imposible manejar con alguna extensión de documentos de nuestra era colonial sin quedar admirados de la competencia y dignidad intelectual que campean en ellos. Es imposible recorrer nuestras antiguas bibliotecas conventuales o ver sus restos dispersos sin comprobar que en ellas se vaciaron todos los tesoros de la ciencia y erudición europeas. Es imposible hojear los centenares de volúmenes manuscritos, pecios de inaudito naufragio, que han dejado los catedráticos quiteños de San Gregorio, sin descubrir que estaban al tanto de los últimos adelantos filosóficos y científicos de su tiempo. Los geodésicos franceses del siglo XVIII quedaron pasmados al topar en estas breñas andinas con hombres capaces de entenderlos y asesorarlos. Maldonado halló asiento en las Academias de Ciencias de París y de Londres. Olmedo y Mejía se hicieron admirar en las Cortes de Cádiz.
Mas ¿de dónde procedía esta cultura superior? Lo sabemos todos; y aunque haya quienes voluntariamente lo olviden y callen, la verdad enseñada por la historia, si bien puede disimularse, no se puede falsear. Toda aquella cultura, cuyo recurso nos enorgullece, y cuya acción fecundante de corriente subterránea e invisible es la única explicación válida del nivel intelectual que hoy alcanzamos, procedía de planteles religiosos y tenía un carácter neta y exclusivamente católico.
Quito fue de las primeras ciudades del continente americano, con Lima y México, en tener universidad y hasta tres universidades, la de los Jesuitas, la de los Dominicanos y la Facultad Teológica de los Agustinos. Por el extrañamiento de la Compañía de Jesús que estaba al frente de la de San Gregorio quedó solo la Universidad de Santo Tomás; pero en el nuevo plantel perduró hasta bien entrada la era republicana el influjo y el espíritu católico… (1)
(1) Fragmento del discurso pronunciado como rector de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, el 7 de Octubre de 1952
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