EcuadorUniversitario.Com

Recluta a caballo

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial de Ambato

Yo empecé de recluta a caballo porque tuve la ventaja de haber aprendido a montar a pelo desde cuando me juntaba a los potros en el potrero, es decir, donde los potros tenían su retozadero. A los otros les cogían para que sean reclutas a pie. Lo bueno de ser recluta a caballo era estar a órdenes de un mariscal que era el destinado para instruir en caballería de guerra. A mí me mandaban a tirar pistoletazos en la puerta de las caballerizas, para que los caballos se acostumbraran a las guerras, mientras estaban comiendo el pienso. Yo veía cómo los sargentos y los cabos llevaban cartuchos para cargar sus pistolas y hacer fuego cuando los potros se retiraban del picadero antes de entrar en el cuartel. La clave para el acostumbramiento de los caballos era repetir los tiros mañana y tarde al darles el pienso. A los potros nerviosos siempre había que acariciarlos para sosegarlos, después de cada pistoletazo. Un buen instructor mariscal sabía que los caballos eran confiables ya, cuando frente a un escuadrón que disparaba a tiempo seguido carabina y pistola, el pelotón de caballos avanzaba impulsado por los jinetes; y cuando llegaban ante los escuadrones armados, estos tenían que acariciar a los brutos para que se imaginaran que los disparos se convertían en halagos. Creo que eso mismo es lo que pasaba con nosotros que esperábamos los halagos después de las masacres. Éramos hombres de tiempos de guerra que junto a los caballos aprendimos los movimientos de los estandartes y las banderas, de los tambores y las cornetas, de los alaridos y las arengas que son las músicas de las contiendas.

Recuerdo que el armamento de caballería tenía que ver con la ofensiva y la defensiva. Para la ofensiva se tenía espada o sable, la carabina, las pistolas y la lanza. Para la defensiva teníamos la coraza y el casco. Me gustaba armarme del sable, porque tenía una guarnición o empuñadura bordada de laureles. Matar era sentirse victorioso. La hoja y la vaina tenían dos anillas para suspenderlas del cinturón. No he olvidado que la carabina se componía de cañón, caja, llave y baqueta; que la caja se dividía en culata, encaro, garganta, hueco de la llave y caña, donde están las trompetillas y abrazaderas para asegurar el cañón; y el gancho con sus anillas para suspenderla del de la bandolera. En la culata está la cantonera con un pasador.

Mira hijo, tal vez en un tiempo futuro tengas un caballo para tu regocijo. Yo he cabalgado a órdenes del Gran Mariscal por una libertad que nacía de sus órdenes y nada más. Tal vez de mí solo te cuenten que pasé por la vida como pasa el olor a pólvora por la memoria de las caballerizas. Yo soy el abuelo de tu abuelo que vino con las guerras de la independencia, el que antes de morir pensó en heredarte mi casco y la coraza. A mí me dieron un casco hecho de suela que en su cimera tenía una piel de oso con unas carrileras de metal dorado que servían para sujetar a la cabeza. Los cascos de mis superiores eran de metal dorado con una cimera de crines de caballo. Lo mejor que conseguí en una batalla derribando a un enemigo era una coraza con peto y espaldar de hierro colado, con unas hombreras cubiertas de escamas. Esas corazas no habían por aquí.

Cuando recibí una herida en mi pierna, pensaron que podía pasar a ser armero. Me enseñaron a limpiar los rastrillos metiendo dentro de una pezuña de vaca o de un asta de cabra. Primero se untaba con un poco de ajo machacado, sal y orines, echando más de estos dos últimos ingredientes cuando ya esté el rastrillo dentro de la pezuña. Ahí había que meter a la candela hasta que tome un color como de cereza. Retirando de la candela había que echarle agua fría para que quede templado, pero había que limpiarlo enseguida con un poco de arena. No olvides de averiguar qué han hecho con mi coraza, y sobre todo, con las independencias.

Salir de la versión móvil