Por: Dr. Luis Rivadeneira Játiva
A este lugar han llegado miles de poetas del Ecuador y de todo el mundo. La laguna de San Pablo tiene una denominación milenaria: Imbacocha, desde la cosmovisión andina, en donde el agua es fuente purificadora, por ser generadora de vida. De ahí se desprende su trascendencia cultural, que sigue prevaleciendo en las comunidades indígenas. Constituye un ecosistema lacustre, que ha posibilitado su aprovechamiento para competencias de natación en las festividades del Yamor.
Lago admirado por poetas que han logrado interpretar el alma de este lugar indescriptible, de naturaleza generosa y fértil, de la totora en sus orillas, les deleitamos a nuestros lectores, los siguientes poemas.
Remigio Romero y Cordero versifica: “El lago de San Pablo, sibarita/ de lo azul, tiene sueño al pie del monte. / Cartas que el lago le mandara al cielo/ parecen, al volar, desde él, las garzas. / Se mira el caserío en el agua dulce, / argonautas de barcas de totora, / indios lacustres por las ondas vagan, / ajenos a las horas de los siglos”.
Carlos Suárez Veintimilla, imbabureño, exclama: “Azul invitación de ancha frescura/ en las curvas resecas del camino, / jugando al escondite con los ojos/ que presintieron su temblor dormido. / La laguna es un remanso dulce/ como el alegre retozar de un niño/ que se aquietó en asombro ante los cielos/ con sonriente respirar tranquilo”.
Gustavo Alfredo Jácome, autor de la “Balada de amor a Otavalo”, en su “Romancero otavaleño”, detalla la apasionada relación entre la laguna descrita y el Taita Imbabura: “Amor de monte y laguna,/ idilio de roca y agua,/ cosmogonías platónicas/ eternidad de dos almas./ Y allí moran, ella y él,/ desde los siglos en alba./ Se miraron una vez/ y esa mirada fue vasta./ El monte inclinó la testa -reverencia enamorada-,/ le sonrió la laguna/ con una sonrisa de agua./ Y desde entonces se amaron”.
El Gobierno Municipal de Otavalo debe declarar al Lago San Pablo Santuario Poético del cantón y provincia de Imbabura, en homenaje a sus poetas, creando la “Casa de la Otavaleñidad” que tenga un escenario en sus orillas.