Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador y Cronista Oficial de Ambato
Al parecer, amortajar a los muertos con sotanas o hábitos de religiosos, fue una práctica que se desarrolló en América en algunas regiones y en la clase social media y alta. Esta “información” ha desaparecido de la memoria de los actuales sacerdotes que me han respondido sorprendidos a mi requerimiento, sobre si se les ha dado noticia, por y para su formación e información, sobre esta historia que debe ser uno de los puntos deliberantes en la instrucción sacerdotal latinoamericana. Esto, pensando que acá, el catolicismo todavía es emergente y requiere de posturas críticas para superar los errores con que la iglesia, de mentalidad medieval, ejerció la cristianización con un sentido más dogmático que deliberante.
En los encabezamientos de varios testamentos revisados en el Archivo Histórico que tiene Riobamba, puesto que estos datos no recuerdo haberlos verificado en los testamentos de Hambato colonial, me he encontrado con la disposición que hace un moribundo de mediana economía, y hasta los que tienen haciendas o latifundios, de pedir que se les amortaje con los hábitos de los religiosos. Queda por averiguar, si todas las órdenes como de jesuitas, franciscanos, dominicos o mercedarios cumplían con esta práctica.
Quien me alerta sobre el particular es nada menos que Mario Vargas Llosa, en su novela El Paraíso en la otra Esquina, (Alfaguara, 2003, p. 235). El personaje, Florita, cuando llega a Perú en búsqueda de sus parientes, es advertida de este modo: “Todo en Arequipa te dejaba sorprendida, desconcertada, y soliviantaba tus ideas sobre los seres humanos, la sociedad y la vida. Por ejemplo, que el mejor negocio de las órdenes religiosas consistiera en vender los hábitos a los moribundos, pues era costumbre arequipeña que los muertos se enterraran con los hábitos religiosos.”
Con esta lectura, vuelvo sobre los testamentos revisados en Riobamba: “In Dey nomine amen.- Sea notorio a todos los que este instrumento y última voluntad vieren, como yo Marcos Valencia vecino de esta villa, hijo legítimo de Bentura Valencia y María Proaño vecinos que fueron del Hasiento de Tacunga, ya difuntos; estando enfermo en la cama…(refiriéndose a Dios y los santos) hago y ordeno este mi testamento y última voluntad en la manera siguiente: Primeramente encomiendo mi alma a Dios…Iten declaro y es mi voluntad que si la Divina se cumpliera de llevarme de esta presente vida a la otra, mi cadáver sea amortajado con el hábito del seráfico Padre señor San Francisco, y sepultado en la iglesia de Santo Domingo, y acompañe mi cuerpo el cura párroco con cruz alta y doble de campanas, y se me diga una misa cantada con su vigilia si fuere hora competente, y si no el día siguiente, para lo cual pagarán mis albaceas arreglándose al sínodo, declárolo para que conste”.
La idea va a que no solo se vendían hábitos nuevos para que el futuro cadáver se envolviera en ese hálito o aura que requiere la fe, para lograr el paraíso y la gracia de Dios. Muchos moribundos preferían los hábitos usados por los sacerdotes, porque estaban impregnados de ese “acogerse a sagrado” practicado por la iglesia. Para quienes no estén familiarizados con conocimiento de esta práctica, “acogerse a sagrado”, significaba que por ejemplo, un perseguido político o alguien que podía ser llevado a la cárcel, si entraba a la iglesia y se refugiaba en un altar, no podía ser arrestado. Morir cobijado por un hábito religioso, era otra forma de acogerse a un símbolo sagrado que identifica a los sacerdotes con las órdenes a las que pertenecen.