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Tanto va el cántaro al…

Por: Rodolfo Bueno 

Cuando se habla del fin del mundo, no se hace referencia a su terminación física sino al actual modo de vida.

Visto así el problema, el mundo ya se ha terminado una montonera de veces. Tal vez el más conocido de todos sus fines fue el que comenzó con el disparo del milenio, cuando el 28 de junio de 1914, en Sarajevo, el miembro de la organización terrorista la Mano Negra, Gavrilo Princip, segó la vida del Archiduque Francisco Fernando, lo que sirvió de pretexto para que un mes después el Imperio Austro-Húngaro, del cual era heredero el Archiduque, le declarara la guerra a Serbia, acto que desencadenó la Gran Guerra.

Este conflicto fue el preámbulo de la caída del Imperio Ruso, cuya serie de reveses y derrotas desencadenaron en sus dominios el hambre, el descontento popular y las huelgas ininterrumpidas. El ejército se levantó en armas en contra del poder central y el pueblo se organizó en los Consejos, Soviets, a los que se unió una parte de los miembros de la Duma, antiguo parlamento ruso. De la acción conjunta entre ambos poderes nació el derrocamiento de la dinastía de los Romanov, que había gobernado Rusia los tres últimos tres siglos, y la instauración del Gobierno Provisional. Luego del regreso de Lenin del exilio, los destacamentos de obreros y soldados asaltaron el Palacio de Invierno y todos los poderes del Estado fueron captados por las fuerzas revolucionarias, que exigían la salida de Rusia del conflicto, la firma inmediata de la paz y la transformación profunda de la propiedad sobre los medios de producción de la sociedad. Se inició así la primera Revolución Socialista de la historia.

La Revolución Rusa supuso el fin de la propiedad privada, la misma que, según el pensamiento de algunos santos, es el origen de todos nuestros males. Se necesitó de millones de víctimas para demostrar a finales del siglo pasado que esta forma de propiedad no había muerto aún sino que había cambiado de dueño, confirmándose la verdad de la afamada sentencia de Bismarck: Las revoluciones las preparan los genios, las realizan los fanáticos y sus frutos los cosechan los pícaros. De lo anteriormente dicho se colige que si a Lenin y Stalin, contando con el apoyo del casi infinito poder que acumularon bajo sus gobiernos, les fue imposible terminar con la propiedad privada, ésta será imposible de eliminar mientras el hombre habite en el planeta.

Por eso cuando se postula el fin del capitalismo, no se hace referencia a su sistema productivo sino a aquel que no genera riqueza y que sólo se dedica a transformar un papel en otro papel, lo que permite a los especuladores monetarios acumular fortunas nunca antes vista. Esto es lo que va a terminarse y el Arcángel apocalíptico que anuncia su fin es la crisis que ahora asola las actividades humanas de todas las naciones del mundo. Esta crisis, cual soga en el cuello del ahorcado, asfixia a los pueblos más pobres del planeta, impidiéndoles mejorar su calamitosa situación, pero sus consecuencias serán fatales también para el resto de especuladores, pues su guillotina no dejará títere con cabeza.

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