Tele-gastronomía

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato

La tecnología tiene atrapada a la masa frente a una pantalla de televisión. Vivimos una cultura del entretenimiento perverso, algo así como sobreviviendo con el consumo de comida chatarra que es la que se oferta para un envenenamiento rasputinesco, en su mayoría. No hay más alternativas para quienes, peor que otros, están desamarrados de la televisión por cable, donde el espectro no varía mucho, sino como en una gama de una línea de restaurantes. No podemos salirnos del menú que ofertan los canales. Los invisibles predeterminan la efectiva y soterrada educación de las masas. Entre los platos fuertes están: sexo, violencia, noticiarios vergonzantes, catástrofes, ídolos de barro, héroes de pacotilla, personajes de márketing, supermanes, tarzanes, super políticos, dibujos animados para niños desanimados, novelas rosa con largas historias de traiciones y bajas pasiones; y shows que no muestran una intención estética elemental. Todo esto mezclado en un tallarín de publicidad atorrante que acompaña el silencio que se ha impuesto en los hogares, donde sus integrantes ya no se comunican, y algunos lo hacen justamente con los modelos de comportamiento que a diario viven consumiendo amarrados a la pata de su telebasura.

Estoy diciendo todo esto respaldándome en Eco (Apocalípticos), que expresa: “Una comunicación, para convertirse en experiencia cultural, exige una postura crítica, la clara conciencia de la relación en que se está inmerso y la intención de gozar de tal relación. Este estado de ánimo se puede comprobar, ya sea en una situación pública (en un debate), ya en una situación privada (lectura de un libro”.

La televisión nos atrapa, como el cine, y nos somete a un estado de hipnosis. Es vista como “un estímulo de falsa participación, de falso sentido de lo inmediato, de un falso sentido de lo dramático”. Si estas reflexiones sirven para las sociedades llamadas desarrolladas, ¿qué decir para las nuestras que van en vía de deterioro? Estoy en desacuerdo total cuando nos contentan diciendo que hemos entrado a ‘vías de desarrollo’, puesto que con cada avance tecnológico nos hundimos más. Las investigaciones han revelado que la televisión ha causado y sigue causando diferente clase de estragos en las áreas subdesarrolladas como las nuestras. Las sociedades que no han pasado por la cultura del libro, como la nuestra, y que han saltado de la oralidad a la hipnosis y al onirismo televisivo, se han enfrentado a “una fuente de varios desequilibrios”, en opinión de David Riesman.

Valiéndose de esta tecnología, los invisibles, los programadores de la televisión, nos han orientado a lo que manifiesta Umberto Eco, a una sociedad apocalíptica. Hay quienes lo predeterminan todo valiéndose de ese poder atrapador: de la imagen, del color, del movimiento, la teatralización y el sonido. Metidos en el onirismo de una compañía subliminal hemos caído en la adicción de esta compañía con la que hemos aprendido a ‘dialogar’, a creer en lo que nos dice, a seguir sus consejos, a reaccionar en soledad, en familia o en público; a comportarnos con otras costumbres en la alimentación, en el vestido, en la moda, en la arquitectura, en las formas de cortesía, en las manifestaciones sexuales, en los aprendizajes de violencia, de traición, de inconsistencia solidaria, etcétera. El hecho es que la gente piensa que la televisión es así, puesto que es imposible que cambien lo que nos tiene programada la producción industrial del miedo, de la ideología, y de la manipulación galopante en general, y que además tiene carácter internacional. ¿Quién se opone a esto? Ni los estados con sus leyes han podido, ni siquiera advertirles pequeños límites. Los invisibles son neodioses intocables, inalcanzables e inmutables. Siguen inventándonos sus mundos con sus paraísos, en los que nos han puesto a vivir bajo el poder de su palabra.