Un paradigma en crisis

Por: Marco Vinicio Vásquez Bernal

Los avances científicos acelerados obligan una nueva forma de observar y entender el entorno. No es posible que sujetemos el desarrollo del conocimiento a indicadores que validaban la ciencia tiempo atrás cuando lo único aceptable era lo que superaba los procesos de demostración formal, donde la lógica causa efecto aislaba los fenómenos e irrespetaba la realidad sistémica de los hechos.

Vivimos una etapa donde a la innovación se la ha asignado el rol de punta de lanza para invadir mercados y generar mayor desigualdad social. Veneramos ese concepto de mejora que obliga a que el hombre consuma más y busca hacer de su existencia un tributo al consumo de bienes materiales.

Conceptos tan íntimos como la equidad, la libertad, la ciudadanía, han entrado en crisis. Por un lado se habla de que el ciudadano del mundo y abiertamente las transnacionales libremente venden sus productos en cualquier geografía, mientras cientos de niños, mujeres y hombres pagan con su vida el “delito” de soñar en una vida mejor trabajando para una bandera ajena a su identidad.

Es indiscutible que se ha avanzado en temas de participación ciudadana a pesar de que persisten posiciones que intentan deslegitimar este avance basándose en errores individuales o derivadas de la forma como estas representaciones se estructuran. Con esta lógica ningún espacio de autoridad pública justificaría su razón de ser. En fin, esas intenciones tienen cabida justamente porque el proceso es de avanzada y busca crear un espacio de representación – participación que demanda compromiso extremo con el bienestar colectivo.

El concepto de democracia también se ha visto afectado por el afán de poder del hombre, quien para lograr el beneficio de sus intereses ha degradado la discusión ideológica a una imposición publicitaria, donde la contundencia de los fundamentos responden únicamente a billeteras y no a propuestas ideológicas. Quizá habría que reformular ese cuestionamiento que Platón hiciera hace más de tres mil años: “los políticos atenienses no tienen la más mínima idea del arte de gobernar y pueden ser relevados de sus funciones por cualquiera que crea que para ejercer el gobierno no se necesitan conocimientos especiales”, aduciendo al hecho de que curiosamente exigimos especialistas para el desempeño de cualquier actividad social menos para gobernar un pueblo.

Estos hechos, entre otros, evidencian que vivimos una crisis del paradigma. La corrupción imperante no es sino una conclusión de esta realidad, donde el hombre materializa sus objetivos en ambiciones individuales y condena al ser humano a convertirse en simple medio para mantener el estatus.

Voces respetables afirman que vivimos una época donde podemos ya reconocer los senderos erróneos que surca la humanidad. Esa reflexión constituye un punto de partida válido para proponer alternativas válidas, construyendo estrategias que valoren al hombre, respeten el entorno, vivan lo holístico de los elementos y brinden esperanza a la humanidad.