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Un vestido blanco y un diez

Por: Vinicio Vásquez Bernal

La actividad de educar nos brinda satisfacciones que llenan el espíritu y merecen ser contadas como ejemplos que evidencian lo bello de este accionar. Día a día nos encontramos con las vicisitudes de la vida y vivimos las alegrías de ser capaces de acompañar a nuestros educandos en la construcción del conocimiento.

Hace pocos días, luego de una jornada muy agitada, en la cual todos los alumnos habían defendido sus proyectos, mientras conversaba con un grupo de ellos hice la pregunta lógica:

– ¿Qué tal les fue en las defensas de sus trabajos?

– “Excelente profe, nos sacamos un diez”, fue la respuesta que recibí de una alumna, que en mi clase de matemáticas jamás había reaccionado con tanta vitalidad como en esta ocasión.

– “Que bueno, les felicito. Ya ven, el sacrificio siempre rinde sus frutos”, les manifesté.

– “Si profe, nos despertamos a las cuatro de la mañana, aunque anoche dormimos tarde”, me indicó la misma alumna.

– ¿Tan pronto, para estudiar más?, inquirí ya con cierta curiosidad.

– “Si, en parte, pero además para arreglarnos. Imagínese, ayer en la tarde, mi papá me acompañó a comprar un vestido ¡mi primer vestido profe¡ Fue tan emocionante. Mis compañeras me ayudaron hoy a arreglarme.

– Fíjese, es un vestido tan bonito”, exclamó mientras modelaba un vestido blanco, tan brillante como la calificación perfecta que había obtenido su portadora, o tan puro como la sencillez de esta mujercita que con sobra de merecimientos hoy se apresta a iniciar la carrera en una de las universidades emblemáticas del país.

“Las cosas están cambiando”, me dije para mis adentros. “Son estos jóvenes los que cambiarán nuestro país”, exclamé en voz alta, mirando al grupo donde el brillo del vestido había opacado toda la circunstancia del entorno, donde el silencio compartido de todos denunciaba tantas cosas sin decir nada.

Pasaron algunos minutos. Conversamos de muchas cosas, de pronto una de las compañeras invitó a las demás: “Ya todo salió bien, vamos a ponernos ropa más cómoda”.

– “NO, yo no quiero sacarme mi vestido, no sé cuándo me volveré a poner. Mejor tomémonos fotos, para subir al facebook, quiero que todos vean mi vestido, quiero que mi papá vea mi vestido”, exclamó ella, con una mirada que irradiaba felicidad y satisfacción plena.

¿Puede un maestro vivir mayor recompensa por su trabajo que ser parte de estas vivencias? me pregunté a mí mismo, inquiriendo algo a pesar de conocer de antemano la respuesta.

No, no existirá mayor satisfacción para un educador que ser parte de los cambios de aquellos que mirándonos con recelo, aceptan nuestra palabra como verdad y proponen los caminos para construir el conocimiento, cambios que también son nuestros y que dignifican el accionar del profesor dando sentido práctico a la más bella de las misiones del hombre: enseñar.

Que orgulloso deberá sentirse ese padre. Ese diez no es sino la recompensa al trabajo arduo de esas mentes soñadoras que hoy apuestan a lo grande, a dignificar la sociedad con conocimiento y capacidad. Serán ellos quienes otorgarán magnitud verdadera a los valores y darán sentido a un esfuerzo.

Lo del vestido blanco es simplemente un símbolo de que los tiempos han cambiado. Mediante pautas de reflexión sobre habilidades personales, sociales y directivas, y metas, el estudiante reflejará las destrezas y experiencias profesionales que vaya consiguiendo.

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