Por: Dr Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato
Si no entendemos “la cuestión de Guayaquil” como asunto histórico que tuvo sus cálculos y sus intereses en los políticos de 1820, en cuya época se acuñó el sintagma entrecomillado, mal podemos acercarnos a entender la visita del escritor peruano Mario Vargas Llosa, al puerto ecuatoriano en Noviembre de 2018, que estamos en época pre electoral enmarcada en el descrédito al ex presidente Rafael Correa. Para quien vive el día a día, consumiendo las notas de prensa y mirando algunas entrevistas por televisión, puede parecer como que la “visita” del Premio Nobel haya tenido algún propósito intelectual, igual que se argumenta ingenuamente viendo el monumento a los “Padres de la libertad sudamericana”. Desde luego que vino a dejar cierta opinión para reforzar criterios del mismo bando de las oligarquías que habrán bien pagado su desplazamiento desde Europa a “La Perla del Pacífico” para unos; y a las orillas del río de “Las Cruces Sobre el Agua”, para otros, cuyo calificativo no tiene la trascendencia internacional por “vergüenza nacional”. Importante también el habernos dado cuenta que dicho ilustre visitante no llegó a Quito, a la capital histórica de este país en destrucción, sino al nervio plutocrático donde los banqueros, sin poder darse de intelectuales, demostraron que pueden ser anfitriones que tienen relaciones con hombres de peso y que están en condiciones de hablar de “La cuestión del Ecuador” en un mundo de capitales y negociantes.
Vargas Llosa no es que viene o viaja con un imaginario ingenuo. Es un peruano que seguro ha sido formado con esa nostalgia de que, de algún modo, Guayaquil pudo haber sido peruano, desde cuando se forcejeaba por parte de Bolívar y San Martín, la anexión a uno de los dos países en gestación poslibertaria: Colombia y Perú, una vez que no sabían qué hacer con ese “Guayaquil Independiente” que no habría podido sobrevivir por sí solo, sin mayores recursos para exportación e importación, de no ser por lo que les llegaba desde la meseta andina, o se les podía remitir a ella para su consumo. Más argumentos tenemos si volvemos a leer a Pío Jaramillo Alvarado, en su libro El Gran Mariscal José de la Mar (1950).
Pasearse por La Rotonda y tomarse fotografías delante de los Padres de la Patria sudamericana, creyendo que llegaron a Guayaquil a conversar sobre la libertad de América y a darse la mano por los siglos que ha de durar el bronce, es una tomadura de pelo con intermediación artística. Bolívar y San Martín negociaron sobre “la cuestión de Guayaquil”, después de las batallas, sobre todo de la de Pichincha, cuyo protagonismo estuvo calculado por San Martin para que se dijera que el triunfo se debió “gracias a las tropas del Perú”. El caso es que terminamos rememorando que se dio “gracias a Sucre y a las tropas colombianas y venezolanas”.
San Martín envió a varios comisionados desde Lima a preparar los ánimos anexionistas, no por mera ilusión patriótica, sino por el cálculo económico que representaba disponer del puerto. Ahora se trató de hacer el calco de una ilusión intelectual enmascarada, puesto que el anexionismo ideológico quedó evidente. El papel de Olmedo, Jimena y Roca de atender a las dos tendencias y de ser la encarnación de la manzana de la discordia, todavía deja mucha tela que cortar; pero manejar el criterio de este encontrado difuso histórico en este pueblo, es lo que todavía ha venido a reforzar el ideólogo peruano. Pasará este episodio como esos encuentros de negocios que se dan a diario donde hay mucho de qué hablar. Creer que Vargas Llosa vino en pos de similares “intelectuales” fue un fraude para la propia oligarquía ilustrada.