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¡Viva Francisco!

Por: Rodolfo Bueno

Papa Francisco, cuando pises tierra ecuatoriana habrás llegado a un país acerca del cual Humboldt dijo que sus habitantes son la gente más curiosa del mundo porque viven tranquilos en medio del peligro, son pobres a pesar de las riquezas que les rodea y para alegrar sus vidas cantan canciones tristes; se le olvidó añadir que son tolerantes pese a la intolerancia que les rodea. Esto es tan cierto que aquí hasta los ateos y los agnósticos te quieren o, por lo menos, te admiran. Y no les falta razón, porque has hecho tanto en tan poco tiempo que solo nos queda pedirle a Dios que te dé larga vida para que logres hacer grandes cambios en el mundo.

Cuando defendías a los perseguidos por la dictadura argentina, algo que muchos ignoran todavía, los escépticos decían: ¿Para qué gasta pólvora en gallinazos? Cuando combatías la corrupción dentro de la iglesia, los escépticos decían: ¡Ya era hora! Pero ahora que has publicado Laudato Si, ese canto de amor a la humanidad, incluso los escépticos y los modernos mercaderes, que arrasan con el planeta, están obligados a apoyarte porque también ellos serán salvados de la destrucción inevitable de todo lo vivo de no hacerse a tiempo los correctivos necesarios.

Ahí sostienes grandes verdades que, por decirlas tú, tienen una sonoridad casi divina y se convierten en axiomas para la conservación de la vida. Dices sobre el calentamiento global que “muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico y político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando solo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático”; que los países ricos tienen una “deuda ecológica” con los países pobres en una dependencia “estructuralmente perversa”. Exacto, es lo que hacen las potencias imperiales al agredir a los pueblos en busca de arrebatarles sus riquezas y diseñar un sistema que está acabando con la vida, la más hermosa obra del Creador.

Ya habíamos dicho que la moral tiene origen divino porque genera la luz que permite distinguir el bien del mal, porque ilumina a la ciencia para que no sirva al poder organizado que extermina la naturaleza y al hombre; también, que Dios es la razón evolutiva del universo y nos ha dado inteligencia para que colaborásemos con él en la conservación de su creación, actuando sin temor en esta empresa, y para ello debemos entender las leyes de la naturaleza, huellas de la Divina Inteligencia, que al no actuar así nos volvemos cómplices de los mercaderes del templo. Ojalá que la encíclica Laudato Si dé fuerzas a la humanidad para enmendar de rumbo.

Es hora de recordar y aceptar el mensaje sencillo de Jesús: Amar al prójimo como a sí mismos, lo que de por sí resolvería los problemas actuales. Su crucifixión pesa tanto sobre el género humano porque en lo profundo de nuestras conciencias nos sentimos responsables y partícipes de tan abominable crimen, es que en nuestro interior coexisten el bien y el mal, y no siempre escogemos el bien.

Bienvenido, Papa Francisco a nuestro país, Ecuador, donde todos te amamos.

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