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Carol Murillo Ruiz en TELESUR analiza escándalos en campaña

Carol Murillo Ruiz es una destacada Socióloga. Comunicadora. Catedrática Universitaria en varias IES. Magíster en Relaciones Internacionales y Magíster en Estudios de Cultura por la Universidad Andina Simón Bolívar. Conferencista en temas de Comunicación, Cultura y Política Internacional. Articulista de  EcuadorUniversitario.Com, entre otros medios de comunicación social.

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Impresiones de un debate fallido

Por: Carol Murillo Ruiz

1.

La cultura política del Ecuador no necesariamente se refleja en lo que piensan per se sus ciudadanos. Por el contrario, se manifiesta y encarna en lo que piensan y hacen sus elites y sus camareros mediáticos. Por eso la expectativa que causó el debate entre los dos candidatos finalistas de la segunda vuelta (Andrés Arauz y Guillermo Lasso) fue una teatralización obligada y casi vana en la percepción de la mayoría y, más aún, en la conciencia colectiva sometida al sentido común del “emprendedor” siempre neoliberal ideológicamente; porque si nos atenemos a lo que dice Lasso cuando intenta -solo intenta- dirigirse a las personas comunes y corrientes (que no vieron ni les interesó el debate) es que carece de todo: empatía, intuición real de la calle, de las lógicas de supervivencia, de las enfermedades crónicas, terminales y pandémicas, de la penuria material que crea la penuria mental, de las esperanzas de los que no tienen más que su vida y sus manos sin ningún oficio, de la pauperización del presente. Lasso ignora lo que no es su cotidianeidad.

Ahora bien, lo que en realidad irradia el banquero no es su falta de solidaridad real con aquello que no conoce ni siente, sino la escasez intelectual y espiritual de una elite política que desde hace más de tres décadas no tiene uno o dos o tres pensadores orgánicos que modernicen un poquito la precariedad discursiva de la derecha.

Tal soledad enmarcada en la filosofía política de los liberales novatos e, incluso, en los exponentes del fascismo verbal, enseña que, sin un pensamiento articulador y renovado de esas derechas expósitas, cualquiera, más allá de Lasso, seguirá siendo parte de un asilo de momias. Por lo tanto, del inveterado regionalismo que ha subyugado nuestra política, los representantes jóvenes de dicha tendencia (digamos un Otto Sonnenholzner) nada tendrán que ofrecer si sus ideas siguen bamboleándose entre el rico que ‘ayuda’ o dona alguito al pobre. Así, cuando habla alguno de ellos: empresario, industrial, comerciante, político, periodista, editor, analista, banquero, exportador, importador, etc., no puede formular algo que rompa los esquemas reaccionarios con los que se ha nutrido la demagogia contra estatal.

Hace pocos meses un ex rector de una universidad quiteña se dio el lujo de repetir, como válidas todavía, las premisas coloniales que hace más de cien años se tenían como verdad sagrada para y contra indígenas, pobres y mujeres. Nadie de la misma ralea del ex rector se erizó ante semejante lengua fosilizada. Más bien varios periodistas del penthouse mediático tomaron esas declaraciones como una muestra de la sinceridad de las elites al examinar la coyuntura que vive el Ecuador.

En este contexto, la parálisis intelectual de la derecha no puede ser mejor expresada que en las seudo propuestas de Guillermo Lasso. Su orfandad en cuanto a asimilar el tiempo histórico es nula como nula es su visión de la sociedad global, justo cuando el mundo supranacional, empujado por la pandemia, revisa los vacíos del capitalismo -muy a su pesar- y hasta los neoliberales verdaderos del primer mundo saben que el planeta y los sistemas políticos de los pequeños estados y las grandes potencias exigen ajustar sus proyectos y constreñir sus arcaicos vicios de expoliación económica.

Pero la vieja y nueva derecha y Lasso no lo comprenden. Están agarrotados en las efigies de la guerra fría y su terror al fantasma del comunismo… ¡¡error!!… pues si somos rigurosos -doctrinariamente- ni siquiera el planteamiento del “socialismo del siglo XXI” fue una hipótesis revolucionaria o un implante ideológico que funcionó o no con apenas enunciarlo. Digámoslo claro: ni Venezuela es socialista.

2.

Por todo lo dicho el debate entre Andrés Arauz y Guillermo Lasso exteriorizó los contrastes entre una derecha anquilosada y sin pensadores frescos (¿quién puede decir que el marketinero Jaime Durán Barba es el intelectual orgánico de las derechas latinoamericanas?), y la gama de propuestas novedosas del progresismo encarnado en Arauz. En consecuencia, la contraposición de dos formas de mirar y entender el Estado, la economía, la sociedad, la moral, la ética y la política (y también la tecnocracia) no es algo que importe a los del penthouse elitista y el poder mediático. ¡Qué va! Y eso se observa en los análisis que se presentaron en los noticieros lassistas y sus invitados. Limitan su lectura a quién ganó o no el debate; a quien fue o no carismático y/o agresivo; o, lo que es peor, se atreven a decir que ¡el formato del programa malogró el debate! Falsedad de falsedades.

Es obvio que muchos queremos una democracia abierta y consolidada por valores que rebasen el lugar común de la libertad sin más. Sin embargo, nuestra cultura política no ha nivelado sus deficiencias frente a las formas sociales de las relaciones de poder, y he allí el resultado: mucha gente detesta la política. No percibe su lugar social y desconoce las luchas del poder en el mismo lugar social.

Ergo un debate de alto nivel necesita cultura política de quienes debaten y de quienes miran y oyen. Y los debatientes, cuando están en desigualdad intelectual, no pueden exponer con soltura y convicción ideas y programas de gobierno. ¿Qué hacía Andrés Arauz frente a un banquero que no entiende el capitalismo, aunque viva de sus negocios? ¿Qué hacía Guillermo Lasso frente a un joven cultivado en las esferas de lo global, la innovación tecnológica y la crítica económica si su propio círculo lo aprieta para conservar el establishment de ricos que se vacunan contra el COVID a escondidas?

¿Cuántos votos se ganan o pierden después de un debate? ¿Quién gana votos? ¿Quién pierde votos? No lo sabemos porque precisamente un debate en condiciones tan disímiles se reduce a muchos ecos que caen en el abismo; a más de la manipulación interpretativa que hacen agnados y cognados.

3.

Hoy un debate electoral/político ni siquiera zanja guiños subliminales. Los debates reales y virtuales lo labran, para bien y para mal, actores invisibles en el enorme juego de la data. Los candidatos son y serán, tal vez, ofertantes de un universo minúsculo contrapuesto a fuerzas y ánimos moderados lejos de sus ojos.

Posiblemente cuando pasen los años un debate como el transmitido el domingo 21 de marzo se convierta en un ejercicio antológico (y epidemiológico) de una ‘civilización’ que no conocía ni temía que la democracia ya nunca será lo que pretendía ser; pero que se la necesita para experimentar una vía hacia otro futuro, sin olvidar que esto también supone lidiar con el oscurantismo mental de quienes tienen el poder en países como el nuestro.

Un debate electoral es asimismo un simulacro de una democracia fallida, es decir, a la última usanza de generaciones acostumbradas a la violencia verbal y no verbal (como la sonrisa guasona de Lasso en el mentado debate) y todo dentro de una vasija que huele a pasado. Quizá debido a eso a muchos les pareció que el debate fue tibio y sin repercusiones, y para fabricar semejanzas burdas reproducen en la televisión extractos del debate entre León Febres Cordero y Rodrigo Borja, elogiando la ausencia de un formato que no perdonó la otra mejilla de cada aspirante; aunque en el fondo lo que dicen es: aullábamos porque corra sangre… por lo menos un minuto.

En resumen: el ejercicio de una democracia estropeada es, al fin y al cabo, el pataleo de quienes todavía le apuestan a la civilidad política entendida como duelo electoral justo.

Los tiempos actuales son profanos. La eventualidad política regida por la tríada tecnología-emociones-virtualidad siembra un espacio minado para las masas sumidas en las hambres de todo tipo. ¡Atenti a esto!

Esto creo que Lasso ni lo sospecha, porque su naturaleza se reduce a dinero, caridad e hipocresía.

Esto creo que Arauz lo sabe muy bien, porque su mundo se amplía cada vez que se encierra a mirar a través de su reflector humano.

Andrés casi que vive en el futuro. Guillermo vive cómodamente en las ricas arcas (de Noé).

 

Quito, 22 de marzo de 2021. 

Ecuador: cuando lo electoral intenta tragarse lo político

La campaña electoral del Ecuador para la Presidencia de la República está cargada de falacias e hipotéticas humillaciones simbólicas. A esta hora hay dos finalistas oficiales: Andrés Arauz y Guillermo Lasso; y ha empezado la promoción para la segunda vuelta del 11 de abril.

Una campaña basada en el miedo es de por sí desagradable y antipedagógica. Pero una campaña articulada -por actores internos y externos alatrama electoral- por dos términos intensos (odio y venganza) que apelan a la irracionalidad no solo es torpe, sino que crea el espejismo de que los valores de la democracia y el conflicto político intrínseco se solventan con las tripas y no con el procesamiento de los sucesos y las contradicciones del tiempo en que vivimos. O, lo que es peor, no ayudan a entender la crisis psico-social, sanitaria-pandémica y económica que vive el mundo en general y nuestro país en particular.

Trasladar esta disputa de proyectos políticos y económicos hacia el absurdo del odio y la venganza es desconocer que los ecuatorianos por fin pueden-y lo hacen desde hace rato- comparar y descifrar proyectos y personajes que parten directamente del útero de nuestra historia. Por primera vez, luego del desastre causado por Moreno, hay en el escenario dos planes de gobierno confrontados en todo: filosofía, ideología, sensibilidad, empatía social, creatividad económica en situación de crisis, desconfianza pública, embustes privados, cinismo, fake news, etc. Pero no, parlotear de odio y venganza es preferible porque dizque ahonda la polarización y el temor de los ciudadanos. Así, los unos lanzan y los otros recogen para reñir entre la ofensa y la defensa. Que el odio sí, que la venganza no; que el odio no, que la venganza sí. Y la expresión más vacía: “el odio ya no está de moda”. ¿Frase a la ofensiva o a la defensiva? Ninguna.

Si concentramos esfuerzos para “aclarar” (¡a estas horas!) qué fue o es odio o qué fue o es venganza estaremos ubicándonos en el nirvana de las vacas que no vuelan. Artificioso recurso para diferenciar a un progresista de un banquero; a un académico de un recolector de billetes. Nadie es amo del odio: ni progresistas ni banqueros. En una sociedad sometida a una campaña electoral en la que se juega el futuro real de laspersonas: comer, trabajar, educarse, vivir dignamente, sanarse sin privilegios, soñar despiertos o dormidos, es imperativo ajustar dos cosas: las urgencias y el tiempo. Porque no hay que permitirle al adversario la iniciativa de inventarpasioneschuscas.

La velocidad de la muerte hecha tangible por el viaje desesperante del coronavirus, y la lentitud de la vida por la falta de salud, empleo y pan imponeanticipar las urgencias; tal velocidad nos lleva al límite del tiempo. La política es tiempo. Mejor dicho: tiempo sincrónico.

Creo haber entendido que Andrés Arauz se mueve en ese tiempo y que no desperdicia una luna para dejar de aprehender y vislumbrarla veloz dinámica de la economía sincrónica y las exigencias del presente. Su discurso, entonces, no debe traducirse en una suerte de eslogan que expresa algo que noconcibe: el odio, por ejemplo. Sea por la razón que fuese, alejarse del legado de Rafael Correa, verbi gratia. Un traspié y una desafección que podría pasarle una factura no solo electoral sino política. Pues no todo es estrategia relativa.

Es obvio que a Lasso y sus acólitos, una derecha desactualizada y de pocas luces, les conviene que otros se instalen a hablar del odio mientras él luce diversos modelos y marcas de zapatos rojos haciéndole un guiño a los jóvenes, a las mujeres y al universo GLTBIQ. También es obvio que a sus asesores les resulta muy fácil poner en biombos virtuales a un candidato ataviado con pastiches de colores, es decir, alguien que un día cuasi parece un chaval de gimnasio, al otro día, un abuelito inocente con bastón ortopédico y, al siguiente, una síntesis estereotipada de las opciones de género. Un candidato tan flexible en la ficción que, tal vez, de tanto sobreactuar con sus versátiles ropajes se quiebre… sin zapatos. Todo esto es irrelevante en un hombre que no puede ocultar su hoja de vida dedicada al despótico servicio de la especulación financiera.

Por eso, para la gente, lo sustancial radica en lo urgente y en el tiempo requerido para hacer otra vez gobernable este país. La política es urgente.

Sabemos que en una campaña electoral lo que menos importa es penetrar en cuestiones de fondo; y que las estrategias se destinan a seducir a distintos tipos de electorado. Aunque también es claro, hoy, en Ecuador, que los próximos comicios definirán un prototipo de gobierno, basado en un proyecto político, que perfilará por mucho tiempo la calidad de vida de las mayorías; incluso más allá de su alienado sentido común. Y al progresismo, representado por Andrés Arauz, le atañe la vida digna de la gente: presente y porvenir; y no la ‘capacidad’ de esa misma gente para endeudarse eternamente… con los bancos formales o con los chulqueros de barrio.

Si aislamos lo electoral de lo político, esta vez, caeremos peor que Lasso sin bastón. Por lo tanto, es imprescindible separar la frivolidad de los zapatos rojos frente al compromiso que tiene Andrés Arauz para robustecer las expectativas de un país empobrecido y enfermo: el gran vector de lo social-popular. ¿Por qué? Uno de los rasgos del progresismo a la ecuatoriana, o sea, el correísmo y sus cientos de miles de adherentes silenciosos, es que, desde su origen, allá por el 2006, se movió de la comodidad de cierta clase media (¿novelera?) hacia un espacio extraño pero concreto de desclasados genéricos. Y lo digo desde la sabiduría de no anclar teorías allí donde hay vitalidad y esperanza a pesar del infortunio. Hay que ir al lugar del dolor.

¿Qué necesita lo social-popular? Precisa certezas y no promesas. Una certeza para salir del pantano que creó la bancocracia anti sanitaria que cogobierna hoy con Moreno -y que aspira a reelegirse con Lassoes la siguiente: que los ecuatorianos estén vacunados contra la COVID-19 hasta noviembre de 2021; todos los ecuatorianos. Una población sana y segura será la mejor aliada del proyecto progresista durante su nuevo gobierno. Porque nadie cree lo que oferta el banquero: préstamos al mil años plazo, en otras palabras, el esclavismo de la refinanciación crediticia. ¿Qué es mejor? ¿La salud para trabajar duro en medio de la crisis o un préstamo a mil años con un campo inundado, con un páramo congelado y con un volcán encendido? La política es salud.

La reactivación económica formulada por Andrés Arauz es realista: poner dinero en manos de la gente para activar lo micro/doméstico de lo social-popular. La política es trabajo. Ya lo dijo el propio Andrés: “mi trabajo es dar trabajo a la gente”. Además, él tiene muy avanzados sus planes en las áreas estratégicas de lo urgente. ¡Comuníquenlas con certidumbre y emoción! La política es circuitar lo previsible… de los otros.

Finalmente, hay que tender puentes con los sectores de lo social-popular que fueron alejados de lo que el progresismo plantea. Los extremistas que propagan puñaladas sin sangre no distinguen los apremios del tiempo sincrónico de la política y la vida. Apuestan al golpismo sin ton ni son. Abandonan la cancha con rabietas fingidas. Algunos hasta agravian el pensamiento político con la fantasía del “voto nulo ideológico”.

Pero siempre hay con quien hablar. La política es palabra. Y la palabra no anula; suma, multiplica, nutre, conjuga, alienta, alegra y propone.

Lo electoral sobreexcita y entusiasma. Lo político ejecuta y dignifica. Acoplarlo es la tarea específica de una campaña sincera y sin máscaras.

*Socióloga ecuatoriana.

 

La cartita de León Roldós

Por: Carol Murillo Ruiz

Hace pocos días circuló en el universo virtual una cartita (revísela al final de este artículo) tan corta como maligna, firmada por León Roldós ‘resumiendo’ la hoja de vida de Andrés Arauz, el candidato presidencial del progresismo en el Ecuador. La cartita, felicitada en público por Alberto Dahik (el terrorista neoliberal del siglo XX) tenía un tonito de nocivo candor, pues su condumio central insinuaba que Arauz es casi un comunista solapado que invoca a Mariátegui hoy… luego de haber sido un funcionario perspicaz en el gobierno de Rafael Correa… y ahora un doctorando en México. Incluso finge ser sardónico al aludir el lema de los boy scouts: “siempre listo” con respecto a la actitud política de Arauz. (Lo malo es que lo sardónico no le luce a Roldós, ni por escrito ni verbalmente).

Pero quizá lo más gris de su cartita es lo que sopla entrelíneas y entre dientes: invocar a Mariátegui solo tendría dos interpretaciones: 1) que Andrés, al igual que el pensador peruano, desentona con los teoricistas; y, 2) en palabras de L. Roldós: “En Arauz podría ser un avance más de su radicalización, nada de paños tibios con la burguesía”.

Como se puede ver, y no es para extrañarse, León Roldós ha asumido el rol de pensador orgánico -no siempre sintáctico- de la burguesía ecuatoriana en pleno siglo XXI. La cartita reciente se me había olvidado hasta que ayer, transitando por una calle, escuché a un par de señoras intercambiar lo siguiente: – ¿Puedes creer que el Pedrito se hizo comunista? La otra amiga alegaba con mueca de náusea: – Eso es un castigo, no le diste padre al muchacho, Teresita. Como cruzaron de acera no pude oír más; pero enseguida recordé la esquelita de León Roldós y me resultó admirable el parangón: en una época de inteligencia artificial, big data, algoritmos, drones, robots y pandemias mutables el comunismo subsiste como un monstruo voraz que espanta a viejos y jóvenes.

El rol de pensador de la burguesía local de León es cosa cantada. Experto abogado bancario de la pléyade de financistas del Puerto principal del Ecuador -léase Guayaquil- el otrora exvicepresidente, exrector, exdiputado, excandidato presidencial, hoy sale por los fueros de lo que asume es un auténtico riesgo para el país. Lo curioso es que no es ni novedoso ni original. Durante más de una década los adversarios políticos, ilustrados o no, del correísmo se pasaron armando teorías para demostrar que Correa y ahora el correísmo simbolizan, por sí mismos y por su obra, material e ideológica, una corriente que se abrevia en la palabra más tonta que machacan los que nunca han leído a Maquiavelo: corrupción.

¿Por qué? Después de seis meses de la pandemia del coronavirus aquí y en el mundo, no hay país que se iguale al nuestro en robos, sobreprecios, chantajes y delincuencia de bajo coturno; aprovechándose de la pandemia en los hospitales públicos. Precisamente cuando muchos de los cuates de León Roldós, de todas las tiendas políticas habidas y por haber, gobiernan ¿o desgobiernan? el desastre sanitario y económico más grande de la historia nacional. Un pensador coherente de la burguesía local no puede ni debe desdeñar lo que ha ocurrido en el sistema de salud ¡justo cuando no gobierna Correa! Por el contrario, su cruzada -en su cartita- no es contra la corrupción (venga de donde venga) sino contra el improbable acólito criollo de Mariátegui.

Pero ¿qué hay detrás de esa advertencia/aviso del excandidato presidencial? Parecería que la burguesía a la que él personifica intelectualmente requiere de un jalón de orejas y de una alerta concienzuda, aunque enmascarada de micro biografía de Arauz. Esa alerta es la que permitiría complementar el diseño político-electoral que sus representados deben poner en práctica una vez que han hecho el teatro imperfecto de las primarias en un país que no tiene, en rigor, partidos políticos estructurados. No en vano los aspirantes ‘más opcionados’ de la derecha portuaria renunciaron a serlo hace apenas dos meses, una semana o pocos días. Así, mientras entretenían al palco ciudadano incauto con el eterno show de Abdalá Bucaram, los principales organizan la previa de una invisible alianza para impedir que el correísmo, ya encarnado en un excelente candidato como es Andrés Arauz, no pueda llegar a la presidencia, aunque no figure Correa como segundo… o sí lo haga.

El pucho de presidenciales (19 a la fecha de hoy) es apenas la muestra de cómo se sentarán a la mesa a negociar. Es decir, los que declinarán sus ambiciones y cuánto pedirán por hacerlo. En billetes o en… hospitales, aduanas, gobernaciones, contratos, etc. ¿La razón básica? ¿Gobernar la peor crisis contemporánea a nivel sanitario, social y económico? ¿Ordenar y exigir la responsabilidad de las elites en semejante caos público y privado? ¿Atender los alarmantes niveles de desempleo? Nada de eso. El único motivo es imposibilitar que el correísmo -que no Correa- llegue otra vez a Carondelet y mande a parar la fiesta del fin del Estado.

Eso también lo dijo León Roldós en su esquelita: Arauz tiene “un marcado estatismo”. O sea, Roldós percibe que no habrá paños tibios con la burguesía a la que él protege asustando con el cuco al resto. ¡Vaya profundidad!

Es tan obvio que no le eriza escribirlo y con pésima sintaxis. Por supuesto, hace más de tres años perdieron el decoro y con bufas comisiones anticorrupción, el funesto trujillato y la insolencia mental de Moreno muchos de ellos ‘gobiernan’ el país sin ninguna garantía: cediendo las reses gordas y desahuciando a la gente dentro y fuera de los hospitales.

La cartita termina baboseando a Correa. Es que ya sabe y ya saben que Correa no solo es el peligro. El peligro ¿o la esperanza? es el correísmo. Y el correísmo hoy tiene nombre: Andrés Arauz.

El ensimismamiento de Moreno

Carol Murillo Ruiz

1.

En un ambiente político tan confuso, plagado de malas intenciones, dobleces y una complicidad mediática evidente, el informe de Moreno es apenas la constatación de que el Ecuador tiene un presidente ensimismado. Solo así se entiende su sigilosa relación con determinados actores, sobre todo con las élites criollas (¡las que cocinan las decisiones neurálgicas del régimen en materia económica!) y que nos dejan ver también sus secretitos locales y regionales, dentro del país, cuando apuestan por conservar su predominio más allá de lo que dicta nuestro singular juego democrático.

Obviamente Moreno no es inocente. Su ensimismamiento, protervamente manoseado por sus asesores, lo delata. Se declara culpable cada vez que abre la boca con texto o sin texto en el teleprompter. Pero el domingo 24 de mayo se pasó de vivo. Al referir las prioridades de su último año de gobierno dejó en paños menores su rencor, su seso artero y su nulidad emocional. ¡Moreno no es inocente de nada!

Mucha gente cree que con decir que el presidente es un traidor se acaba la cosa. Mentira. Su tercera pieza discursiva en la Asamblea Nacional nos lo muestra como un villano que se solaza de su obra maestra: engañar tenazmente. Así, apadrinando con disimulo el fingido caos político general quiere hacernos creer, por ejemplo, que la pandemia es la cereza del pastel de una crisis que “heredó”. No obstante, es una crisis que su gestión, toda su gestión, comenzó a bordar el mismo día que tomó las riendas del Ejecutivo. Una crisis creada, por sus aliados, para condicionar sí o sí el reclutamiento absoluto del país al Fondo Monetario Internacional. Ergo, la pandemia lo que hizo -hace- es facilitarle al villano coludir con sus secuaces un ajuste económico que en otras circunstancias hubiera sido impensable. ¿Por qué?

El trauma que dejó en los sectores oligárquicos las protestas de octubre de 2019 y el ensayo de autoritarismo que exhibió el morenato en las calles con muertos, heridos, encarcelados, perseguidos, desaparecidos, golpeados y un largo etcétera de abusos, son la evidencia de que para esos grupos la democracia se enferma cuando su esencia social más honda brota para exigir lo que le corresponde por historia y por decoro.

Y Moreno corroboró su desprecio por el pueblo el domingo pasado. Sus parrafadas, mal leídas y destempladas, nunca rindieron tributo a la gente que protestó -murió, sufrió, ofrendó, lloró- en octubre de 2019, ni valoró la razón de ser de miles de ciudadan@s en las calles. Es más, tampoco expresó ningún respeto por quienes desde marzo de 2020 han muerto por la pandemia del covid-19 que su gobierno ha encarado con dejadez y sin alma. Se contentó con el minuto de silencio que otro tránsfuga de la política ofreció para guardar las apariencias de una Asamblea boba pero servil. Por el contrario, lleno de rusticidad verbal, agradeció a quienes reprimen y violentan pero que a él lo custodian, protegen y solapan: policías y militares.

El perfil de un régimen autoritario, sin liderazgo, pero completamente autoritario, señala más que una coyuntura de crisis económica y sanitaria; señala, digo, un retrato hablado de la putrefacción que tanto se endilga a otros pero que a los jefes altos y medianos les babea en sus propios trapos sucios. De esa manera aprobaron las dos últimas leyes, como la mafia que advierte la muerte en la víspera.

2.

Un informe de labores oficial debe, por lo menos, narrar lo que se ha hecho para bien de los gobernados. Pero todo lo que dijo, la parte dura y concreta, fue para mal de los mandantes y para bien de los grupos que hoy mismo no saben cómo afrontar el inminente proceso electoral; porque la pandemia sacudió sus cartas marcadas.

¿Qué es gobernar en sencillo? Demostrar que un Estado da cauce a lo social. Entregar el trabajo político desde el gobierno a las mayorías que confían su conducción. Algunos dicen que no hay presidente. Otros dicen que no hay gobierno. Por supuesto que hay presidente y hay gobierno. Solo que éstos hoy, nuevamente, han restituido el Estado a quienes nunca entenderán ni asumirán la diferencia entre lo público y lo privado. Y, además, nos han devuelto al estéril debate de ‘menos estado’ y ‘más firmas privadas’. Eso se ve ya en los tempranos aspirantes a compradores del Tren o Correos del Ecuador. En el fondo, transan negocios, o sea, privatizan. Y lo peor: se pretende sacar de la memoria la simbólica de dos distintivos de la vida nacional: el ferrocarril y la cartas y epístolas de la historia social de las personas.

Es el legado de los tres años de Moreno: esfumar lo que tanto les ha costado a los ecuatorianos: fundar una patria a pesar de los manotazos de los oligarcas y sus empleadillos.

Gracias a la intervención de un gobernante laxo, el país se parece al del siglo pasado: lento, abatido, arisco, lacrimógeno; pero con un impresionante volcán íntimo; un volcán que se llama dignidad y resistencia.

 

 

 

 

 

“Correísta blanqueado”

Por: Carol Murillo Ruiz

Escuché ayer lunes por la radio una entrevista a César Ricaurte –sentenciado recién por una agresión verbal y física contra Jorge Jurado-, y su decir, o sea, sus expresiones textuales dejan galimatías en lo que él pretende mocionar como argumento válido para ultrajar a quien sea.

Trató de explicar, bíblicamente, el insulto correísta blanqueado. No dudó en responder que le espetó tal cosa a Jurado, en voz alta, para que el ex embajador lo percibiera y, además, se sintiera mal; lo que ocurrió, según Ricaurte, por las connotaciones que tiene la frase atribuida a Jesús hace dos mil años. Si la dijo un mesías, por supuesto, repetida en un supermercado por el administrador de Fundamedios, tendría un impacto, ¿casi bíblico? en el aludido. Incluso afirmó que semejante agudeza fue hecha con inocencia.

No me voy a detener en otras bagatelas que señaló el ‘amo de la libertad de expresión’ en el Ecuador sino en las evocaciones morales que guarda esa frase en la cultura local y, sobre todo, en los recatos de quienes creen que decirla les da supremacía, digamos, espiritual.

Es un lugar común creer que la palabra correísta significa, acaso, un deshonor social. Y que serlo en relación a la palabra blanqueado, adquiere, de por sí, una alusión delictiva: lo que es blanco por fuera necesariamente es negro por dentro. Ergo, quien tiene la facultad de ‘colorear’ o señalar un hipotético delito, una falta, una carne corrompida por las moscas o el sol, una culpa humana, devendría en un dador y hechor de buenas costumbres. O quien se afana en ‘colorear’ la moral colectiva pudiera ser un donador de fe y también de ceguera política.

En el asunto de la agresión propinada por Ricaurte –a Jurado- no hay (solo) alusiones beatas sino políticas. (Aunque podríamos decir que Jesús también fue un político). Pero Ricaurte no es un político. Es un empleado de sus propias trampas y de una clase social que apenas le guiña un ojo, sin embargo desde ahí expande su locuacidad ofensiva.

En el imaginario racial de los mestizos ecuatorianos –el agresor lo ratifica- la palabra blanco y sus derivaciones posee una característica poderosa: lo blanco es equivalente a pureza. En el caso que nos ocupa es una pureza fingida porque –el agredido- es culpable por ser correísta in situ; es decir, culpable de estar corrompido. Así, lo político y no lo beato es la concretud del aparente agravio: correísta blanqueado.

En muchos espacios ya se discute, en serio, qué es ser correísta en el Ecuador de hoy. Para algunos ser correísta es una forma de fanatismo ideológico, para otros es cubrir la izquierda con el ‘sucio’ cosmético del populismo. Pero lo que denota ser correísta blanqueado supera lo bíblico: es alguien que siendo pobre, inculto, popular, educado, profesional, feo, guapo, mestizo, blanco, indígena, cholo… es correísta; porque es su único modo de supervivir en el cosmos de la política nacional. O, en otras palabras, es una vía para dejar de ser un don nadie, tal como acostumbra decir Diego Oquendo en su radio.

Blanquear algo o a alguien es despojarlo de su permanente esencia: un ser corrompido por dentro. Ergo, un pobre, un suburbano, un hombre público –en el sentido correísta- es un don nadie blanqueado por su cargo o su función en la esfera de lo público. Es alguien que no tiene derecho a ser alguien más allá de su determinismo de cuna. Gracias al cielo Jorge Jurado no es un fulano cualquiera… por el contrario, en la opinión fosilizada de los adversarios de su ideología, Jurado es un actor social de la clase media/profesional, tal vez ilustrado pero no ilustre, que tiene existencia política… gracias a su correísmo blanqueado.

Lo blanqueado y la blanquitud recogen inferencias epistémicas distintas. Lo que no admite duda es que el color es significativo en la ideología del poder imitada y legitimada por sus vasallos. Es la fuerza del discurso hegemónico la que se amplía cuando un tipo sin relevancia intelectual redunda en no la frase bíblica sino en lo que proyecta: la mutación semántica que ganó lo racial, lo excluyente, lo corrompido, en sociedades apenas desarrolladas pero proclives al cotejo y la denigración social por el color o las máscaras de lo políticamente correcto.

Si alguien se blanquea, o es blanqueado, o es blanqueante de un discurso del poder es quien se debe a una corriente que corrompe sus propias intenciones de igualdad colectiva. ¡Es eso lo que hizo y hace el jefe de Fundamedios cuando lanza su mofa inocente! Halló al azar un destinatario para regodearse de una moralina excluyente, y si la puede vincular con retazos del evangelio, ¡mejor! Hay en el emisor/agresor un deseo enorme por normalizar su ofensa si se ha puesto del lado del bien, es decir, del lado del poder.

Algo más: los agresores venidos del pabellón de la elite no divisan la variación hermenéutica entre lo blanqueado y su íntimo apetito de blanquitud. Por eso para afinar su rencor racial y político turban la ética pública con el fin de imponer una moral devota. Para ellos política y fe son materias que pueden lavarse, limpiarse, desinfectarse. Pero un correísta blanqueado no puede aspirar a tanto…

Algún día los vasallos del credo oficial –aquel que se atribuye la libertad de excluir- podrán lavar sus pecados; pero nunca ocultar su innegable violencia simbólica y física.

Quito, 2 de julio de 2019

Que diosito los perdone

Por: Carol Murillo Ruiz

La noche que vi la noticia (https://www.ecuavisa.com/articulo/noticias/actualidad/455861-nueva-corte-constitucional-se-enfocara-cuatro-ejes) sobre la posesión de los nuevos jueces de la Corte Constitucional no pude menos que sonreír con cierto espasmo, casi repulsión. Pero enseguida, recostada en la cama, me puse a pensar en las docenas de lugares comunes que tenemos los ecuatorianos para asumir y reproducir las jerarquías creadas por el poder post y neocolonial. Jerarquías que dominan, subjetivamente, nuestras creencias y hasta nuestras percepciones. La calidad de prohombres, del valor de la honestidad y hasta la estética de los funcionarios –de alto o bajo nivel- está dada por ese establecimiento de rangos que muchos adjudicamos para una elite, dizque ilustrada, dizque intelectual.

Los jueces posesionados tuvieron a bien elegir para que los presida a un prócer del siglo XX, y en un extracto que el canal destacó, leyó que venían a inaugurar “otra ética”. La pregunta inmediata fue, para mí, ¿qué ética tenían los anteriores jueces? Es de suponer, acaso, ¿que hay una ética de la corrupción (la de los jueces anteriores)?, ¿y una ética del pudor (la que ejercerán los actuales)? Desde los conceptos (puros) no hay ética de la corrupción ni ética del pudor. La categoría ética no tiene cualidades catequistas y menos demagógicas.

Pero todo viene por bien. Tal declaración, no conceptualización, venida de un prohombre cuya jerarquía es legitimada por el dominio ideológico del derecho criollo y la mediatización del sentido común, me aclaró, ya pensándolo mejor, que las imágenes de esos jueces posesionándose y lo que narraba el periodista sobre la relevancia del hecho, a más de la frase del magistrado ungido como sostén jurídico máximo, solo retratan lo que también somos como sociedad, más allá de la jerarquización aceptada por la ingenuidad ciudadana: somos unos ilusos que creemos aún en la representación, somos unos sujetos predispuestos a que nos manden quienes un día se pintan de extremistas y quijotes del interés general y además nos manden quienes un día fueron la mano larga de la represión de un gobierno que pervirtió los fueros del Estado. La pluralidad ideológica, ese telón sucio de la neocolonialidad discursiva, pone en la misma mesa a tirios y troyanos… y tenemos que tragarnos el cuento de que ellos salvarán a la Patria desde la futilidad de pensar que hay “otra ética” en la forma y el fondo del rito constitucional.

Uno de los triunfos de la democracia capitalista es haber impregnado la vida social de la gente de lugares comunes. Lo más primigenio de su propia esclavitud mental es la necesidad de autoridades. Los jueces son presentados en los noticieros como autoridades con méritos, con independencia, con virtudes dignas de una línea jurídica imparcial, con calidad moral y desprendimiento político. Esto último, el desprendimiento político (como la independencia, en abstracto), es la clave para desprestigiar a la política y entronizar la hipotética asepsia del derecho. Así de increíble.

Pero: ¿cómo afirmar que la nueva Corte Constitucional nace que un vientre santo si todo lo que se hace en este país desde mediados de 2018 es parido a partir de la constante violación y desacato al estado de derecho?; ¿no es la politiquería de la represalia y los bajos instintos del odio la que determina incluso la selección de todos los candidatos (a autoridades) desde el nido del Consejo de Participación Transitorio?; ¿no es el uso y abuso de las influencias de los grupos de poder (que hacen de la política un eterno ejercicio de lobby) lo que impulsa un nombre u otro para ocupar cargos no políticos?

Basta ver la imagen en televisión para saber que el pasado de la mayoría de los jueces está lleno de ese cóctel maravilloso de la pluralidad liberal: ejercen el derecho de acuerdo a la relatividad de sus ideologías y sus preferencias políticas. No hay ni neutralidad, ni siquiera como ardid consuetudinario de la fraseología juridicista del poder. Son jueces de una corte hecha a la medida de las necesidades políticas de la coyuntura, no de la estructura institucional que sostiene lo constitucional… y lo ético.

Por eso la ideíta efímera de “otra ética” solo es parte del decorado utilitario de un lenguaje sujeto al poder. ¿Hablaba de la ética del poder? ¿En qué se sustenta esa ética? ¿En la correlación de fuerzas que hoy se estrecha más en una Corte que da cabida a gente de izquierda -tal vez idealista- y a gente de derecha proclive a la coerción estatal cuando no a la violencia del Estado?

En la mesa de la CC actual se mira el resumen vivamente gráfico (más politiquero que jurídico) de lo que puede empujar el poder con tal de no perder tiempo ni fuerza. El poder entendido, claro está, como dirección y motor de un sistema de representación ya en decadencia que llegó a eso por una razón sencilla: el Consejo de Participación de Ciudadana y Control Social, concebido en la Constitución de Montecristi, y hoy inri de los demócratas impostados, es algo de lo que no se pueden zafar ni porque el señor Moreno y el señor Trujillo lo han escarnecido con sus acciones e ilegalidades. Poner su destino inmediato en la papeleta de votación de marzo próximo más que desnudar su origen y proyección de participación democrática de los ecuatorianos (a contrapelo de la propia representación vía elecciones tan desgastada y caricaturesca) es la muestra fehaciente de cómo los sabios orgánicos de los medios y la peor clase política, repudian la ceremonia electoral cuando les conviene. Así, llamar a votar nulo (por los candidatos al CPCCS) es otorgar a este organismo el auténtico peso político (de participación ciudadana) que durante más de un año se han pasado negando. Ser democráticos es aceptar el rol del quinto poder, constitucionalmente creado.

En plena campaña electoral vemos que la ‘ética del poder’, un remedo de perorata juridicista y moralista, se contrapone a la única ética que un Estado debe rendir tributo: la ética pública; pero como la están matando día a día pocos quieren hablar de lo esencial sino solo de lo transitorio. Que diosito los perdone.

Quito, 18 de febrero de 2019.

El morenismo o el charquito del subdesarrollo

Por: Carol Murillo Ruiz

Hoy se cumple un año desde que el gobierno de Moreno empezó a quitarse el disfraz democrático. Un año entero de tropelías políticas y la adopción de un modelo económico que nunca se propuso al pueblo pero que fue fruto de unos diálogos, tras bastidores, con sectores vacíos de visión social, vacíos de compromiso con el país y su gente, vacíos de principios. Hoy se cumple un año desde que una pila de arrimados, sin futuro político, se metió en Carondelet para auxiliar a un presidente con suerte de primerizo en casino.

La debilidad de este gobierno reside precisamente en que tuvo que apañar, de todas partes, a aquellos que estaban huérfanos de vitrina, huérfanos de show, huérfanos de prestigio genuino. Unos colaboran en las sombras, decidiendo, calculando, amarrando, sumando y restando, restando y restando, multiplicando y multiplicando. Nunca dividiendo para la comunidad, para los comunes. Otros colaboran de frente, sin ambages, sacando a relucir sus reveses de semi sabios, sus desengaños de monaguillos sin biblia, sus apetitos de caciques bien vestidos. Sin embargo, entre los unos y los otros hay una distancia que mata. A los primeros no les importa porque siempre han necesitado –y tenido- peones para el juego sucio. Y a los segundos tampoco les conviene arrogárselo, porque reconocerlo es imprimir no trechos sino diferencias: de clase, de apellido, de jerarquía social, de educación, de ascendiente, de distinción racial, incluso.

Moreno y su cortesanía gubernamental no saben que fungen como el laboratorio perfecto para entender la fermentación del Ecuador actual. O sea: la restitución de un discurso amorfo que los reconcilia con los valores más frívolos y los rituales de una clase media difusa y un conglomerado disperso proclive a desear ser como los patrones. El presidente y sus sacristanes están ahí como un ensayo sin debut final todavía. Cada cosa que dicen y hacen supera la gestualidad del peor mimo de pueblo. En realidad, están ahí para revalidar las viles reglas del subdesarrollo político mientras los medios normalizan con su coro de falsedades el contexto más repulsivo de una moral simulada.

Uno a uno los botones de un régimen que no les pertenecía (ahora sí) fue capaz de elaborar un propio y discreto guion –paralelo al original de la tan mentada ‘traición’-. Durante un año se logró posicionar por todos los medios posibles la idea de la transición. De ahí que cada autoridad, de la más baja a la más alta, tenga siempre el sello de: autoridad transitoria. Hicieron de esasituación anómala, una regla para malear el estado de derecho y justificar el ardid de la consulta popular. Es decir, con el voto de la gente, impávida frente a la astucia del poder, se legalizó la dictadura de la transición. ¡Y aún no se da cuenta!, la gente, digo.

Nuestra cultura política es resbaladiza desde tiempos inmemoriales. Viene de la viveza criolla fraguada y consentida por el coloniaje para relativizar la ferocidad de la metrópoli. ¿Tiene herederos? ¡El mejor ejemplo de eso –hoy- es la pléyade de hombres y mujeres que conforman el morenismo! Ellos saben que no hay, en rigor, morenismo, lo que sí saben es que este tránsito, este charquito de subdesarrollo, les permite acopiar… reputación pasajera y tráfico de influencias. ¡Prestigio nunca! Por eso están exasperados. Por eso cada semana se nota más su ficción legal y esperan ansiosos las elecciones seccionales para afinar su ¿último? acto teatral. Por eso mucho huele a miedo y titubeo; muchísimo huele a refrito de viejas tacañas con alacena llena…

En el fondo de esta situación –la transición- existe un cúmulo de fuerzas políticas midiendo su presente y su futuro. Las relaciones de poder, lo que cuenta en política y en economía, otra vez en conflicto pero arrimándose al árbol del imperio del norte. Ninguna de esas fuerzas –en Ecuador- pugna por más democracia ni aquí ni en ninguna parte. La democracia apenas es una excusa para secuestrar al Estado y hacerlo rendir como bovino propio. Ergo, la cortesanía morenista y la que no lo es, verbi gratia, ahora aplaude lo que Estados Unidos hace con y en Venezuela. En eso no varían los ramales oligárquicos ecuatorianos. Allí se fortalece su pensamiento único: no hay pluralidad ni respeto a la ideología, la libertad y las decisiones ajenas. La democracia es lo que ellos suponen y permiten y punto.

Solo esta situación –la transición- hace posible que el gobierno actual se adjudique como política exterior el respaldar un golpe de estado en Venezuela o dejar en la indefensión diplomática a un asilado político como Julian Assange. Lasituación anómala del Ecuador es algo que empezó hace un año exactamente y la comunidad internacional se está dando cuenta de ello seriamente (http://www.oas.org/documents/spa/press/Informe-Consejo-Permanente-Mision-Expertos-Ecuador-2018.pdf), pero aquí tales informes se esconden o se menosprecian.

Ojalá en los comicios de marzo nuestra gente sepa darle un sacudón no solo al gobierno de los apañados de aquí y de allá, sino a todos aquellos que desde fines de 2017 hasta hoy participan de la transición como gondoleros, paracaidistas, mentores, cheerleader, pajes y otras hierbas destruyendo un país que caminaba con esperanza y justicia social concretas.

Quito, 4 de febrero de 2019.

El machismo mixto o la imposibilidad de ser libres

Por: Carol Murillo Ruiz

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Después de conocer la noticia horrenda de la violación de Martha (nombre protegido) por tres sujetos cuyos nombres y fotos ya circulan, comencé a leer los comentarios sobre el hecho que hacían hombres y mujeres –de distintas edades- en espacios de exposición pública como son Facebook y Twitter. Las redes sociales se han convertido en un charco grande pero de vez en cuando salen algunas perlas que avivan un debate más amplio y menos superficial y/o coyuntural.

Estereotipos transformados en dichos y chistes machistas y reflexiones breves sobre el rol de la mujer en la vida social se han publicado a raudales durante esta semana. En medio de todo hay una idea que cobra fuerza por encima del machismo unidireccional que propugnan muchos hombres y hasta muchas mujeres criados en el molde de un proceder patriarcal, utilitario y cosificador. Esa idea podría resumirse así: un violador no es una “persona mala” sino el producto de un sistema social y económico que responde al núcleo ideológico del falocentrismo cultural en el mundo. Tal idea, me parece, dicha por mujeres y hombres indignados y abatidos por la decadencia verbal de quienes opinan con las tripas, deja en claro que la cuestión de la violencia de género está lejos de las palabras bonitas con que se procura construir solidaridad con la nueva víctima Martha, y, hacerlo de otro modo, más argüido y radical, implica advertir por qué la mujer, históricamente, es un ser siempre en peligro.

Las nociones que expresa cierta gente sobre la violación a una mujer van de la mano con prototipos estéticos, prejuicios morales, religiosidad acendrada y un sinfín de legados culturales relacionados con el don biológico de engendrar y parir hijos; solo entonces la mujer es digna de respeto, sin embargo lo que hizo antes o después de parir aún yace en el circuito del dictamen ajeno, para sancionarla o divinizarla, según el látigo de cada lengua. Por eso, cuando muchas mujeres, mujeres sobre todo, esclarecen que los violadores no son estrictamente enfermos o psicópatas aislados sino seres normales y/o ‘hijos sanos del patriarcado’, una luz se enciende en este país: las mujeres, con altivez, guían una deliberación –colectiva- que niega el ojo por ojo y el diente por diente y persigue, con sobrados saberes y pesares, la visión cabal de un problema que atraviesa la vida de las mujeres en todas partes: su imposibilidad de ser libres en cualquier lugar y a cualquier hora.

En ese contexto, la hipótesis sobre lo malo y lo bueno –¿hombres buenos, machos malos?- ensombrece el diálogo y el debate referido a los valores que una sociedad asume como margen o límite de las conductas y reacciones individuales, grupales o masivas. Por ejemplo: cuando los medios narraron que Martha fue violada en manada y los reportajes televisivos presentaron el hecho como un caso de crónica roja es que nuestra sociedad y sus (ficticios) legítimos voceros (reporteros, abogados, analistas, policías, familiares, jueces) están contaminados del deterioro cognitivo y moral urdido hace centurias. No causa, entonces, extrañeza leer que Martha, por orden de un juez (https://www.elcomercio.com/actualidad/martha-movilizaciones-violacion-quito-detenidos.html) acudió a dos terapias y la psicóloga “recomendó a los familiares no recriminarla”. ¿Qué significa esto? ¿Que luego de semejante atropello a su cuerpo e integridad emocional, además alguien de la familia la recriminó, la reprendió, la reprochó? ¿No es ella la víctima? ¿No es en ella y contra ella que se perpetró el delito?

Es obvio que la familia es parte del constructo social que, en determinado momento, se siente humillada porque a una de sus mujeres le ocurre algo que la sociedad, o sus sacristanes de turno, aún no procesan como algo taxativo y anómalo de su propia estructura… y solo algunas mujeres se deciden a revelar como patología social, no individual… ¡Bien por ellas, precisamente ellas, cortan y separan el uso abusivo de unos vocablos indulgentes con el delito (colectivo) cuando los tontos de las redes dicen: fueron unos degenerados.

¿De verdad solo fueron tres degenerados? ¡No! Es la sociedad que apenas se eriza un instante con los seres que engendra pero luego, en una catarsis superflua, los aparta, los niega, los olvida. Y, lo peor, es una sociedad que omite su responsabilidad en el surtido de instituciones (policiales, por ejemplo) que normalizan la otra violencia organizada desde y para servir al poder.

Si a esto añadimos la bagatela mediática que describe con saña el cometimiento de la violación, ver este titular (https://www.elcomercio.com/actualidad/violacion-grupo-mujer-bar-quito.html): “Conmoción en Quito por violación en grupo a mujer que acudió a un bar”; parece inocente pero la connotación de la palabra bar tuerce el cuadro de la noticia… y de la mujer, en este caso, Martha. Ergo, los dobles sentidos, la insinuación amarillista, la insaciable moral del resto, o sea, la hipocresía social rampante, aypenasuda a relativizar cada escenario y rito transversal que subordina a una violación de otra. ¿Una mujer no debe/puede ir a un bar? En esto se oculta lo más pavoroso de la naturalización de la violencia del macho y que no se analiza: ¿es normal que un macho pierda la compostura, ataque como un lobo, viole como un salvaje? ¿Es pedagógico decirles a las mujeres desde pequeñas que los hombres son malos, violentos y potencialmente sus depredadores? ¿Así se afirman los machos y se someten las mujeres? Creo que no. Pero semejante escuela machista permite a los amos de la moral colectiva insinuar que una mujer sabe que los machos son malos… y se arriesga. ¿No se sienten los hombres mal cuando se los forma –y ellos lo reproducen en la crianza de sus hijas e hijos- en esa horma de vileza natural macha? ¿Se consideran entonces solo machos y no hombres deliberantes y críticos de su arcaico destino violento y violentador?

El caso de Martha sacude, quizá por pocos días, la voluble conciencia nacional.

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Mientras termino de escribir estas líneas los medios informan de otro suceso atroz: “Un hombre asesinó a una mujer tras tenerla retenida por 90 minutos en la calle en Ibarra” (https://www.elcomercio.com/actualidad/hombre-asesinato-mujer-calles-ibarra.html). La nota dice que ciudadanos y policías fueron testigos del hecho… por más de una hora. ¡Y los uniformados no impidieron el crimen!

Hoy las autoridades se rasgan las vestiduras porque no pueden controlar nada de lo que no ven y ocurre en sus narices, y menos de algo que observan en directo: un hombre amenazando, insultando y cometiendo un femicidio frente a docenas de personas ¡y miembros de la Policía Nacional! ¡Qué raro! En otros casos los agentes disparan sin ton ni son. ¡Y nadie los bota de su trabajo ni a sus superiores ni a nadie por ello!

El país está bajo la tutela de gente con retórica dizque fina pero sin ninguna referencia real de lo que significa gobernar para los más vulnerables. Gobernar no es escribir un mediocre tuit o dejarse ver acongojado por la mala suerte de una mujer en Ibarra y unos policías impertérritos.

Pero lo más lamentable de ayer domingo 20 de enero fue el comunicado oficial del Presidente Moreno (https://twitter.com/Lenin/status/1087051666669617153), escrito en primera persona, en el que delata su penosa distancia emocional e ideológica con las doctrinas modernas del feminismo, con la figura legal del femicidio y con la violencia de género.

Señor Moreno: las tres cosas anteriores no tienen nada que ver con el asunto de la migración o la nacionalidad del criminal. Son problemas complejos que aquejan a todas las sociedades desde hace siglos. Lo que usted hace es ofensivo con la inteligencia de las mujeres y los hombres del Ecuador y del mundo. Además usted está propiciando, sin mover una ceja, la primarización emocional de la ciudadanía ibarreña que aún se halla en estado de shock. ¡Por favor, que su desidia como mandatario no sea el caldo de cultivo de las peores pasiones de una multitud perturbada!

En una semana dos mujeres han sido atacadas sin contemplaciones por machos que desconocen la matriz social de su ímpetu animal. En una semana descubrimos ya que ni las sanciones penales ni las autoridades actuales saben cómo operar y contener la violencia social sino es con la más sucia violencia del poder.

Quito, 21 de enero de 2019.

El papagayo mediático

Por: Carol Murillo Ruiz

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Una antigua aspiración de los humanos ha sido tener una sola lengua universal que suprima los idiomas y su formidable variedad. Esa lengua ha sido buscada, cuasi inventada, delineada en recursos, códigos y voces pero nunca lo suficiente como para que se convierta, por lo menos en teoría, en un plan digno de echarse a andar como experimento cierto en algún lugar del mundo. Proyectos ha habido muchos y frustraciones también.

Sin embargo, dado que estoy inmersa en la cavilación de cómo los medios de comunicación consiguen generalizar un memorial filológico para determinadas mentiras –referidas sobre todo a la economía micro y macro- y traducirlas a un lenguaje popular mediante símbolos, titulares falaces (con el sentido de las palabras transpuesto) y/o a través de una composición sintáctica evidentemente ruin, creo que el sustrato mediático, en paralelo, ha fundado para una gran franja del mundo un lenguaje universal perfecto –traducible a cada idioma- cuando se trata de informar/embaucar a la gente con decisiones o nociones económicas, políticas, éticas, religiosas, etc. Tal trabajo, tremendamente elaborado, consiente que los medios informen sobre uno o varios hechos utilizando una especie de mapa con demarcaciones básicas, es decir, lo que el sentido común de las audiencias puede asimilar rápido… sin penetrar en las variables de su profundidad semántica.

El trabajito en mención, por ejemplo, es el que están empleando desde hace casi veinte meses los medios de comunicación del Ecuador en su relación endogámica con el gobierno morenista. Para ese cometido, se supone, tienen asesores (¿en los medios y en el Ejecutivo?) que saben cómo medir la lasitud emocional de una población ya advertida sobre la maldad del antiguo gobierno despilfarrador y corrupto. Como ven, esto último que escribo, es la repetición cansina del discurso oficial (Carondelet, Asamblea, Consejo Transitorio, Consejo Electoral, etc.) y el discurso oficiante (Medios).

Ergo, si el escenario se halla tan bien preparado, el alza del precio de las gasolinas –in crescendocada mes desde diciembre 2018- pasa de agache por la ventaja discursiva de la inutilidad de los subsidios, los titulares sobre la actualización de los montos de los combustibles y el apremio de comparar los precios internacionales de los mismos. La bagatela de la verdad, cobrarle más a la gente y subirle una miseria al salario básico unificado, resultaría una noticia de tercera, que hasta no puede darse a conocer porque lo cardinal es que la gente ‘haga conciencia’ de que el ¿poder transitorio? decide pagar una farra en la que la mayoría no participó pero que ha de costear mediante unas alzas, en cascada, que desde mañana 1 de enero, apagados los parlantes e incinerado el año viejo, empezarán a sentirse más que el chuchaqui.

Pocos dicen que gracias al cobertizo mediático y político se expresa la infame rehabilitación ideológica de un esquema económico que posterga a la gente y consagra al mercado. Y que además rompe al Estado demonizando la supuesta carestía de los subsidios públicos. Y todo con el puchero del lenguaje funcional (o universal-mediático) del odio a la inversión en los pobres.

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Pero, ¿cómo es que ese lenguaje mediático ha sido instalado e internalizado en la opinión pública? Mirando unas pocas muestras en diarios y redes sociales de lo que cree la gente en el Ecuador –digo bien, cree la gente, no digo piensa la gente– es obvio que la sutileza informativa, más superficial que nunca, es la del loro ocioso que yace encerrado en la jaula de los criterios mediáticos. A eso le llamo el lenguaje funcional de la farsa que ha hecho de los consumidores de información, mejor dicho, de los consumidores de titulares informativos, una tropilla de cotorras sin dios ni ley que inflan la mal denominada opinión pública, que no es más que la fabricación desafortunada de un lenguaje común para homologar mentiras y turbar el saber elemental de las personas que alcanzan a leer y escribir y de los analfabetos cosmopolitas (que en todas partes pululan).

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Pero hay algo más: en 2018 se puso de moda algo que bien puede confundirse con lo anterior: las news fakes o noticias falsas. Con su aparecimiento en plataformas estructuradas para ello y en otras no precisamente, se comprobó que una campaña electoral y los votantes son manipulados al extremo, y que los resultados de la fiebre democrática no son ni aleatorios ni ideológicos, pues enseguida también se supo, se sabe, de la magia de los algoritmos que juegan con las emociones, deseos y raros apetitos colectivos.

Ahora, una noticia pulida con intención de engañar y encubrir la verdad, o sea, una noticia operada para desinformar, ¿es análoga a una noticia falsa o news fake? Su producción no es equivalente pero su finalidad sí: manosear sin rubor a las audiencias o al público. Desentrañar la manufactura de las news fake es tan intrincado como explicar por qué la comunicación morenista y sus medios aliados han podido acordar un tramado mediático para inducir a los ecuatorianos a sentir que la corrupción –como concepto de plastilina- justifica volver al neoliberalismo sin que se despeine nadie. Comunicación y política muestran el rostro pavoroso del incesto de los poderosos.

No recuerdo si fue Juan Carlos Monedero quien dijo que hoy “los medios ya no se explican desde el periodismo sino desde la ciencia política”. Razón tiene. Los medios, sus verdades o mentiras, sirven a la política y/o a la despolitización de las sociedades, más en una época en que las masas, mutatis mutandis, son empujadas a conservadurizar sus usos sociales en pro de un orden que les garantice no dislocar sus lánguidas vidas.

Así, los medios tradicionales, sus ramificaciones digitales y las redes han devenido en púlpitos para sacralizar o relativizar los valores de una modernidad cansada de sí misma y de sus fantásticas posibilidades de alienación. Por eso, el embrión de fascismo que hoy existe en América Latina tiene en el lenguaje funcional de los mass media su mayor expediente (subjetivo) de variación o arrebato colectivo. Es en los medios donde germina el discurso vacilante frente, verbi gratia, a la violación de los derechos humanos o la tolerancia inescrupulosa frente a un individuo que mata migrantes solo por el hecho de tener que movilizar sus necesidades de reproducción de la vida.

Las masas se obnubilan por lo más superfluo de los medios. Todo lo convierten en retórica o farándula. Hasta las noticas de las guerras son dadas como repasos de películas. Un ataque a Palestina en Navidad ni siquiera les recuerda la humildad de Jesús. Nada es apreciado desde la seriedad de sus tribunas sino es con la intención –siempre con la intención- de descerebrar al público o desanimarlo a pensar por sí mismo. Conducen a ciegos, sordos y mudos; así también es este gobierno sin capacidades especiales. El entorno publicitario le ha creado una perorata para sostener la herencia ficticia de una crisis y sin dolores de parto sacar de su vientre al bastardo neoliberal. Pero no pronuncian la palabra, porque nadie entiende su peso histórico y político. Es más fácil decir corrupción, corrupción, corrupción… como el ladrón que grita: allá va el ladrón… y lo señala con el dedo… y muchos miran y corren y corren a capturarlo… y el resto se olvida del ladrón de verdad que para entonces se ha esfumado. ¡Es una maravilla! Crean la idea y los escándalos de corrupción con un lenguaje mediático-político execrable y con eso tapan la entrega del Estado a los oligarcas de siempre.

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Por allí va formándose y creciendo el embrión del fascismo: un lenguaje articulador de la ignorancia política y de las peores pasiones morales colectivas. No en vano crecen como la espuma personajes como Trump o Bolsonaro. No en vano los más astutos le echan la culpa a la izquierda del resurgimiento de ideas ultra derechistas. No en vano los medios han fraguado el lenguaje funcional de las (sin) razones fascistas como fenómeno arbitrario de masas enloquecidas por la decepción izquierdosa… ¡mentira! El neo fascismo latinoamericano, entre las muchísimas explicaciones posibles, surge del aparente desorden ideológico del discurso mediático. Es la primera lección del 2018 vista aún con las restricciones de una anomalía política y social en desarrollo…

Alguna vez miraremos este año como un parteaguas entre la historia que pasa en las calles y en la vida social real, y la que se fragua en los medios y su discurso funcional; aunque una parte de aquello no está desconectado de esa sucia relación de poderes.

Los medios ecuatorianos y sus voceros de la nada, también, un día rendirán cuentas por su vileza comunicacional de servir al coloniaje mental y social.

¿Lo peor del 2018 en Ecuador? El papagayo del morenismo mediático.

Quito, diciembre 31 de 2018