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¿No te da vergüenza Lenín pasar a la historia así?

Por: Carol Murillo Ruiz

Lenín siempre dijo que no le interesaba la presidencia de la República del Ecuador ni pasar a la historia. (Parecía una broma…). Pero todos sabemos que no es una decisión propia ni individual –cuando se ejerce un cargo público de elección popular- el que alguien cumpla un destino social y político en el marco del itinerario histórico micro o macro.

Así, los golpes de efecto mediáticos y políticos que hemos visto durante meses en el Ecuador ya ni siquiera esconden las intenciones y prácticas de quienes hoy administran –¿democráticamente?- sus instituciones sino la connivencia ideológica y fáctica de unos medios al servicio del auténtico poder que ahora los aúpa y financia con la entrega de publicidad y varios adeptos incondicionales en las redes sociales. Un poder que otra vez ha caído en el columpio más nocivo de nuestro trajín como nación: las disputas entre regiones (costa-sierra).

Frente a todo esto, no dejo de preguntarme y ahora preguntarte, Lenín, cada vez que me atrevo a ver algún noticiero televisivo, oír un programa radial de entrevistas o leer en la web la versión de algún diario digital: ¿qué sientes cuando lo que se informa es un pastiche forrado para confundir y relativizar el papel político que tienes en este momento del acontecer ecuatoriano? ¿No te da vergüenza haber fingido ser un hombre tirando a la izquierda, con un discurso flojo y ligero, por supuesto, pero dizque afín a un proyecto político que te dio la bendición para que conduzcas con coherencia su continuidad? ¿No meditas en tus desvelos íntimos el papel que estás jugando en la trama de intereses económicos que tú nunca conociste de cerca, a pesar de decir que fuiste y eres un empresario de ‘toda la vida’, porque tu umbral social no permite semejante transacción de prestigio de clase?

En la corta conversión entre el gobierno de Rafael y el tuyo, ya se notaban tus devaneos; pero matizados con tu fortuito humor y tu condición de salud, parecía más bien una formita de diferenciarte en estilo y talante. El tiempo ha hecho su trabajo. Ah, el tiempo: el mejor consejero, el que aclara los claroscuros del poder, el que se encarga de poner todo en su real sitio. A ti no deja de situarte en el lugar adecuado: en un abismo del que no eres consciente aún, porque no te concierne la historia ni el porvenir colectivo.

Vacilaba en escribirte, pero una vez me dijiste que podía decirlo todo. Claro que eso no ha sido cierto con otras personas y voces de incalculable valor ético. Entre junio de 2017 y diciembre de 2018 hemos visto cómo tus acólitos pasajeros se encargan de hostigar a tirios y troyanos por cualquier causa, figurando ese constructo repulsivo que tus asesores y tú mismo montaron para llegar al corazón débil y vulnerable de la gente melindrosamente sensible: la corrupción.

¿No te da vergüenza Lenín ser parte de una plataforma de inducción ideológica masiva que pretende legitimar tu mandato cuando después de casi veinte meses sabemos que no gobiernas y que te dejas usar –con plena conciencia y oportunidad- gracias a tus debilidades políticas e ideológicas y por las veleidades de la tradición familiar (restituir esa pintura decadente de la esposa/primera dama)? ¿No te da vergüenza decir que donas plata a un hospital que es parte del Estado (o sea, de todos nosotros) y que hacerlo es política pública y no filantropía tuya y de don Otto?

¿No te das cuenta Lenín que lo que hiciste en el gobierno de Rafael y que te dio excesiva reputación nacional e internacional hoy lo has echado por la borda y apenas se te recordará por haber sido un puente útil para que tus amigos de antaño, por la casualidad de hechos pasados actuados por tu progenitor, hoy te facilitan hacer pequeñas migas con el alcalde más viejo del Ecuador y su muñequeo regional?

La historia es una red de miles de hilos y nudos pero lo ignoras. Te han hecho creer que los medios en su ubicuidad tecnológica hoy son los que escriben y registran letrada y visualmente la historia, tu historia. Eso es mentira Lenín. Recién leía un libro estupendo en el que se retrata la prehistoria del hombre. Por esas investigaciones científicas sabemos lo que nunca sabremos de ti siendo un ser contemporáneo: de qué material estás hecho en tu corazón y en tu cerebro. ¿O es que estás convencido Lenín de que tus discursos y tu rictus postizamente afectado van a persuadir a los historiadores y estudiosos de que tu “obra” política es superior a la inteligencia social presente y futura?

Te pongo un ejemplo para que lo captes mejor: querías unos medios públicos libres y profesionales. Hoy dan lástima. Por allí hay un director de El Telégrafo (¿todavía es director?); un hombre culto y poseído de exquisitas maneras pero condicionado por un Secretario de nombre innecesario que hasta le impidió escribir artículos para que no se contamine la visión del diario. Nunca entenderé cómo Fernando Larenas se sometió a eso, ha sido más fino y prudente siempre. Pero, además, hay hoy –¿aún sobrevive?- una subdirectora que hace propaganda en las redes con un nivel intelectual penoso, insultante y superficial. Y que confunde su incapacidad cognitiva con la función que desempeña. El Telégrafo, otrora el primer diario público del Ecuador, ahora es un folleto de coyuntura, pues tampoco proyecta su legado en la historia nacional. ¡Que nadie diga que en los períodos correístas El Telégrafo fue un libelo! ¡Y quien lo diga que vaya a una hemeroteca y compare!

¿Lo deduces Lenín? Haz y han hecho lo contrario a lo que hipotéticamente querías: que la comunicación pública subsista depurada y dando voz a lo ciudadano. En la actualidad solo sirve para embadurnarte de aprobaciones, salvar tu exiguo influjo como autoridad y retocar a quienes hoy mandan tras el telón de tu imperceptible ternura.

¿No te da vergüenza exaltar a tus nuevos aliados y subscribir una praxis económica que nos hunde en la telaraña de los intereses privados locales y sus vínculos con la mafia de los organismos –prestamistas- internacionales? ¡Qué va! Ni te erizas… No te importa el país ni su gente. La cooptación que han hecho de tu efímera presencia política no te deja observar el bosque, solo la fruta dulce de tu árbol favorito: el olvido. Pero no habrá olvido. La historia es implacable incluso con los héroes y más con los que arreglan los simples camerinos.

¿No te da vergüenza Lenín subir el precio de los combustibles justo en Navidad para que la población, hundida en el consumismo que trae la mercantilización de esta fiesta, ni sepa ni le incumba que estás estropeando su porvenir; porque una vez que se desplaza la función del subsidio y la capacidad regidora de lo público lo que le regalas es pobreza e incertidumbre?

Supongo que tú y tu cotidiano entorno sanguíneo tendrán una Feliz Navidad. Es indudable. La publicidad (https://www.youtube.com/watch?v=P7BY2gIZGQY) lastimera que hoy se difunde en los medios, en la que cantas una trillada canción del siglo pasado, es la ratificación de tu retirada de la realidad. Vocalizas para que todo parezca compasivo y amoroso. ¿No te da vergüenza que ni siquiera en Navidad dejas de exhibir tu fugaz caridad?

Sin duda, no te da vergüenza nada.

Quito, 24 de diciembre de 2018.

 

El tiempo histórico de los estudiantes: ¡siempre!

Por: Carol Murillo Ruiz

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A propósito de la marcha de los estudiantes por el recorte presupuestario que amenaza el gobierno ecuatoriano actual, he estado pensando en los comentarios que la manifestación tuvo en boca (a veces virtual) de gente de todo tipo y calaña. Pero sobre todo pude enfocar mi mirada en los rastros que dejaron otras manifestaciones estudiantiles en América Latina: la de Tlatelolco (en México, en democracia, hace 50 años), y la noche de los lápices (en Argentina, en dictadura, hace 42 años). Los dos casos, caracterizados por cruentas masacres ejecutadas por fuerzas de seguridad legales e ilegales, en las que fueron asesinados y desaparecidos una cantidad aún no contabilizada de estudiantes universitarios (en México) y secundarios (en Argentina), pinta tales sucesos como hitos históricos o, mejor decir, referentes en la configuración de protestas estudiantiles con razones de peso y contextos únicos o notoriamente críticos.

Por eso, cuando la gente hizo alusiones tontas sobre la marcha estudiantil en Quito el lunes 19 de noviembre no pude menos que repasar a qué llamamos protestas que se convierten en hitos y/o protestas que pueden ser pasajeras, no históricas, protagonizadas por gente sin nombre o liderazgos reconocidos. O peor: jóvenes acusados de una filiación política ficticia, ergo, deslegitimadora.

Cuando los chicos y chicas de la Universidad Central del Ecuador recalcan que la planificación de la marcha obedeció a una auto convocatoria propia y autónoma (y lo hacen para despartidizar lo que ya conocen como la leyenda negra de las protestas de hace tres décadas), también lo conciben para separar lo que ellos innovan y promueven, en la calle, en plena iniciación y avance de su vida universitaria. Es decir, para muchos fue su primera vez y el acontecimiento causó un remezón en la paz del alma mater y en la paz de la ciudadanía que vio otro modo de expresar la indignación y la conciencia de que viejos tiempos han llegado.

Es obvio que lo que pasó el lunes en el futuro será catalogado como un hecho histórico en el acontecer estudiantil ecuatoriano y que no hizo falta una represión terrible y la muerte de jóvenes para señalar un parteaguas luego del 19 de noviembre de 2018.

Lo realmente asombroso es que en la Asamblea de los estudiantes y en las consignas de la calle la palabra auto convocados eludía algo que, sin embargo, estaba presente en la realización de la marcha y en la voluntad de lucha de los chicos y las chicas: la política. Por tanto, auto convocarse es ya un dispositivo que prepara la escenificación concreta de la política y sustrae lo mejor de los seres sociales que la crean. Además, en el ambiente que vive Ecuador hoy, despolitizado por las olas quebradizas pero tormentosas del sentido común y la tecnología a su servicio, amén de la conducta caótica de un gobierno que ha desarmado adrede el andamiaje institucional que el pueblo aprobó en las urnas, es fácil sospechar que la política no ha aterrizado con todo su esplendor de organización y fines en un sector –el estudiantil universitario- que también es parte de la masa sujetada por la indiferencia y el descreimiento político; aunque mal de muchos no debe ser consuelo de tontos, en la manifestación estudiantil in situ y en las reflexiones posteriores ha quedado claro que sus razones no fueron respondidas con razones sino con un juego de espejos mediático que ocultó la actitud impasible del gobierno poniendo en primera plana una negociación de rectores oportunistas con gobernantes más oportunistas para la foto.

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Ahora bien, sigo pensando que el carácter histórico de la manifestación no está siendo medido ni por los estudiantes ni por quienes hacemos el camino académico, en un sentido: aquellos sucesos que marcaron su referencia de lucha social y educativa en el pasado –como los citados Tlatelolco y la noche de los lápices– lo fueron porque intrínsecamente su circuito y su médula estuvieron signados por condiciones políticas in extremis: por un lado (en México) un gobierno democrático pero autoritario y represor (liderado por Gustavo Díaz Ordaz) que no permitía la menor expresión de inconformidad social y veía comunistas hasta en la sopa, y que tampoco dudaba en encarcelar a cualquier manifestante, lo que impulsó la reacción universitaria y la lucha por la liberación de los presos políticos; por otro lado (en Argentina) una dictadura que sin ruborizarse secuestró colegiales en sus propias casas y que tuvo de cómplices al mundo político civil y el espantoso conservadurismo de la época.

¿Hoy no es un tiempo histórico en América Latina para entrever que las luchas estudiantiles en varios países de la región muestra el carácter tendencial de las políticas neoliberales que desechan lo público y aniquilan al Estado? Todo tiempo es histórico. Algunos sucesos, con terror y sangre, sellan puntos críticos de la vida social y política de los pueblos. Otros sucesos, pequeños pero sintomáticos, rotulan el malestar de una sociedad que, víctima de la despolitización inducida, adopta la protesta porque ya se siente bloqueada y hostigada en su artificial comodidad doméstica (de la casa o del trabajo).

Los estudiantes ecuatorianos, además, saben que menoscabar el carácter público de la Educación Superior es un retroceso de las conquistas políticas del inmediato pasado. Y que defender y ampliar tales logros es un deber no solo de ellos sino de una sociedad que ve en la educación un derecho progresivo e indetenible.

Hoy, lo van comprendiendo los estudiantes contemporáneos, essu tiempo político e histórico. Los significados de México ’68 y Argentina ’76 implican pensar que ningún pueblo, inspirado y entusiasmado por la energía de los jóvenes, alcanza objetivos sino arriesga insertarse rebeldemente en la dinámica de una sociedad embotada por los sicotrópicos del poder de turno y del poder mediático permanente.

No es dable, entonces, menospreciar la lucha de los estudiantes que recién empieza. No es dable deslegitimar a chicos y chicas que recién perfilan sus ideas y sus convicciones políticas. Ell@s están ahí para decirnos que cada sector no es una isla, que el Ecuador requiere entender no la micro política de los egoísmos gremiales sino la macro política del Estado y el papel ciudadano en el devenir colectivo. Y eso es hacer política e historia.

Quito, 26 de noviembre de 2018.

 

… Del combate nacerá el amor

Por: Carol Murillo Ruiz

Iba a escribir sobre el fascismo hasta que me llegó un vídeo conmovedor sobre la relación entre hombres y mujeres (https://www.facebook.com/mirnaluz.molinaramos/videos/2144404392277474/?t=156) que me mostró un lado honrosamente sano de pensar el diario intercambio de unos seres diferentes en mucho e iguales en menos, por suerte.

Las relaciones heterosexuales (solo me voy a referir a éstas) se hallan urdidas por incontables factores subjetivos que propenden a construir estereotipos o teorías que, en expresos casos, demarcan en ecuaciones densas las cotidianeidades de quienes viven sus amores, alegrías y malestares con la sombra de la espada de lo que otros piensan sobre los afectos ajenos y nunca bajo la lupa de los propios. En este vídeo las mujeres hablan de sus faltas cuando por diversas causas sus relaciones con hombres nunca fueron equitativas o emocionalmente serenas. Asumen una responsabilidad que el feminismo más ramplón traduce siempre como victimización per se. Sé que históricamente las mujeres han sido –y son víctimas- sobre todo de intercambios sentimentales injustos y retorcidos, y que la diatriba anti patriarcal recorre el discurso de los múltiples feminismos de cada época. Pero en toda sociedad, por educación y cultura, hay mujeres que deliberan y actúan de modo incomparable precisamente para estampar líneas rojas frente a los hombres que no son, en estricto rigor, machistas o patriarcales, sino el resultado de una masculinidad fundada por relaciones sociales reñidas con la ponderación y la integridad humanas. Además, las mujeres del vídeo tocan fibras que pareciera solo las mujeres pueden tantear y avizorar: las fibras femeninas de los hombres, lo digo, con honestidad, lejos de la metáfora. Tales fibras, en el precepto social contemporáneo (el que conozco más), son sentidas o llegan a los nervios femeniles con una distancia pasmosa; porque como ellas mismas dicen: los hombres no deben o pueden o están aptos para dejarse abrir la piel y ver la sangre que les hierve más allá del cuerpo.

Es obvio que los casos de todas las mujeres no son los casos de todos los hombres; pero en el circuito en el que nos movemos quienes tenemos el privilegio de contar con relaciones humanas más dignas, es necesario repasar que el “desastre” de las relaciones heterosexuales es un campo plagado de trampas y sesgos sociales impuestos y que las mismas mujeres que piensan de modo incomparable, o sea, matizando los absolutos, en repetidas ocasiones se rinden ante el discurso de la violencia absoluta de los hombres. Semejante contradicción es parte de ese juego, en apariencia, intangible de las emociones e incluso de la audaz y temeraria objetividad del feminismo impostado de ciertas mujeres y hombres que hoy presumen de igualdad cuando lo benéfico –en la correlación humana de lo heterosexual- es la diferencia como complemento y plenitud. Pero cuando muchas mujeres y muchos hombres se rinden ante la despótica arenga de la violencia machista lo que en realidad pasa es que el feminismo (uno de tantos) ha cimentado un discurso dominante dentro de sus muros conceptuales más genéricos, y tal influencia permea la subjetividad de heterogéneas capas sociales, sobre todo de aquellas que fungen de masivas en las redes virtuales tan proclives a relativizar, linchar o absolutizar hechos o seres sin ningún asidero cognitivo o reflexivo.

El vídeo asimismo hace referencia a un aspecto central en la vida de las relaciones hetero: la sexualidad. Algo de lo que nunca se habla pero se ejerce con sapiencia, finura, desgano o ignorancia. Desconocemos nuestros cuerpos, hombres y mujeres, y relegamos el universo sensual de/l@ otr@ porque está regodeado de mitos, enigmas y pecados creados por una sociedad puritana que se encarga más de las almas que de las mentes. Ergo, estas mujeres consideran que la tiniebla de lo erógeno es uno de los dispositivos del desastre de los intercambios sexuales tradicionales, e invitan a romperlos si se tiene conciencia del mutuo e ineludible compromiso del placer erótico. Dejar de hacerlo implica no una castración masculina solamente sino una deuda con las necesidades o deseos femeninos legítimos pero aplazados por el miedo y el patrón cultural acendrado en el inconsciente culto (del desprecio) a lo falocrático como norma impositiva: una valoración así, tan simple, es la negación de lo humano.

Por último, la alusión a la culpa o a las culpas trasciende la nobleza de estas mujeres que ya no se sofocan con la ultranza discursiva del machismo. Saben de su libertad al notar que sus desatinos con los hombres también forman parte de la distribución social y mental con la que fueron educadas o desnaturalizadas, y que tantas contradicciones juntas no se zanjan con la condena o la ejecución sin más de cualquier o todos los hombres.

Pero quizá lo que más me gustó de esta secuencia de retratos e ideas es el fondo tonal de una hermosa ternura, una ternura que algunos hombres nos provocan y hace que los amemos sin culpas y sin sigilos. Como poetizara Pierre Dupont: La espada habrá de destruir la espada, / y del combate nacerá el amor.

Quito, 12 de noviembre de 2018.

El grillete

Por: Carol Murillo Ruiz

Aquel lugar en el centro del universo era en verdad una parroquia grande, llena de casas y pequeños edificios y un castillo de mármol. Sus gentes vivían de lo que podían. A vecen morían y pocos osaban denunciar por qué, cuándo y cómo.

Las autoridades estaban acostumbradas a pronunciar sermones grandilocuentes en las plazas y balcones con unos megáfonos de metal, y los siervos que les atendían en cada residencia o enclenque institución corrían desmandados por los pasillos y despachos anunciando que la parroquia estaba en paz y que la justicia, la noble virtud de los hombres libres, estaba más vigente porque ellos, los siervos, la custodiaban de los desatinos del Jefe cuando éste decidía, por consejo de los secretarios y los aduladores –sin hacerle caso a Maquiavelo que advertía sobre esos roles siniestros- que la generosidad o la avaricia en el poder lleva a una acción peor: la venganza. (Algo que el Jefe secretamente amaba).

Resultó que un día un antiguo funcionario de otro reino, que no confiaba en las bocinas de metal ni en los balcones de piedra caliza, y que otrora había innovado los sermones en palabra oficial genuina, ya no era parte de la tropa de civiles obedientes, y el obscuro y hostil reino lo tenía no solo por impío sino también por ladrón. Entonces los vasallos que iban y venían por templos, moradas y ministerios, libres para ejecutar abusos en nombre de una devoción al Jefe que reposaba en un trono móvil, resolvieron que el sagaz oficinista debía tener una señal del pasado remoto para localizarlo y abrumarlo cuando fuera necesario. Le plantaron un grillete como a los gladiadores romanos que combatían cuerpo a cuerpo con fieras gigantescas –y no debía ser una metáfora porque algunos de los ni tan recientes pajes eran verdaderas alimañas sin porte pero con agallas venenosas-.

Todos sabían en esa parroquia –un reino precario y temporal- que el grillete era un emblema histórico, una especie de argolla de acero que alerta y desnuda la presencia de un sujeto y lo afrenta hasta la médula. Si antes los esclavos negros que vinieron de África a la fuerza, atornillados a un grillete con cadena y una bola de hierro realizaban un trabajo colectivo sangriento en barracas de estiércol para hacer parir la tierra, ahora el grillete, decían los siervos más perspicaces, resultaba un método sincrónico para detectar al pecador y obligarlo a exhibir, ¡con su anuencia!, la degradación de no pertenecer más a la parroquia, es decir, ser vigilado por los espíritus del poder que lo marginaban y que su movilidad por las ruinas de ese reino, sería tortuosa… por eso… una noche el grillete le apretaría y oprimiría tanto el tobillo… y entonces… los siervos más feroces lo notarían y evitarían, muy raudos, que el terco oficinista se haga humo.

En épocas lejanas, la medieval por ejemplo, los grilletes podían ser instalados también en el cuello, en la muñeca, en los antebrazos, en la cintura. Lo cabal era que el aro fuese perceptible y solemnemente tosco, duro, áspero. Indicación inequívoca de que el portador merecía un suplicio visual y físico. El grillete de esta parroquia, en apariencia innovador, era distinto: había sido elaborado con distinción y magia. Si su cerradura pretendía ser violentada, enseguida un perfume a infierno inundaría todo el territorio y alertaría que el encausado estaba en malos pasos, y la justicia del feudo temporal, traería y mostraría la presa al jefe del trono móvil.

No ocurrió así. La historia cuenta que los secretarios y los aduladores, encargados de patrullar el grillete y a su breve cargador, tuvieron muchos días de espanto cuando varios de sus guardias trajeados y no trajeados anunciaron que el oficinista, vapuleado cada día a través de los megáfonos en las plazas y los conventos del poder inmaculado, avisó directamente, en un pergamino de ficción, que ya era libre de oír las reprensiones de la injusticia, los insultos de los esbirros y las trampas de los camaradas.

El desplante causó diversas secuelas en la vida cotidiana de la parroquia; hasta hubo risas sonoras, complacencias en gentes de no creer y ponderaciones en la barriada más sacrílega del reino. La hilaridad se tomó los ánimos de quienes sabían que el poder es una estaca débil o un soplo de muerte para los instintivos.

Pero en el castillo de mármol el perfume a infierno sí se coló por todas partes. Los pecados capitales del poder, la ira y la soberbia, invadió los sesos y los corazones de los siervos hipotéticamente más capaces. La desconfianza provocó que otros vasallos, serviciales a tiempo completo, acudan a pisar el jaspe y sentarse en el salón de pus amarilla y arrojaran con vergüenza su rabia. Cada uno, a su turno, se dio golpes de pecho y hasta teorizaban sobre los otros edificios colmados de esclavos acaso infieles. Hubo quien, meloso con su propia purulencia palaciega, insinuó que los mandos medios tenían la culpa. Y su vecino de mantel escupió la palabra más hermosa del intestino grueso: ¡purga!

Mientras, el grillete yacía en una quebrada ciega; hallarlo causó un sinfín de carcajadas y además vértigos acuosos. Los megáfonos no pudieron evitar dar la noticia y los súbditos no sabían qué y en quién creer. La parroquia era un hipócrita carnaval de máscaras y mentiras y náuseas.

Mientras, una cacería de siervos sospechosos se expandió por propiedades y estancias. Las discusiones se extendían sobre la mecánica cuántica del grillete, sobre su hechizo y fragilidad, sobre su utilidad y desperdicio. La historia no podía sustraerse de semejante debate: los grilletes fueron hechos para ser rotos. La piel de todo hombre lo sabe.

Mientras, la parroquia simuló ser un imperio apelotonando a su séquito de mandamases adjuntos. Tronaron los cristos conversos y los ídolos de barro cayeron en una celada de invenciones mutuas. Nadie sabía nada. Nada sabía nadie.

Mientras, el ex portador del anillo comenzó a hablar desde la sombra, a agnados y cognados. Su tono era el de un clérigo que recién conoce a Dios en su nirvana íntimo; su tono era el de un ser que no se dejó gobernar por el grillete ni por los que subestimaron su inconfesable talento.

Quito, 29 de octubre de 2018.

Un chasqui diligente

Por: Carol Murillo Ruiz

Dicen los que gustan repetir lugares comunes que el Ecuador vive tiempos cuánticos. Cuando se lee objetivamente qué significa en el mundo científico lo cuántico caemos en la cuenta de que tal como lo usan el mandatario y quienes califican los actos de su gobierno, en realidad denigran a los investigadores que por años estudian con seriedad e inteligencia un campo de la física y sus múltiples teorías.

Así, cada vez que Moreno habla, dentro o fuera del Ecuador, el chiste cansino es que otra vez ‘le salió lo cuántico’. Pero quizá lo que en verdad pasa es que él y su régimen no tienen ninguna sustancia espesa, digamos metafóricamente, cognitiva de peso, para entender y proyectar el fin de representar a un Estado. Ni saben cómo informar lo que hacen tras bastidores porque el disco duro comunicacional del gobierno es operado por alguien que se demora en articular verbalmente una idea y menos redactarla con recato institucional.

En este contexto, resulta que el Secretario Nacional de Comunicación, de apellido Michelena, viajó a Argentina (Salta) a la 74ª Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) para leer un discurso a nombre de Moreno. Quería a través de ese texto, cual chasqui aventajado y diligente, comunicar lo que postula su régimen en torno a la libertad de expresión y el papel de los medios de comunicación en Ecuador (y supongo que en el mundo). Incluso matizó su intervención con frases referidas a la democracia, el desarrollo y la gobernabilidad.

Si allá causó buena impresión y sus palabras sonaban políticamente correctas es porque estaba rodeado de los dueños y los representantes de la prensa de nuestro continente. Pero acá, durante toda la semana pasada, lo que se habló de él –en medios y redes sociales- gracias a las declaraciones que esparce en cada pasillo o evento público en el que asoma, fue desastroso, por decir lo menos. Imposible decir que lo que hace el chasqui oficial es un episodio cuántico, imposible y soso.

Tal vez su disertación y estilo, si a eso se puede llamar estilo, es la catadura fiel de lo que es para este gobierno la comunicación pública y la comunicación política: nada que deba trabajarse con rigor para promover una conexión respetable y honesta con la ciudadanía y/o las audiencias.

La mejor perla del chasqui fue esta (que reprodujo en su tuiter): “Prometimos una cirugía mayor a la corrupción, y el periodismo honesto es nuestro aliado. Hoy Ecuador es un país de transparencia, protegemos y vigilamos que exista un Estado de derecho, de libertad de expresión y de prensa”. Vaya confesión perfectamente concordada en forma y fondo. En resumen: el régimen hizo un pacto con los medios (¿y los periodistas?) para maquillar en conjunto y sin alborotar a la gente sobre los nuevos objetivos que se obtuvieron en los diálogos presidenciales con los sectores más acaudalados del país. Dieciocho meses después, si se mira bien la conformación del gabinete ministerial, se nota que el viraje ideológico, político y económico del morenismo (¿hay morenismo o una ristra de oportunistas atrás de la presa estatal?) es el neoliberalismo aplicado a cuenta gotas. En todo, hasta en la comunicación oficial. Porque cada cosa que dijo el chasqui contradecía lo que él mismo hizo durante la última década, es decir, cuando trabajó como subalterno de la misma Secretaría que hoy tutela con las justas.

Por ejemplo: habló de la anterior censura y mordaza. ¿Él fue parte activa de ese esquema sancionatorio y persecutor al que se refirió tan suelto de huesos en un escenario propicio para la ficción y la postverdad (la Asamblea de la SIP) que ahora inunda la metafísica mediática global?

También reseñó, a la ligera, las próximas reformas de la Ley Orgánica de Comunicación. En fin, las generalidades rebosaron una pieza discursiva muy conocida en Ecuador y en la región: la libertad de expresión es un rosario de santos y los medios la herramienta para agenciar los valores más altos de vivir en democracia.

Por acá, en cambio, se burla de que a los empleados y periodistas de un medio incautado –en manos de su gobierno- no se les pague los que se les adeuda. Por acá ordena comunicados oficiales que más parecen panfletos que desprecian el protocolo diplomático de la propia Cancillería que hace mutis por el foro. Por acá se olvida de que él fue parte de la organización y ejecución de las sabatinas que ahora demoniza. Por acá se olvida de que su misión en estos dieciocho meses no ha sido la comunicación gubernamental sino el montaje de una ubicua campaña propagandística para incidir en la percepción y construcción del sentido común de la ciudadanía contra la corrupción de la revolución ciudadana (de la que fue, es significativo recalcarlo, un subalterno aventajado y ¿clandestino?). Por acá se olvida de que lastima a la gente que lo conoce –de antes- porque siente que su eventual superioridad profesional y moral no alcanza para asumir la representación gubernamental que tiene y que solo la ostenta porque el Presidente confía más en su incondicionalidad que en su cacumen. Por acá se olvida de que un gobierno requiere un estratega en comunicación política local e internacional y que lo que ha logrado en este lapso es que la burla y la mofa abunden en los espacios donde nadie se doblega a aceptar la verdad oficial elaborada por los funcionarios y los “periodistas aliados” como él mismo lo confesó en Argentina. Por acá se olvida de que hay un periodismo de opinión en los mismos medios aliados –públicos y privados- que día a día y sin querer queriendo dan a conocer, entrelíneas, la médula íntima de su gobierno y sus designios, y que los lectores atentos ya intuyen que la hipérbole del poder dibujada de Carondelet es de tinta de agua.

Pero quizá lo más sugestivo que leyó el chasqui diligente en Salta es lo siguiente: “No le tememos a la crítica, confiamos en ella como un recurso para corregir errores. En mi país, la prensa tiene todo el apoyo y libertad. Que eso sea un estímulo para siempre hacer buen periodismo”. Cuando dice “no le tememos” habla de “su gobierno”. Ojo. Yo le tomo la palabra.

Así nomás es este régimen transitorio. Una colección de perogrulladas y una profunda frivolidad para equipar un aparato de inducción comunicacional con la finalidad de que la gente crea que el cercano pasado, donde el chasqui ejercía de subalterno productivo, fue solo corrupción y despilfarro. Ojalá el chasqui no tenga rabo de paja. Lo digo con el corazón en la mano.

Tres en raya o la trampa del siglo

Por: Carol Murillo Ruiz

En una semana la política da señales de caos total en el Ecuador. Un caos provocado a expensas de la incertidumbre social y económica de varios sectores del país que no atinan a entender quién y para qué se gobierna si no hay seguridad en los negocios pequeños ni certeza en las hipotéticas inversiones que vendrán desde afuera.

Las tres instancias que (des)gobiernan (Carondelet y los medios; la Mesita Transitoria y sus desaforados abusos; y la Asamblea Nacional y su nido de leales a Palacio) se hallan en la curva del diablo: estarían preparando el escenario para supuestamente apuntalar las condiciones que favorezcan la deseable candidatura de Nebot a la presidencia en unas elecciones adelantadas luego de quizá la muerte cruzada.

Algo de cierto se cocina porque los medios y algunos periodistas, con su olfato de esbirros, no dejan pasar ninguna declaración del alcalde de Guayaquil para tenerla como referencia de lo que se debe ser un mandatario: un hombre pragmático y que tome decisiones. O que la democracia se afianza y consolida cada vez que Trujillo habla y Moreno calla.

Veamos tres señales recientes:

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El trujillismo transitorio propone una Consulta popular para legitimar sus incontables y despóticos abusos. Los corifeos no faltan y apoyan la moción. Los medios no analizan nada e informan sobre las declaraciones casi persignándose. En el país de Manuelito todo es posible. Nadie dice esta boca es mía desde el constructo jurídico. Lo único que se rumora es que Xavier Zavala Egas ya mismo renuncia. Si lo hiciera, es tarde para tapar el más grande error de su trayectoria de jurista. Pero en la propuesta de los transitorios hay mucha tela que cortar. Vivimos desde hace un mes un estado de facto.

Yo escribí, hace varias semanas, un artículo que Fernando Larenas censuró en El Telégrafo, lo siguiente: “La ‘vacancia constitucional’ inventada por la mesita transitoria –al destituir a la Corte Constitucional- se parece demasiado a un golpe de Estado; pero el terror implantado en la psiquis ciudadana, disfrazado de combate a la corrupción, hace que el horrible silencio de destacados juristas y constitucionalistas se extienda a la ¿conciencia colectiva?, y el poder transitorio escupa su victoria sobre la pereza de las mayorías”. Además, en el mismo artículo al finalizar pregunté algo frente a la viscosidad que el discurso moralizante del morenismo pregona: “¿A qué superación moral se refiere este gobierno cuando miente sobre la economía, socapa a los transitorios destituyentes y avala un golpe de estado que pone en riesgo hasta su propia permanencia frente a la Plaza Grande? ¿O es que la cesación de Moreno es lo único no pactado?”.

Hoy parece que el pacto de cesación se hizo consagrando un guion en cámara lenta. La Consulta popular puede ser el ensayo preliminar para sondear a la población; aunque el titubeo dentro del gobierno es tan feo que desde afuera se lo huele como una peste medieval. Los grupos internos se quieren matar y lo que antes parecía un gobierno consensuado entre élites ansiosas de recuperar la tutela del Estado hoy se ha traducido en angustia, porque la travesura duraría poco y se comportan como niños frente a la piñata rota: agarran lo que pueden; un ministerio, una subsecretaría, un puestito por aquí, otro por allá, etc.

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Las señales también vienen de otras partes; estos días Diego Oquendo se trasladó a Guayaquil con el fin de que su radio (Visión) festeje a la Perla del Pacífico en la semana previa a las fiestas de independencia. Por supuesto, el plato fuerte fue una entrevista al alcalde en formato coloquial y alejado completamente de las punzadas que a otros entrevistados, que no son de su devoción, aplica cuando quiere ser muy demócrata invitándolos a equilibrar ideológicamente sus paneles. Anécdotas aparte, el diálogo mencionado (https://bit.ly/2zWpQy8) fue la demostración fidedigna de que el periodismo es un canal de comunicación con el público pero también una correa de transmisión de los intereses de sus dueños y la máscara de los políticos. La elegancia y simpatía con que Oquendo conversó con Nebot provoca dos reflexiones: 1. El alcalde es un político experimentado y está cerca de dejar el cargo; y, 2. Es ineludible indagar si está con ganas de correr por la presidencia con o sin las ventajas que le está dando el morenismo/trujillismo transitorios. Oquendo, cuidadoso al extremo al topar/preguntar por el pasado de gobernador de Nebot no halló más respuestas que las que ha dado ese personaje décadas atrás y que consisten en la sacra alianza entre la autoridad y la ley. Nebot solo sabe hacer cumplir la ley, quedó absolutamente claro para el periodista.

Pero cuando Oquendo amplía el espectro de suaves y discretas preguntas el alcalde guayaquileño tiene formatos de réplica para todo. Nunca dijo si va a ser candidato (a menos que pueda ser mejor presidente que alcalde) y tampoco habló de contrincantes a vencer. Su discurso, que en lo declarativo ha cambiado mucho durante los últimos meses, es un refrito de socialiberalismo sujeto al mercado. Da la impresión que Nebot le quiere arrebatar el centro político que algunos asesores de Carondelet reclaman solo para Moreno. En fin, la entrevista es más decidora por el viaje de Oquendo a Guayaquil que por lo que dijo Nebot en ella. Por teléfono hubiera sido suficiente; pero no, había que tender un tapiz mediático a quien tal vez un día gobierne. Eso se llama precaución…

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La sospecha de que el correísmo aún está incrustado en el morenismo/trujillismo es una de las boberías más repetidas en ciertos medios y por muchos políticos que no tienen ni cacumen ni imaginación. ¡Hasta el alcalde de Quito quiere justificar su ineficiencia por el bloqueo del gobierno anterior!

Es increíble cómo la incapacidad política de procesar la vorágine de hechos paridos desde el poder y sus tentáculos, hoy, haya silenciado a las voces que otrora clamaban justicia y respeto al orden constituido. Si el correísmo estuviera dentro del actual régimen no veríamos a Moreno visitando países lejanos y denigrando la gran herencia institucional que dejó su antecesor y/o contando chistes de última en una universidad del ‘primer mundo’.

Pero hasta sus partidarios ahora le halan las orejas al Presidente. Saben muy bien lo que está haciendo con sus adeptos de ocasión y temen que recalcar el discurso anti corrupción ya va siendo inútil. Además de que aludir y certificar la (falsa) recuperación de la democracia y la prudencia política frente a las descomunales arbitrariedades del Consejo de Participación Transitorio es realmente inadmisible. El caos institucional, como decía al principio, es la peor marca de la situación de facto que resiste el Ecuador.

Y así iremos hasta diciembre, enero, febrero, marzo; atentos a una ruleta que nunca se detendrá sino hasta cuando decida el impostor hacer la trampa del siglo.

Quito, 8 de octubre de 2018.

 

 

¿Las leyes estorban?

Por: Carol Murillo Ruiz

Hace poco oía en una radio quiteña a un conocido periodista decir, palabras más palabras menos, que en el Ecuador hay un exceso de leyes emanadas en la década correísta, y que la labor de la Asamblea Nacional hoy no es procesar más leyes sino suprimir aquellas que, según el comunicador, estorban al normal y eficiente ejercicio de la vida pública y privada del país.

La historia nos muestra que la convivencia humana, por tanto social, de las colectividades requieren de un marco de disciplinamiento que obligue a las personas a respetar los derechos de los demás, es decir, también los propios; una dialéctica legal que implica limitar el arbitrio de pensar y actuar como a bien parezca a alguien o a un grupo en específico.

Se sabe que las sociedades y el Estado son entidades que regulan el proceder ordinario para beneficio, aparentemente, de todos. Sin embargo, las leyes, el Estado de derecho, surge precisamente porque en las sociedades y en el Estado a veces se estacionan segmentos del poder político y económico que legislan para proteger los intereses a los que representan, ergo, las leyes, son objeto de manipulación política ya sea en Congresos, Asambleas o Palacios gubernamentales. El quid de asunto radica en que cualquier ley debe resguardar a los más vulnerables de una sociedad determinada y el poder político, arraigado en las Asambleas donde se montan leyes y códigos, debe legislar lejos de agendas ocultas. Por supuesto, esto es el deber ser, pues las leyes, cuando se diseñan desde los despachos de los poderes fácticos, solo atinan a amparar, cuidar y encubrir a los que precisamente patrocinan su cobertura legal.

Las leyes, aún en sociedades liberales como las nuestras, sirven para demarcar espacios de derechos y luchas colectivas básicas. La política, primera instancia de esas luchas, son útiles para escenificar los conflictos sociales y su derivación en conflictos políticos, ¿cómo se resuelven éstos cuando el poder reprime y no acude al diálogo o la cesión de garantías públicas?, respuesta: con leyes.

Hay en el Ecuador, en este período de una dictadura velada de transición (nadie sabe a dónde), un vacío que no logra captar qué pasa cuando los conflictos sociales –incubados por la indiferencia del Ejecutivo y la Asamblea Nacional en más de dieciséis meses- son eclipsados por los conflictos políticos de los poderosos de turno. Tal fatalidad no es casual, como no es casual que un periodista diga que las leyes expedidas en la década pasada no son útiles porque retardan el progreso del país (¡sic!), pues ese reduccionismo de opinión ni siquiera percibe que lo que se intentó legislando –en serio- fue puntear la ruta de un Estado que separó el interés público del interés privado. Las leyes, aún aquellas que adolecen de errores y agujeros negros como la Ley de Comunicación, por ejemplo, fueron y son más que necesarias cuando la tensión entre las viejas hegemonías políticas, mediáticas y económicas deciden qué es, supuestamente, bueno para subsanar sus propias contradicciones y/o remendar sus pactos temporales, sobre todo porque antes de 2007 el interés privado subyugó al interés público.

Todo esto disimula la idea de que hay muchas (malas) leyes hoy. Regular el radio de acción del interés privado fue el eje de la recuperación del Estado. Otra cosa es que no se lo haya logrado con absoluta racionalidad política y jurídica y que quienes legislaron –hasta hace poco- tuvieran clara la premisa de que lo público es un imperativo para intervenir tanto el conflicto social como el conflicto político.

Hoy se ha anulado esa premisa, y no asombra que políticos, comunicadores y empresarios se quejen de que las ‘leyes correístas’ impiden el desarrollo del país, la inversión extranjera, la vida cotidiana o los emprendimientos particulares. El sentido común ha sido invadido con esa frase ridícula pero sugestiva de que la mejor ley –en cualquier ámbito- es la que no existe.

Da pena oír de quienes más defienden el constructo liberal esa frasecita. Y da pena porque demonizan el núcleo fundamental del liberalismo clásico por un liberalismo discrecional que niega los derechos de las mayorías para abrigar los derechos y privilegios de las élites.

Pero no nos engañemos: lo que cuenta hoy es desprestigiar la vigencia y necesidad de un Estado social que elabore leyes que reduzcan esos privilegios –casi siempre de clase- y que se olvide que la política es el primer peldaño de la complejidad social general. Por tanto las leyes surgen cuando ese peldaño ha sido cooptado y trancado por los poderes fácticos, y se relega a los pobres a aceptar un corpus legal que los somete y además restringe su capacidad de lucha.

No hay un exceso de leyes, hay un desprecio por el Estado de derechos, o sea, de garantías para todos.

Quito, 24 de septiembre de 2018.

La servidumbre de las masas

Por: Carol Murillo Ruiz

Hemos vuelto a pensar –o creer que pensamos- de la forma en que el conservadurismo global está pensando los problemas sociales, económicos, culturales, políticos. Hay una fiebre por articular las ideas sobre la riqueza o la pobreza que se parece a un rosario de fe. Lo que sabemos de los debates políticos en algunos países del primer mundo, no difiere mucho de lo que aquí se dice y se refrenda, por ejemplo, sobre la democracia y sus virtudes.

En Argentina, país del sur americano, se vive el caos institucional y las nociones ideológicas y políticas en torno al rol del Estado y su achicamiento –Macri liquidará diez ministerios, para congraciarse con el Fondo Monetario Internacional- empujan discusiones profundas y manifestaciones gigantescas contra ese conservadurismo anti estatal. Se nota que allá, a pesar de la contaminación que el discurso dominante de las vocerías políticas oficiales y mediáticas derrama por doquier, hay una relativa politización de la ciudadanía que protesta y deja ver su capacidad de comparación frente a lo que vivió y vive hoy. Por supuesto, hay contradicciones en los debates y las perspectivas políticas de cómo leer una realidad tan crispada y ruda, generada por las decisiones del poder, pero lo cierto es que lo de fondo se sabe: la ola privatizadora llegó y el Estado siempre estorba.

Cuando digo que “hemos vuelto a pensar” conservadoramente es porque la atrofia de nuestro sentido común es parte de una permanente influencia de los discursos políticos; que no se presentan como tales sino como expresión de una realidad a la que hay que adaptarse…: ajustándose los cinturones o con la consabida austeridad que difunde el capitalismo más despilfarrador de todas las épocas. Y así vamos por la vida creyendo que pensamos autónomamente, con practicidad y esperanza, y que los decretos y prescripciones del poder político y económico que tutelan a cada uno de nuestros países, desarrollados o no, tiene como contrapartida que los ciudadanos tengan una actitud de desafío, de fortaleza frente a los malos tiempos, de que toda crisis ha de convertirse en una oportunidad… o sea, pensamos y actuamos como el poder quiere que pensemos… amén de la autoayuda gratis de los medios que operan la idea del consumo sin fin. Austeridad y consumo, ¿la receta de la pobreza y la riqueza?

Los tiempos conservadores ‘enseñan’ que el Estado es un ente absurdo, inútil, rechoncho y pésimo administrador. Hay quienes incluso proponen su desaparición para que las empresas y las industrias privadas –las transnacionales- asuman el registro económico y financiero de las sociedades y sus sujetos/objetos. La única o parcial novedad es que ahora no se dice solamente que el Estado es un “ogro filantrópico” sino que es el monstruo populista del siglo XXI.

Supongo que quien lee esto dirá que exagero o que desde mi posición ideológica es normal que me asuste. Pero lo terrible es que semejante anomalía se acrecentó desde el siglo pasado por dos fenómenos esenciales: la irrupción de las masas (en lo global) y la aparición de los medios de comunicación masivos. Parece una tautología, pero no lo es. Lo uno aplaca a lo otro. Son partes de un mismo corpus societal creado por una modernidad violenta, cínica y uniformante.

Por eso el regreso del pensamiento conservador acude indefectiblemente a los medios para propagar el conformismo simbólico: primero en el lenguaje y luego en las tareas y actitudes individuales y colectivas. La magia consiste en que dejemos de pensar lo cotidiano en los códigos de la política y su irradiación en toda la vida social. En otras palabras: el eclipse de lo público y lo privado para la victoria del mercado y la masa. Una violencia pacífica, en apariencia. ¿Qué puede romper esta alianza siniestra entre el mercado y la masa? La política.

Pero pensar y hacer (la) política desinfectándola del conservadurismo rampante en el mundo, en nuestro entorno, en nuestro ser social. ¿Cómo? Ya lo sabremos cuando comencemos a reflexionar que la manera cómo pensamos hoy no nos pertenece ni nos ayuda a entender por qué vivimos prisioneros de ideas fijas, de un sentido común amaestrado, de una pereza mental condicionada por el control de cerebros reales y robóticos.

Un día pensaremos y actuaremos diferente. Ojalá sea pronto.

Quito, 3 de septiembre de 2018.

 

El despotismo de la tecnología

Por: Carol Murillo Ruiz

Hace poco le decía ingenuamente a un amigo que me alegra vivir el hoy –a pesar de su desquicio y caos- porque la tecnología facilita muchas cosas y nos permite acceder al mundo contemporáneo en tiempo real. Mi amigo, bastante espiritual, se sonrió de mis palabras y su gesto me llevó a pensar, una madrugada, por qué la racionalidad contenida en mis palabras puede convertirse en una fe moderna, tecnologizada y acaso también superficial.

Recién yo había leído a Richard Sennett, sociólogo estadounidense, quien apunta varios puntos que se ligan con la idea loca de pensar que la tecnología es un campo abierto para indagar y conocer con libertad aquello que nos es negado por la localidad o lo parroquial de nuestras vidas cotidianas, estemos donde estemos. Semejante hecho, en palabras de Sennett, lleva una trampa implícita. Parafraseo: la tecnología (redes sociales incluidas en su código de instantaneidad) es el nuevo método de dominación que de un modo bastante elocuente se presenta tal como es y no nos oculta nada: al pasar por la red todos nos exponemos a su potencialidad de aparente libertad y desnudamiento de los (nuestros) gustos o visiones de la realidad (digámoslo sociológicamente: de la vida social), de tal suerte que todo está al alcance de lo que se espera que confesemos o lo que se espera que cambiemos… en función del orden global y local.

Ergo, Internet y las redes sociales, verbi gratia, con sus infinitas posibilidades de información, datos, contrastes de comportamientos culturales, estética e inducción de deseos y anhelos, es un universo dispuesto y disponible para readecuar la vida cotidiana –ya alterada- de las últimas tres generaciones en el globo, sobre todo de aquellas que tienen entradas a lo virtual.

Así, trabajar en la computadora o a través de ella –u otros dispositivos- y sus incontablesservicios en línea demanda múltiples interpelaciones acerca de nuestra forma de enfrentar la esfera laboral, pues la vida cotidiana, la no laboral, se enlaza sin más con el nivel de dominio de la tecnología: todo es trabajo, incluso las relaciones personales, amatorias, amistosas, familiares. O sea, el trabajo virtual de construir relaciones no personales –o cuando estrictamente se lo requiera porque lo humano a ratos lo necesita- es otra fábrica seudo afectiva que la tecnología ha sublimado para hacer sentir que su instrumentalización de los sentimientos es otro imperativo, quizá menor, de los tiempos modernos. Si se revisan los efectos de las redes más personales, ni tan políticas, donde aparecen fotos, vídeos caseros, chats, etc., veremos que dicha instrumentalización ha cambiado radicalmente nuestro contacto con la realidad y con los semejantes.

Mucha gente cree hoy que los jóvenes leen y escriben más porque se ven obligados por sus adminículos tecnológicos. Pero la misma demanda de unos códigos, medianamente especializados, ha empujado a que estas generaciones se hagan cargo, sin procesar, de los lenguajes figurativos de la tecnología: los usuarios no escriben, simplemente reproducen dibujos, caritas, memes, GIF, stickers, y toda una serie de diseños (ya disponibles) que ahorran tiempo (¡gran invento del capitalismo económico, cultural y emocional!) para destinarlo al trabajo no cotidiano. La gran ficción consiste en que todo es cotidiano: el trabajo… y la vida diaria aparentemente no conectada a lo laboral.

La libertad que ofrece la tecnología para hacer más fácil cualquier trabajo –menos el artesanal o el que se hace con las manos- es otro artilugio para evadir la hondura del trabajo intelectual tecnologizado.

Recuerdo un cuento de Anton Chéjov que se desarrolla en torno a un hombre joven que no desea ser burócrata; porque prefiere el trabajo que se hace con las manos. Pero su padre y la sociedad le impelen a ser funcionario –hace más de un siglo- porque ese sí es un trabajo intelectual. El joven se resiste. Ahora que lo veo bien su dilema se parece al de hoy: quienes trabajan con la tecnología son los ¿nuevos intelectuales? que han incubado el idioma cifrado del dominio sin saberlo, o sea, su dominación está encubierta en su trabajo obligado y en su ‘trabajo’ cotidiano o vida personal. Hace poco, en un foro, una persona decía algo evidentemente interesante, palabras más, palabras menos: antes conocíamos al esclavizador, le veíamos la cara, lo sabíamos concreto y real. Al parecer, hoy ni siquiera nos importa si hay un amo, señor feudal, jefe, patrón, propietario, dueño, gerente o cualquier autoridad parecida. El capitalismo prescinde de esta figura porque la tecnología, por decirlo de alguna manera, ha hecho un holograma perfecto de la autoridad en nosotros mismos: somos nuestros jefes, nos autorregulamos y nos exigimos de acuerdo a la demanda de la productividad tácita en nuestras actividades diarias. El látigo virtual lo manejamos nosotros mismos; porque la comodidad de la tecnología anula la supuesta diferencia entre el trabajo intelectual realizado en sus diversas plataformas y el trabajo con las manos que hace posible la existencia de la faena virtual. Ergo, el capitalismo de hoy no es solo una inteligencia artificial que nos subyuga –hasta en nuestra propia cama- cuando operamos o manipulamos un smartphone y, además, manipulamos con cariño, a los receptores de nuestros mensajes o stickers, sino que es una magia para creernos autónomos, intelectuales, trabajadores superdotados y libertos, lejanos a la artesanía de la vida real de millones de personas que nunca han tocado un celular, una computadora o un dispositivo cualquiera.

Por eso, quienes se mueven en el cosmos de la tecnología, principalmente comunicadores (o financistas del capitalismo virtual) creen que sus labores determinan o afectan la realidad y pareciera que en ciertos espacios es así. Lo inmaterial, enclavado en las cadenas tecnológicas, implica que un mensaje de Twitter, por ejemplo, fraguado desde una campaña digital con intencionalidad política, termine por crear eso que la postmodernidad maneja con tanto esmero y primor: las percepciones. De allí que el linchamiento mediático –por distintas vías ‘inmateriales’- pueda causar un daño (material) sin parangón en la vida concreta de personas e instituciones.

Lo que aparentemente ha sucedido con el profesor Fernando Casado, linchado sin piedad por gente ajena a lo académico pero cercana a esa inmaterialidad ideológica y comunicacional, para nada inocente, que ‘regala’ la tecnología, escenifica esa maniobra dizque intelectual que devasta el prestigio de quienes no tienen por qué cortar el pensamiento académico del pensamiento político. La vida no es una fragmentación de posturas, es la combinación inteligente de argumentos, ideas, contradicciones y conceptos, y la consabida expresión y relativización de opiniones (políticas) cuando la situación lo amerita. Por tanto, en nuestro país, el Ecuador, en este período de tensiones y arbitrariedades institucionales es inevitable ver este caso en el marco de una supremacía tecnológica absurda: un profesor es acosado virtualmente por sus opiniones políticas y eso es extendido y enganchado a su específica dependencia laboral. Si la institución en la que se desempeña corrobora que el despotismo virtual influyó en su despido, es que estamos viviendo la horrible coacción de la inmaterialidad de las redes sociales transfigurada en el despotismo corporativo del poder político actual. ¿Seremos cómplices de semejante atrocidad?

¿Fascismo virtual?

Por: Carol Murillo Ruiz

El fundamento de los medios de comunicación, desde su invención, ha sido sostener que la libertad de expresión es el eje de la democracia (liberal). Con los años esa libertad se convirtió en la libertad de las elites que se apropiaron del Estado y el poder político para moldear un modo de ver y asumir la vida (social, cultural, económico, sexual, etc.) que incluso estetizó las costumbres –no de tod@s, por supuesto- y los valores morales vigentes.

Devino así un poder mediático enorme y su nivel de influencia es tal que, como se dice en incesantes ocasiones, lo que no es mostrado por los medios, no existe. Frente a eso, creo yo, hay la otra cara, retorcida y maliciosa, que consiste en que una mentira, un montaje, un dudoso crimen, reiterado/publicado mil veces en medios y redes sociales, y repetido por quienes miran sus smartphones (sin reflexionar nada) se convierte en excusa de bullying mediático, virtual y doméstico.

Los medios –y sus hacedores- llegan a pregonar que su función está más allá del bien y del mal. Recién el presidente estadounidense Donald Trump dijo que los medios son “enemigos del pueblo”. Enseguida más de 300 medios de ese país hicieron público un editorial rechazando la declaración.

No hemos visto aquí que los quijotes de la libertad de expresión se hayan pronunciado contra la actitud de Trump ni que sus dichos despierten las reacciones y los, en apariencia, sesudos comentarios de analistas y expertos en comunicación. Tal vez su silencio responde más al “respeto” o ¿sumisión? que merece el amo de un imperio que paga bien –no siempre figurativamente- la inocultable flojera de los que están llamados a criticar la prepotencia de un político lejos de su poder. Quizá por eso el envalentonamiento –casa adentro- es inversamente proporcional frente al caso Trump.

El doble rasero comunicacional del periodismo criollo (que implica, aunque lo nieguen, una visión política, ideológica y ética) explica por qué estos días, sin rubor, se provocó la lapidación virtual contra un académico que no piensa como el poder (neoliberal) quisiera. Si Trump insulta a los medios, se hacen los locos. Si un profesor universitario tiene posición y la defiende, es un insolente al que debe cortársele la cabeza. Una especie de fascismo virtual/intelectualoide está naciendo en el Ecuador. ¡Atenti!