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La vida, la libertad, el cuerpo, el placer…

Por: Carol Murillo Ruiz

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Las sorpresas que da el mundo contemporáneo no tienen parangón, a veces, por el pasado que las sujeta y que hoy espera empacarlas y congelarlas para siempre. Lo ocurrido en Argentina hace pocos días con la “no despenalización del aborto” por parte de un Senado que argumentó desde la Edad de Piedra, es la muestra fehaciente que hay dos fantasmas que recorren el globo: el fantasma de un neo conservadurismo y el fantasma de la revolución verde (las mujeres más conscientes del presente).

El conservadurismo –al igual que el capitalismo- es una entidad social y moral que readecúa sus ideas y prácticas colectivas de acuerdo a los consensos de una visión dominante, es decir, de la mirada de los que manejan el constructo cultural general. Solo había que oír –y desenredar- las tesis de l@s senador@s argentinos para notar cómo su pensamiento se movía entre esa noción despótica (de los derechos de las mujeres) y sus propios prejuicios, cilicios y fe. Nadie ha defendido tanto la hipotética vida que será frente a la vida de millones de mujeres que ya son.

El anonadamiento me duró poco porque el color verde tiene un hechizo especial cuando las causas son defendidas por quienes son las posibles víctimas o lo fueron: miles de jóvenes mujeres que hablan desde un canon que aún no está fundado pero que la historia social lo sembrará con el vigor de la actual sociedad argentina… y latinoamericana, diría yo. ¿Cuál canon? El canon de una libertad que concentra su voluntad de ser en emancipar el lugar más controlado del orbe: el cuerpo.

Las mujeres de hoy, aquellas que han politizado de verdad sus luchas con una noción macro de lo aparentemente micro y doméstico, saben que el cuerpo (animal/humano/humanizado), primer reducto de la evolución mamífera, tiene el esplendor social de reproducir vida… y placer. Los que defienden apenas la función biológica pareciera que solo miran el cuerpo femenino como un refrigerador que almacena óvulos a la espera permanente de espermatozoides calientes y veloces. Los que defienden el cuerpo como territorio de exploración de aquello que aún pervive como antecedente del celo, devenido en sexo y erotismo (el deseo) lejos de la reproducción, es la parte más compleja de advertir y asumir el cuerpo como la esfera de la libertad por excelencia. Las mujeres de hoy (y muchísimos hombres) lo han percibido cabalmente y por eso la revolución verde alcanzó en Argentina unos niveles de conciencia y lucha difíciles de atestiguar en nuestra región ahora; pero está latente.

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Fue evidente además que los debates fuera de los círculos del poder político y religioso, tuvieron destellos de apertura y profundidad que elevaron otras varas, por ejemplo, la despenalización del aborto era el centro de la necesaria Ley, pero las mujeres, pequeñas y grandes; los hombres, lúcidos y confusos, también sabían que en medio de un posible aborto hay innumerables elementos que densifican una discusión más amplia: los derechos. En algún momento tal discusión pasó del plano jurídico al plano social y cultural, y, al hacerlo, puso en duda los valores que hasta entonces rige el comportamiento de las masas.

Lo decía al principio: la visión dominante de la moral, verbi gratia, abarca todo resquicio de libertad posible en la vida individual y colectiva, así lo privado (lo sexual, en términos de violencia sexual) mantendría unos límites que no deberían llegar a lo público. Pero cuando el aborto clandestino se convierte en un tema de salud pública y una secuela, en muchísimos casos, de abuso sexual (violaciones de familiares o extraños), el asunto pasa las barreras de lo doméstico y rompe el freno de una institucionalidad hecha para satisfacer la visión dominante de lo permitido: la defensa de la vida. Ergo, el esparcimiento de dogmas muy bien armado de esta premisa, desde las hipótesis de los neo conservadores, enfrenta algo que está por fuera de sus referentes de la filosofía de la ciencia: el mundo es otro y otras son las preguntas y respuestas para viejas y nuevas cuestiones que atañen a la vida no solo de mujeres vulnerables, pobres, educadas o de clase social alta, y es que la sexualidad, con consecuencias o no (un embarazo no deseado, por ejemplo) tiene ya salidas que la visión dominante niega y es que cualquiera de estas mujeres buscará una solución para una situación que no la puede encubrir el rito del poder. O sea, las mujeres abortan al margen de las leyes y los prejuicios; las mujeres tienen relaciones sexuales libres al margen del castigo moral social; las mujeres disfrutan el placer de la no concepción al margen de la religión y de los patrones morales de las generaciones castradas mental y corporalmente; en fin, las mujeres y los hombres viven en un mundo que no se cansa de buscar la libertad, el afecto, la cercanía con lo humano y con lo bellamente animal que le queda.

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Pero no hay que descuidarse de esta ola neo conservadora o anti derechos. Es una ola que invade todos los espacios privados y públicos. La revolución verde no puede confiar en su lucha actual. Porque la visión dominante, a pesar de la resistencia y firmeza que ha logrado en enormes sectores sociales argentinos, posee recursos culturales para persistir y reactivar dispositivos morales en la subjetividad general. Uno de ellos, el más peligroso, y que ha dejado como lección esta batalla legal (pero más política y social) es que hay sectores muy progresistas que aún no entienden la dialéctica científica del aborto, o sea, la filosofía de la ciencia arriba mencionada. Captados y cooptados por la moral vigente, estos sectores, incluidas mujeres muy perspicaces, toman la vida humana como materia biológica sin más, desde el embrión, y no se detienen a desbrozar qué significa vida y vida humana. Parece sencillo, pero no lo es. La duda de ellas y ellos apareció en el debate no solo en Argentina sino que algunos espacios aquí en Ecuador. Razón suficiente para alarmarse del neo conservadurismo presente en las mentes no contemporizadas con las corrientes científicas que explican, lejos del credo biológico (a eso han llegado, ¡convertir la biología en dogma!), la fecundación y el potencial desarrollo de la vida humana luego.

La tarea es ardua en unas sociedades afectas al miedo, la hostia y la superstición. No obstante hoy se debate con mejores herramientas de análisis y con una generación (de jóvenes mujeres y hombres) que mansamente ya no acepta la imposición de rutinas, hábitos y referentes represivos y castradores de la libertad.

Así, el sexo, el aborto, el cuerpo, la libertad, el placer, la vida; son temas que jamás perderán la movilidad trasformadora que las nuevas generaciones (y la historia) le otorgan por un imperativo social y cultural innegable, a pesar del neo conservadurismo del statu quo… o el “paternalismo jurásico” de los senadores argentinos.

Una película de terror

Por: Carol Murillo Ruiz

Gino Solari acaba de llegar a Cuenca después de conocer algunas ciudades latinoamericanas. Tenía casi treinta años y por primera vez se había atrevido a buscar algo que si bien no sabía qué era en el camino –o el camino- le enseñaría con dureza. Cultivaba unos sueños altos pero su brío se apocaba por un pasado sin signos claros. Ansiaba una vida pública, un oficio que lo pusiera en contacto con el entorno que sus convicciones humanas le impelían cada día: el dolor, la lucha, el sentimiento sencillo. El viaje, no obstante, también le otorgó un escepticismo punzante.

Creía que todo lo visto tenía una falsedad profunda: unas ciudades pobres y tristes debían ocultar una belleza superior, difícil de verla de lejos y en tan poco tiempo. Las capitales latinoamericanas, las cuatro que recorrió en un mes, recogían el olor del miedo y sus calles y sus bastimentos y los miles de rostros que observó no le dieron a Gino la constatación de que la vida estuviera allí. Cuando se encontró con Sandra, su amiga de infancia, no supo controlar su decepción y le contó que su castración psíquica le impedía ver lo que él creía que podía ver al margen de las fachadas. Le dijo casi llorando: no son las ciudades y sus sótanos, soy yo Sandrael que ha nacido para estar ciego ante el sol y las tinieblas.

Ella, sigilosa, porque él era impresionable hasta el ridículo, creyó que por fin Gino sentiría la urgencia de romper su cascarón y forjar un éxodo interior de gloria: no para conocer calles, fábricas, rascacielos, suburbios, boato o inopia, gente infeliz o insulsa sino para remover su espíritu cohibido. Se equivocaba, su amigo no escuchó cuando Sandra quiso agitarlo: Gino, hay un secreto para no perder tus deseos más hondos: alterar tus apegos por lo doméstico y probar el barro de tu realidad contigua; no la de los otros, la tuya, la que has labrado por la inercia del conjunto. Se despidieron en silencio.

El hombre se resistía a creer que ella lo empujara a un barranco. Él no sabía por qué el lodo podría darle el vigor para existir de veras. La metáfora era densa. Se acostó en la cama a mirar el techo, ese techo que le daba seguridad y le proveía de figuras nuevas y móviles. Unos dibujos imaginarios que le hacían creer que su vida era como una película. Una película de terror en cámara lenta.

Quito, 13 de agosto de 2018.

Ecuador: coloniaje y dictadura

Por: Carol Murillo Ruiz

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La gira que hizo el presidente Lenín Moreno por Europa ha dejado un olor a pezuña política. Pezuña política porque los discursos que dieron materia para que los medios y las redes sociales tuvieran noticias y reseñas fueron de tal penuria conceptual y juicios mínimos de la historia social de unos pueblos –los de allá y los de acá-, que causa repugnancia. Pueblos (¿países?) indefectiblemente unidos por una empresa de conquista (post medieval) que dio al engranaje económico mundial, de ese entonces, la primera idea de globalización colonial.

Moreno ignora todo esto cuando al empezar su intervención “Saliendo del abismo”, en España, repitió la frase que oculta una sumisión sin nombre para todo latinoamericano:madre patria. Con solo esa mención ahíta de lugares comunes un ecuatoriano con educación básica y convicción de libertad hubiera salido del recinto empresarial –el público que lo oía- pero no, ahí estaban precisamente los continuadores de la nueva conquista: los de allá y los de acá. Basta esta frase lisonjera en suelo extranjero para entender por qué el Ecuador, mejor decir, sus autoridades, observan el globo terráqueo: un lugar ajeno que solo conoceremos mejor cuando ellos –los empresarios- vengan a decirnos cómo hacer plata y salir del abismo en que nos dejó el gobierno anterior.

Una de las cosas más graves del actual gobierno es su visión y noción de las relaciones internaciones y de la geopolítica contemporánea. El retorno a las ideas de que solo los negocios, las finanzas y los intercambios comerciales tradicionales pueden movilizar ostensiblemente la economía (tanto de naciones como de personas) es que se busqueinversión extranjera al costo que sea. Y más si se tiene la audacia de hacer creer a los ingenuos que la infraestructura que hoy tiene el Ecuador es producto de la magia de la imprevisión.

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Se sabe que hoy un país, por muy pequeño que sea, es parte de un engranaje transnacional que cuenta y mucho a la hora de instituir relaciones de la índole que sea: política, económica, diplomática, comercial, militar, etc. Nuestro país, en los últimos tres quinquenios, ingresó a una tendencia ideológica y política que marcó la historia de los inicios del siglo XXI en América Latina y el mundo. A esa tendencia muchos la denominan de izquierda y otrosprogresismo. La idea central es que esa tendencia dio al Estado el carácter público que las derechas (liberales y conservadoras) le niegan. Pero lo más importante es cómo en varios países el progresismo se vino abajo porque en su seno se gestó un repudio ideológico a un pensamiento que, en términos políticos, no había calado en sociedades eminentemente cooptadas por las premisas fáciles del emprendimiento, el individualismo, el capitalismo popular o humano, o la consabida frase de que en un sistema tan libre como este el que no trabaja es porque no quiere o es vago.

Ideas tan simples como estas entrañan una honda forma de entender el mundo y sus desigualdades. En el Ecuador de hoy, regido por un gobierno variopinto y sin ninguna vergüenza política de fondo, hoy se prepara un paquetazo económico que se esconde muy bien tras la matriz comunicacional construida desde que se instaló en Carondelet. Pero semejante trampa no duraría para siempre. El ministro de Energía Pérez ya no pudo ocultar las medidas inminentes: se revisarán los subsidios a los combustibles. Además confesó que se habían hecho sondeos para saber cómo tomaría la población semejante decisión: supuestamente la ciudadanía está consciente de que es hora de subir el gas, las gasolinas, etc. Tal vez no mienta el ministro. El trabajo del Ejecutivo/Medios ha sido y es eficiente. Recién nomás un canal de televisión presentaba un reportaje de cómo el parque automotor nacional ha crecido y cómo sus dueños se han beneficiado de unos combustibles tan baratos. El periodista ponía de ejemplo el diésel. Y el formato de información opinada (reportaje) no tenía otra intención que implantar el mensaje de que el subsidio no lo paga el Estado sino cada uno de los ecuatorianos. ¿Cómo entiende este reportero y su medio el rol del Estado? ¿Qué son los ciudadanos para el Estado? ¿Dónde está la idea tan liberal del bien común que asume un Estado frente a todos? Analfabetismo supino para maquillar la inutilidad de los subsidios en una sociedad en aparente crisis, una idea de crisis (casi apocalíptica) creada por el gobierno y las élites para justificar el retorno de la práctica privatizadora de los servicios públicos, la inversión social y la soberanía política de nuestro país. La autora Naomi Klein, en un ya clásico libro titulado La doctrina del shock, apuntaba que es preciso crear una situación de terror, crisis, desesperación, miedo y condiciones de incertidumbre psicológicas colectivas para que ciertos poderes que administran un país puedan tomar decisiones que de otro modo sería imposible. El régimen de Moreno, tal vez sin conocer este texto, ha creado dichas condiciones: desmoralización masiva, desempleo en lo público y lo privado, mínima información de su política económica (aunque haya colocado en los puestos claves de los ministerios a representantes de la élite), cesión de nuestra soberanía a los Estados Unidos con el regreso de la cooperación militar, puerta abierta a los tratados bilaterales de inversión con mínimas restricciones, ruptura constitucional a través de un Consejo de Participación Transitorio que pone a funcionarios claves a dedo, en fin, una evidente desinstitucionalización en nombre de una nueva que se basa en el hígado de los que hoy gobiernan. Tal caos político no se ve ni se siente porque es mostrado como necesario luego del correísmo. A partir de ahora todo lo que haga el gobierno y sus aliados será visto como un remedio para curar una enfermedad llamada Estado.

¿No parece sospechoso que el apocalipsis inventado por las élites sirva precisamente para volver a la etapa anterior de la república? ¿No parece sospechoso, por ejemplo, que la justicia perdone a delincuentes y hoy sean ellos los que empujen la construcción de la opinión pública exhibidos en los medios afectos a los gobernantes de turno?

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En los dos ejemplos: el discurso en España y la doctrina del shock doméstico (a la ecuatoriana) se encubre un nuevo colonialismo mental y social. Moreno escurre el bulto porque ni lo advierte ni le interesa en términos conceptuales. Pero lo cierto es que el Ecuador, tan chiquito pero simbólicamente fuerte por su ubicación geopolítica regional, hoy vive uno de sus peores momentos políticos y económicos. El coloniaje impuesto para decidir asuntos de índole diplomática (Caso Assange) o deberes internacionales económicos (TBIs), o la instalación de una oficina militar del Norte en Ecuador o la supresión ¿relativa? de los subsidios (por solicitud de organismos que nos prestan plata como país) esboza una colonia nueva y deshonrosamente mansa. Tutelada por un servilismo interno que a nombre de romper el ciclo de un progresismo que puso en el mapa social concreto a los pobres, hoy sin compasión los dejan en las estadísticas, es decir, que crezca la pobreza y el desempleo aquí son datos nomás.

Acaso venga bien la frase de Borges que decía que la “democracia es un abuso de la estadística”. Lo malo es que el Ecuador desde hace varios meses vive una dictadura de élites. Y la pobreza, entonces, sería –es- uno de los abusos de esa dictadura. Coloniaje y dictadura, ¿por eso nos quedamos callados y temblando?

La mujer sin equilibrios

Por: Carol Murillo Ruiz

Ella tenía 30 años y estaba loca por viajar lejos y seguir su intensa exploración vital y un amor que su país, según sus sentires, le negaba a ratos. Había transcurrido su corta vida entre dos carreras universitarias y dos hombres. Hombres siempre un tanto mayores, siempre penetrantes y discretos como ella. Siempre infelices sin ella.

Pamela vivía sola desde los dieciocho y laboraba en cualquier cosa para subsistir y, más que nada, para ocupar un tiempo que le alcanzaba para casi todo: estudiar arquitectura, luego medicina, y trabajar, y tener dos amantes sin ritmos continuos. Los necesitaba. Su voracidad por saber de cada cosa que ocurría en el mundo y en la carne humana la obligaba a mantener unas relaciones amorosas extrañas y hondas, aunque no lo parecieran. No era exactamente una doble vida, pero sí un escape de la frivolidad. Cada uno de sus hombres tenía una virtud: ignorar la existencia del otro. Y ella disfrutaba como si solo hubiera un hombre en su ámbito. El doble y único hombre.

Desde niña había cultivado una vocación de científica; de sus ojos, sus uñas, su pelo, sus pies. Le parecía que en ella se abreviaba el universo. Y era cierto: en un solo ser se almacena el misterio de la vida. A los veinte dibujaba a la perfección y sus trazos moldeaban rostros más que edificios o casas. Esos rostros, decía, son más sólidos que los pilares que sostendrán los cuerpos de esos rostros.

José la quería sin medida pero no estaba dispuesto a volar con ella. Tenía su propio cosmos; aunque ella ocupaba su alma de un modo centrífugo, él sabía que nunca aceptaría vivir sin moverse mucho. Santiago la amaba con recelo. Él deseaba volar; pero ella nunca lo invitaría a hacerlo juntos. Ninguno sabía por qué, siendo ella tan singular y mansa, no dejaba de rasgar su propio equilibrio.

Cuando ella partió y cerró el contacto virtual, José y Santiago resolvieron reunirse una mañana de abril. Pamela, antes de irse, le habló a cada uno del otro. Los pintó de blanco y negro sobre un pliego rosa: fisonomías idénticas.

Cuando lograron verse, frente a frente, supieron que eran hermanos. De sangre, de vientre, de óvulo. Y se olvidaron de ella. Se licuaron. Se metieron otra vez en el sencillo útero. Habían aprendido la lección de la científica, la artista, la mujer sin equilibrios.

Quito, 6 de agosto de 2018.

 

Tentaciones

Por: Carol Murillo Ruiz

Las tentaciones no figuraban entre sus prioridades ahora que conocía un tipo de amor por fuera de su piel. Había concebido varias ideas sobre cómo vivir sin pensar, como lo hacía antes, que una tentación es una prueba de vida, un fuego lento pero limpio para lograr un placer nuevo cada vez. Fabio no exigía mucho ahora; se complacía con los efluvios de las flores secas que el cambio de estación traía a su jardín de amapolas y jazmines.

Cuando lo fui a ver, hace poco, olía a manzanas verdes y su rostro parecía regresar del claustro del mar. Fresquísimo cató mi beso y enseguida me llevó hacia una mesa atiborrada de hojas con poemas nuevos. Todos tenían la palabra tentación ilustrando imágenes de mujeres de papel y de carne. Sonreía al ver mis mejillas rojas y mis manos humedecidas. Solo leerlos era una tentación sin límites. En su poesía no había podido abandonar su viejo hábito de seducir a más siluetas que rebaños de hembras sin lujuria. Su voz, vibrando en el abismo de mi pelo, señaló el último verso de la página amarilla, es para ti, me dijo: toca mi pestaña/ abre mi ojo izquierdo/ y mira cómo me arrodillo/ para tener tu zanca en mi boca.

Fabio era así: pertinaz y lúbrico cuando relegaba la tentación de dejar todos sus impulsos juntos. (Hasta el olvido era una tentación). Yo disfruté de la palabra mágica: zanca. Y le compuse la continuación de su pestaña: toca el tibial de mi zanca/ subyuga el músculo de arriba/ y las venas de abajo/ hasta sentir los estragos/ de tu lengua en mi planta.

Yo soy así: también pertinaz cuando él insistía en jugar con las tentaciones de su irreal papiro.

Una tentación es una prueba de vida. Todos lo sabemos cuando conseguimos la letalidad de una caricia completa. Fabio, ese día, en su mesa, había sombreado una sábana, letras, besos puestos en torsos solitarios, labios sin pan, dedos ideando refugios. Su dimisión consistía en sellar en papel su cuerpo en otros cuerpos.

Fue sublime revelarle lo imposible. Decirle que su oasis de amapola no podía dejar de supurar deseo o plegarse a los apetitos no propios. Él era una amapola, más sudorífico que mi vulva en su palma, más recio que calmante, más brío que copla.

Allí quedó cautivo y feliz. Casi humillado observando una zanca que huía para volver pronto, muy pronto.

Quito, 30 de julio de 2018.

Don Pedro Restrepo, perdónelos…

Por: Carol Murillo Ruiz

Hace poco a propósito de que Pedro Restrepo decidió, en uso de su libertad de expresión y de la más alta y también cruel experiencia que vive (en presente) por la acción y omisión del Estado ecuatoriano hace más de treinta años, decir a través de las redes sociales “#YoSoyCorrea”, un vendaval de insultos le cayó encima sin más razón que el odio y la mínima reflexión que algunos personajes públicos han cultivado obsesivamente contra el expresidente. La lucha colosal y en un principio solitaria de don Pedro y su familia, en tales mentes, quedó atrás y ya había sido resarcida por una cantidad de dinero que el Estado, por Ley, le retribuyó.

La sinrazón domina a una parte de la opinión pública nacional. La obcecación anticorreísta no diferencia nada y abusa de su frágil hegemonía política y mediática para imponer unas ‘verdades’ que no por repetirlas mil veces se convertirán en realidad.

Sin embargo, meterse con el símbolo y el temple de Pedro Restrepo rompió toda consideración ética. En el fondo lo que intentan señalar esos seres virtuales es más que sencillo y también horrible: defienden el Estado represor que en los ’80 convirtió al país en un laboratorio de persecución de supuestos subversivos y narcos contra quienes los escuadrones de la muerte tenían carta abierta para desaparecerlos o matarlos. Lo diré de otro modo: atacar a don Pedro es legitimar la institucionalidad que en los ‘80 asesinó a sus hijos. ¿Por qué? Porque en la fantasía febril de los custodios de la libertad de conciencia y palabra de Pedro Restrepo el gobierno que presidió Rafael Correa fue peor que el que rigió León Febres Cordero. ¡Pero hasta la comparación es burda!

El actual fanatismo político y mediático causa estupor. Es casi imposible sostener en el presente que vivimos una democracia abierta en la que lo que diga un ciudadano es respetado. Hoy no hay escuadrones de la muerte persiguiendo supuestos terroristas (categoría en Ecuador instalada por Febres Cordero para deshonrar a los guerrilleros) sino toda una institucionalidad, comandada por la ilegítima mesita transitoria, que hace y deshace del estado de derecho.

Querido don Pedro Restrepo, perdónelos, porque no saben lo que hacen.

Quito, 23 de julio de 2018.

Un día abriremos los ojos

Por: Carol Murillo Ruiz

Cuando se miran con ojos propios los hechos políticos, económicos y mediáticos acaecidos desde el 24 de mayo de 2017 hasta hoy (hechos que niegan el origen de un proyecto de gobierno) no se puede pensar menos en que cada pronunciamiento, entrevista, mensaje, acuerdo, diálogo, alianza o, por ejemplo, las astutas medidas económicas tomadas –por el gobierno- en medio de la fraguada vergüenza contra la supuestamente descomunal corrupción de la última década, es una obra guionada, al detalle, para recuperar no solo la dirección del Estado y sus alcances reales y conceptuales, sino recomponer algo que empezaba a fracturarse a fuerza de la pedagogía política y comunicacional de Rafael Correa: el sentido común.

Ya hemos dicho que uno de los errores de la revolución ciudadana fue no haber realizado un titánico y elaborado trabajo político allí donde la razón del poder no llega, es decir, la razón del pueblo. Pero una vez que eso no tiene remedio hoy porque los hechos arriba mencionados atacan precisamente la soledad política de los sectores sociales peor informados, es inevitable recalcar cómo el sentido común es una especie de plastilina que bien tocada, diseñada y conducida es útil para invertir valores y afectar subjetividades.

¿Cómo entender que la axiología del poder, o sea, ese conjunto de valores morales y sentimientos que comparte una comunidad (simultáneamente) golpeada por la explotación, el abuso y el desprecio de ese mismo poder, cada día haga suyos esos valores y los asuma como propios? El largo trajinar de la ideología del poder, en todos los ámbitos, produce esta enajenación que modifica el discernimiento, las percepciones y las nociones de lo que debe ser la ética pública, mas no la ética del poder o los viejos poderes y sus esbirros libertos. La ética pública es una cosa y la bravata moralista del poder es otra. No se conectan, no son harina del mismo costal.

Después de más de un siglo en que los operadores políticos de la democracia descubrieron que se puede usar y confundir a las masas y que varios sectores dizque contradictores del poder también sirven para nutrir ese objetivo, no hubo escrúpulos aquí para poner en marcha mensajes y montajes que desvirtúen la necesidad de que las sociedades estén ávidas de dirigentes –en todos los frentes- que hablen del Estado, de lo público y de lo privado sin que se mezclen los intereses corporativos con el bien común (en términos liberales). Hasta de ese discurso se han olvidado. Hoy los empresarios y banqueros ni se inmutan cuando hablan de sus negocios por oposición al Estado. Ni los movimientos sociales se erizan cuando agencian propinas del gobierno de turno. Otra vez el Estado fallido: asistencialismo, filantropía, caridad, beneficencia. ¡Este es el fondo del asunto!

Por eso modelar el sentido común general en el Ecuador, en contra de un proyecto y un líder que dio identidad social y política a un gran sector de nuestra comunidad, es un imperativo ideológico imposible de descuidar. La afrenta del correísmo fue darle lugar a quienes ni sabían que un Estado social es posible cuando se instala en su rearticulación política unas ideas renovadas sobre lo público y lo estatal, y se otorga al pueblo una identidad genérica que le permite acceder a eso que parecía abstracto: el Estado. Ergo, los grupos de poder –a los que ni siquiera pertenece el actual mandatario, acaso apenas como reflejo condicionado de un contexto perverso- tienen que borrar de la subjetividad (nacional) la sola imagen de que el pueblo es la sustancia de un Estado social. Turbar el sentido común del pueblo es hoy la mejor y más cruel operación de manipulación que puede vivir una sociedad que conoció, por diez años, la política en el espacio de lo público, y no como una lotería que se saca quien confía en la suerte y no en la racionalidad de un orden social en apariencia moderno.

Sí, cuando se mira lo ocurrido desde mayo de 2017 hay que santiguarse. Tan bien trazaron la cancha los fantasmas que zanganean dentro y fuera de Carondelet que fue fácil cooptar a un aparente líder como Moreno para echar a andar la maquinaria psíquica que unos mentores entienden bien, es decir, que saben cómo se mueve la subjetividad de un pueblo sin preparación ideológica y alertas de convicción política.

A eso ayuda la liviandad mediática que hoy alcahuetea a reporteros que denigran el oficio. Todo para tener espectadores (la clase media y el pueblo) babeando asco frente a noticias y reportajes que solo una imaginación nerviosa puede pretender verosímiles.

Así estamos: viendo a través del cristal del poder de turno.

Un día abriremos los ojos (los propios) y veremos la realidad.

Quito, 17 de julio de 2018.

Un hombre se ha evaporado

Por: Carol Murillo Ruiz

Pocas veces un invierno se había concentrado en una piel de canela y escamas. Natael esperaba a Clara en una cafetería ruidosa y forrada de afiches sin leyenda. Ella guardaba una tarea de confidente: sacarse del vientre un relato de flores que durante un tiempo había anegado su pasión y sus gozos incontrolables. Natael era la mano que toca la esencia cuando se trata de deducir el ímpetu de una mujer en trance.

Clara pasaba por una fase de desenfreno. Como en las iglesias de pueblo, acudía a su amigo como a un clérigo sin ropón y sin dogma, que enseguida sabría deglutir ese vaso de fuego que acabó subsumido por una placenta repleta de otro futuro. Llegó ella y se sentó más fresca y en calma que la última vez que la vio. Él, experto en escudriñar en dos segundos unos ojos y un cuerpo, supo que Clara exudaba ya el viento de libertad que su amante le había succionado cada semana con sus propios hálitos de boca y labios altos y bajos.

Bebieron un café y luego un par de cocteles ligeros, de pronto ella se apoderó de un monólogo de teatro vacío. – Sabes Nat, él aterrizó en el minuto más propicio de mi vida. Su rostro preciosísimo, enmarcado en sus breves años, y su sonrisa sin candor, trajeron la espada que cortaría las piezas de la fábula de mis senos y mi corredor volcánico. Y yo bebí de sus costillas y su músculo el sudor que destila un hombre cada vez que laten otras venas encima de su plexo y sexo.

Natael la calló sobrecogido. – ¿De verdad hablas en pasado Clara? Ella, sonriendo satisfecha y lúcida continuó. – No estás entendiendo Nat, los cuentos de hadas duran nada. Mejor dicho: duran lo que deben durar. Él tenía los días contados y yo veía su almanaque a través de su obsesión por el reloj. Su tiempo no era mi tiempo, una vez me lo dijo al descuido. Yo lo sabía desde el único amanecer; pero tú mismo, debes recordarlo, recalcaste que era imprescindible regocijarse de la flor del día; de la calidez de una piel de escamas labradas en el río feroz que lo parió desnudo. Lo hice e hicimos tal cual.

– ¿Y ahora Clara?

– Lo sabes bien Nat, un día germinó en mí un poema distinto, o sea, la afluencia de un océano entero. Yo prefiero el mar. Los ríos no bastan cuando se ansía llegar lejos.

Quito, 9 de julio de 2018.

Los que hablan y los que callan frente al gobierno

Por: Carol Murillo Ruiz

El gobierno actual cumplió un año y más, y en las últimas semanas ha terminado de sacarse las múltiples caretas que tenía para marear al Ecuador. Su propuesta económica, sobre todo, resumida en la Trole 3 (que muchos especialistas dicen que no es un ‘proyecto económico’ en rigor sino medidas con dedicatoria para sus más fieles auspiciantes políticos) descarta la visión de que este es un régimen progresista, en el mejor de los casos.

La aprobación de la Trole 3 por parte de la Asamblea Nacional en medio de un muy bien disimulado aquelarre político demuestra que el camino a seguir pone en peligro la estabilidad económica y política del país; amén de las elucubraciones sobre el destino del Ejecutivo una vez que se empiecen a sentir los efectos de tales medidas.

Pero lo que llama la atención en realidad es que frente a un golpe tan diestro y siniestro la sociedad ecuatoriana guarde silencio y no se anime a decir qué mismo pasa en un gobierno que tiene en su seno personas que no comulgan con ideas y tesis sobre la racionalización del Estado bajo la receta neoliberal y más bien den esperanzas de que lo decidido en economía es bueno para todos. Ese silencio político y social es escabroso también para todos.

Se puede entender que los políticos tradicionales, los medios y un grupo variopinto de empresarios estén felices por las medidas, pero no se entiende que los partidos, movimientos y sectores de izquierda, sociedad civil organizada en colectivos dinámicos y otros grupos de ciudadanos conscientes del objetivo gubernamental de retomar la iniciativa privada como eje articulador del eclipse de las políticas públicas –incluidas las económicas- desaparezcan solo porque el único fin de semejante alianza es matar al correísmo o su proyecto político. Pensar y actuar así únicamente consolida la idea de que en el Ecuador no prima la visión racionalista del Estado –como se quiere hacer pensar- sino la práctica oligárquica de convertir al Estado en una sucursal de los intereses privados que usan su corpus institucional para legitimar un modelo empresarial de negocios y no uno de interés colectivo.

Pero insisto, preocupa el silencio de quienes sí saben lo que está pasando en términos de país/sociedad. Son pocos y con aprensión los que se te atreven a desnudar la Trole 3 y sus alcances políticos y financieros. Y otros que quieren hacerlo simplemente se erizan cuando ven que el acoso político y mediático les cae apenas abren un ojo y un poco la boca, mientras el resto bendice las medidas y la correlación de fuerzas políticas disminuida de los que en verdad podrían ser la oposición más coherente ante el escenario actual.

¿Por qué hablan poco y se visibilizan menos? Hay gente que sí habla y escribe; pero su legitimidad social y de experticia en los temas cruciales del Ecuador ha sido tan desgastada, humillada y casi vencida por el ataque de los viejos políticos y su plataforma mediática que casi no existen. Otra vez la inferencia que parecía superada: solo existe lo que los medios –los hegemónicos- exponen y normalizan, o sea, aquello que concierta obligatoriamente con la hegemonía política y económica de hoy.

Ahora, ¡qué pesar!, solo existe la bondad del gobierno y su titular… en cualquier decreto que firme. Tal estrategia política y de comunicación ha dado frutos porque es muy ventajoso combinar la figura del Presidente con el propósito de moralizar. ¡De modo que la política se ha convertido en una misión apostólica! Por eso varios analistas y radiodifusores mascullan cada día la consigna de que se debe apoyar a Moreno como a un apóstol de la moral pública; aunque hasta los más rancios opositores de Correa ya ven en esa postura una forma de aniquilar a Lenín Moreno, porque creen que se lo debe apretar más, es decir, para que realmente éste sea útil debe cortar el cordón umbilical correísta que todavía lo hace sospechoso y tardío en su accionar oficial. No basta con que el gobierno y el Consejo de Notables –elegido a dedo por el Ejecutivo- haya emprendido la persecución política y judicial más grande de la historia ecuatoriana, no, no basta. Lo político debe supeditarse a lo económico, parece exclamar uno que otro poderoso, y ya puso un relativo ojo avizor Guillermo Lasso cuando su partido no votó por la Trole 3 en la Asamblea Nacional, pero nadie le ha dado mucho crédito porque su alerta viene precisamente de su interés económico particular y de su ambición política presente y futura. Sin embargo, allí está una señal clara de las disputas económicas de los grupos de poder regionales, que no se ven en los medios ni conviene que se vean para dejar tranquilos a los que gobiernan hoy con la vara del mediano plazo.

El silencio tiene su precio. Va siendo hora de que se sepa por qué los que sí hablan y apoyan al régimen actual lo hacen y justifican, y los que callan se benefician y lo benefician. Y los que escriben analizando y ubicando sus bemoles y perversiones son ensombrecidos por el halo del nocivo escrúpulo anticorreísta.

La eficacia de la política gubernativa radica, en esencia, en el control de los silencios de adentro y de afuera. De adentro, por ejemplo, es informar parcialmente sobre las decisiones de Carondelet. De afuera, es parapetarse en los medios aliados para relativizar cualquier crítica seria y sobria sobre la innegable manera de gobernar exclusivamente para algunas élites.

Ojalá el silencio de los dizque inocentes no sea para siempre.

El silencio de las izquierdas

Por: Carol Murillo Ruiz

América Latina vive uno de los peores momentos por el retorno de políticos neoliberales a la dirección de los Estados. Su configuración ideológica es una visión neoliberal de todos los ámbitos de la vida social y económica y apuestan a destruir los logros del progresismo –una categoría que enlaza el concepto de justicia y derechos colectivos-.

Pero hay una corriente de opinión que pretende despedazar el legado de unos líderes y gobiernos que hicieron más por los pobres que el discurso retórico de algunas izquierdas congeladas en su purismo. Ergo, ya no se sabe hoy, en 2018, quiénes le hicieron más daño al progresismo: si la derecha hambrienta de poder político que no pudo con la fuerza social represada en cada país (y que halló en el populismo social –uso adrede esta definición movediza- una salida a sus viejas necesidades), o la izquierda hipócrita que ha vivido de las migajas que las democracias liberales le obsequian cuando se intentan sublevar.

Las dos ramas, unidas por un tronco raro, se disputan su legitimidad frente a una postura que tuvo un objetivo político claro: recuperar el rol del Estado luego de décadas de arbitrio cínico de las élites que solo lo usaban (usan) como biombo para negociar lo privado.

Como en un carrusel infinito hoy ambos bandos, desde la rigidez ideológica, se disputan quiénes son los auténticos rivales del progresismo, si la derecha neoliberal –que ya no usa ese “apellido”- o la izquierda que aún llora el robo de su léxico ideológico. ¿Puras palabras nomás? No. Sus arengas las desnudan (a las izquierdas más); porque de su imaginario discursivo brota, repito, el recelo a la realidad.

Son las izquierdas las que más temen a la realidad. (Las derechas nunca). Ciertas izquierdas huyen de tres modos de asumir la realidad: el poder, la política y la capacidad de gobernar. ¿No lo creen? Mírenlas ahí: unas gravitando cerca del gobierno actual sin saber qué hacer o decir y otras operando formas de supervivencia política a costa de su remoto decoro. ¿Les apesta el populismo social y optan por la racionalidad del Estado? ¿Quizá por eso se callan frente a la Trole 3?

Difícil saberlo en una situación de turbación y orfandad política.

02 de julio de 2018