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Diáologos

 

  • Bernardo Sandoval Córdova

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova
Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-
El discurso político de las últimas décadas alude al diálogo como un mecanismo adecuado para gobernar.  Supuestamente las explicaciones de puntos de vista, las concertaciones y los acuerdos derivados, deberían ser elementos que garanticen satisfacciones para los involucrados en los diálogos y, por ende, gobernabilidad.  No obstante, la historia reciente nos ha generado escepticismo.

Es obvio que dialogar y entender los puntos de vista del interlocutor es saludable. Más aún, es deseable que, si los puntos de vista del contertulio son reconocidos como válidos, se los acepte y se lo manifieste abiertamente.   Esto que parecería obvio, no suele ocurrir.

El potencial éxito de un diálogo depende de que los participantes en el conversatorio estén genuinamente dispuestos a llegar a un acuerdo, y ello implica, necesariamente ceder en algo, en bastante o en todo.  Si el supuesto diálogo comienza con intransigencia, no hay diálogo.  Lamentablemente hemos visto en los últimos catorce años la intransigencia y la futilidad de los diálogos.

Hace trece años, el gobierno de la Revolución Ciudadana, convocó a una reunión de autoridades universitarias para presentar su proyecto de reformas a la Educación Superior.  A partir de entonces y en forma sistemática se convocó a sesiones para, supuestamente, dialogar, pero la verdad es que las reuniones, a las que se llevaba cámaras de video para registrar los “diálogos”, simplemente eran espacios para “socialización” (palabrita ésta, cuya pretendida acepción revolucionaria de comunicación, no existe).  Es decir, reuniones para comunicar o difundir los planes del gobierno que, con una mayoría parlamentaria aplastante, se cumplían a rajatabla.

Otro ejemplo de diálogo inexistente fue el de Lenín Moreno con Leonidas Iza y Jaime Vargas para deponer el levantamiento de octubre de 2019.  Los dos líderes indígenas fueron al supuesto diálogo con la preconcepción de intransigencia y se impusieron.

Los temas se reciclan.  Se ha anunciado un diálogo del gobierno con los rectores universitarios para reformar la pésima Ley Orgánica de Educación Superior de 2010 que ya fue remendada en agosto de 2018.  Veremos si hay acuerdos o imposiciones.  Veremos si prima la razón sobre los intereses de grupo.

Así mismo, se perfila otra zalagarda con la Conaie por su intransigencia al querer regresar al subsidio no regulado del precio de los combustibles.  Si hubiere diálogo aceptarían que el subsidio favorece a los adinerados y que el incremento del 48% en el valor del diésel apenas tiene un impacto inflacionario global menor al 2%.  Se les explicaría que una parte sustantiva de la recaudación iría dirigida a solucionar problemas que, sobre todo, afectan a los indígenas.

Veremos si los diálogos resultan fructíferos o si, como ha sido habitual, es una reedición de los diálogos de sordos.

 

Liderazgos tóxicos

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova/ Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

 

El líder es la figura que, por diferentes atributos  o,  por razones menos plausibles, logra que la gente le siga.  La importancia del líder político, a nivel nacional, estriba en el ejercicio del poder y, por ende, en un legado de legislación,  de influencia ideológica, de actitud popular cuya duración es variable.  El liderazgo puede ser bueno y positivo y, casi unánimemente reconocido, como  fueron los casos de Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill o controvertidos y hasta nefastos o tóxicos como los de Juan Domingo Perón, Donald Trump o Rafael Correa.

El liderazgo de Roosevelt y de Churchill emerge de situaciones de crisis profunda y de enfrentar desafíos titánicos:  la Gran Depresión  en los años treinta y la Segunda Guerra Mundial. La conducción de ambas naciones y el liderazgo, más allá de sus respectivos países, fue un ejemplo de sentido de solidaridad, de empatía, de legislación social transformadora y de preocuparse muy poco por si mismos, sin aires de grandeza, sin despliegues de fanfarria marcial ni culto a la personalidad.  La agenda de sus naciones era el centro de su acción y la historia los ha reconocido.

Los liderazgos tóxicos, por el contrario, se sustentan en una combinación de carisma natural, de narcicismo y culto a la personalidad, de disponibilidad económica coyuntural, de populismo exacerbado, de propaganda sistemáticamente construida, de total falta de escrúpulos para conseguir los fines y de cultivar asociaciones con grupos de poder.   Este conjunto de condiciones leuda exitosamente cuando el pueblo carece de educación y capacidad de análisis y cae, presa fácil, ante las obras faraónicas, el discurso polarizador de buenos y malos, el histrionismo de propósito degradante hacia los opositores,  el nacionalismo sentimentalista y manipulador, entre otras cosas.

Argentina  ha sido víctima del peronismo y su legado.  El deterioro de ese gran país, ícono de la América hispánica,  ha sido notable en los 70 años de influencia peronista.     Estados Unidos, referente de la democracia mundial, se rindió ante un liderzuelo prepotente e ignaro, con ínfulas de rey y en el error tuvo que pagar la vergüenza del asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021.  Trump ha salido pero tiene una base de 75 millones de fanáticos obnubilados cuya fuerza política no es desestimable.

No permitamos que la versión ecuatoriana del liderazgo tóxico prospere. El 7 de febrero tenemos la oportunidad de sepultar al más tóxico de los liderazgos y evitar un destino como el de Venezuela.   A partir de  entonces, solamente un obsesivo esfuerzo por la educación nos liberará de la vulnerabilidad ante los  líderes populistas, mesiánicos, ególatras y tóxicos.

La gran brecha entre el qué y el cómo

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova
Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

La mayoría de los seres humanos sabemos qué es lo deseable, qué es lo que queremos.  Queremos una educación de calidad, un oficio o una profesión, ingresos  económicos suficientes que permitan  una vida digna, ahorro y la construcción de un patrimonio, constituir una familia, viajar y divertirnos y vivir saludablemente, en armonía social.  El qué queremos resulta obvio.  El cómo hacerlo ya es otra cosa.  El cómo hacerlo  depende de decisiones específicas que se tornan aún más complejas cuando de por medio hay una carencia económica.  Para lograr estos fines, sobre una base precaria, se requiere talento, sagacidad, esfuerzo enorme y gran disciplina.  Hay que tomar una serie de decisiones inteligentes a lo largo del tiempo.

Si un paciente está en cuidados intensivos con un choque séptico, con  traqueostomía, ventilación mecánica y con fármacos para sostener la presión arterial porque está cursando la falla de múltiples sistemas: insuficiencia respiratoria, insuficiencia hepática, insuficiencia renal, es obvio determinar qué queremos.  Queremos que se resuelva la insuficiencia respiratoria y que salga de la ventilación mecánica, que se resuelva el choque circulatorio y no requiera de fármacos para sostener la presión, que se mejoren la insuficiencia hepática y renal.  El cómo hacerlo es otra cosa.  El cómo hacerlo implica el conocimiento profundo de fisiología y farmacología para decidir los volúmenes, presiones, frecuencia y concentración de oxígeno en la ventilación mecánica.  La cantidad y calidad de líquidos intravenosos a administrar, la selección precisa de los antibióticos, la titulación exacta de los fármacos reguladores de la presión arterial y el gasto cardíaco, el análisis de los gases arteriales, el análisis de estudios de imagen.

En fin, el cómo hacerlo requiere  de conocimiento profundo y  de decisiones precisas.  Frente a un cuadro de esta naturaleza, un médico intensivista competente y serio no podría decir que el paciente estará, en cuatro meses, en condiciones de correr una media maratón.  A lo sumo esperará que el paciente sobreviva y logre salir de la unidad de cuidados intensivos para iniciar una recuperación que, quizás en un año, le devuelva a una vida semejante a la que tuvo antes de enfermar.

Estos dos ejemplos a propósito del Ecuador y los candidatos presidenciales.  El Ecuador está en la condición de un paciente crítico, con problemas descomunales:  Déficit fiscal de 7 mil millones de dólares anuales que se sigue acumulando, deuda de 60 mil millones y que se sigue acumulando, corrupción galopante, un sistema de salud desmoronado, una educación desarticulada entre sus diferentes niveles y, lo peor, una pésima Constitución, un pésimo Código de la Democracia y cerca de cien leyes espantosas, entre orgánicas o no, que coartan el desarrollo y la posibilidad de conducir al país.

Hay que ser realistas en la expectativas. No podemos salir del subdesarrollo en cuatro años.  El que no naufraguemos ya es bastante.  A los candidatos: más seriedad, menos qué, más cómo.

Demagogia o ignorancia sobre Educación Superior (II)

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova

Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

La demagogia cunde. Ecuador tiene 33 universidades públicas que, en conjunto reciben alrededor de 1.200 millones de dólares. La población en universidades públicas es de 340 mil alumnos. Ello significa que el gasto anual por estudiante es de alrededor de 3.500 dólares. En la época de la bonanza petrolera, con menos alumnos y más presupuesto, el gasto por estudiante era de aproximadamente 5.000 dólares. Es obvio que el sistema público de Educación Superior está en una situación crítica y, pese a ello, hay políticos que, desconociendo la realidad, indican que suprimirán el examen “Ser bachiller” para que “los jóvenes estudien la carrera que quieran, en la universidad que quieran”. ¡Qué absurdo! El sistema, como está, prácticamente ha colapsado. ¿Qué sucedería si, en efecto, el año siguiente el número de alumnos en universidades públicas aumenta de 340 mil a 450 mil y al año siguiente a 600 mil? Ni siquiera hay espacio físico para albergar a tanto estudiante. Harían falta unas quince universidades más y, obviamente no hay recursos para crearlas.

Si acaso la razón regresaría y habría un paréntesis en la demagogia y se suprimiría la gratuidad de la enseñanza en la universidad pública; si cada estudiante pagara cien dólares al mes, 1.200 dólares al año, o sea, 6 mil dólares por una carrera de 5 años, el Estado ahorraría 408 millones de dólares al año y, en 4 años podría tener 15 nuevas universidades públicas. Si un estudiante asume una deuda de 6 mil dólares por una carrera, probablemente en 3 o 4 años podría pagarla, sin mayor esfuerzo. Para lograr esto, habría que reformar la demagógica Constitución de Montecristi.

Por otro lado, no hay justicia alguna en la repartición del dinero a universidades públicas. La “emblemática” Yachay recibe 18 mil dólares anuales, por estudiante, mientras que la Universidad Central del Ecuador, apenas 2.542 dólares.

También hay que considerar el gasto ineficiente en las instituciones del Estado. En las universidades públicas, el 50% del personal es administrativo o trabajadores y el 50% son docentes. En las privadas el 75% son docentes. Así mismo, hay una disparidad notable en la ejecución del presupuesto entre las universidades públicas con rangos de 37% a 99% y promedio de 83%.

La universidad pública mejoraría si acaso los estudiantes pagarían un pequeño valor por la educación, lo que permitiría, a mediano plazo, aumentar los cupos. Si bien es verdad, es deseable aumentar el porcentaje de bachilleres que acceda a la universidad, el eliminar el examen “Ser Bachiller” sería desencadenar el caos absoluto. No es cuestión de masificar desordenadamente sino de planificar sin demagogia. Regresar al “libre ingreso” y mantener la gratuidad absoluta acabará aniquilando a la universidad pública.

 

Demagogia o ignorancia sobre Educación Superior (I)

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova
Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

Resulta muy difícil salir de cualquier crisis si los candidatos presidenciales revelan ostensible ignorancia o manifiesta demagogia en el tratamientos de diversos temas, entre ellos, el importante y sensible asunto de la Educación Superior.

Por algo más de 40 años, desde 1969, la universidad pública ecuatoriana estableció el libre ingreso.  Política ésta,  sustentada en lo que las huestes izquierdistas de América Latina expresaban como las conquistas de la Reforma de Córdoba de 1919.  El resultado fue que se implementaba o se continuaba con la gratuidad de la enseñanza, se establecía la autonomía universitaria, el libre ingreso y el cogobierno universitario que, en algún desbordado exceso,  inclusive fue paritario.  Coincido con la autonomía y alguna forma de cogobierno.

En 1979 entré a estudiar Medicina en la Universidad Central del Ecuador.  Junto conmigo entraron 1.400 estudiantes que, unidos a 700 repetidores, formábamos un grupo de 2.100 alumnos de primer año, distribuidos en ocho paralelos, a razón de 260 por paralelo.  Nos graduamos 443, es decir, el 21%.  El 79% no se graduó y ello representaba, por cuarenta años, descomunales pérdidas para el Estado, más bien, para la sociedad.  Para la Universidad Central del Ecuador, sólo tengo gratitud y magníficos recuerdos pero, sin duda, esta querida universidad, como otras, fueron las víctimas de una política absurda que no fue revisada sino hasta hace poco.

La Constitución de Montecristi, con la que no estoy de acuerdo, establece la gratuidad de la Educación Superior hasta el tercer nivel.  Quienes defienden el argumento de la gratuidad citan ejemplos de que, incluso países de Europa Occidental, como Inglaterra, Alemania, Francia y otros tienen un sistema público de Educación Superior, prácticamente gratuito.  Eso es cierto pero, así mismo, esos países superaron hace décadas los problemas de  falta de agua potable, alcantarillado, desnutrición, falencias de la educación primaria y secundaria.  En Ecuador no hemos superado ninguno de estos problemas y, en una situación de carencias, hay que administrar bien esta pobreza.  No creo que debamos tener educación de tercer nivel gratuita cuando no estamos ni cerca de solucionar otras necesidades mucho más apremiantes.

En cuanto a la eliminación del examen Ser Bachiller, propuesta de algunos candidatos, sería una barbaridad.  La propuesta revela ignorancia total o demagogia barata.  Se oye lindo decir “que los estudiantes escojan la profesión que quieran en la universidad que quieran”; sin embargo,  ello no es posible ni deseable.  En la mayoría de países, con educación de calidad,  hay muy rigurosos sistemas de acceso a la universidad, como debe ser.

Quedan pendientes otros argumentos y cifras que las expondré próximamente.

 

¿Quién debe votar?

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova
Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

Así como la educación y la salud son derechos humanos inobjetables, el sufragio universal también es un derecho.  La declaración universal de los Derechos Humanos  establecida en París, por la Organización de Naciones Unidas, el 10 de diciembre de 1948, es el documento instrumental de justicia, razón y paz más importante que se ha escrito y consagra el derecho al sufragio universal.  El sufragio universal, directo y secreto, constituye  el elemento cardinal e insustituible de la democracia y le otorga a cada individuo la oportunidad de ejecutar su voluntad, de ejercer su pensamiento, de dirigir su destino.  Que el voto no sea el adecuado, que el votante escoja mal y que la democracia sea cuestionada porque no logre, en muchos casos,  conducir a los pueblos hacia el desarrollo, no debe ser un argumento en contra del voto como tampoco una razón para restringirlo.

Existen pensadores que consideran que el voto universal: “una persona, un voto”, es un dogma que merece revisión.  Otros, en cambio, consideran que no puede otorgarse el privilegio del voto a unos en desmedro de otros.  Los votos o las voluntades se cuentan, no se pesan.

El sufragio censitario, aquel que faculta el voto a determinados grupos, por ejemplo a los varones, a los poseedores de determinado patrimonio, a los pertenecientes a determinada clase social o a los que alcancen determinado nivel instruccional, fue común entre los siglos XVI y la primera mitad del siglo XX.  Poco a poco, en el mundo, las limitaciones del voto por  consideración de patrimonio, raza, clase social, religión  o sexo se fueron eliminando y se ha ido construyendo el principio básico del sufragio: la igualdad.  Es así que, por ejemplo, el sufragio femenino se permitió en 1893 en Nueva Zelanda, en 1924 en Ecuador y tan tarde como 1971 en Suiza.  El voto censitario fue perdiendo terreno a favor del voto igualitario como expresión del avance de los derechos.

Se puede entender la molestia que genera en muchas personas el que el pueblo vote por un determinado candidato que consigue el triunfo a base de populismo y   demagogia; no obstante, ello no puede justificar restricciones a los votantes.  La calidad del voto irá mejorando progresivamente conforme mejore la educación del pueblo y conforme mejoren las leyes electorales y de partidos políticos.   El vergonzoso Código de la Democracia,  es un promotor del voto no calificado  y su eliminación es un imperativo. Educación y leyes inteligentes son el camino a mejorar el voto.  El sufragio censitario, excluyente, de ninguna manera puede ser aceptado.

Pragmatismo político

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova
Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

 

Hay quienes afirman que las ideologías han muerto y que la política debe seguir un orden pragmático y real.  Hay otros que, por el contario,  señalan que toda gestión política debe sustentarse en una ideología, en una corriente de pensamiento que establezca postulados respecto de los modos de producción, de la magnitud de intervención del Estado en la vida de los ciudadanos, de la prelación entre los derechos individuales y colectivos, de la relación entre el capital y el trabajo y otros temas esenciales.

El fundamentalismo, la obsesión de defender a rajatabla las posiciones, es nocivo.  Posiciones extremas, por ejemplo, a propósito del aborto, es afirmar que la mujer tiene control y decisión sobre su cuerpo y que, por ende, la sociedad debe aceptarlo, promoverlo y el Estado, la obligación de financiarlo, independientemente cuál sea la razón que lo motive.  Otra posición extrema, en mi opinión,  es la oponerse al aborto en caso de un embarazo producto de una violación o la de cuestionar la obvia obligación de atender, sin cuestionamiento, una emergencia obstétrica.  Evidentemente difícil el conciliar estas posiciones pero, el establecer una definición le corresponde a las leyes y éstas son elaboradas por políticos.

De otro lado, en lo económico, existen  posiciones extremas entre los libertarios y los comunistas.  Los primeros que desearían la práctica eliminación del Estado a favor de libertades individuales extremas  y los segundos que procuran un Estado todopoderoso y controlador a favor de una supuesto beneficio colectivo que genere paz social.  En la mitad del espectro están los social demócratas y los demócrata cristianos, ambos en el centro, los primeros algo inclinados hacia mayores controles del Estado que los segundos.  La historia de Europa Occidental de los últimos 75 años ha estado marcada por la conducción política por estos partidos de centro, ciertamente más pragmáticos al evitar los extremos, y, hemos podido ver los resultados: desarrollo económico, bienestar social, conflictividad reducida, si la comparamos con otras regiones del mundo en las que el capitalismo descontrolado o el socialismo absolutista han gobernado.

El pensamiento político y la ideología son importantísimos en tanto marcan un rumbo y una forma de ejecutar ese destino; sin embargo, en modo alguno deben constituir una camisa de fuerza para evitar tomar decisiones que, por la coyuntura, parecerían diferentes a los postulados.  He ahí el pragmatismo. Felipe González gobernó España por 14 años representando al Partido Socialista Obrero Español.  Fueron años de un fenomenal desarrollo en los que, a pesar de ser social demócrata,  implementó políticas económicas liberales, determinantes para dicho desarrollo.  El pragmatismo no es sinónimo de claudicación ni antípoda con la ideología.  Tiene su tiempo y su lugar.

 

Entre Diego y la Asamblea

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova
Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

Decir que Dios ha muerto, al referirse al fallecimiento de Diego Maradona, es un dislate ofensivo, una expresión extrema, propia de un afiebrado sector de fanáticos enceguecidos y desubicados por la pasión. Quienes creen en Dios se sentirán indignados con semejante absurdo.

Diego Maradona fue un excelente futbolista, no necesariamente un gran deportista. Si bien estuvo dotado de una inigualable habilidad para el manejo del balón, su carrera estuvo severamente empañada por su adicción a la cocaína y al alcohol y, en 1994, en el mundial de fútbol de Estados Unidos, fue suspendido por doping.

Un verdadero deportista debe encarnar la bonhomía de espíritu, ser un buen perdedor y un ganador justo y legal, un competidor leal que no recurre a artificios truculentos para obtener victorias pírricas, como la de haber ganado el mundial de 1986, en México, anotando un gol con la mano que él, con sagacidad y sorna, dijo que había sido “la mano de Dios”.

El despliegue mediático de la muerte de Maradona ha sido descomunal. Ni la muerte de Nelson Mandela ni la de Juan Pablo II tuvieron tanta cobertura. La oportunidad para un chispazo populista hizo que Alberto Fernández facilitara la Casa Rosada para un apurado velorio que a manera de desfile en cámara rápida apenas permitió que una fracción de la enorme multitud congregada pudiera ver el féretro. Sin duda la demagogia y sinrazón empeorarán el ya gravísimo problema de covid-19 en Argentina.

De otra parte, en nuestro país, hemos visto otro episodio bochornoso en la política. La Ministra de Gobierno fue censurada por las pueriles causales de haber usado bombas lacrimógenas caducadas y de, supuestamente, haber atacado los centros de acogida a los manifestantes de octubre de 2019. Lo segundo, falso. No hubo ataque alguno sino que dos bombas lacrimógenas cayeron en los patios de universidades que acogían a los manifestantes.

El que la Asamblea se haya pronunciado en contra de la ministra es un apoyo elocuente a los señores Jaime Vargas, Leonidas Iza y a todos los golpistas, sediciosos, vándalos que destruyeron la ciudad de Quito y aterrorizaron a sus ciudadanos. ¿Es que acaso los partidos Social Cristiano y CREO no se dan cuenta de su torpeza? ¿Es que acaso su apetito electoral impide un mínimo de ética y consecuencia política?

Eduardo Galeano, escritor con quien no tengo afinidad, tiene un libro cuyo título es oportuno para las circunstancias tratadas: “Patas arriba, la escuela del mundo al revés”.

El peligroso encanto de la propaganda

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova
Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

La propaganda es la estrategia de engañar a la colectividad para la conquista o la consolidación del poder. Mientras la publicidad persuade al destinatario, con fines comerciales, la propaganda tiene un trasunto de mayor trascendencia en tanto persigue el poder o su perpetuación a través de la mentira o la hipérbole.

Indudablemente los gobiernos utilizan estrategias de propaganda para sostener su credibilidad, expandir su influencia y capitalizar su imagen. Mientras más inescrupuloso es un gobierno más desbordada es su propaganda, más sistemática su aplicación y más extendidos son sus métodos que, incluso llegan a la práctica de sojuzgar a la prensa libre.

No importa qué tan pernicioso haya sido un gobierno o un período de ejercicio de poder si la propaganda científica y sistemáticamente orquestada le permite sostener su credibilidad. Mientras más apto, para el manejo de la propaganda, haya sido un individuo o un grupo político, religioso o de cualquier índole, mayor posibilidad de persistir, incluso con nostalgia, en la memoria del embaucado.

Los sofistas fueron, en la Grecia antigua, aquellos que tenían la habilidad de decir cosas de una forma espléndida pero carente de verdad y, por supuesto, eran muy populares. La conciencia sobre el valor de contar con el favor de los gobernados ha sido expresada por filósofos, emperadores y tiranos. Comunistas, fascistas y nacional socialistas han sido grupos que han hecho de la propaganda su bastión: Lenin, Stalin, Mao Tse-Tung, Castro, Mussolini y Hitler son ejemplos categóricos del manejo exuberante y sistemático de la propaganda con la que embaucaron a su pueblo, llevándolo a una situación de fanatismo rayano en la idolatría.

La propaganda puede ser desembozada y cínica como la del nazismo y su representante conceptual, Joseph Goebbels, quien decía que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, o, puede ser infiltrativa y pacientemente desarrollada, penetrando lentamente en los diferentes estamentos del tejido social para construir un dominio cultural e ideológico que, su mentalizador, el comunista italiano, Antonio Gramsci, llamaba “hegemonía”.

El efecto de la propaganda es poderoso y duradero; tanto es así que, pese a todo lo que se ha conocido, el voto duro de la llamada “Revolución Ciudadan“ representa un 25% del electorado y, de otro lado, pese a su horrendo gobierno, Trump, asegurará un 45% del electorado. Educación y prensa libre son los antídotos de la propaganda.

Hacia una mejor Constitución

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova
Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

 

Habiendo ya veinte Constituciones, no se justifica una nueva pero sí una mejor. Una buena Constitución no es garantía de bienestar y desarrollo; sin embargo, una mala Constitución asegura la perpetuación del subdesarrollo. Una mala Constitución, creada ad hoc, para el funcionamiento de un proyecto político, por sesgada, por interesada, por parcializada, lo único que logra es polarizar, dividir, confrontar.

Una mala Constitución es germen de injusticia y esta es génesis de frustración y caos social.

La Constitución de Montecristi fue concebida para el ejercicio político de la Revolución Ciudadana y la aplicación doctrinaria del Socialismo del Siglo XXI. Fue mentalizada y pre-redactada por extranjeros, adláteres ideológicos del expresidente Correa. Fue aupada por funcionarios del régimen anterior e incluso del actual, cuando eran fervientes correístas. Fue aprobada a pesar de las denuncias de propios asambleístas constituyentes de que algunos de los textos fueron cambiados.

Finalmente, fue refrendada mayoritariamente por el pueblo que votó por ella.

¿Vox populi, vox dei? No necesariamente. El pueblo votó por la Constitución como aprobación hacia su patrocinador, Rafael Correa, sin tener mayor idea de su contenido. El pueblo no sabía y quizás no entendía que la creación de dos poderes del Estado, adicionales: el de Participación Ciudadana y Control Social y el poder Electoral estaban diseñados para desarrollar el control absoluto del poder político por parte del Ejecutivo, para la perpetuación en el poder y, como resultado, dar pábulo a la corrupción y a la impunidad. La Constitución hecha a la medida de Correa consagra lo que se ha llamado “hiper-presidencialismo” que, en manos de un autoritario como él, probó ser un arma de masiva destrucción institucional. Recuérdese que el propio Correa, en medio de su intoxicación de poder afirmó que él era el jefe de todos los poderes.

La mayoría de constitucionalistas a quienes he leído y escuchado se expresan mal de la Constitución de Montecristi; sin embargo, reformarla sustancialmente, sería más difícil que volver a empezar.

Existe una propuesta de volver a la Constitución de 1998, esta sí, cuyo nacimiento no surgió de un proyecto político particular y que, a decir de versados constitucionalistas, es mejor que la de 2008. Popularizar y promover la iniciativa es un deber cívico.