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El suicidio de gobernar

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova
Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

Gobernar es una tarea de complejidad enorme y de riesgos incalculables.  Gobernar bien es un cometido imponente para el que muy pocos están preparados y el hacerlo, en circunstancias de pobreza fiscal  y desmoralización ciudadana, es aún una labor más  colosal.  El gobernar entraña ejercer la autoridad, dentro de lo que faculta la Constitución y las leyes,  con inteligencia, buen criterio, respeto a la libertad de expresión, políticas económicas  saludables, políticas sociales justas, desarrollo de infraestructura y obra pública,  creación de leyes útiles que sean aprobadas por un Congreso razonable.  Parece lógico y fácil.  La verdad es que resulta casi imposible.

Quien tenga que gobernar el Ecuador en 2021  deberá administrar un país quebrado, con una caja fiscal en ruinas, con una deuda pública descomunal y sin visos de reducirla; con una corrupción galopante y una sociedad polarizada, con dirigentes sindicales atrabiliarios, líderes indígenas intransigentes y líderes empresariales obstinados con sus ganancias; además, gobernar con una Asamblea que, por historia reciente, destila incompetencia y corrupción.

Gobernar, además, requiere hacerlo dentro de la Ley.  Hacerlo en el marco de la pésima Constitución de 2008 y de más de un centenar de pésimas leyes  que, a razón de 10 por año se expidieron  entre 2007 y 2017.

Gobernar en medio de riqueza es razonablemente fácil si se cuenta con sentido común y algún nivel de equilibrio emocional.  Destruir a un país, aniquilarlo económicamente, dividir a su población y robar descaradamente miles de millones de dólares, es una pesadilla que vivió buena parte de Latinoamérica desde 1998.

Gobernar implica objetividad y asumir el riesgo de la impopularidad y hasta el repudio.  Se dice que tras el tiempo, la historia juzgará el mérito o demérito de un gobernante; no obstante, aquello es cierto solamente si hay buenos historiadores, historiadores veraces, no alineados con determinadas causas o personajes.

Quien gobierne  el Ecuador entre 2021 y 2025 se expone  a su suicidio político, a la ruina de su imagen.   Ojalá que ese sacrificio político y de imagen sea en el contexto de acciones honestas y necesarias, no demagógicas ni populistas.  El sacrificio político de una persona es un valor plausible si nos saca del abismo.

El nuevo Ecuador

Por: Dr. Bernardo Sandoval Córdova

Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Internacional del Ecuador -UIDE-

Estamos a una década de cumplir 200 años de vida como Estado independiente. En septiembre de 1830 se estableció, por la Constitución de Riobamba, el “Estado del Ecuador”. Hasta entonces, y desde 1822, fuimos parte de la utopía Bolivariana de la simbólicamente llamada “Gran Colombia”.

En estos dos siglos, a pesar de disponer grandes recursos naturales, agrícolas y abundante agua, no hemos podido salir del subdesarrollo. Nuestros avances, en distintos ámbitos, han sido muy lentos. En cuanto al ingreso per cápita, el Ecuador está en el puesto 102 entre 189 países (Worldometer, 2020); en calidad de sistemas de educación, nuestro país no aparece entre los 100 primeros (Stats Gate, 2020); en relación con la calidad de los sistemas de salud, el Ecuador tampoco aparece entre los 100 primeros (World Population Review, 2020).

No obstante, en cuanto al índice mundial de felicidad, el Ecuador está en el puesto 50 entre 156 países (World Happiness Index, 2019). Nuestra felicidad supera a nuestra realidad.

Mucho se ha escrito respecto a las causas de esta postración pero, lo inocultable, es que el estado de desarrollo de los pueblos del mundo depende, fundamentalmente, del comportamiento de su gente, de su actitud frente a la vida, de su ética de trabajo, de la educación que poseen, de sus sistemas de justicia y, además, de la calidad de gobiernos que tienen. Es un error atribuir todos los males de la sociedad a los políticos y a los gobiernos. Esa es la salida fácil y la explicación simple. El problema está en nosotros, la gente, el conglomerado. Que los gobiernos contribuyen al desastre, sin duda. Pero somos nosotros quienes ponemos a los gobernantes.

Cambiar el comportamiento y la mentalidad del conglomerado, a mediano y largo plazo, depende de una educación ordenada, sistemática y de calidad. El coartar la corrupción, verdadera tragedia social, en el corto y el mediano plazo, depende de que la justicia acabe con la impunidad. Cuando esta justicia siga aplicándose con firmeza, independientemente de la jerarquía del malhechor; cuando la educación deje de ser un “borra y va de nuevo” y se convierta en auténtica política de Estado, empezaremos a inaugurar el nuevo Ecuador