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El Libertador Simón Bolívar y la naturaleza

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Historiador y Escritor

En este mes de Bolívar queremos destacar uno de los rasgos del Libertador que lo aproximan con nuestro tiempo y es su amor por la naturaleza. Estimulado originalmente en él por ese sabio naturalista que fue su maestro Simón Rodríguez, se acentuaría más tarde gracias a su amistad con el joven botánico francés Aimé Bompland y el sabio prusiano Alejandro de Humboldt, a quienes conoció en París luego de que regresaran de su expedición científica a los países sudamericanos.

Al fin, para cuando regresó a América e inició su lucha por la independencia, Bolívar era más que un simple amante de la naturaleza, puesto que profesaba por ella ese culto fervoroso que el naturalismo europeo de su tiempo había creado y elevado casi a la categoría de nueva religión laica.

Y no podía ser de otra manera. Criado a la sombra tibia de la floresta tropical, entre samanes gigantescos y cacaos olorosos, ficus espléndidos y flamboyanes lujuriantes, Bolívar se sentía cautivado y sobrecogido, a la vez, por la imponente naturaleza tropandina, que asienta sus raíces en la selva húmeda y eleva las cúpulas de sus montañas hasta las altas regiones del páramo y la nieve. La geografía americana estuvo siempre presente en su cerebro, mencionada en múltiples formas o circunstancias. El Libertador estimularía su estudio afirmando que “debe ser de los primeros conocimientos que debe adquirir un joven”, a la par que disponía que en las universidades nacionales se estudiasen las ciencias naturales y en particular las matemáticas, la geografía, la física general y experimental, la química y “la historia natural en sus tres reinos”.

Complementariamente, Bolívar se interesaría por evaluar y mitigar los estragos que el colonialismo había causado en el medio natural americano. Le preocuparía, en particular, la creciente erosión de los suelos, causada por una intensiva explotación agrícola y una irracional deforestación de los campos.

Es en la perspectiva de estos problemas y la búsqueda de solución a ellos como se puede entender la promulgación de los Decretos de Chuquisaca (actual Bolivia), emitidos en diciembre de 1825. El primero de ellos disponía que las autoridades correspondientes exploraran el país e informaran al Gobierno respecto de los cultivos existentes y la situación de los terrenos utilizados. El segundo decreto, a su vez, partía de la consideración de que una parte del territorio altoperuano se hallaba deforestado y desertificado por la falta de riego, lo que perjudicaba a la población, limitando su nivel de vida y su crecimiento demográfico y privándola del único recurso energético a su alcance, que era la leña. En consecuencia, disponía que se estudiasen los cursos de agua, se hiciesen obras de regadío y se reforestaran los campos con bosques nativos.

Esta preocupación del Libertador por el aprovechamiento racional y la conservación de los recursos forestales de la república quedó redondeada en su Decreto de Guayaquil, del 31 de julio de 1829. Considerando que “los bosques de Colombia … encierran grandes riquezas, tanto en madera propia para toda especie de construcción como en tintes, quinas y otras sustancias útiles para la medicina y las artes”, y “que por todas partes (había) un gran exceso en la extracción de maderas, tintes, quinas y demás sustancias (forestales)”, el decreto buscaba evitar por varios medios dicha extracción irracional y “proteger eficazmente” los recursos forestales públicos y privados.

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Simón Bolívar y la naturaleza

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Historiador y Escritor

En este mes de Bolívar queremos destacar uno de los rasgos del Libertador que lo aproximan con nuestro tiempo y es su amor por la naturaleza. Estimulado originalmente en él por ese sabio naturalista que fue su maestro Simón Rodríguez, se acentuaría más tarde gracias a su amistad con el joven botánico francés Aimé Bompland y el sabio prusiano Alejandro de Humboldt, a quienes conoció en París luego de que regresaran de su expedición científica a los países sudamericanos.

Al fin, para cuando regresó a América e inició su lucha por la independencia, Bolívar era más que un simple amante de la naturaleza, puesto que profesaba por ella ese culto fervoroso que el naturalismo europeo de su tiempo había creado y elevado casi a la categoría de nueva religión laica.

Y no podía ser de otra manera. Criado a la sombra tibia de la floresta tropical, entre samanes gigantescos y cacaos olorosos, ficus espléndidos y flamboyanes lujuriantes, Bolívar se sentía cautivado y sobrecogido, a la vez, por la imponente naturaleza tropandina, que asienta sus raíces en la selva húmeda y eleva las cúpulas de sus montañas hasta las altas regiones del páramo y la nieve. La geografía americana estuvo siempre presente en su cerebro, mencionada en múltiples formas o circunstancias. El Libertador estimularía su estudio afirmando que “debe ser de los primeros conocimientos que debe adquirir un joven”, a la par que disponía que en las universidades nacionales se estudiasen las ciencias naturales y en particular las matemáticas, la geografía, la física general y experimental, la química y “la historia natural en sus tres reinos”.

Complementariamente, Bolívar se interesaría por evaluar y mitigar los estragos que el colonialismo había causado en el medio natural americano. Le preocuparía, en particular, la creciente erosión de los suelos, causada por una intensiva explotación agrícola y una irracional deforestación de los campos.

Es en la perspectiva de estos problemas y la búsqueda de solución a ellos como se puede entender la promulgación de los Decretos de Chuquisaca (actual Bolivia), emitidos en diciembre de 1825. El primero de ellos disponía que las autoridades correspondientes exploraran el país e informaran al Gobierno respecto de los cultivos existentes y la situación de los terrenos utilizados. El segundo decreto, a su vez, partía de la consideración de que una parte del territorio altoperuano se hallaba deforestado y desertificado por la falta de riego, lo que perjudicaba a la población, limitando su nivel de vida y su crecimiento demográfico y privándola del único recurso energético a su alcance, que era la leña. En consecuencia, disponía que se estudiasen los cursos de agua, se hiciesen obras de regadío y se reforestaran los campos con bosques nativos.

Esta preocupación del Libertador por el aprovechamiento racional y la conservación de los recursos forestales de la república quedó redondeada en su Decreto de Guayaquil, del 31 de julio de 1829. Considerando que “los bosques de Colombia … encierran grandes riquezas, tanto en madera propia para toda especie de construcción como en tintes, quinas y otras sustancias útiles para la medicina y las artes”, y “que por todas partes (había) un gran exceso en la extracción de maderas, tintes, quinas y demás sustancias (forestales)”, el decreto buscaba evitar por varios medios dicha extracción irracional y “proteger eficazmente” los recursos forestales públicos y privados.

El carnaval, fiesta de la igualdad

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez

Director de la Academia de Historia

Nuestros carnavales tienen su origen en las saturnales romanas, fiestas de la plebe que constituían una rebelión simbólica contra los poderosos, en las que el mundo se ponía al revés: por tres días al año los esclavos no trabajaban y montaban una fiesta general, en la que mandaban a sus amos, bebían sus vinos y dormían en sus camas.

Los carnavales alcanzaron su plenitud en la Edad Media, como una rebelión simbólica del pueblo ante los rígidos controles morales de la Iglesia católica, que refrenaban la risa y la alegría, prohibían las borracheras colectivas, imponían ayunos o abstinencia alimenticia y sexual en ciertos periodos, etc. Por ello el Carnaval era la fiesta colectiva de la alegría y la risa, del baile en grupo y de los excesos del cuerpo: comer, copular, emborracharse.

En la Edad Media se celebraban también las ‘fiestas de locos’, durante los días de San Esteban, San Juan Evangelista o los Inocentes. Ahí se nombraba un ‘obispillo’ entre los estudiantes, aplicando esa parte del canto del Magnificat que decía que Dios había despreciado a los ricos y levantado a los humildes. El obispillo y sus ayudantes hacían burlas del obispo y autoridades religiosas, celebraban ritos cómicos en las catedrales: daban sermones risibles, cantaban villancicos deshonestos o bailaban disfrazados de curas.

En fin, esos carnavales medievales eran el triunfo de la risa frente al miedo, de la locura frente a la cordura, de los débiles ante los poderosos. Y tenían un efecto práctico: rebajaban las tensiones sociales a través de la burla. Por eso encantaban al público y eran tolerados, aunque mal vistos, por las autoridades.

Llegados a nuestra América con las gentes llanas de la conquista, los carnavales se afincaron en nuestro suelo y se entremezclaron con los ritos y fiestas indígenas, aunque manteniendo su propia identidad. Así, a los disfraces europeos de curas, diablos, cabezones y autoridades, se sumaron los disfraces americanos de animales salvajes, monstruos y seres mitológicos. Así surgió también el canto del Carnaval, al juntarse una melodía indígena con la copla española, acompañadas por la guitarra ibérica, el bombo y las flautas americanas.

En el área andina nacieron igualmente los rituales carnavalescos del juego-combate con agua y el blanqueamiento colectivo. El primero sustituyó simbólicamente al antiguo ‘tinku’ andino, un combate entre comunidades destinado a derramar sangre para fecundar a la Pachamama, que todavía se celebra en Cotacachi. El segundo es un típico ritual de igualdad: si lo importante es ser blanco, por unos días todos vamos a blanquearnos para sentirnos iguales.

En el norte de la antigua Audiencia de Quito (actual región colombiana de Pasto), donde había minas de oro con esclavos negros, se inventó un ritual de igualdad todavía más completo: el ‘Carnaval de blanquitos y negritos’, donde un día todos se blanquean con harina o talco y otro día todos se negrean con betún.

En síntesis, el Carnaval es una fiesta de la libertad, la igualdad y la fraternidad humanas, que por unos pocos días al año se imponen al egoísmo y la segregación social impuestas por la sociedad de clases. Una fiesta que tiene en Guaranda la más completa y feliz manifestación colectiva.

 

Juventud bolivarense

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Historiador y Escritor

En sus horas sombrías los pueblos buscan luces que los guíen. Es lo que acaba de pasar con el triunfo del conjunto Juventud Bolivarense en un espectáculo televisivo visto por millones de ecuatorianos.

En esta hora crepuscular, en que los sueños y logros de toda una década han sido oscurecidos por la corrupción y la ruindad política, los espectadores han consagrado triunfadores a tres adolescentes de mi provincia que son guitarristas aficionados, solo interpretan música ecuatoriana y tienen una desbordante alegría de vivir.

No soy muy entusiasta de la televisión ecuatoriana, especialmente de la privada, que se empeña en copiar programas extranjeros o montar producciones de mal gusto, pero he de reconocer que me agradó el programa Ecuador Tiene Talento, de Ecuavisa. Y, claro está, me encantó el triunfo de mis jóvenes paisanos.

La provincia de Bolívar es la más pequeña y pobre del país. Situada en medio de una difícil geografía, sin industria y afectada por una sostenida emigración de sus gentes, también tiene en su haber virtudes que van impulsando su progreso. Y entre ellas está el talento de sus gentes, por lo que no me extraña este triunfo artístico.

Los bolivarenses somos gentes de montaña. Nacidos y crecidos entre nevados, colinas y pequeños valles encantados, nuestra anatomía y nuestra psiquis han sido constituidas bajo el influjo de las montañas andinas.

Y de ahí provienen ese tenaz empeño por superar las dificultades que se nos presenten y esa ansia de ir más allá del valle y buscar nuevos y más amplios horizontes.

Ahí están, para probarlo, los nombres del notable médico Augusto Bonilla Barco, de los afamados compositores Evaristo García y Humberto Saltos Espinoza, del reputado industrial Evangelista Calero y de los comerciantes Ángel Ortega, que fuera Senador Funcional por el Comercio de la Costa, y Estuardo Sánchez, que ha levantado un imperio económico en Guayaquil.

Está visto que la juventud Bolivarense tiene talento y tiene futuro.

Federico González Suárez, patriota ejemplar

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Historiador y Escritor

La rica personalidad de Federico González Suárez está llena de variadas facetas: historiador, arqueólogo, religioso, político, educador y escritor, pero destaca entre todas ellas su condición de patriota.

Él nació y vivió en un tiempo de graves conflictos políticos y guerras civiles. Fue así que conoció la tiranía garciana, cruel pero ilustrada y empeñosa por el progreso nacional. Conoció luego el “Progresismo”, una suerte de garcianismo moderado, que buscó abrir el juego político electoral. Y conoció finalmente la formidable tromba de la revolución alfarista, que reformó profundamente al país y cuestionó la actividad política de la Iglesia.

Ello dio lugar a una intermitente guerra civil, sostenida por los terratenientes conservadores y promovida por obispos y curas, que llamaron a una “Guerra Santa” contra el alfarismo. A ella se sumó el obispo de Pasto, Ezequiel Moreno Díaz, que montó ejércitos de pastusos fanáticos con los que invadió una y otra vez al Ecuador, en busca de derrocar a Alfaro.

González Suárez, entonces obispo de Ibarra, prohibió a sus curas y feligreses que colaboraran con los invasores, proclamando: “Cooperar de un modo o de otro a la invasión colombiana, sería un crimen de lesa Patria.”

Otra notable expresión de patriotismo fue esa sublime oración escrita en 1910, ante la amenaza de una guerra con el Perú. Pese a ser hombre de paz dijo entonces: “Si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca, pero no enredado en los hilos de la diplomacia, sino en los campos del honor, al aire libre y con el arma al brazo. No lo arrastrará a la guerra la codicia, sino el honor.”

Sin embargo, quizá su mayor prueba de patriotismo fue haber impulsado, en 1909, la creación de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, para promover en el país una historia científica. Esa entidad fue reconocida por el Congreso Nacional, en 1920, como “Academia Nacional de Historia” y hasta hoy sigue empeñada en el rescate y promoción de la memoria histórica nacional.

Hoy se recuerdan 100 años de la muerte del historiador y religioso ecuatoriano Federico González Suárez

El doctor Jorge Núñez Sánchez, director de la Academia Nacional de Historia del Ecuador destaca que Federico González Suárez fue un patriota. Por su pensamiento republicano y en defensa de los intereses nacionales tuvo poderosos enemigos políticos. Es considerado el iniciador de la historia y la arqueología científicas en el país. Los aportes de Federico González Suárez al desarrollo de esa ciencia en el país son notables.

Resalta, también, su patriotismo y posición frente al convulso momento en el que le tocó vivir. Subraya que fue un notable historiador y arqueólogo. Comenzó los estudios arqueológicos científicos en el Ecuador. Inició a Paúl Rivet, quien había venido con la segunda Misión Geodésica Francesa, en los asuntos de la arqueología, de la antropología americanas. El propio Rivet reconoció que esas influencias le indujeron a desarrollar toda esa metodología de investigación que le sirvieron para crear el Museo del Hombre, dice el doctor Jorge Núñez Sánchez.

Fue maestro, autor de textos y buen escritor, subraya.

Explica que hay sectores que critican su aparente apego excesivo a la historia documental… González Suárez fue el padre del positivismo histórico en el Ecuador. Esa corriente que propugnaba que la única historia científica era aquella que podía construirse a partir de los documentos, explica Jorge Núñez Sánchez.

Agrega que hoy existen concepciones más avanzadas. Pero en su momento, el positivismo fue la más progresista escuela del pensamiento científico respecto de la historia.

Afirma que a través de la arqueología Federico González Suárez mostró su interés por las culturas prehispánicas y la importancia que les daba como el origen lejano de nuestra nacionalidad. Pero él no admitía, como el padre Juan de Velasco que, a partir de eso hubiese existido una dinastía de reyes parecida a la de los incas: la de los Shyris. Pero él se interesó, les dio gran valor, enfatiza el historiador Jorge Núñez Sánchez.

Enfatiza que Federico González Suárez fue un religioso muy moderno para su época, porque en el tiempo en que le tocó vivir y actuar había una iglesia muy plegada al pensamiento de García Moreno, a los proyectos políticos del conservadurismo y a los intereses de los terratenientes. Además, era una iglesia que a finales del siglo XIX seguía resistiéndose a valorar el poder republicano. Pero había unos sectores que, pese a formar parte del bando conservador, eran republicanos. Juan León Mera era un gran pensador en ese sentido. Y González Suárez, que no tenía bandería política, estaba bastante cerca de esa forma de pensamiento. Entonces, él era un obispo que aceptaba la existencia de un poder republicano, surgido de elecciones hechas a partir de la voluntad popular. Y ya no seguía con la cantaleta aquella de que el único poder era el que emanaba de Dios y era transmitido a los príncipes. Eso le habrá ganado muchas enemistades… No solo eso. Por su apego a la verdad, no tuvo empacho en revelar el tomo IV de su Historia General de la República del Ecuador documentación colonial, según la cual, ciertas órdenes religiosas, sobre todo la de los dominicos, estaban llenas de pecados y de escándalos. Y ese fue uno de los motivos que le ganó la enemistad de muchos religiosos. Primero protestaron los dominicos. Y luego, también, duramente el obispo de Portoviejo, Pedro Shumacher, precisa el doctor Jorge Núñez Sánchez

Agrega que Federico González Suárez es nombrado obispo de Ibarra en 1894; el 95 triunfa la Revolución Liberal. Los conservadores derrotados emigran a Colombia y allá los protege y ayuda el obispo de Pasto y, disimuladamente, el Gobierno de ese país. Los emigrados ecuatorianos empiezan a formar ejércitos de cristeros fanáticos para invadir el Ecuador y derrocar por las armas al gobierno de Eloy Alfaro. Entones, González Suárez emitió una comunicación para su vicario, indicándole que estaba prohibido que los curas, cooperadores religiosos, monjas y feligreses de esa diócesis colaborasen con las invasiones. Dijo algo así como que “no puede pretenderse sacrificar la religión, sacrificando la Patria, como no se podría sacrificar la religión, para salvar la Patria”.

Según Jorge Núñez Sánchez, Federico González Suárez era un hombre de paz; lo había dicho en sus escritos. Y, sin embargo, llegó el año de 1910, se inhibió el rey de España de establecer un fallo sobre los reclamos limítrofes en la frontera del Perú, porque el país descubrió que el Gobierno del Perú había influido grandemente en los asesores del rey. Y entonces, había la amenaza de una guerra. Alfaro fue a la frontera, puso 10 mil hombres y frenó la agresión. Y en esa situación, Federico González Suárez dijo aquella fantástica frase: “Si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca. Pero no enredado en los hilos de la diplomacia, sino en los campos del honor, al aire libre y con el arma al brazo. No lo arrastrará a la guerra la codicia, sino el honor”. Eso nos muestra a un patriota absoluto, resalta el historiador Jorge Núñez Sánchez.

EcuadorUniversitario.Com

El coronel Carlos Montúfar y Larrea

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Historiador y Escritor

Se denomina héroe a quien lucha con valor supremo por las libertades de su pueblo y se califica como mártir a quien muere en medio de esa lucha, sacrificado cruelmente por el enemigo.

Ése fue precisamente el caso del coronel Carlos Montúfar y Larrea, nuestro mayor héroe de la primera guerra de independencia (1809-1812), quien luchó durante dos años por la independencia del actual Ecuador, obteniendo triunfos y derrotas, para finalmente morir fusilado por los jefes realistas, el 31 de julio de 1816. Pero a veces los pueblos olvidan tristemente a sus héroes y mártires. Tal lo ocurrido con el recuerdo de este notable quiteño, a quien parecieran haber olvidado su país y hasta su propia ciudad, que no tiene siquiera una plaza o un monumento en su honor, mientras sus calles están plagadas de nombres de crueles jefes colonialistas, como Ruiz de Castilla y Toribio Montes.

Por suerte, la Academia Nacional de Historia ha buscado enmendar esos errores de la desmemoria colectiva. En 1916, al cumplirse el centenario de la muerte del héroe, sus directivos se trasladaron hasta Buga, Colombia, para exhumar los restos de Montúfar y traerlos hasta su ciudad natal, donde fueron colocados en la Catedral Metropolitana junto a los de Sucre, el libertador de Ecuador.

Cien años más tarde, al cumplirse el bicentenario de su fusilamiento, esta Academia alertó a las autoridades nacionales sobre la necesidad de conmemorar tan infausta ocasión, pero no encontró el eco necesario para ello. De ahí que, en medio de su pobreza ya crónica, la entidad buscó honrar por sí misma la memoria de Montúfar.

Lo ha hecho, por fin, la semana pasada, mediante la inauguración de un monumento en los jardines de la Casa Alhambra, con la concurrencia de historiadores y parientes del héroe, y con la notoria ausencia de las autoridades nacionales invitadas. También se presentó un libro de homenaje escrito por varios académicos de la historia, que recoge las variadas facetas de tan extraordinario personaje. Ojalá esto sirva para disipar las sombras del olvido.

Asuntos de frontera

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Historiador y Escritor

Las fronteras son líneas divisorias de territorio, que marcan la separación de soberanías de uno y otro Estado. En algunos continentes, como en Europa, las fronteras también señalan regularmente los límites de presencia de las naciones, de modo que hasta aquí se habla un idioma y tras la línea fronteriza se habla otro. Se exceptúan de ello España e Inglaterra, que son herederas de antiguos imperios y guardan en su seno a varias naciones con cultura propia, y Suiza, que es una suma de tres culturas vecinales.

Pero en Hispanoamérica, que es una colección de naciones surgidas de la misma matriz histórica y cultural, las fronteras pesan menos y, en ocasiones, casi nada. A uno y otro lado se habla el mismo idioma, se piensa y come de modo parecido y hasta viven familias emparentadas con las de la otra orilla. También se compra, se come, se estudia o se trabaja a un lado y otro, con lo cual casi podría decirse que las únicas diferencias reales entre las gentes de la región son las impuestas por las leyes de ciudadanía y de fiscalidad. Claro está, también cuenta la presencia de policías, militares y agentes de aduana de cada país, que tienen uniformes diferentes a los de enfrente. Y son igualmente diferentes las monedas, que regularmente son uno de los símbolos de la soberanía nacional, menos en nuestro caso, donde una abusiva dolarización nos privó de moneda propia y nos tiene en apuros para preservarla.

Estas reflexiones y otras parecidas han florecido entre los historiadores ecuatorianos y colombianos que nos reunimos la semana pasada en la ciudad de Pasto, para participar en el Tercer Simposio Binacional de Historia Colombia-Ecuador, convocado por nuestra Academia Nacional y la Academia Nariñense de Historia. La reunión contó con el respaldo de la Gobernación de Nariño y tuvo lugar en la sede del Banco de la República.

Tras el Primer Simposio realizado en Pasto, en octubre de 2014, suscribimos un convenio de cooperación en Yahuarcocha, a fines de ese año, y tuvimos un Segundo Simposio en Ibarra, en noviembre de 2016. Ambos coloquios concitaron gran presencia pública y dejaron como recuerdo excelentes libros de memorias. Ahí están los temas de cada reunión: historia precolombina, asuntos coloniales, conflictos y guerras de independencia, relaciones binacionales, economías regionales, experiencias políticas, etnias y mentalidades, personajes destacados, ideas políticas y sociales, etc.

Ahora, en este tercer simposio, se trataron diecisiete ponencias, sustentadas por once ponentes ecuatorianos, seis colombianos y un ecuatorianista alemán. Ellos expusieron temas sobre caminos y correos coloniales, la llegada de un héroe quiteño a la presidencia de Colombia, los conflictos militares fronterizos y las discrepancias político-religiosas ocurridas en el siglo XIX, así como la lucha por el sufragio femenino en ambos países ya en el siglo XX. Empero, el peso mayor de las ponencias y debates ha estado en el estudio comparado de las expresiones culturales de uno y otro país, especialmente en el campo de la gastronomía, que motivó cuatro ponencias. Igualmente el impacto del pasillo ecuatoriano en Colombia y las influencias mutuas, la educación colonial y republicana, las migraciones y la literatura de frontera, la fotografía y la memoria colectiva, la cultura de mar, los usos funerarios y la cooperación mutua para la protección de culturas étnicas. En suma, una espléndida jornada de recuperación de la memoria compartida.

El Manifiesto de Uxmal

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Historiador y Escritor

Del 24 al 26 de octubre se realizó la Conferencia Mundial La Cosmogonía y Mitología de las Civilizaciones Milenarias en la Preservación del Planeta, en el Gran Museo del Mundo Maya, de Mérida, México. Fue parte del Festival Internacional Anual de la Cultura Maya (FICMaya) y contó con el auspicio de la Unesco y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México. La coordinación ejecutiva de la Conferencia Mundial estuvo a cargo de la licenciada Laura Ramírez Rasgado, directora del Gran Museo del Mundo Maya de Mérida, sede de la reunión.

Durante esos tres días, científicos, historiadores, antropólogos, biólogos e investigadores de las culturas milenarias, procedentes de 17 países del mundo, expusieron la cosmogonía y mitología de sus respectivas culturas y mostraron el modo con que los pueblos originarios vivieron y se desarrollaron en armonía con la naturaleza.

Igualmente analizaron la forma en que se podía recuperar esa sabiduría tradicional por parte de las sociedades actuales, para combatir el cambio climático y la degradación ambiental. Fue un gran honor participar como invitado a esta reunión, para hablar de la cosmogonía de los pueblos del Ande ecuatorial.

La ceremonia de clausura fue efectuada en la espectacular ciudad patrimonial maya de Uxmal, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1996, y estuvo precedida por una emotiva ceremonia maya dirigida por el sacerdote indígena Tiburcio Can May, acompañado por un grupo de caracoleros y oradoras del ceremonial. Luego, el presidente ejecutivo del FICMaya y de la Conferencia Mundial, maestro Jorge Esma Bazán, agradeció a los asistentes y los invitó a “enfrentar una de las tareas más difíciles del presente, cual es la de hacer permanecer nuestra especie sobre el planeta”.

En la culminación del acto, los participantes leyeron el Manifiesto de Uxmal, dado a conocer a gobiernos, grupos indígenas, sociedad civil y organizaciones internacionales. Entre los puntos de ese manifiesto destacamos:

Las culturas milenarias sostienen que el equilibrio y la armonía entre seres humanos y el medio ambiente son fundamentales; ellas nos dan una lección de respeto y cuidado de la naturaleza que debe ser fortalecida.

Las comunidades indígenas han evolucionado junto con la naturaleza, creando una cultura de protección ambiental y su sabiduría. Conservar y sustentar esta sabiduría debe ser una prioridad en cualquier cultura. Las sociedades industriales y sus ciudadanos pueden aprender mucho del respeto indígena a la ‘Madre Tierra’, y esto puede ayudar a guiarnos hacia energía y aguas más limpias.

Los saberes tradicionales de las culturas milenarias deben sumarse a la ciencia y la tecnología para enfrentar estos retos con una actitud responsable y ética a fin de mantener la biodiversidad, revertir el cambio climático e incrementar la resiliencia y la adaptación a tales cambios. Los gobiernos y la gente del mundo se han suscrito al Acuerdo de París, que busca mitigar el daño que la sociedad ha infligido al ambiente. Estamos convencidos de su vital relevancia y llamamos a que sea reforzado. Ese acuerdo es la hoja de ruta para un futuro en el cual se pueda alcanzar el desarrollo sustentable, y en el cual el cambio climático pueda ser mitigado.

La unión y el diálogo entre los saberes tradicionales y el conocimiento científico representan el patrimonio más rico que podemos legar a las generaciones venideras.

Una provincia fluvial (2)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Historiador y Escritor

Gabriel García Moreno dispuso la creación de la provincia de Los Ríos, el 6 de octubre de 1860. La nombró así porque se trata de un territorio tropical poblado de numerosos ríos, riachuelos y esteros, que forman varias subcuencas hídricas.

Una de ellas es la del río Babahoyo, suma de muchos ríos que, de trecho en trecho, se le unen e incrementan su caudal. Arriba, bajando desde Montalvo, está el río Santa Rosa, que trae las aguas del río Cristal, que baja desde Balsapamba.

Luego, a la altura de la Universidad Técnica de Babahoyo, está el río antes conocido como Quillca y hoy llamado San Antonio o Palmar, que trae las aguas de Guarumal, Copalillo, Telimbela, Caluma y La Esmeralda. Delante de la ciudad de Babahoyo, este se une con el Caracol o Catarama, que trae las aguas que bajan desde los páramos de Angamarca. Y juntos forman entonces el río Babahoyo.

Cabe recordar que, en la antigüedad, este río fue llamado Amay y que en sus márgenes se asentó Guayaquil en algún lejano tiempo. En fin, es bueno precisar que, ya cerca de Guayaquil, el Babahoyo se une con el Daule y sus aguas sumadas forman el formidable Guayas, ese “río capitán de grandes ríos” que dijera el poeta Jorge Carrera Andrade.

Bajando hacia Pimocha, a las orillas del ancho Babahoyo se ubican varias haciendas de recordación histórica, como nos lo recuerda durante el viaje nuestro compañero Leonardo Caicedo Aldaz, académico de la historia.

La primera es La Elvira, enorme propiedad que Juan José Flores formó hacia 1831, mediante compras a propietarios y despojos a comunidades indígenas. Ahí combatieron en 1845 los jóvenes patriotas de la Revolución Marcista, llegados de Guayaquil, y el ejército mercenario que sostenía a Flores. Más tarde fue lotizada por los hijos de Flores y vendida a los pobladores de Babahoyo.

Frente a ella se ubica la hacienda El Salto, que antiguamente fue una reducción indígena a la cual fueron llevados los indios de Ojiva. Y un poco más abajo, en la misma orilla derecha, está La Virginia, antiguamente llamada Cañafístola, propiedad que fue adquirida por José Joaquín de Olmedo hacia 1830.

Lindera con ella la hacienda La Compañía, que fuera de los jesuitas y terminó siendo rematada por don Miguel Agustín de Olmedo, padre del prócer, en 1874. En este sitio fue reasentada la ciudad de Santiago de Guayaquil por Francisco de Orellana, allá por 1539, y sus vecinos fueron atacados en 1541 por los bravos indios chonos.

Al frente, en la orilla izquierda, se ubica la hacienda Las Peñas, adquirida hacia 1810 por don Gabriel García Gómez, padre de Gabriel García Moreno, fundo que luego llegó a linderar con la propiedad de Flores. Por ahí y con autorización de su propietario, don Miguel García Moreno, avanzó el 3 de mayo de 1845 el ejército marcista, para atacar a las tropas floreanas parapetadas en La Elvira y dirigidas por el general venezolano Juan Otamendi.

Poco más abajo, ya frente al pueblo de Pimocha, se ubica la hacienda El Tejar, que lindera con Las Peñas y que, a mediados del siglo XIX, perteneció al general Antonio Elizalde Lamar, prócer de la independencia, líder de la Revolución Marcista y Jefe Supremo de Manabí, Azuay y Loja en 1850.

El sitio fue un antiguo asentamiento indígena de los pimochas y en la colonia fue el lugar donde se fabricaban las tejas y ladrillos para la ciudad de Guayaquil, de donde derivó su nombre final.

Como vemos, el Babahoyo es un río cargado de historia