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Una obra para la historia: Coca Codo Sinclair

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Está cerca de inaugurarse oficialmente la más grande obra construida en Ecuador: la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, una realización emblemática del gobierno de la Revolución Ciudadana que está ubicada entre las provincias de Napo y Sucumbíos.
Tras su curiosa denominación, derivada de los nombres del río y sitio en que se asienta y del ingeniero que la concibió, se oculta una megaobra que tendrá 1.500 MW de potencia y que proveerá el 35 por ciento de toda la energía eléctrica de Ecuador.

El costo del proyecto ha sido de 2.245 millones de dólares, de lo cual un 70 por ciento ha sido financiado por el Eximbank de China y la contraparte restante por el Gobierno nacional. Ese valor incluye obras civiles, equipamiento electromecánico, fiscalización, administración y otros rubros. Y su administración ha sido efectuada por la Empresa Pública Coca Codo Sinclair, creada para el efecto, y la empresa china Sinohydro.

Se trata de un proyecto respetuoso con la naturaleza. Usa agua como combustible y la mayor parte de sus obras es subterránea, por lo cual no afecta al ambiente y genera una energía limpia y barata, que ahorrará grandes recursos al país y mucha contaminación al mundo.

La realización de esta obra ha exigido un gran despliegue técnico y humano. Por un lado, se ha utilizado la misma tecnología de punta que se usó en la construcción del proyecto Tres Gargantas del Yangtzé, en China, actualmente la mayor obra hidroeléctrica del mundo. Por otro lado, se han generado cerca de 8.000 plazas directas de trabajo y 15.000 indirectas, incluyéndose los proveedores de insumos, bienes de servicio y vituallas. Esto ha dinamizado la economía de toda la zona geográfica próxima a la obra, puesto que el 80% de trabajadores han sido ecuatorianos y el 20%, chinos.

Pero una obra de tal magnitud no solo debe reflejarse en cifras, sino también en rasgos humanos. Y yo quiero destacar el de la gerente de Gestión de Talento Humano, la licenciada Miriam Baldeón Batallas, una quiteña con formación académica en Historia y Geografía y diplomada en Gestión por Competencias.

Como encargada de administrar una masa de alrededor de 10 mil trabajadores, se manejó con mucha sagacidad y tino, a la vez que con energía y firmeza, logrando mantener un ambiente de disciplina, orden, satisfacción laboral y buena convivencia. Sueldos y salarios pagados a tiempo, aportes regulares al IESS, contratos registrados, buenas condiciones de trabajo, visas oportunas para el personal extranjero, fueron los resultados de su labor.

Y a ello hay que agregar su respetuoso manejo de las leyes laborales, que incluyó la libre organización sindical de los trabajadores. Así, ella facilitó la conformación democrática y abierta del Comité de Empresa, mediante el voto directo y secreto de todos los trabajadores. Y esto determinó que los representantes sindicales y los administradores de la empresa negociaran el primer Contrato Colectivo, suscrito el 14 de junio de 2013, que trajo algunos beneficios para todos los trabajadores de Sinohydro.

Quedan para la historia esta megaobra y su exitoso modelo de gestión.

Una alforja de libros

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia de Ecuador

En los lejanos tiempos de mi infancia, el principal medio de transporte que existía eran las acémilas. Y para transportarse en ellas la gente había inventado la silla de montar, que tenía como aditamento fundamental la alforja, una especie de talega de cuero o de lienzo fuerte, con bolsas a los extremos, que generalmente se usaba para llevar los alimentos del viaje.

De este invento derivó otro, que fue la alforja campesina o alforja de mano, que las gentes pobres, que no tenían acémilas, usaban para cargar en uno de sus hombros alguna pequeña carga que transportaban, constituida por alimentos, frutos o ropas.
Era un tejido grueso, de unos 35 cm. de ancho y 120 de largo, al que luego se le doblaban y cosían los extremos para que formaran dos bolsas de buen tamaño, dejando al centro una parte libre destinada a reposar sobre el hombro.

Se destacaron por su destreza en tejerlas las provincias de Manabí, Loja y Azuay, que usaban para ello algodón local o del norte peruano, al que tinturaban para formar listones de colores.

Hace poco he vuelto a recordar las alforjas campesinas y sus variados usos porque la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Loja, me ha hecho el invaluable regalo de una bella alforja campesina repleta de libros.

Si esta alforja de algodón coloreado, tejida y cosida a mano, es ya una espléndida obra de arte manual, el contenido resultó ser todavía más importante, pues en ella venían las últimas publicaciones de ese querido Núcleo, gestadas bajo la mano sabia y generosa de Félix Paladines.

Son estas: Dos libros del gran poeta y suscitador cultural Carlos Manuel Espinosa, rescatados del olvido: Sin velas desvelado. Memorias de un mal estudiante y un tomo de su correspondencia con notables escritores ecuatorianos y extranjeros.
Un libro sobre Héctor Manuel Carrión, el hermano mayor de Benjamín, titulado La extraña soledad del corazón. Y una edición ampliada de Una mujer total. Matilde Hidalgo de Prócel, de Jenny Estrada. Dos tomos de El último rincón del mundo, ensayos literarios y recuerdos de Alejandro Carrión, junto con su novela Muerte en su isla y una compilación de sus Cuentos Selectos.
También un poemario de Carlos Eduardo Jaramillo: Blues de la calle Loja, un ensayo de Félix Paladines sobre Los Oradores Lojanos, y un libro del cientista social holandés Wim Dierckxsens, titulado Susy y el mundo del dinero, destinado a enseñar las bases de la economía política a los niños y jóvenes.

Y como yapa venían los últimos números de la afamada revista Mediodía, uno de ellos dedicado al centenario del maestro Eduardo Kingman, iluminado con su cuadro La Costurera, de 1947, tan bello como su otro cuadro llamado La Visita.

Esto me ha hecho recordar que todavía habito en la Galaxia de Gutenberg, ese mundo de letras impresas que inventó un orfebre alemán, allá por el año 1449, y que todavía se mantiene en plenitud. Nací, crecí y he vivido en esta galaxia de papeles impresos, donde aprendí a leer y escribir y más tarde me volví adicto a libros, periódicos y revistas.

Y por lo mismo esta alforja de libros es el más grato e inesperado regalo que podía recibir un lector como yo. Gracias, Félix, por tu regalo. Gracias, Loja, por tu cultura.

El problema del Esequibo (2)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia de Ecuador

Dada la creciente ocupación del territorio oriental venezolano por parte de Gran Bretaña, Venezuela formuló protestas diplomáticas y finalmente rompió relaciones con ese país. En tal circunstancia se propuso la mediación del Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, que propuso un arbitraje para solucionar el diferendo.

Este procedimiento produjo el Laudo Arbitral de París, del 3 de octubre de 1899, por el cual Venezuela perdió 159.500 km². Curiosamente, en el Tribunal de Arbitraje hubo representantes de Estados Unidos, Rusia y Gran Bretaña, pero no se admitió la intervención de ningún jurista venezolano.

Actuaron por EE.UU. Melville Weston Fuller y David Josiah Brewer, por Inglaterra Lord Russell of Killowen y Sir Richard Henn Collins, quienes nombraron quinto árbitro a Frederic de Martens, Consejero Privado y Miembro Permanente del Consejo de Relaciones Exteriores de Rusia, profesor de las universidades británicas de Cambridge y Edimburgo y amigo personal de la reina de Inglaterra.

Frederic de Martens era un hombre de mentalidad colonialista, que había escrito un libro titulado Rusia e Inglaterra en Asia Central (1878), en el que afirmaba que “Gran Bretaña y Rusia están destinados por la Providencia a ser las protectoras de los países bárbaros”. Y Venezuela era considerada por este personaje, y por los ingleses, como un país medio bárbaro, que ni siquiera tenía derecho a litigar directamente con Inglaterra, a no ser mediante representantes norteamericanos.

Pero hubo algo incluso peor. En 1899, De Martens puso a los árbitros norteamericanos por Venezuela ante un ultimátum: si no aprobaban por unanimidad ese nuevo despojo territorial de 159.500 km², él y los dos árbitros ingleses firmarían un laudo de mayoría, dando a Inglaterra un territorio aún mayor, que iría hasta la desembocadura del Orinoco. Esto hizo que los dos árbitros yanquis aceptaran la falsa ‘unanimidad’ para evitar un mal mayor a Venezuela, según lo denunció años después, en 1959, Mr. Mallet Prevost, que fuera abogado de los intereses venezolanos.

El laudo fue, pues, una farsa, pero Venezuela no estuvo en condiciones de protestar contra él, ya que esos mismos días era desgarrada por una de sus guerras civiles.

Y así llegó 1948, cuando el gobierno de Rómulo Gallegos reivindicó los derechos de su país sobre el Esequibo, durante la Conferencia Americana de Bogotá. Luego, en 1962, el canciller venezolano Marcos Falcón Briceño denunció por ‘nulo e írrito’ ese laudo arbitral, ante la Comisión Política Especial de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Esto dio lugar a negociaciones entre Venezuela e Inglaterra, que culminaron en 1966 con la firma del Acuerdo de Ginebra, que buscó resolver la controversia mediante la creación de una Comisión Mixta. Este acuerdo transitorio invalidó el Laudo Arbitral de París de 1899, pero mantuvo a favor de Guyana, independizada poco después, el statu quo preexistente.

En marzo de 2015, sin que se hubiesen agotado los ‘buenos oficios’ de la ONU para solucionar el problema, Guyana otorgó concesiones petroleras en el bloque Pomeroon a una empresa canadiense y en el bloque Starbroek a la Shell y la Exxon, en clara violación del derecho internacional.

El problema del Esequibo (1)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Se llama Esequibo o Guayana Esequiba a un territorio del oriente venezolano que desde los tiempos coloniales fue parte de la Capitanía General de Venezuela y luego de la república del mismo nombre, que declaró su independencia en 1811.

En los años siguientes la nueva república debería luchar duramente contra las fuerzas españolas para afirmar su emancipación. Parte clave de esa guerra fue la Campaña de Guayana (1816-1817), dirigida por el general Manuel Piar, que expulsó de esa región oriental a las fuerzas realistas, derrotadas definitivamente en la batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1821.

En 1840, cuando se publicó en París el ‘Atlas Físico y Político de la República de Venezuela’, formado por el ingeniero y cartógrafo Agustín Codazzi, ese territorio seguía figurando como propio de este país sudamericano.

Empero, mientras Venezuela luchaba duramente por su independencia frente a España, otras fuerzas colonialistas empezaban a conspirar contra la naciente república de Simón Bolívar. Así, en 1814 se había suscrito un tratado anglo-holandés, que concedió a la Gran Bretaña un pequeño enclave territorial que poseían los holandeses cerca del río Esequibo.

Unos colonos holandeses habían tomado esas tierras en 1627, a escondidas de las autoridades españolas, pero en 1648, al reconocer la independencia de Holanda, los españoles cedieron a este país ese pequeño territorio, que no incluía el río Esequibo. Ese fue el inicio de lo que luego se conocería como Guayana Británica, establecida en 1831.

Para entonces, Venezuela se había separado de la Gran Colombia y empezaba a dar sus primeros pasos en el concierto internacional, bajo una fuerte influencia británica, expresada en préstamos ingleses, tratados de comercio y otros vínculos. Luego Inglaterra recibió concesiones mineras en Venezuela, a donde introdujo hasta 7 mil mineros importados. Eso hizo que la joven república se despreocupara de aquel enclave británico que había sido instalado en su flanco oriental, el que fue creciendo al impulso de las ambiciones colonialistas inglesas.

En 1834 el naturalista inglés Robert Hermann Schomburgk efectuó una primera demarcación territorial de la Guayana Esequiba, fijando una línea que iba desde el río Moruca hasta el río Esequibo, la cual marcaba un enclave británico de 4.290 km² de extensión.

Años después, en 1839, el mismo personaje trazó una segunda ‘línea Schomburgk’, penetrando más en territorio venezolano para fijar un nuevo límite entre la boca del río Amacuro, el monte Roraima y el nacimiento del río Esequibo. Con esto el enclave británico alcanzaba ya una extensión de 141.930 km².

Mas las ambiciones inglesas siguieron creciendo en la región y en 1866 un funcionario de la Oficina de Colonias dibujó una nueva línea limítrofe que hizo crecer a 167.830 kilómetros cuadrados ese territorio colonial. Finalmente, en 1866, los ingleses plantearon una línea de aspiración máxima, que aumentaba a 203.310 km² el tamaño del enclave colonial.

Eso significaba que aspiraban a tener un enclave colonial casi 50 veces más grande que el de 33 años antes, devorando para ello una gran extensión del territorio soberano de Venezuela.

Centenario de Rubén Darío

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Este seis de febrero de celebró el centenario de la muerte de Rubén Darío, el gran escritor nicaragüense que lideró la renovación de la literatura latinoamericana por medio del movimiento modernista y la puso en la delantera de las letras de habla hispana.

Innumerables homenajes le han sido rendidos a este ‘Príncipe de las letras castellanas’ en todos los rincones del continente y su país natal lo ha proclamado ‘héroe nacional de Nicaragua’.

Pero mientras todos homenajean fundamentalmente al excelso poeta, yo quiero rendir tributo al periodista combativo, que abogó por la unidad de nuestros países y fue admirador de Juan Montalvo y Eloy Alfaro, cuyas ideas hizo suyas. Y quiero homenajear también al pensador antiimperialista, que se enfrentó al presidente estadounidense Teodoro Roosevelt en defensa de su pequeña patria centroamericana, acosada entonces por las tropas y barcos de guerra de EE.UU.

La admiración de Darío por Montalvo ha sido reseñada por sus biógrafos más acuciosos, que han destacado la imitación estilística e ideológica que hizo Darío, en sus primeros tiempos, de los escritos del ambateño.

A su vez, la amistad de Alfaro y Darío se inició en 1886, cuando el ‘Águila Roja’ llegó por primera vez a Nicaragua y fue entrevistado por Darío, entonces un joven periodista liberal de 18 años que trabajaba en el periódico La Verdad. Tres años más tarde, Alfaro y Darío volverían a encontrarse en Lima y establecerían una franca amistad bajo el amparo de la fraternidad masónica.

Hablemos ahora del enfrentamiento con Roosevelt, el presidente de EE.UU. que preconizó una política expansionista contra América Latina y que, incitando el separatismo de los comerciantes panameños contra Colombia, creó un país a la medida de los intereses imperiales y proclamó: “Yo tomé Panamá”.

En 1909, una agresión norteamericana contra Nicaragua provocó un clamor internacional. Rubén Darío, preocupado por la situación de su patria lejana, escribió en el Paris Journal:

“Hay en este momento en América Central un pequeño Estado que no pide más que desarrollar, en la paz y el orden, su industria y su comercio; que no quiere más que conservar su modesto lugar al sol y continuar su destino, con la seguridad de que, no habiendo cometido injusticia hacia nadie, no será blanco de represalias de nadie. Pero una revolución lo paraliza y debilita. Esta revolución está fomentada por una gran nación. Esta nación es la República de los Estados Unidos. Y Nicaragua nada ha hecho que pueda justificar su política. Más bien se encontraba segura, si no de su protección, al menos de su neutralidad, en virtud del tratado y de las conferencias firmadas en Washington en diciembre de 1907.

Pregunto, pues, a míster Roosevelt si, en nombre de sus principios, él no ve allí una doble violación, una doble abjuración de esa moral internacional que él defiende y preconiza… Si él califica de ‘crimen contra la humanidad’ una guerra injusta, ¿qué nombre daría a los que suscitan y alimentan una guerra civil?”.

Así, con sus actos y palabras, Darío alcanzó paralelamente la gloria literaria y los laureles de la dignidad patriótica. Por todo lo expuesto, es absolutamente justo que su país natal lo haya proclamado héroe nacional y lo haya colocado como símbolo de su recuperada dignidad.

El carnaval, fiesta de la igualdad

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Nuestros carnavales tienen su origen en las saturnales romanas, fiestas de la plebe que constituían una rebelión simbólica contra los poderosos, en las que el mundo se ponía al revés: por tres días al año los esclavos no trabajaban y montaban una fiesta general, en la que mandaban a sus amos, bebían sus vinos y dormían en sus camas.

Los carnavales alcanzaron su plenitud en la Edad Media, como una rebelión simbólica del pueblo ante los rígidos controles morales de la Iglesia católica, que refrenaban la risa y la alegría, prohibían las borracheras colectivas, imponían ayunos o abstinencia alimenticia y sexual en ciertos periodos, etc. Por ello el Carnaval era la fiesta colectiva de la alegría y la risa, del baile en grupo y de los excesos del cuerpo: comer, copular, emborracharse.

En la Edad Media se celebraban también las ‘fiestas de locos’, durante los días de San Esteban, San Juan Evangelista o los Inocentes. Ahí se nombraba un ‘obispillo’ entre los estudiantes, aplicando esa parte del canto del Magnificat que decía que Dios había despreciado a los ricos y levantado a los humildes. El obispillo y sus ayudantes hacían burlas del obispo y autoridades religiosas, celebraban ritos cómicos en las catedrales: daban sermones risibles, cantaban villancicos deshonestos o bailaban disfrazados de curas.

En fin, esos carnavales medievales eran el triunfo de la risa frente al miedo, de la locura frente a la cordura, de los débiles ante los poderosos. Y tenían un efecto práctico: rebajaban las tensiones sociales a través de la burla. Por eso encantaban al público y eran tolerados, aunque mal vistos, por las autoridades.

Llegados a nuestra América con las gentes llanas de la conquista, los carnavales se afincaron en nuestro suelo y se entremezclaron con los ritos y fiestas indígenas, aunque manteniendo su propia identidad. Así, a los disfraces europeos de curas, diablos, cabezones y autoridades, se sumaron los disfraces americanos de animales salvajes, monstruos y seres mitológicos. Así surgió también el canto del Carnaval, al juntarse una melodía indígena con la copla española, acompañadas por la guitarra ibérica, el bombo y las flautas americanas.

En el área andina nacieron igualmente los rituales carnavalescos del juego-combate con agua y el blanqueamiento colectivo. El primero sustituyó simbólicamente al antiguo ‘tinku’ andino, un combate entre comunidades destinado a derramar sangre para fecundar a la Pachamama, que todavía se celebra en Cotacachi. El segundo es un típico ritual de igualdad: si lo importante es ser blanco, por unos días todos vamos a blanquearnos para sentirnos iguales.

En el norte de la antigua Audiencia de Quito (actual región colombiana de Pasto), donde había minas de oro con esclavos negros, se inventó un ritual de igualdad todavía más completo: el ‘Carnaval de blanquitos y negritos’, donde un día todos se blanquean con harina o talco y otro día todos se negrean con betún.

En síntesis, el Carnaval es una fiesta de la libertad, la igualdad y la fraternidad humanas, que por unos pocos días al año se imponen al egoísmo y la segregación social impuestas por la sociedad de clases. Una fiesta que tiene en Guaranda la más completa y feliz manifestación colectiva.

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¿Ejecutivo fuerte o Ejecutivo débil? (2)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

La derecha ecuatoriana ha sido abanderada de la idea de un Poder Ejecutivo fuerte, mas ahora finge haberse vuelto democrática, tolerante y amiga de consensos. Es que ella ha terminado siendo una minoría, que requiere de la ayuda de otros para enfrentar con algún éxito al correísmo.

Así se explica que los políticos de oposición acusen a la actual Constitución de todos los males del país. La suya es una apreciación falsa y equivocada. Quienes tenemos más de cincuenta años recordamos las graves situaciones que vivió el país desde el retorno a la democracia, en 1978, por causa de Constituciones que consagraban la existencia de un Ejecutivo débil.
Ya hubiera querido el presidente Roldós tener una Constitución como la actual, que le permitiera disolver el Congreso por una sola vez, aunque sea mediante el mecanismo de la muerte cruzada. Pero no la tuvo y debió soportar durante su corto gobierno el acoso de los ‘Patriarcas de la Componenda’ (Assad Bucaram, Rafael Armijos y León Febres-Cordero), que buscaban someterlo a su voluntad o derribarlo del poder.

Tras su magnicidio asumió el poder Osvaldo Hurtado, un gobernante débil, que para sostenerse entregó la presidencia del Congreso y el manejo de las aduanas a Averroes Bucaram, y luego se allanó a presiones nacionales e internacionales y decretó la ‘sucretización’, por la que el Estado asumió las deudas en dólares de los empresarios fracasados y se las cobró en sucres devaluados.

Ya hubieran querido varios gobernantes honrados disponer de la iniciativa legislativa, para orientar la acción del Congreso hacia los grandes intereses nacionales, sin verse frenados en su labor por un Congreso de mayoría opositora. Pero no la tuvieron y debieron conformarse con efectuar pequeños cambios, insuficientes a ojos del país.

La ciudadanía no ha olvidado los vergonzosos episodios de la ‘pugna de poderes’ y los afamados ‘contratos colectivos’ socialcristianos, por los cuales los diputados de ese partido chantajeaban a cada gobierno para obtener crecientes recursos para las municipalidades bajo su control.

Tampoco ha olvidado que, en medio de esas tensiones políticas, cosechaban a río revuelto algunos pequeños partidos, que con un par de diputados se convertían en el fiel de la balanza y obtenían grandes tajadas de poder.

Por eso, ahora que políticos de toda laya creen llegada la hora de la restauración de sus apetitos, lo primero que quieren es desmontar la que llaman ‘Constitución autoritaria’. Eso es lo que los poderes fácticos necesitan para someter a los gobiernos que no son suyos. Es lo que algunos políticos audaces requieren para encumbrarse desde sus minorías electorales. Y es también lo que algunos piratas de la política esperan con ansia, para que vuelva a funcionar el ‘hombre del maletín’ y les hable al oído…

Queda por ver si el país ha madurado políticamente tras nueve años de Revolución Ciudadana o si la juventud, que no conoció las ruindades políticas del pasado, se deja tentar por una indefinida promesa de cambio y respalda a esos dinosaurios que hoy le prometen la mentirosa ilusión de nuevos y mejores días.

¿Ejecutivo fuerte o Ejecutivo débil? (1)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

En general, un signo de identidad de los sistemas de gobierno contemporáneos es la presencia de un Ejecutivo fuerte. Durante los siglos de auge de las ideas de la democracia liberal, que fueron el XVIII y el XIX, se buscaba un sistema de equilibrios y balances que garantizara las libertades individuales y evitara al máximo la concentración del poder en una sola persona, como había ocurrido en las monarquías de los siglos anteriores.

Pero en ese período de auge del sistema liberal hubo también voces que alertaron a los ciudadanos sobre los riesgos de instituir un Poder Ejecutivo débil, que terminara envuelto en una confrontación política con otros poderes del Estado y terminara anulado en su acción.

Uno de los abanderados tempranos del Ejecutivo fuerte fue el pensador estadounidense Alexander Hamilton, que propuso este tipo de gobierno como la solución para los retos y problemas del sistema democrático. En su periódico El Federalista, Nº 70, sostuvo que:

“Al definir un buen gobierno, uno de los elementos salientes debe ser la energía por parte del Ejecutivo. Es esencial para proteger a la comunidad contra los ataques del exterior; es no menos esencial para la firme administración de las leyes; para la protección de la propiedad contra esas combinaciones irregulares y arbitrarias que a veces interrumpen el curso normal de la justicia; para la seguridad de la libertad en contra de las empresas y los ataques de la ambición, del espíritu faccioso y de la anarquía”.

Pero Hamilton iba más allá de la teoría y buscaba soluciones para la realidad gubernativa concreta, por lo que concluía afirmando que: “Un Ejecutivo débil significa una ejecución débil del gobierno. Una ejecución débil no es sino otra manera de designar una ejecución mala; y un gobierno que ejecuta mal, sea lo que fuere en teoría, en la práctica tiene que resultar un mal gobierno”.

Esos principios de la teoría liberal de Hamilton cobran una importancia singular ahora, más de dos siglos después, especialmente en los países donde el buscado equilibrio de poderes ha terminado por instalar la anarquía legislativa y la feria de ambiciones políticas de los grupos oligárquicos y corporativos.

Y eso es todavía más necesario en los países donde hay un gobierno reformador, que necesita disponer de un ejecutivo fuerte para enfrentar y romper las viejas estructuras de poder y privilegio. Igualmente ahí donde se busca refrenar y eliminar las fuerzas centrífugas que existen dentro de un Estado, tales como los regionalismos extremos.

Empero, es evidente que un poder Ejecutivo fuerte no basta para asegurar el progreso de un país. También se requiere de mecanismos democráticos que respalden los cambios y, en esa ruta, los más adecuados son los de una democracia directa, donde las fuerzas transformadoras que vienen de abajo puedan expresarse y romper la resistencia de las fuerzas que promueven el mantenimiento del viejo sistema, o que buscan restablecerlo.

Los microclimas de Quito (2)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

¿Por qué tiene Quito estos sorprendentes microclimas, dentro de una climatología general que es común a todo el distrito?
La primera causa es la particularísima orografía de la hoya de Quito, ubicada entre 2.500 y 3.000 metros de altitud y abierta hacia el Occidente por el cauce del río Guayllabamba, pero vinculada al Oriente por abras de la Cordillera Central, como las de Guamaní o La Virgen.

La segunda es la presencia de valles de diversa dimensión y altura, donde el más alto es el propio Valle de Quito, situado a 2.800 msnm, y el más bajo el de Guayllabamba, ubicado a 1.600 m, pero cerca de los valles de Tumbaco (2.329 m), Los Chillos (2.500 m) y Nayón-Cumbayá (2.500 m).

La tercera es la acción de los vientos, organizadores generales del clima en el planeta, que en la hoya de Quito tienen una singular acción: un permanente y vigoroso enfrentamiento entre los vientos alisios del Hemisferio Sur, que vienen por el Oriente, y los vientos del Hemisferio Norte, que vienen desde el Pacífico. Según las épocas, o circunstancias ocasionales como el fenómeno El Niño, esos vientos llegan con diverso vigor hasta la línea ecuatorial e imponen con su presencia un cambio en la climatología quiteña.

A inicios del otoño boreal prevalecen por unas semanas los vientos del norte, que nos traen el breve ‘Inviernillo de Octubre’, pero de seguido, a inicios del verano austral, en diciembre, entran con fuerza los vientos del Sur, que nos traen esa breve temporada cálida que conocemos como ‘Veranillo del Niño’, que regularmente termina en enero, cuando vuelven a reinar los vientos del Norte y nos llega la temporada invernal regular, que va hasta junio.

Luego van llegando los vientos del Pacífico que traen el verano boreal, que en agosto toman fuerza e imponen un verano seco y soleado hasta septiembre. Pero eso no excluye que, en medio del verano quiteño, se presenten masas de nubosidad venidas de la hoya amazónica, empujadas por los vientos alisios del Sur, que nos traen brevísimos inviernillos.

Fuera del clima de temporada, en Quito existen también los cambios climáticos del día, en donde una mañana seca y soleada puede ser sucedida por una tarde umbría, particularmente en la zona sur y la llanura de Turubamba, y también en la zona norte y el valle de Pomasqui-San Antonio, a causa de la llegada de masas de aire húmedo desde el Occidente, que arriban tanto por el abra cordillerana de arriba de Alóag, como por las de Calacalí y el cauce del río Guayllabamba.

Pero los vientos tienen también otro efecto climático, que se siente particularmente en los valles bajos de la Hoya de Quito: ellos forman una cúpula que cubre a las hondonadas y depresiones, evitando que escape el aire caliente de ellas y creando un efecto invernadero. Ello produce clima subtropical en Los Chillos, Nayón-Cumbayá, Tumbaco y Pomasqui, y clima tropical en Guayllabamba.

En fin, toda esa variedad de valles, declives y quebradas está presidida por el radiante sol equinoccial, que luce casi todos los días del año y le ganó a esta zona, desde antiguo, el justo nombre de ‘Tierra del Sol’.

Los microclimas de Quito (1)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez

Quito es una ciudad afamada por sus microclimas. Cada sector geográfico de esta bella y alargada ciudad posee un clima particular que lo diferencia de otros. De ahí que resulta bastante común que haya una radiante tarde de sol en el centro–norte, mientras llueve en el sur, hay sol y sombra en el valle de Pomasqui y la neblina se aposenta sobre San Antonio de Pichincha y la Mitad del Mundo.

Si a la misma hora nos asomamos a algún balcón de la calle González Suárez o a un mirador de la loma de Puengasí podremos ver un variado panorama climático en los valles orientales del Distrito Metropolitano: sol radiante en cierto sector, sol y sombra en otro, una lluvia por acá, una neblina por acullá y quizá hasta unas laderas de la Cordillera Central blanqueadas por una inesperada granizada.

El fenómeno de los microclimas es, pues, común a todo el Distrito Metropolitano, aunque es en el estrecho y alargado valle de Quito donde tiene su mayor y mejor muestra.

Hace unos años, una señora llegó a vivir en Cotocollao y se convirtió en vecina y amiga de mi madre. Hasta entonces había vivido en el elegante, pero húmedo, barrio de La Floresta, y que tuvo que cambiarse por recomendación de su médico, quien le indicó que ese cambio de lugar de residencia era el último recurso que le quedaba a ella para superar el reumatismo que la aquejaba. En efecto, vivir en ese barrio un tanto modesto, pero soleado y seco, la ayudó a recuperar plenamente su salud.

No es menos importante el panorama cambiante del clima y de la atmósfera durante las horas del día. Como anotaran viajeros de otro tiempo, en Quito pueden gozarse de todas las estaciones en un mismo día. A lo cual un acucioso historiador y demógrafo colombiano asentado en esta ciudad, el doctor Gustavo Pérez Ramírez, ha agregado la afirmación de que “Quito tiene el mejor clima del mundo… hasta las cinco de la tarde”.

En cuanto a la lluvia, todos los habitantes de Quito sabemos lo sorpresiva que puede ser, sobre todo en la época que llamamos invernal. Entramos a una oficina o restaurante en medio de un sol canicular (’sol de aguas’, que decían nuestros mayores) y de pronto quedamos atrapados allí por una feroz lluvia que se desata inesperadamente.

Frente a este fenómeno, resulta útil la conseja que se pasan entre extranjeros que llegan en Quito: “Si te atrapa la lluvia en un lugar, tienes dos soluciones para no empaparte: o caminas rápidamente tres cuadras o esperas veinte minutos en el mismo lugar”. Y la conseja es acertada: tres cuadras mas allá no hay lluvia o veinte minutos después cesa el inesperado y feroz golpe de lluvia, tras lo cual regularmente vuelve a salir el sol.

En fin, también las noches de Quito tienen su propio clima. Es ventoso y más bien seco en el centro–norte, neblinoso y húmedo en la ladera oriental y ventoso y algo húmedo, aunque no neblinoso, en la zona sur de la ciudad. La neblina que sube del río Machángara cubre por las noches a Guápulo, La Vicentina, La Floresta y El Batán. También el clima es neblinoso en Carapungo y toda la meseta de Calderón, en Pomasqui y San Antonio de Pichincha, zona semiárida que, gracias a la humedad de la neblina, tiene buenos sembríos y jardines.