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Onanismo ideológico

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Marx, en su segunda tesis sobre Feuerbach sostiene que «es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, la terrenalidad de su pensamiento. La disputa en torno a la realidad o irrealidad del pensamiento, aislado de la práctica, es un problema puramente escolástico».

Pero hay izquierdas encerradas en una teoría, que viven en la autocomplacencia de sus ideas. Encapsuladas en una visión particular del mundo, han renunciado voluntariamente a todo ejercicio crítico de la realidad cierta, de la realidad concreta, para dedicarse a la inútil tarea de andar midiendo las aristas del mundo con su singular vara de perfección, con el fin de juzgar si la realidad calza con su teoría.

Lo peor es que no son fuerzas realmente revolucionarias, que propongan una superación concreta de la realidad existente. Superadas por otras fuerzas, esas sí renovadoras y transformadoras de la vida social, se han quedado en la orilla de la amargura y todo lo que atinan es a criticarlo todo, con una acidez y una amargura que son producto de su propio fracaso.

Son izquierdas sin destino, que se han quedado al margen de la historia real y tienen conciencia de su futilidad. Por lo mismo, unos grupos se han encerrado en el resentimiento y el odio, mientras otros se han lanzado por el atajo de la desvergüenza y se han puesto al servicio de la derecha.

En los años setenta conocí a algunos militantes de un grupo radical, que los no iniciados suponíamos estaba preparando la lucha armada. Eran duros e intransigentes y veían a las demás gentes de izquierda por encima del hombro. Mas algunos de ellos terminaron convirtiéndose en servidores e ideólogos de la derecha y hasta en dirigentes de gremios empresariales.

Todo ello muestra que en algunas personas la ideología es una bandera para navegar hacia mejores playas, sean del lado izquierdo o del lado derecho. Y cuando estorba la vieja bandera clasista, pues la cambian por otra más adecuada a los nuevos tiempos: unos, por la amarilla socialcristiana, y otros, por el iris etnicista.

Claro está que también hay los firmes y fieles a su ideología, pero que no siempre suelen diferenciar entre el campo teórico de la ideología y el campo concreto de la política. Y es que en el uno caben las recetas prefabricadas y en el otro solo las respuestas concretas a una realidad cierta. Por eso no basta con tener firmeza ideológica; también hay que tener agudeza política, sensibilidad humana y realismo, mucho realismo.

Y ese es el reto fundamental para nuestra izquierda contemporánea, si quiere convertirse en una opción de poder: salir del encapsulamiento teórico, dejar de aferrarse a las recetas ya fracasadas, aterrizar en el tiempo y el espacio reales y finalmente elaborar fórmulas útiles a las mayorías nacionales. Lo contrario equivaldrá a seguir en su interminable onanismo ideológico.

Fin de año para celebrar

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

No ha sido fácil el año que termina. La caída de los precios del petróleo y las amenazas de desastres naturales nos han enfrentado a retos inesperados, que han exigido atención urgente y prioritaria. Hemos tenido que invertir tiempo y recursos en obras de prevención, en campañas educativas sobre desastres naturales y en equipamiento de los sistemas de prevención de riesgos.

Sin embargo el país se ha mantenido firme, han continuado desarrollándose las grandes y pequeñas obras públicas, el Estado ha seguido brindando servicios y financiando subsidios y hasta se han pagado deudas y compromisos financieros de gran tamaño.

¿Cómo ha sido posible esto? ¿Por qué nuestro país no se ha ido al suelo, como ocurrió hace un siglo, con la crisis del cacao, o en los años sesentas, con la crisis del banano? ¿Por qué el Estado ecuatoriano ha logrado abrirse paso en medio de la adversidad hacia los mercados financieros? ¿Cuál es la razón por la que países y entidades empresariales se sientan atraídas por el Ecuador y, ahora mismo, busquen invertir en él?

La respuesta principal es la existencia de un liderazgo responsable y un gobierno capaz, que han mostrado eficiencia en la administración del Estado y en la búsqueda de nuevos horizontes de desarrollo.

Si se mira con objetividad al Ecuador de hoy y se lo compara con el de hace una década, saltan a la vista los notables logros alcanzados por el país en todos los órdenes. Paz y estabilidad ahí donde antes reinaban la angustia social y la anarquía política. Una formidable infraestructura vial, portuaria y aeroportuaria, que facilita la vida de las gentes, el transporte de productos y mercancías y el desarrollo de los negocios. Una colección de grandes obras hidráulicas, que controlan inundaciones y aseguran el riego para temporadas de sequía. Y un conjunto de nuevas hidroeléctricas que garantizan el cambio de la matriz energética y nos permitirán exportar energía.

Y eso para no hablar de los extraordinarios éxitos de la política social, de la disminución de la pobreza y el desempleo, de los ampliados servicios médicos y de la gran revolución educativa, cuyos frutos mayores se verán en un par de décadas.

Es más, las mayorías populares sienten que su vida mejoró y están henchidas de esperanza hacia el futuro. Los únicos que no comparten esta visión optimista de las mayorías son los opositores, en especial esa centena de vividores de la política, tanto de izquierda como de derecha, que en su tiempo construyeron negocios privados e instituciones endogámicas con fondos públicos y quieren volver a esa fiesta.

Esos políticos de aldea, que entienden la oposición como un ejercicio de odio, son un rezago de la vieja partidocracia, que no piensa en el destino del país sino en sus ambiciones personales. Éste quiere volver al neoliberalismo más crudo, ese que el país rechazó en plebiscito. Aquel quiere ensayar de nuevo el populismo ramplón de su padre. Y aquel otro desea reinventar el Ecuador a la medida de su escuálida vanidad, cambiando Constitución y leyes como si fueran naipes usados.

Por suerte el país conoce sus ambiciones y artimañas, y sabrá cuidarse de ellos, de sus apetitos insaciables y sus afanes desorbitados de figuración.

Las responsabilidades de un líder

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia Nacional de Historia

¿Dónde terminan las responsabilidades de un líder? Esa es la pregunta que muchos se formulan hoy y que particularmente debe estar inquietando al presidente Rafael Correa, ante la exitosa arremetida de la restauración conservadora en América Latina.

Es totalmente comprensible que el líder de la Revolución Ciudadana quiera alejarse por un tiempo del espacio agitado de la vida pública y dedicarle más tiempo a su vida privada. Pero también es explicable que el país esté pendiente de sus decisiones, en un momento de tan grande expectativa.

Es más: el mismo RCD ha admitido en teoría la posibilidad de que su partido pierda en 2017 el control de la mayoría parlamentaria y de que esta pase a manos de la oposición, ante lo cual ha especulado con la idea de que, si esa mayoría impidiese la gobernabilidad, el Presidente que le suceda, que se supone sería de AP, pudiera disolver la Asamblea Nacional y dar paso a la denominada ‘muerte cruzada’.

Todo esto ha dado lugar a que la ciudadanía baraje algunas opciones sobre lo que espera del líder, una vez que, por propia iniciativa de este, ha quedado eliminada legalmente su reelección inmediata.

La primera de ellas es la que plantean ciertos correístas intransigentes: que RCD sea candidato a diputado, actúe como una locomotora que arrastre vagones de votos a su partido y termine convirtiéndose en presidente de la Asamblea Nacional, para defender desde allí los logros y perspectivas de la Revolución Ciudadana.

Una segunda opción, que apoyan otros, sería la de que RCD se limitara a ser jefe de la campaña electoral en las próximas presidenciales, dejando que Alianza PAIS y sus nuevos líderes asuman la responsabilidad de enfrentar los embates de la derecha y construir una sólida ruta partidaria.

En este segundo caso, Rafael Correa quedaría convertido en la gran reserva política de la Revolución Ciudadana y habilitado para competir en las siguientes elecciones presidenciales, sea que estas se produzcan en 2021 o incluso antes, en la eventualidad de una ‘muerte cruzada’.

En ese todavía confuso panorama electoral, lo único cierto es que Rafael Correa seguirá gravitando con gran fuerza en el destino futuro del país. Su formidable obra de transformación mental y física de Ecuador le ha ganado ya un lugar de mérito en la historia nacional y, sobre todo, en el corazón de la ciudadanía. Por todo ello, sospechamos que el mismo día que abandone el poder comenzará a convertirse en el ‘Gran Ausente’ de la política ecuatoriana y que esa figura mítica se acrecentará con el tiempo.

Si Velasco Ibarra lo logró con sus planes viales y, sobre todo, con la fulguración de su palabra, Rafael Correa dejará detrás de sí una inmensa cauda de obras públicas y de reformas sociales, a lo que se sumará el recuerdo de la educación política prodigada al pueblo y el halo de dignidad conquistado para la nación.
Si el presidente Correa es actualmente un fenómeno sorprendente de la política ecuatoriana y latinoamericana, todo indica que mañana será un mito imbatible.

Hoy se conmemora el bicentenario de la muerte del obispo José Cuero y Caicedo

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez.
Director de la Academia Nacional de Historia

Ecuador conmemora el bicentenario de la muerte del doctor José Cuero y Caicedo, quien entre 1811 y 1812 fuera presidente del primer Estado independiente de la América Hispana, el Estado de Quito, en medio de nuestra primera guerra de independencia.

Prófugo tras la derrota militar de Ibarra fue perseguido con la mayor saña por los españoles, que finalmente lo capturaron, lo despojaron de sus bienes y de la silla episcopal, y lo condenaron al destierro en España, para lo cual lo remitieron a Lima con guardia armada. En esa ciudad falleció de neumonía el 10 de diciembre de 1815, de 80 años, pues había nacido en Cali en 1735.

La imagen de Cuero y Caicedo ha sido maltratada por la historiografía revisionista, que ha querido ver en él un traidor a los intereses de la patria. Ha contribuido a ello el famoso documento secreto llamado “Acta de Exclamación”, que dictara antes de posesionarse de vicepresidente de la Junta Soberana de Quito, el 15 de agosto de 1809, y en el que explicaba las razones de su actitud y ratificaba su total lealtad y obediencia al rey de España.

Pero aquello debe ser entendido en su concreta circunstancia histórica. Cuero era un hombre de su época, educado en la fidelidad al rey y el respeto a la corona española. Presidía la más conservadora institución de su tiempo: la Iglesia.

Había sido designado obispo de Popayán, de Cuenca y de Quito por el rey de España, al que había ofrecido fidelidad absoluta. Y no había tomado parte en los planes conspirativos de los revolucionarios quiteños, sino que estos lo habían designado vicepresidente de la Junta Soberana de Quito sin consultar su voluntad ni la de la Iglesia que presidía. ¿En dónde, pues, la supuesta traición?

Lo sorprendente del caso es la posterior radicalización política de Cuero y Caicedo, debida a su directa constatación de los numerosos crímenes e incalificables abusos cometidos contra los revolucionarios presos y la población quiteña, el 2 de agosto de 1810, por las fuerzas represivas enviadas por el virrey de Perú.

Es ahí donde comienza su nueva actitud política, que lo llevará a denunciar ante las autoridades superiores los crímenes cometidos contra el pueblo de Quito, a exigir la salida de las tropas virreinales de la capital y a pedir perdón y olvido para los sucesos revolucionarios de 1809 y para sus responsables, extendiéndose esos beneficios a los culpables del asalto a los cuarteles el 2 de agosto de 1810.

Tras la llegada del comisionado regio Carlos Montúfar a Quito, el obispo participó en la nueva Junta Superior de Gobierno, sometida al Consejo de Regencia español, presidida por el nefasto conde Ruiz de Castilla.

Pero el pueblo de Quito, indignado con la masacre del 2 de agosto, se mostró inconforme con esa situación y, alentado por los radicales del bando político “sanchista”, efectuó protestas y motines que forzaron la renuncia de Ruiz de Castilla.

El 11 de octubre de 1810, el pueblo de Quito, reunido en Cabildo Abierto, designó a Cuero y Caicedo como presidente de la Junta de Gobierno de Quito y dispuso la convocatoria de un Congreso General de los pueblos del país quiteño para decidir su destino futuro.

Fue así que el 4 de diciembre de 1811 se instaló el “Soberano Congreso de Quito”, integrado por 18 diputados de las 8 provincias del país (Quito, Guayaquil, Cuenca, Pasto, Quijos, Canelos, Jaén y Mainas), que habían sido electos de modo público y directo por esas localidades.

Este órgano proclamó la existencia del Estado Soberano de Quito, independiente de todo otro país o nación y, de inmediato, eligió al obispo Cuero y Caicedo como presidente de la nueva entidad política y al Marqués de Selva Alegre como vicepresidente.

Convertido por voluntad del pueblo en líder de la revolución emancipadora, Cuero y Caicedo buscó restablecer la paz y negociar un pacto de no agresión con las autoridades españolas de las provincias vecinas de Guayaquil y Pasto. Firmó una alianza con el gobierno insurgente de las “Ciudades Confederadas del Valle del Cauca”, que presidía su sobrino Joaquín de Caicedo y Cuero. Y como los jefes españoles adelantaron desde el sur sus planes de guerra contra Quito, el obispo-presidente convocó a las armas a todos los hombres hábiles, animó a sus feligreses a luchar en defensa de su patria y dictó sanciones contra los curas o fieles que no apoyasen la causa patriótica o colaborasen con el enemigo.

Firmaba esos documentos con la denominación de “José, Obispo por la gracia de Dios, y por la voluntad de los pueblos Presidente del Estado de Quito”.

ND:

El Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador y la Academia Nacional de Historia conmemoran el bicentenario de la muerte del presidente del primer Estado independiente de la América Hispana. El encuentro será este jueves 10 de diciembre, a las 11:00, en la Sala Capitular de la Catedral Metropolitana de Quito.

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La Ciudadanía Universal

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Nuestra magnífica Constitución es uno de los más avanzados textos políticos. Consagra y garantiza derechos humanos, individuales y sociales, y hasta reconoce los derechos de la madre naturaleza. Pero hay en ella asuntos que merecen una sostenida reflexión en cuanto a su aplicación práctica.

Tal el caso de algunos principios de las relaciones internacionales contenidos en el artículo 416, que teóricamente son intachables, pero que aplicados sin la mediación de mecanismos de progresividad pueden convertirse en un boomerang para el mismo país propulsor.

Dice el principio 6 que el Ecuador “Propugna el principio de ciudadanía universal, la libre movilidad de todos los habitantes del planeta y el progresivo fin de la condición de extranjero…”. Y agrega el 7 que nuestro país “Exige el respeto de los derechos humanos, en particular de los derechos de las personas migrantes, y propicia su pleno ejercicio mediante el cumplimiento de las obligaciones asumidas con la suscripción de instrumentos internacionales de derechos humanos”.

Esos principios se hallan respaldados por la disposición del art. 392, que señala: “El Estado velará por los derechos de las personas en movilidad humana y ejercerá la rectoría de la política migratoria…”.

Me parece que esos principios y disposiciones constitucionales han sido puestos en práctica sin la progresividad que la realidad exige y sin la correspondencia que imponen los usos internacionales. Prueba de ello era la no exigencia de visas para la llegada de extranjeros a Ecuador, incluso para aquellos que provienen de países que sí exigen visas de entrada a los ecuatorianos.

Esa apertura ilimitada ha empezado a pasarnos factura. Así, nos hemos convertido en un país de tránsito de migrantes irregulares, que generalmente son manejados por mafias internacionales, que se enriquecen a costa de la desesperación humana por migrar y cambiar de vida.

Por otra parte, nuestras calles se van llenando de gentes pobres y angustiadas de otros países, que llegan acá atraídos por la no exigencia de visas y los salarios en dólares. Muchas gentes pobres del vecindario latinoamericano se han asentado en nuestro país. Haitianos pobres son ahora los cuidadores de vehículos en las calles.

Hace poco, una amiga española de izquierdas me contó que vino a Ecuador desde Madrid en un vuelo lleno de africanos pobres, que no sabían una palabra de español y ni siquiera tenían una pluma para llenar los formularios. Para ella era evidente que se trataba de esa mano de obra subterránea que las mafias llevan de un país a otro.

La reciente crisis en Centroamérica ha llevado a Ecuador a exigir visas a los cubanos que deseen viajar a Ecuador. Pero nos parece que es llegada la hora de ampliar ese mecanismo a un espectro más amplio, dentro de una política migratoria que busque beneficiar a Ecuador y sus legítimos intereses nacionales.

Como humanistas que somos seguiremos soñando con la ciudadanía universal y el libre tránsito de los seres humanos por el mundo. Pero para lograrlo habrá que trabajar duro por alcanzar un mundo más justo y equitativo.

3 de diciembre de 2015

Bello y maltratado himno nacional

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

En este nuevo aniversario de nuestro himno nacional hallo necesario destacar que se trata de una bella canción patriótica y anticolonialista, que busca consagrar en la mente de los ciudadanos la epopeya de la independencia, que le costó a nuestro pueblo dos guerras de emancipación, perdida la primera y triunfante la segunda.

Ese carácter anticolonialista está implícito en todo el texto, pero tiene formidables expresiones concretas, como esa frase que dice: “Indignados tus hijos del yugo/ que te impuso la ibérica audacia,/ de la injusta y horrenda desgracia/ que pesaba fatal sobre ti,/ santa voz a los cielos alzaron,/ voz de noble y sin par juramento, /de vengarte del monstruo sangriento, /de romper ese yugo servil”.

También es destacable la alerta que plantea ante la posibilidad de que surjan “nuevas cadenas” de opresión, caso ante el cual el poeta prefiere que el volcán Pichincha “hunda al fin en sus hondas entrañas” a la patria y sus hijos, para que el nuevo tirano pise solo cenizas.

En fin, está esa bravía voluntad de lucha en defensa de nuestra independencia: “Venga el hierro y el plomo fulmíneo,/ que, a la idea de guerra y venganza, / se despierta la heroica pujanza / que hizo el fiero español sucumbir”.

Pero un himno de tal magnitud debía provocar reacciones en el espíritu colonialista, y efectivamente las provocó, tanto fuera como dentro del país. Durante el gobierno oligárquico de Plácido Caamaño hubo intentos por borrar o recortar el texto del himno nacional, supuestamente para dejar de ofender a la Madre Patria. Las ha estudiado brillantemente María Elena Barrera en su excelente libro León americano, digno de ser leído por todos los ciudadanos.

Y así llegó 1924, cuando el Congreso Nacional, queriendo congraciarse con la dictadura española del general Miguel Primo de Rivera, encargó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua que reformara el texto de nuestro himno nacional, el que fue alterado para su interpretación, cambiando su vigorosa primera estrofa por la tercera, de más suave expresión. Esa Academia justificó el cambio diciendo que lo había hecho “para desterrar los conceptos hirientes a la nación preclara que nos infundió la virtualidad de su alma caballeresca, sus respetables tradiciones y su armoniosa y fecunda lengua, cuidando, al mismo tiempo, de que se conserven, en su mayor parte, las patrióticas frases del autor… ”.

Una apostilla final: entre los varios ensayos previos de la canción nacional hubo uno de José Joaquín de Olmedo, escrito en homenaje a Quito y su primer grito de independencia. Curiosamente, tiene expresiones literarias que parecen haber inspirado a Mera a la hora de escribir el texto definitivo de nuestro himno.
Dicen el coro y la primera estrofa de Olmedo: “Saludemos la aurora del día/ para Quito de gloria inmortal,/ en que osado Pichincha el primero/ proclamó Libertad, Libertad”.

“El Pichincha indignado del yugo/ lo sacude de su noble frente,/ dio un bramido y se vio de repente/ el rugido del león acallar…”.

Al evocar a Mera y Olmedo, dos grandes escritores unidos por su vocación patriótica, rendimos homenaje a nuestra canción nacional.

Noviembre 26 de 2015

Horizontes académicos

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia Nacional de Historia

Nuestra Academia Nacional de Historia nació con vocación americanista y tuvo por nombre original el de Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos. Encuentro necesario recordar tal antecedente ahora que esta institución ha resuelto abandonar su antiguo marasmo y proyectarse con fuerza hacia el campo internacional, en busca de más amplios horizontes académicos.

A fines de septiembre suscribimos un Convenio de Cooperación con la afamada Universidad de Salamanca, como uno de los actos previos a la celebración de los ochocientos años de su fundación. Y a comienzos de octubre presentamos en la Casa de América, de Madrid, el libro Historia de las Ciencias en el Ecuador, resultante de un simposio de igual nombre que organizara nuestra Academia.

Este mismo mes, una delegación académica acaba de participar en el XIII Congreso Nacional de Historia Regional y Local de Venezuela, celebrado en Caracas, invitada por el Centro Nacional de Historia de ese país. Los cuatro delegados ecuatorianos presentaron ponencias sobre la historia de nuestra América.

Como uno de los actos de este congreso fue presentado el libro Eloy Alfaro. Pensamiento y acción de un revolucionario latinoamericano, editado por el Centro Nacional de Historia y el Archivo General de la Nación, obra compilada por el suscrito.

Esta gira académica sirvió también para rendir dos homenajes de significación nacional. El primero fue hecho al general Eloy Alfaro, en el monumento levantado en su honor en el caraqueño barrio de San Bernardino allá por 1930. Y contó con la presencia de historiadores ecuatorianos y venezolanos, así como de medios de comunicación.

El segundo homenaje fue el que rindiéramos a los héroes de Carabobo en el propio campo de batalla, ocasión en la que destacamos la acción de los hermanos José Francisco y Juan Pablo Farfán, dos de los ‘centauros del llano’ que vencieron a las fuerzas españolas y que, curiosamente, nacieron en nuestra recoleta ciudad de Guaranda. Este acto fue realizado gracias a la colaboración de la embajada del Ecuador en Venezuela y en especial de la activísima Cónsul del Ecuador en Valencia.

Y para cerrar esta visita fuimos recibidos por la Academia de Historia de Carabobo, con la cual suscribimos un prometedor Convenio de Cooperación, que facilitará intercambios científicos entre nuestras instituciones.

Estas iniciativas y otras que se hallan en marcha apuntan a la conquista de un horizonte internacional para las actividades de nuestra academia, siguiendo la ruta original trazada por sus fundadores. Y es que pensar el Ecuador e investigar su historia no es tarea pequeña ni fácil, sino esfuerzo de largo aliento y amplio horizonte.

Ni los ricos fenómenos de nuestra historia precolombina, ni los procesos de dominación colonial y liberación anticolonial, ni las acciones de la reforma liberal o los sucesos contemporáneos pueden estudiarse como fenómenos locales y aislados, que nacen o se agotan al interior de nuestra geografía. Al contrario, son fenómenos que solo pueden entenderse con una mirada abierta a la perspectiva continental o universal, que hoy nos empeñamos en rescatar.

Nuevos muros de la infamia

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Desde la más lejana antigüedad, hubo pueblos que temían, odiaban o despreciaban a sus vecinos, al punto de construir barreras físicas que impidieran toda comunicación con estos.

La historia de estas obras comenzó con la Gran Muralla China, levantada por varias dinastías para aislar a ese país de los pueblos supuestamente bárbaros que lo rodeaban.

Ya en tiempos contemporáneos, el muro más famoso fue el de Berlín, levantado por la República Democrática Alemana en 1961, para impedir el paso de sus ciudadanos hacia el rico y próspero Berlín Occidental. Fue una de las más crueles expresiones de la Guerra Fría.

Fue también un símbolo de la propaganda antisoviética montada por Estados Unidos y sus aliados. Ríos de tinta corrieron en la prensa occidental para expresar la crueldad, brutalidad y sevicia que simbolizaba ese muro, mostrado como ejemplo de la inhumanidad con que los regímenes comunistas trataban a las gentes sometidas a su poder. Y todo periodista o escritor amante de la libertad se sentía obligado a escribir sobre ese muro y repudiar su sombría presencia.

Pero finalmente cayó el Muro de Berlín en 1989, en un acto que marcó también el inicio de la destrucción de la llamada ‘Cortina de hierro’, que separaba a los países comunistas de los capitalistas. La derecha universal saltó de alegría. Y un gringo apellidado Fukuyama dijo que era el fin de la historia.

Pero no, la historia ha continuado, los pueblos han seguido su marcha en búsqueda del sol y el capitalismo salvaje no ha podido detener sus flujos migratorios. Ante eso, los antiguos denunciadores del Muro de Berlín han construido otros muros más grandes, más crueles, más infames, para proteger sus ciudadelas de la abundancia del acoso de los parias de la tierra.

EE.UU. levantó uno de acero y hormigón, de 563 km y 5 metros de alto, en su frontera con México. Está cuidado por carros blindados y helicópteros artillados. Solo en 2013 murieron 463 personas tratando de cruzarlo. Israel levantó otro en Gaza y Cisjordania, para consagrar su posesión de territorios palestinos. Hecho de hormigón, tiene 723 km y 6 metros de alto, alambradas de púas, zanjas. Y España hizo dos, en Ceuta y Melilla, para proteger esos enclaves coloniales de la entrada de africanos pobres.

Ahora, ante la ola imparable de refugiados asiáticos y africanos, un número creciente de países europeos ha empezado a levantar sus propios muros y alambradas de púas. Comenzó Hungría, construyendo un muro de 135 km en la frontera con Serbia. Siguió Turquía, con una valla de acero en la provincia de Erdine. Y luego Bulgaria, con vallas en Lesovo y Kraynovo. Todo esto mientras Francia e Inglaterra levantaban vallas de acero con púas y cámaras de seguridad en la entrada del Eurotúnel entre ambos países, para frenar el ingreso de migrantes.

Ante esto me pregunto: ¿qué escritor liberal ha condenado esos nuevos muros de la infamia? ¿Dónde están esos cruzados de la libertad, ahora que los capitales y mercancías corren de un lado a otro, pero los seres humanos son cercados con muros de acero y alambradas de púas?

Guaguas de pan

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia Nacional de Historia

Aún no se ha iniciado noviembre y ya está Quito regodeándose de su colada morada con guaguas de pan, esa comida mortuoria que es un homenaje a nuestra identidad mestiza. Por acá y por allá se ofrecen catorce o quince variedades de la misma vianda, en lo que me parece una culminación feliz de nuestra cultura mestiza, antes tan denostada, ocultada o vergonzante y ahora orgulloso signo de identidad ecuatoriana.

Detrás de esta comida hay una compleja simbología andina, en la que confluyen elementos indígenas y castellanos. De vieja raíz indoamericana es la colada morada, antes llamada mazamorra morada y elaborada originalmente con dos elementos de la ritualística mortuoria indígena: el maíz negro, cultivado expresamente para el efecto, y el ‘mortiño’, esa pequeña baya silvestre de América a la que los estadounidenses llaman ‘blueberry’.

Ahora el color y el gusto de esta colada han variado por causa de los nuevos elementos incorporados por la culinaria mestiza, con lo cual el sabor dulce y el color morado oscuro han cedido paso a un color rojo vinotinto y un encantador sabor entre dulce y ácido, dado por la presencia de las moras y los picadillos de fresas y piña.

Pero el plato no estaría completo sin la presencia de las guaguas de pan, que por su nombre parecerían representar niños, pero que en realidad simbolizan a los muertos. Hechas con trigo, el cereal traído por los conquistadores, antiguamente eran elaboradas con el uso de un molde de barro, pero ahora son hechas a mano y adornadas con masas de colores.

El creciente aprecio de esta comida ritual muestra dos fenómenos convergentes: el afianzamiento de nuestro sentido de pertenencia y el desarrollo de la culinaria ecuatoriana, que se ha lanzado de lleno al rescate y recreación de nuestras viejas viandas y a la creación de nuevos platos.

Detrás de ello asoman los rasgos de nuestro ser mestizo y nuestra cultura, construidos sobre una matriz indoamericana y completados con los variados aportes de sucesivos mestizajes: el europeo, el negro, el árabe y el chino, entre los más visibles. Son rasgos de identidad que nos particularizan como pueblo y nos diferencian de otros pueblos y culturas.

Y volviendo al tema de los rituales mortuorios, ahí radica una de las más visibles diferencias entre las culturas que nos son próximas. Para el español del Medioevo, la muerte era un suceso terrible y tremebundo, que exigía una silenciosa y dolorosa solemnidad. Véase, como ejemplo, el cuadro de El Greco titulado ‘El entierro del Conde de Orgaz’: caras largas y tristes, ánimo solemne.

Por lo contrario, los pueblos americanos veían y ven la muerte como un suceso cotidiano, casi familiar e incluso festivo. Para nuestros pueblos indígenas, sus muertos están vivos de algún modo, por lo que no es raro que, al menos una vez al año, coman con ellos una vianda ritual y les platiquen de los asuntos familiares.

En México incluso van más allá: montan a los muertos un altar con sus imágenes y recuerdos, al mismo tiempo que arman una fiesta de muertos, con música de mariachis y baile, en el propio cementerio.

Historias de provincia

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia Nacional de Historia

Uno de los prejuicios en que se asienta el centralismo radica en creer que un país está constituido por una luminosa capital y unos sombríos alrededores, a los que ésta ilumina con su resplandor. Y a eso se agrega la creencia de que los actores fundamentales de la historia han sido los generales y doctores que han cruzado la puerta del palacio de gobierno.

A partir de tales prejuicios se ha levantado una historiografía centralista, en la que los únicos escenarios reconocidos han sido la capital del país, Quito, o, cuando más, ella y las otras dos capitales regionales: Guayaquil y Cuenca.

¿Y qué ha sido del resto de ciudades y provincias del país? ¿Cómo se ha reconstruido su memoria histórica? ¿Y cómo se ha reflejado esto en la educación pública, medio fundamental para la formación de una memoria colectiva?

Estas son, precisamente, las preguntas que han animado últimamente la labor de la Academia Nacional de Historia, al extender su acción hacia todas las provincias del Ecuador. Y la búsqueda de respuestas se ha realizado, principalmente, mediante la organización de simposios de historia regional, que permitan conocer de cerca la historiografía local y sus autores.

La labor se inició con un Simposio de Historia Manabita (Portoviejo, 14-02-2014) y siguió con el Primer Simposio de Historia Amazónica (Baeza, 16-05-2014). Y esto motivó otros dos Simposios de Historia Amazónica, pedidos por la misma ciudadanía, ávida de recuperar su identidad histórica, y realizados en Tena (14-11-2014) y en Gualaquiza (06-08-2015). Además, entre el 25 y 26 de febrero de 2015 tuvo lugar el Simposio de Historia Orense, celebrado un día en Zaruma y otro en Machala, con gran aceptación de la ciudadanía local.

Todos estos actos contaron con la participación de varios ponentes y numerosos asistentes. Y una nota particular de éxito fue que, al final de cada uno de ellos, los asistentes recibieron el Libro de Memorias del evento, preparado con antelación por nuestra Academia.

Las regiones fronterizas también merecieron atención. Junto con la Academia Nariñense de Historia organizamos un Simposio Binacional de Historia (Pasto, 15 al 17 de octubre de 2014), en que historiadores del norte del Ecuador y sur de Colombia debatieron temas de interés común. Y con auspicio de la I. Municipalidad de Loja organizamos un Congreso Internacional de Historia Surecuatoriano – Norperuano (Loja, 24 al 26 de junio de 2015), con presencia de 25 ponentes de Ecuador, Perú, Colombia, México y España.

En fin, buscando cubrir con esta primera evaluación científica a todo el país, el próximo noviembre se realizará en Riobamba el Simposio de Historia de las Provincias Centrales (Bolívar, Chimborazo, Cotopaxi y Tungurahua). También hemos solicitado a nuestro Capítulo Guayaquil, de la ANH, organizar un Simposio de Historia de la Costa Central (Guayas, Los Ríos). Y nos queda en el tintero redactar un plan de evaluación de la historiografía de la región nuclear (Pichincha, Santo Domingo).

En suma, estamos rescatando una nueva visión historiográfica del Ecuador: más rica, más compleja y más esperanzada, que supera con creces a la visión maniquea y reduccionista del viejo centralismo.

Octubre 22 de 2015