Archivo de la etiqueta: Dr. Jorge Núñez Sánchez

Dos países paralelos

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Viendo el modo en que se dan las cosas, he llegado a pensar que en Ecuador hay, y quizá siempre hubo, dos países en paralelo, que viven distinto y que piensan distinto, porque los mueven diferentes urgencias y compulsiones.

Quien lea la prensa, escuche la radio o vea los noticieros televisivos tiene la impresión de que el nuestro es un país agitado y confuso, en donde sólidos grupos de interés se disputan a dentelladas alguna forma de poder, sea el poder político, el poder económico o el poder mediático, que ha devenido, este último, en mecanismo de control de los otros dos.

Desde luego, esos grupos de interés se mueven tras muy concretas ambiciones. Entre los que buscan el poder político, son los menos quienes lo hacen con un fin esencialmente político, sea este el de servir a los demás o impulsar un determinado proyecto de sociedad. Los más, por desgracia, corren tras este poder, el único realmente democrático que existe, en busca de satisfacer apetitos inconfesables.

Son numerosos los que buscan riqueza fácil y pronta, siendo los más visibles los pícaros, que se empeñan en ocupar un buen lugar en la plantilla burocrática y pasar a mejor vida de un día para otro. Pero hay otros menos visibles y más peligrosos, porque no van en busca de cosas menores, sino tras las grandes tajadas del presupuesto del Estado o, todavía más allá, en pos de apoderarse de la riqueza del país mediante la creación legal de algún privilegio o monopolio que beneficie a sus negocios.

Pero hay también, en paralelo con ese país político, otro país que brega todos los días por su familia, que trabaja duro en la tierra, en el taller artesanal, en la cocina de la casa, en la fábrica y en el aula, o que se rebusca la vida en la calle, que se ha vuelto espacio laboral de muchos que inventan algo para sobrevivir día tras día.

Hallo que son dos países descoyuntados, que funcionan en una suerte de compartimentos estancos. Y para constatar esa abismal diferencia que los separa, basta leer, ver y escuchar a los medios privados de comunicación.

Para los plumíferos, locutores, voceros y analistas de esos medios, solo hay una pequeña colección de temas a tratar, siendo el primero criticar al Gobierno y el último acusarle de haber derrochado el dinero de la bonanza petrolera. Y todo ello aderezado con las quejas y malos augurios de una clase política que parece alegrarse cada vez que cae el precio del petróleo o el país enfrenta alguna dificultad. ¡Tal es el patriotismo de la derecha!

Para el otro país, el que no vive de especular, falsear datos y criticarlo todo, sino de laborar duro cada día, lo que el país político llama ‘derroche’ es, en verdad, obra pública útil o medidas de beneficio social: vías, puentes, hospitales, escuelas del milenio, renovación de la justicia, subsidios a los pobres, disminución de la pobreza, ayuda a los discapacitados y muchas otras cosas.

De ahí nace ese abismo político y emocional que cabe entre la lamentación interminable y rabiosa de los medios privados y la masiva y alegre presencia popular en las sabatinas presidenciales.

Octubre 15 de 2015

La historia de los desastres naturales

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

En el marco de una creciente preocupación intelectual sobre los fenómenos naturales, nos hallamos con el surgimiento de una nueva historiografía sobre estos sucesos de la naturaleza, en la que destacan los trabajos del historiador peruano Lorenzo Huertas Vallejos, que tomó la expresión de ‘injurias del tiempo’, acuñada por don Ricardo Palma en una de sus ‘Tradiciones Peruanas’, para titular un libro suyo sobre desastres naturales en la historia del Perú. Además, buscando las relaciones entre ecología e historia, él ha estudiado ciertas alteraciones naturales recurrentes, tales como diluvios andinos, sequías y sismos.

Este interés por historiar los desastres naturales ha motivado también algunos trabajos nuestros y de otros autores sobre los terremotos en Ecuador y sus efectos sociales. Y finalmente ha servido de acicate para que nuestra Academia Nacional de Historia se interese por el tema, como parte de su proceso de renovación científica.

Es así como, hace dos años, se desarrolló un proyecto de investigación en el que participaron investigadores de diversas provincias del país y que estuvo enfocado al estudio de los terremotos y erupciones volcánicas en la Costa, Sierra y Oriente del Ecuador. En él participaron Jorge Núñez Sánchez, Javier Gomezjurado Zevallos, Bayardo Ulloa Enríquez, Carlos Miranda Torres, Bing Nevárez Mendoza, Franklin Barriga López, Libertad Regalado Espinoza, Ricardo de la Fuente, Neptalí Sancho de la Torre, Franklin Cepeda Astudillo y Wilson Gutiérrez Marín.

Más tarde se unió a este proyecto la Academia Nariñense de Historia, por medio del geógrafo Ben Hur Cerón Solarte, quien aportó un estudio acerca de ‘La actividad tectónica y desastres en la región colombo–ecuatoriana’. Finalmente ese esfuerzo científico ha culminado con un doble resultado: por una parte, se ha publicado el libro colectivo Los desastres naturales en la historia del Ecuador y el sur de Colombia, coeditado por la Academia Nacional de Historia y la Casa de la Cultura Ecuatoriana, y, por otra parte, nuestro colega Franklin Barriga López ha redactado, él solo, una Historia de los desastres naturales en el Ecuador, que extiende su análisis a erupciones, terremotos, maremotos, inundaciones y deslaves. Esta última obra la ha publicado nuestra Academia en coedición con el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Sección Nacional del Ecuador.

Han quedado en manos del público ecuatoriano estos nuevos aportes a la historiografía de los desastres naturales en Ecuador, a los que pronto seguirán nuevos esfuerzos de nuestros académicos por estudiar otros fenómenos naturales cíclicos, tales como los fenómenos de El Niño y las sequías.

El afán de nuestra institución al promover estos estudios es el de analizar un aspecto relegado de la historia de nuestras sociedades y su relación con el escenario geográfico en que ella se ha desenvuelto. Y aspiramos a que la memoria de los fenómenos estudiados en estas obras quede en la conciencia de nuestro país, para beneficio de sus ciudadanos.

Quito, octubre 8 de 2015

Fenómeno natural y desastre social (2)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Desde el siglo XIX el mundo intelectual se ha preocupado por estos fenómenos, aunque viéndolos más bien como eventos ocasionales y extraordinarios que como sucesos recurrentes. Particularmente interesante ha sido el interés en el continente americano, donde la vulcanología ha tenido y tiene reiteradas manifestaciones, y donde la presencia de roces y choques de placas tectónicas ha producido frecuentes movimientos sísmicos e inclusive grandes terremotos.

Uno de los primeros intelectuales sudamericanos que se interesaron por esta temática fue el tradicionista peruano Ricardo Palma, que bautizara a estos fenómenos con el nombre de ‘injurias del tiempo’, queriendo expresar que se trataba de sucesos con los que el clima afectaba a las gentes.

En verdad, hallo que más propio sería hablar de injurias que nos hace la naturaleza y también de injurias que las gentes le hacemos a ella. Porque la naturaleza nos injuria sin afán de injuriar ni conciencia de ello, pero nosotros la hemos afectado, en general, con alguna conciencia y a veces con plena y absoluta conciencia de la ruindad que conllevan nuestros actos.

Destruir sistemáticamente bosques y florestas, alterar los cauces de los ríos o asentar poblaciones en ellos, contaminar las aguas o usar ríos, lagunas o mares como botaderos de desechos, recortar montañas para hacer vías, quemar los rastrojos sobrantes de las cosechas, emitir gases contaminantes en monstruosas cantidades, son prácticas humanas que afectan gravemente a la naturaleza y que provocan deslaves, inundaciones e incendios. Por eso se habla de impacto ambiental, para definir el efecto causado por la actividad humana sobre el medio ambiente.

Las ‘injurias del tiempo’ más comunes que ocurren en nuestro país, dadas sus características geográficas, son los terremotos, las erupciones volcánicas, las inundaciones, las sequías, los deslizamientos de tierra y los incendios. Los cuatro primeros son fenómenos incontrolables e incontrolados, dada su esencia telúrica y su enorme magnitud. Frente a ellos, lo único que cabe es tomar medidas de prevención, para disminuir sus efectos dañinos. Pero los deslizamientos de tierra y los incendios tienen, en gran medida, participación humana directa o indirecta.

Hablando de deslizamientos, recordemos el caso del deslave de La Josefina y el taponamiento de los ríos Paute y Jadán, causados en 1993 por las abusivas extracciones de material pétreo en la parte baja del cerro Tamuga. Recordemos el parecido fenómeno ocurrido en la tragedia de la zona aurífera de Nambija, ese mismo año, en la que fallecieron unas 160 personas; y la más reciente en la zona minera de Ponce Enríquez, de similar factura.

Recordemos, en fin, los continuos derrumbes en las vías carrozables, especialmente en la carretera Quito–Santo Domingo, que han enlutado nuestra historia con una secuela de destrucción, ruina y muerte, y que han sido causados por el natural deslizamiento de los suelos inclinados cuando hay una acumulación excesiva de agua en las laderas, y por el diseño antitécnico de las vías.

Fenómeno natural y desastre social (1)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Desde la más lejana antigüedad, los grandes fenómenos naturales impactaron con fuerza en la conciencia de los seres humanos, quienes, enfrentados a fuerzas que desconocían y fenómenos que no estaban al alcance de su comprensión, optaron por atribuirles orígenes mágicos o por considerar a esos fenómenos como expresiones de ira de las divinidades.

A partir de la época moderna, se instituyó el concepto de ‘desastres naturales’ para identificar a esos fenómenos de la naturaleza que afectan gravemente a la vida social y que, en la mayoría de ocasiones, nos resultan incontrolables, aunque muchos de ellos eran y son causados precisamente por las acciones humanas sobre el medio ambiente.

Ello nos pone ante el dilema de comprender que esos sucesos, que consideramos desastres para los seres humanos, son en verdad fenómenos normales en el escenario geográfico en el que discurre la vida humana.

Erupciones, terremotos, aludes o deslizamientos de tierras, taponamientos de ríos, diluvios, inundaciones, sequías, incendios o huracanes son, pues, fenómenos normales en el funcionamiento de nuestro planeta, aunque sus efectos sobre la vida social suelen ser catastróficos, pues destruyen obras construidas por el esfuerzo humano y afectan gravemente a la vida, a la salud y a la economía de los pobladores de una región determinada.

Precisamente por ello, los desastres naturales han sido considerados sucesos trascendentales de la historia humana. La humanidad toda, desde la lejana antigüedad, ha registrado los sucesos más destacados de este tipo mediante la mitología, las referencias en libros sagrados o las crónicas. El mito de la destrucción de la Atlántida y la desaparición de la civilización minoica, sepultada bajo las aguas del mar Egeo, o el mito bíblico del Diluvio Universal, son dos de esos antiguos registros de la memoria humana sobre grandes desastres, atribuidos en su tiempo a la ira divina y hoy interpretados como fenómenos de origen natural.

Lo peor del llamado desastre natural es que, casi siempre, constituye también un desastre social, ya que conlleva la desorganización de las formas de vida colectiva, la ruina del escenario geográfico habitado por el hombre, la destrucción de la infraestructura levantada con gran esfuerzo por la sociedad y la ruina de los cultivos agrícolas y pecuarios. A lo que debe sumarse el despoblamiento temporal o definitivo de una región, sea por causa de la mortandad de gentes y animales o por las migraciones desesperadas que muchas veces siguen al fenómeno destructivo.

Precisamente por la trascendencia que estos fenómenos tienen en la mentalidad colectiva, cada país o nación ha guardado memoria de ellos como parte de un proceso de aproximación racional a la comprensión de los mismos, tanto en sus causas como en sus alcances y efectos.

Sin embargo, se trata más bien de crónicas aisladas, generalmente periodísticas, que se encuentran registradas en antiguos escritos o en medios de prensa, pero que no han generado una corriente de estudios historiográficos que organice y profundice el análisis de tales sucesos.

Quito, septiembre 24 de 2015

La contención imposible

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Los europeos no saben qué hacer ante la ola de refugiados que llegan de África y del Oriente Medio. La señora Merkel gira como una veleta y un día anuncia duros controles a la inmigración, otro día abre los brazos a los refugiados y finalmente vuelve a cerrar las puertas. Cosa parecida pasa con el más reaccionario de todos los líderes europeos, el señor Cameron, que ahora debe enfrentar a un laborismo tirado a la izquierda. Los húngaros, polacos y checos se muestran intransigentes ante los inmigrantes, mientras que Italia, Grecia y otros países simplemente han sido desbordados por la realidad.

Esta oleada masiva de refugiados es un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad. Es el resultado de siglos de dominación y explotación europea sobre África y Asia Menor. Es la consecuencia de una política guerrerista, que Europa ha ejercitado en complicidad con Estados Unidos, para aplastar todo intento de progreso autónomo, de desarrollo independiente, de consolidación de Estados Nacionales en esas regiones.

Primero fue sometido Egipto, luego fue aplastado Irak, luego fue arrasada Libia y finalmente vino el plan para desmembrar Siria y someter a Irán. A los imperialistas no les ha sido fácil esto último. Por eso han derramado miles de millones de dólares y montañas de armas modernas para armar ejércitos mercenarios que invadieran y desmembraran Siria. Pero lo que han logrado es gestar al Estado Islámico, que ahora amenaza con tomarse varios países de la zona y crear un Estado terrorista incontrolable.

Para Europa y Estados Unidos, y para su aliado menor, Israel, el único régimen aceptable en Medio Oriente es una monarquía semifeudal que les venda petróleo barato, les compre armas caras y les ayude a controlar la región, algo tipo Arabia Saudita, Bahréin, Emiratos Árabes, Kuwait, Qatar y Omán.

En cuanto al África negra, los europeos actúan como si todavía fuera un protectorado colonial y envían tropas cuando les place, para apoyar a sus aliados cuando estos se hallan al borde del colapso.

El resultado de esa política es una inestabilidad permanente en ambas regiones, que ha terminado por desesperar a sus pueblos, que, como todos los seres humanos, anhelan vivir en paz, trabajar en paz, criar a sus hijos en un ambiente de paz. Por eso se han cansado de la guerra, de la miseria, de las tiranías, del atraso, y han optado por migrar masivamente hacia Europa, la única región tranquila y próspera de la que han oído.

Ahora Europa deberá enfrentar las consecuencias de sus actos históricos. Y la factura que le llega tiene desde rubros antiguos, como la animosidad religiosa sembrada por las Cruzadas, hasta otros más modernos, como el recuerdo de los abusos coloniales y neocoloniales.

La pregunta que surge es: ¿podrá Europa contener esa oleada migratoria que crece cada día, que comenzó en el Mediterráneo y ahora inunda toda la región de los Balcanes?

Los militares europeos hablan ya de usar sus barcos de guerra para detener a los migrantes que llegan por mar. ¿Querrán también usar sus ejércitos para frenar la ola migratoria que viene por tierra?

Quito, septiembre 17 de 2015

Incendios de verano

Por: Dr.Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Los incendios son gravísimos desastres, que estallan de modo sorpresivo y causan graves estragos en la naturaleza y la vida social. Algunos de ellos pueden ser clasificados como desastres estrictamente naturales, puesto que son causados por condiciones ambientales (sequía, calor, sol radiante) que provocan la combustión espontánea de ciertos elementos. Pero otros deben serlo como desastres causados por el hombre, pues son producto de actos accidentales o deliberados de las personas.

En nuestra historia colonial se recuerda el incendio del edificio del Estanco Real, causado la noche del 22 de mayo de 1765 por los pobladores quiteños, tras descubrirse que en ese local se adulteraba el aguardiente de caña, agregándole vallico o cizaña para darle más fuerza al licor, pues este cereal silvestre, que crece junto al trigo, suele ser parasitado por un hongo tóxico.

Pero el más memorable incendio de Quito ocurrió ya en la república, en 1929, cuando el fuego destruyó el Museo Arqueológico Nacional, inaugurado recién cuatro años antes por la Universidad Central del Ecuador, siendo rector el doctor Isidro Ayora. El Museo se encontraba en la parte frontal del actual edificio del Centro Cultural Metropolitano y su primer director fue el científico germano Max Uhle.

En este repositorio se exhibían valiosas colecciones científicas, que incluían antiguas piezas líticas y tejidos indígenas precolombinos, aunque sus principales tesoros eran los huesos de animales prehistóricos hallados en los valles próximos a Quito, destacando la osamenta completa de un mastodonte de Alangasí. El incendio destruyó todos estos vestigios históricos, junto con la documentación que respaldaba sus hallazgos.

Con esos antecedentes llegamos a los incendios forestales contemporáneos, que se han convertido en un azote periódico de la capital ecuatoriana y sus alrededores.

Hay zonas especialmente sensibles a estos siniestros, como las de los bosques de las laderas del Pichincha y el Parque Metropolitano, los cerros Ilaló y Auqui, la loma de Puengasí, las laderas que bajan hacia los valles, la zona de Puembo y, en general, todas las quebradas de la región, donde hay chaparros y pequeña vegetación que alimentan incendios difíciles de controlar.

Y hay unos años peores que otros. En 2011 hubo 580 incendios forestales entre mayo y agosto. En 2012 la ciudad sufrió casi dos mil siniestros de este tipo, en su mayoría causados por el calor y sequedad del verano, la presencia de botellas en el suelo y la expansión de fuegos causados por campesinos que quemaban rastrojos o jóvenes excursionistas. Sin embargo, la Policía estableció también que hubo varios incendios provocados por manos criminales.

Para combatir este flagelo, la Municipalidad de Quito inició en 2010 el Plan de Prevención y Control de Incendios Forestales, que inicialmente tuvo buen éxito, pero que luego parece haber sido descuidado.

Estos siniestros han alcanzado ya tal magnitud que exigen ser tratados como un problema mayor del Distrito Metropolitano y del país, mediante un sostenido plan educativo de la población y un adecuado equipamiento técnico de los cuerpos de bomberos.

Bicentenario de la Carta de Jamaica

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Diretor de la Academia de Historia

Hace dos siglos, emergiendo desde un mundo colonial todavía nebuloso, se levantó el pensamiento del primer sociólogo latinoamericano, quien captó la esencia de nuestro ser y fijó el más audaz y descarnado diagnóstico del mundo criollo americano, al decir: “No somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento, y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los (nativos) del país, y que mantenernos en él contra la opinión de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado”.

Su autor era un combatiente revolucionario al que la suerte le había sido adversa hasta entonces y que se hallaba refugiado en esa isla cálida del Caribe, planeando formas de continuar su lucha por la liberación de Hispanoamérica.
Son conocidas las circunstancias en las que Simón Bolívar escribiera esa carta, en cierto modo profética, puesto que en ella reflexionaba sobre el pasado y presente de la nación hispanoamericana y aun se atrevía a formular las perspectivas de futuro que veía en el horizonte de la historia continental.

Precisamente por haberlas escrito alguien derrotado una y otra vez, traicionado y abandonado a su suerte, las ideas plasmadas en ella adquieren un valor trascendental, pues revelan que habían sido redactadas por una personalidad de temple extraordinario, que se movía paralelamente en los espacios del pensamiento y de la acción, y para quien las derrotas no eran más que un acicate para los futuros combates.

En fin, las letras de esa carta nos muestran también a un hábil político y fino diplomático, que sabe mover el interés de los otros en beneficio de su causa y que, en este caso concreto, busca mostrarle a la Gran Bretaña las ventajas que tendría para ella la existencia de una Hispanoamérica independiente de España y dueña de su propio destino.

A los latinoamericanos de hoy la Carta de Jamaica nos sorprende por su vigor intelectual, pero también nos señala algunas rutas conceptuales y metodológicas. La primera de ellas es que nos incita a pensar en nuestra América antes que en nuestras pequeñas patrias particulares. La segunda, que nos invita a mirar a América Latina como una sola nación, asentada en similares orígenes indohispanos y, por tanto, dueña de una cultura común y un modo similar de percibir el mundo, la vida social y la acción política.

Pero también nos invita a reflexionar críticamente sobre nuestra estructura social y sus conflictos interiores.
Y finalmente nos convoca a estudiar descarnadamente nuestra dependencia frente a poderes coloniales o neocoloniales, como paso indispensable para la formulación de cualquier proyecto de liberación nacional latinoamericana.

Hallo que hemos avanzado un buen trecho por esa senda que nos lleva a encontrarnos con los sueños y el espíritu de Simón Bolívar y otros libertadores. Unasur, la Celac y otros organismos similares revelan esa búsqueda empeñosa de mecanismos de aproximación, alianza, integración y construcción de una nueva América.

Quito, 3 de septiembre de 2015

Frente al etnicismo radical

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Oponerse al etnicismo radical o pachamamismo no equivale a estar contra los pueblos indígenas, sino buscar un sistema de convivencia democrática entre la mayoritaria nación ecuatoriana y las minorías étnicas que conviven con ella dentro del Ecuador.

Tampoco significa desentenderse de la situación de marginalidad, pobreza y exclusión social a la que los pueblos indígenas, negros y mestizos han sido llevados por los gobiernos de la república oligárquica. Y menos aún olvidarse de sus particularidades culturales, que merecen especial atención. Al contrario, se trata de continuar y redoblar el esfuerzo de superación de esas lacras sociales causadas por la explotación, la ignorancia y la pobreza, mediante una política de atención preferencial y discriminación positiva a favor de estos pueblos.

Pero esto debe hacerse en el único marco político admisible para tal situación: una democracia participativa, donde estos colectivos humanos puedan vivir y actuar con dignidad, y construir sus propias rutas de superación y progreso.
Por lo mismo, no es dable que los indígenas formen un partido político como Pachakutik, actúen abiertamente en la vida política y jueguen a la democracia, por un lado, pero que paralelamente busquen imponer su agenda política por medio de la violencia y el irrespeto a las instituciones públicas.

Tal como está planteado el conflicto entre la Conaie y el Estado es un asunto de nunca acabar. Porque para esa mentalidad etnicista siempre habrá un pretexto para declararse en rebeldía, cortar las vías, lancear a los policías armados solo de escudos, secuestrar a los militares que tienen orden de no disparar y quieran imponer el terror en las zonas campesinas.

Esto debe terminar. No puede ser que el “derecho de resistencia contra acciones u omisiones de la autoridad”, fijado en la Constitución, sea tergiversado como derecho a agredir a las mayorías nacionales, y que se pretenda imponerle al país, por la violencia, el Proyecto de Constitución que la Conaie elaboró en 2007 y que no fuera aprobado en Montecristi.

La politóloga brasileña Manuela Picq, que pareciera ser la ideóloga del asunto, ha afirmado que se trata de reinventar el Estado, para que los pueblos indígenas ejerzan su libre determinación, manejen soberanamente sus territorios y recursos y cogobiernen el país. Lo cual equivale, ni más ni menos, a desarmar el Estado nacional ecuatoriano y crear una especie de Yugoeslavia de los Andes, expuesta a una disolución igual de sangrienta.

De ahí que toda esta faramalla del paro nacional indígena contra Correa no sea más que un paso en ese proyecto de desarmar al Ecuador en varias piezas étnicas, para rearmar con ellas un Estado Plurinacional a su gusto. Lo ha dicho la mismísima Manuela Picq: “Este es un tema que va mucho más allá de Correa”.

Parafraseando a Borges en su cuento ‘Emma Zunz’, podemos decir que verdadero era el tono de la protesta, verdadero el odio de los alzados, verdaderos también los ultrajes sufridos en otros tiempos por los indios; solo eran falsas las circunstancias y la hora de la protesta y uno o dos personajes, como Pérez Guartambel, mestizo disfrazado de indígena, y Manuela Picq, agitadora política mimetizada de periodista.

27 de agosto de 2015

¿Estado Plurinacional o desmembramiento del Ecuador?

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Cuando cayó el muro de Berlín algunos sintieron el golpe sobre sus cabezas. Hasta entonces todo era claro y fácil: el mundo se dividía en explotadores y explotados, y ellos, los intelectuales orgánicos de la izquierda, estaban con estos últimos, hablaban en nombre de ellos, flameaban en su nombre la bandera de la revolución socialista.

Desde luego, ellos provenían de la clase media y algunos incluso de más arriba, y nunca habían vivido en carne propia la miseria y la marginalidad. Pero tenían ideas de izquierda y eso explicaba su afiliación a las causas del pueblo.

Pero cayó el muro y todo eso se les vino abajo. ¿En quién creer ahora que ya no existían los países del llamado ‘socialismo real’, ahora que el marxismo parecía haber colapsado como teoría revolucionaria?
Pronto esa izquierda sin bandera halló una salida política. Con el mismo fervor que antes había adherido al marxismo, ahora adhirió al indigenismo en su versión más radical: el ‘pachamamismo’. Y así como antes creía que el mundo iba a ser regenerado por el proletariado a través de la revolución socialista, ahora pasó a creer que la salvación humana estaba en manos de los pueblos originarios, a los que proclamó guardianes de la sabiduría ancestral y depositarios de toda la bondad e inocencia humanas.

Surgió así una mezcolanza teórica explosiva, en la que se entremezclan la vieja teoría del buen salvaje y las nuevas ideas del etnicismo radical, con el recurrente discurso de lo popular y una dosis de extremismo ecologista.

A esa mezcla, la burguesía indígena sumó un elemento real, explicable pero no menos peligroso: su oportunismo político. Ese que motivó su colaboración con el gobierno de Lucio Gutiérrez, donde los ministros Luis Macas y Nina Pacari Vega toleraron estoicamente los maltratos del gobernante, pero no soltaron sus cargos. Ese que ha movido las ambiciones de Auki Tituaña y Lourdes Tibán, los candidatos vicepresidenciales de la gran prensa de derecha.

Nada de eso parece importarle a la izquierda pachamamista, algunos de cuyos líderes creen que los indígenas los encumbrarán al poder que no pudieron ganar por sí mismos. Y en esas andan, alimentando el ego de unos líderes indígenas que creen que el Estado Plurinacional les da derecho a desmembrar al Ecuador y repartirlo en pedacitos étnicos, donde cada cacique sea jefe de un diminuto Estado, en el que reine la ley del látigo y la ortigada.

Claro está, también habría un ‘Guayaquil-Singapur’, aunque la mayor parte de la Costa quedaría en la República Bananera de Alvarito y los hermosos valles de la Sierra en manos de los viejos y nuevos hacendados ganaderos, floricultores y broquicultores.

Ese pareciera ser el reparto que buscan los nuevos socios de la alianza indígena-oligárquica, o al menos eso resultaría de cumplirse los delirios políticos de cada uno de ellos.

¿Y dónde quedaríamos los ecuatorianos, la nación ecuatoriana, esos doce o trece millones de personas a los que los indígenas nos llaman despectivamente los ‘mishus’ y la oligarquía ve como una chusma inquieta y manipulable? ¿Apiñados en unas cuantas ciudades gobernadas por el capitalismo salvaje? ¿Convertidos otra vez en comparsa del carnaval electoral de la derecha?

20 de agosto de 2015

Bajo el volcán

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Nos viene bien el título de la novela de Malcolm Lowry para definir el momento que vivimos actualmente en el Ecuador y especialmente en el centro del país. Al igual que hace treinta años, cuando se reactivaron las fumarolas del Cotopaxi, junto con el tremor volcánico se ha iniciado un tremor social, que está hecho de justificado miedo y de ansias colectivas de conocimiento frente a las incontrolables fuerzas de la naturaleza.

En los años ochenta, esa preocupación social se reflejó, entre otras cosas, en una espiral de ventas apresuradas de bienes raíces que hacían los propietarios de bienes ubicados en la zona de posibles flujos volcánicos. Ello fue especialmente notorio en el quiteño valle de Los Chillos, donde hábiles especuladores de tierras fomentaron el temor social para sacar provecho en sus negocios. Y también en el cercano valle de Cumbayá-Tumbaco, donde se disparó la especulación con las tierras urbanizables y crecieron los proyectos urbanísticos hasta límites insospechados.

Ahora, una treintena de años después, el fenómeno se repite, pero con mayor agudeza, pues esta vez se ha extendido al extenso y feraz valle de Latacunga e incluso a la ciudad del mismo nombre. De pronto, ante el peligro, la ciudad ha descubierto que existían en ella ciertas urbanizaciones construidas en zonas de peligro por urbanistas codiciosos, al igual que construcciones antitécnicas hechas por gentes del común.
El resultado de todo ello es una creciente alarma social, que las autoridades logran contener a duras penas. Y lo peor del asunto es que el problema puede ser enfrentado con medidas razonables, que logren paliar los efectos de la catástrofe social que causaría una erupción del Cotopaxi, pero todos sabemos que, en esencia, no puede ser resuelto del todo, pues ni la más alta tecnología humana puede enfrentar a las fuerzas desatadas de la naturaleza.

A partir de esta constatación, debemos esforzarnos en resolver los problemas creados por el hombre alrededor de este escenario natural. Esto implica sacar de antemano a la gente que habita en los lugares de mayor riesgo, determinar zonas de refugio y protección ante el peligro de los lahares y crear un amplio y eficiente sistema de alerta temprana, que debe ser probado en vivo una y otra vez hasta que estemos seguros de su eficacia.

Por suerte, hay un gobierno responsable, que está manejando con prisa pero sin escándalo el tema de las prevenciones. Ojalá la ciudadanía asuma también su parte en la tarea preventiva. Y eso implica varias responsabilidades: no causar alarma social con afirmaciones gratuitas y no sustentadas; atender las recomendaciones de la Secretaría de Riesgos; tomar precauciones básicas para el evento de una erupción; estar siempre atento a los noticieros de radio y televisión, y evitar interrupciones de los servicios públicos.

Yo agregaría una tarea más para la ciudadanía: no hacer caso de todas las afirmaciones y especulaciones gratuitas que circulan por las redes sociales, las que integran un peligroso correveidile, de incalculables consecuencias.