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Retos de la naturaleza (1)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez

Desde la más lejana antigüedad, los grandes fenómenos naturales impactaron con fuerza en la conciencia de los seres humanos, quienes, enfrentados a fuerzas que desconocían y fenómenos que no comprendían, optaron por atribuirles orígenes mágicos o divinos.

A partir de la época moderna se instituyó el concepto de ‘desastres naturales’ para identificar a esos fenómenos de la naturaleza que, en la mayoría de ocasiones, nos resultan incontrolables, aunque muchos de ellos son causados precisamente por las acciones humanas sobre el medio ambiente. Ello nos pone ante el dilema de comprender esos sucesos, que son en verdad fenómenos normales en el escenario geográfico en el que discurre la vida humana, pero que terminan siendo desastres para los seres vivos.
Erupciones volcánicas, terremotos, aludes o deslizamientos de tierras, taponamientos de ríos, diluvios, inundaciones, sequías o huracanes son, pues, fenómenos normales en el funcionamiento de nuestro planeta, aunque sus efectos sobre la vida social suelen ser catastróficos, pues destruyen obras construidas por el esfuerzo humano y afectan gravemente a la vida, a la salud y a la economía de los pobladores de una región determinada.

Precisamente por ello, los desastres naturales han sido considerados sucesos trascendentales de la historia. La humanidad toda, desde la más lejana antigüedad, ha registrado los sucesos más destacados de este tipo mediante la mitología, las referencias en libros sagrados o las crónicas. El mito de la destrucción de la Atlántida y la desaparición de la civilización minoica, sepultada bajo las aguas del mar Egeo, o el mito bíblico del Diluvio Universal, son dos de esos antiguos registros de la memoria humana sobre grandes desastres, atribuidos en su tiempo a la ira divina y hoy interpretados como fenómenos de origen natural.

Más modernamente, cada país o nación ha guardado memoria de esos fenómenos como parte de un proceso de aproximación racional a la comprensión de los mismos. Y es que el desastre natural es, casi siempre, también un desastre social, ya que conlleva la desorganización de las formas de vida colectiva, la ruina del escenario geográfico habitado por el hombre, la destrucción de la infraestructura levantada con gran esfuerzo, el arrasamiento de los cultivos agrícolas y pecuarios, y el despoblamiento temporal o definitivo de una región, sea por causa de la mortandad de gentes y animales o por las migraciones desesperadas que siguen al fenómeno destructivo.

Actualmente el desarrollo de las ciencias naturales e históricas nos permite entender de mejor manera estos fenómenos, sus orígenes, expresiones y alcances, pero no nos permite evitarlos y a veces tampoco predecirlos con exactitud. Sabemos que la llegada del fenómeno El Niño traerá gran pluviosidad y que seguramente producirá inundaciones y deslaves, pero nada más. Conocemos que una erupción del Cotopaxi producirá lahares y suponemos que tendrá efectos similares a los de erupciones anteriores, pero no sabemos cuándo ocurrirá. Son los límites del conocimiento.

El libre ingreso a la universidad

Por: Rodrigo Fierro

Como todos, tengo prioridades y me animan los demonios más diversos. Respondo a mi circunstancia (Ortega y Gasset) y al barro del que estoy formado. Es en el campo de la política en el que le doy la máxima prioridad a la educación y me aproximo a los quintos infiernos cuando los ‘revolucionarios’ tercermundistas (los izquierdosos) tratan de poner sus manos en tan delicado asunto.

Que el libre ingreso a las universidades públicas (incluidas las politécnicas, claro está) sea una de las banderas de lucha de las organizaciones populares que se aprestan a un largo recorrido hasta llegar a Quito, es algo que se aleja de toda posibilidad de entendimiento, racional.

Infiltrados del MPD deben ser los mentalizadores de aquella consigna, bárbara. Ayer no más, fueron los marxistas leninistas maoístas los causantes del desastre al que llegó la universidad pública, la financiada por el Estado, el mejor ejemplo de lo que se puede hacer en términos de redistribución de la riqueza, de justicia social.

Con el libre ingreso a las universidades públicas, conquista del MPD, lo que se logró es añadir un término más a la dominación que han sufrido los pueblos latinoamericanos: la subalternidad de las clases populares ante quienes mejor preparados se imponían en todos los campos.

Fui profesor de la Universidad Central por largos años, incluida la ominosa década de los sesenta del siglo pasado. Pese a los esfuerzos de los docentes, los resultados de la avalancha de estudiantes con el libre ingreso fue tal que conocí casos concretos de profesores izquierdosos que enviaron a sus hijos a la Universidad San Fco. de Quito para que se salvaran.

Están equivocados los que creen que en nuestro país desconocemos lo que sucede en el resto del mundo en cuanto a educación. En Francia, Inglaterra, en China, en Chile, y más, al momento se cuestiona la educación que reciben niños y jóvenes.

Se llega a tales extremos como que se asegura que tan solo en Finlandia y Alemania se enseña seriamente y se pone énfasis en la lectura, escritura y matemáticas, bases del pensamiento lógico. La preocupación apunta a que al final de cuentas el nivel al que llegarán los egresados de sus universidades, no les permitirá competir en un mundo globalizado.

Están equivocados también los que creen que en nuestro país no hay indios, mestizos y negros que están muy conscientes que tan solo una educación superior pública gratuita de calidad, nos llevará a rectificar una historia de inequidades.

Cómo le ha costado a la Universidad Central salir del pantano al que le llevó el MPD. Hoy está en la categoría A. Las politécnicas no cayeron en las falacias del MPD. Pese a los cuestionamientos, algunos de peso, es indudable que a todo nivel la educación pública en nuestro país ya no es de las peores de América, como cuando se iba africanizando.

Tomado de EL COMERCIO /30/07/2015

Pobreza, riqueza y acumulación

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia Nacional de Historia

Los mecanismos de difusión del sistema nos muestran a la riqueza y la pobreza como dos cosas naturales de la vida en sociedad. Siempre hubo ricos y pobres, nos dicen, como queriendo significar que esas dos categorías de la vida social existen y seguirán existiendo por los siglos de los siglos, porque son un efecto natural de las relaciones humanas.

Lo que no nos dicen esos medios es que esos fenómenos no existen porque sí, sino que son el resultado de las desigualdades sociales y personales. En cuanto a las primeras, es obvio que ellas son el producto de sistemas de dominación montados por los poderosos para explotar a los más débiles, menos capaces o menos audaces. Esos sistemas de dominación se sostienen sobre la fuerza y la violencia de los poderosos, pero también sobre un tinglado legal que ampara y consagra la explotación de ellos sobre los demás.

En la época colonial existían leyes que consagraban la esclavitud de los negros y que permitían que estos fueran comprados, vendidos y alquilados. Desde entonces y hasta el siglo XX hubo leyes que consagraban el ‘concertaje de indios’, mecanismo que ataba a los trabajadores a una hacienda por medio de una serie interminable de deudas, que el amo inventaba y ellos nunca podían pagar.

Hubo también, en nuestro país y muchos otros de América, ‘leyes contra la vagancia’, que consideraban vaga a cualquier persona que fuera hallada en plazas y caminos, fuera de las haciendas o casas urbanas donde se supone debían servir, y que autorizaban a apresar a estas gentes o llevarlas por la fuerza a trabajar para cualquier propietario.

También hubo leyes que permitían que los peones indígenas, tanto libres como concertados, fueran sometidos al trabajo forzoso de construir caminos u otras obras públicas, sin pagarles nada por su labor. Así se construyeron los caminos y puentes de la época de García Moreno.

El neoliberalismo de décadas pasadas aportó su cuota particular de barbarie empobrecedora: leyes que marginaban a las empleadas domésticas del salario básico general, leyes de ‘tercerización laboral’ creadas para evadir los derechos de los trabajadores fijados en el Código del Trabajo y leyes de ‘promoción de la maquila’, concebidas para proveer trabajadores de bajo salario y sin derechos a las empresas extranjeras que se asentaran en el país.

Es fácil concluir que todas esas leyes, de antes y de ahora, han sido parte del amplio tinglado legal montado para consagrar la explotación de los poderosos sobre los débiles y para enriquecer cada vez más a los ricos y enriquecer cada vez más a los pobres.

Y aquí hay que completarle la plana a don Carlos Marx: en la sociedad humana no solo se acumulan la riqueza, el capital, la cultura; también se acumulan la pobreza, la marginalidad y la ignorancia. Los hijos de los ricos están llamados, inevitablemente, a tener comodidades, buena educación, buena salud y mejor genética. Los hijos de los pobres están condenados a la miseria, la ignorancia, la insalubridad, los peores trabajos e incluso la degradación genética, producida por carencias nutricionales.

La plusvalía sobre la tierra

Por: Jorge Núñez Sánchez
jorge.nunez@telegrafo.com.ec
Director de la Academia de Historia

 El presidente Rafael Correa ha puesto en discusión el tema de la plusvalía sobre la tierra, al proponer una regulación legal para ella.

Parafraseando a Marx, que consideraba que la plusvalía era la riqueza creada por el trabajador y no pagada a este por el capitalista, que la expropiaba en su beneficio, podemos decir que la plusvalía sobre la tierra es la riqueza creada por la sociedad con sus obras públicas, pero de la que se apropian los especuladores de la tierra.

La tierra rústica y ubicada en sitios lejanos no tiene interés mayor para los capitalistas, a no ser que se trate de hacendados o productores agropecuarios. Pero la tierra cercana a obras de interés social, creadas casi siempre por la autoridad pública, de inmediato se convierte en una mercancía apetecida, que los especuladores se la disputan a dentelladas aun antes de que la obra se construya, pero cuando ya se sabe que se construirá.

Así, la tierra de las posibles rutas al aeropuerto de Quito y la de la zona misma del nuevo aeroparque entró a ser material especulativo hace décadas, pasando de manos de sus dueños originales, los campesinos de la zona, a las de implacables especuladores y pícaros de la política.

Siempre ha ocurrido así. Ocurrió con la vía Perimetral en Guayaquil y con la vía Occidental de Quito, llamada también Mariscal Sucre. Y estoy seguro de que algo así debió ocurrir con las tierras ubicadas a los lados de la nueva Ruta Viva capitalina y puede estar ocurriendo con el nuevo aeropuerto guayaquileño de Daular, aun antes de que se haya comenzado a construir.

Los beneficiarios de estos episodios especulativos han sido y son poderosos señores, influyentes políticos y audaces negociantes, que saben previamente la ruta o sitio de la obra a construirse y que a veces incluso suelen ser quienes promueven entre la opinión pública las obras que los van a hacer ricos.

Claro está, a esos grupos de especuladores, que desde antaño se han enriquecido gracias a la obra pública, les debe indignar el proyecto en trámite, que busca recortar sus ganancias mediante el recurso de gravar las utilidades de la segunda venta.

Pongamos como ejemplo el planeado aeropuerto de Daular. ¿Se imaginan ustedes cuánto va a invertir la autoridad pública en la compra de tierras para construir el aeródromo y las vías que vinculen a este con varias provincias? ¿Y alcanzan a imaginar la diferencia que puede llegar a existir entre el valor que tuvieron esas tierras antes de planearse la obra y el precio del momento mismo de su construcción? Sin duda estaríamos hablando de decenas de millones de dólares, tantos millones que no sería raro que esos especuladores estén financiando una campaña de desestabilización del Gobierno Nacional.

Eso es lo que está en juego en este momento, aunque los líderes de la oposición argumenten que se oponen al supuesto autoritarismo y la supuesta voracidad fiscal del régimen.

El clima ecuatorial

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Ecuador es un país de formidable riqueza natural y ello está vinculado, en gran medida, a su sorprendente variedad climática. La presencia de altas cadenas montañosas ha dado lugar a la existencia de tierras altas y frías en el callejón interandino y de tierras bajas y cálidas en las llanuras costanera y amazónica, que se unen por unos declives cordilleranos tibios, a los que llamamos yungas.

Completando ese escenario natural están varios otros elementos. Uno de ellos es el conjunto de sus volcanes nevados, que suavizan el clima de este país de la región tórrida, y que con sus periódicas erupciones aportan sustos y estremecimientos a la población, pero también una sostenida fertilidad a los suelos mediante sus cenizas cargadas de nutrientes.

Otro elemento clave es su sistema hidrográfico, formado por pequeños ríos que nacen en los Andes y luego se van juntando hasta constituir grandes y poderosos ríos, como el Guayas en el oeste, y el Napo en el este. Son cursos de agua que llevan materiales de fertilidad hacia las tierras bajas, que alguna vez fueron mares interiores y que luego han ido sedimentándose lentamente y convirtiéndose en llanuras fértiles.

Y no podemos olvidar a las grandes corrientes marinas de Humboldt y de El Niño, que marcan el clima continental y chocan precisamente en nuestro país, justo en la mitad del mundo. La primera, que trae aguas frías del Polo Sur, marca con sus ciclos el clima de nuestra costa hasta la medianía de Manabí, desde donde se desvía hacia las islas Galápagos. Y la segunda, que llega del norte, trae aguas cálidas hasta el norte de Manabí, aunque en ciertos ciclos avanza poderosamente al sur y calienta las aguas marinas de tal modo que puebla de lluvias y deslaves a todo el país.

Por arriba, coronando este escenario natural, actúan los vientos alisios que vienen del norte o del sur, que marcan las estaciones climáticas en cada región. La Costa, en general, tiene clima del hemisferio norte, aunque la corriente de Humboldt trae visos de clima del sur hasta la faja costera bajo su influencia. La Amazonía tiene clima del hemisferio sur, tanto en la llanura como en los valles bajos orientales.

En cuanto dice al clima de la Sierra, las grandes hoyas del callejón interandino tienen estaciones diversas, según cual sea la orientación hacia la que desagüen sus ríos, porque cada desagüe constituye una gran abra de la cordillera, por la que entran los vientos alisios trayendo el clima de donde provienen. Si desaguan hacia el oeste, su hoya tiene el clima del norte, y si desaguan hacia el este, su hoya tiene el clima del sur, como ocurre en las hoyas de los ríos Ambato-Chambo, del Paute y del Zamora.

Así se explica que hoy mismo tengamos invierno en Loja, Cuenca, Ambato, Riobamba y Latacunga, gracias a la llegada de los alisios del sur, y verano en Guaranda, Quito, Ibarra y Tulcán, por la presencia de los alisios del norte. Empero, a veces los vientos del sur son más fuertes que los del norte, o viceversa, y entonces nos llegan ráfagas de agua y frío en pleno verano o tenemos días soleados en el invierno. Es el costo de vivir en la mitad del mundo.

Oposición desorbitada

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Leo opiniones opositoras que acusan a Rafael Correa de haber abusado del poder y de “haberse apoderado del control de las funciones del Estado” y a la Asamblea Nacional de “haberse sometido a la voluntad omnímoda del Presidente”. Hallo que esas opiniones, tal como se expresan, solo pueden provenir de la mala fe o de eso que Cantinflas solía calificar como “la falta de ignorancia”.

Comencemos por aclarar que los poderes del Estado son funciones independientes, que cumplen tareas diversas, aunque complementarias. Según la Constitución, al poder legislativo, en nuestro caso la Asamblea Nacional, le corresponde elaborar leyes, efectuar reformas constitucionales de cierta dimensión y tramitar otros proyectos de importancia para la vida del Estado. Por su parte, el Ejecutivo tiene, en general, la tarea de aplicar la Constitución y las leyes de la república, reglamentar las leyes aprobadas por el Legislativo y vigilar su cumplimiento por la ciudadanía.

A ese marco general, nuestro sistema constitucional le ha añadido una potestad adicional para el Poder Ejecutivo: la iniciativa para presentar proyectos de ley ante la Asamblea Nacional. Por tanto, cuando el Presidente de la República usa esta iniciativa, está actuando en estricto apego a la Constitución.
Ya en la teoría política, esto configura lo que se llama ‘sistema presidencialista’, que es un modelo de gestión en el que el Jefe de Estado ejerce el Poder Ejecutivo y puede orientar la labor del Poder Legislativo, pero sin negar a los legisladores su potestad de presentar proyectos de ley y, en nuestro caso, incluso permitiendo que el pueblo pueda hacer lo propio, según un trámite especial.

¿En dónde radica, pues, el supuesto abuso de poder que habría cometido el presidente Correa? En ninguna parte, salvo en la mente afiebrada de sus opositores.

Veamos ahora la otra acusación: Correa “se ha apoderado de todos los poderes” y la Asamblea Nacional “se ha sometido a su voluntad”.

Esa es otra tontería mayúscula, porque en democracia gobiernan las mayorías y fueron estas las que eligieron Presidente a Rafael Correa y le dieron a su movimiento político el control absoluto del Poder Legislativo, entregándole 100 de los 137 asambleístas.

Dicho de otra manera, el pueblo le dio al Presidente los medios para gobernar con eficiencia. Y esa decisión ha sido sabia, pues le ha dado gobernabilidad a un país antes ingobernable, le ha dado paz a un país antes sumido en la anarquía política de la partidocracia y le ha dado progreso a un país antes hundido en la miseria y el atraso, como consecuencia del saqueo oligárquico.

Ahora la derecha golpista y la izquierda antediluviana, que es su socia, claman porque vuelva el enfrentamiento de poderes, quieren que el Gobierno no pueda gobernar si no se somete a sus intereses y caprichos, se oponen a cualquier proyecto de ley que toque los bolsillos de los ricos. Es más, ante el fracaso de sus marchas violentas y la movilización popular a favor del Gobierno, se han lanzado por el atajo del golpismo y buscan sembrar el caos y la anarquía, buscando derrocar a un gobierno legítimo y altamente popular.

Historia de pueblos hermanos

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Un nuevo clima de amistad y cooperación florece en el sur del Ecuador y el norte del Perú desde la firma de la paz definitiva entre ambas naciones. Una prueba de ello es la reciente celebración de un Congreso Binacional de Historia en la ciudad de Loja, auspiciado por la alcaldía de esa ciudad y organizado por la Academia Nacional de Historia y el Archivo Municipal de Loja.

Bajo la denominación de ‘Loja histórica’, esta reunión convocó la presencia de 25 académicos provenientes de las provincias sureñas del Ecuador y los departamentos norteños del Perú, además de otros de España y México. Sus exposiciones fueron seguidas atentamente por un público de más de 200 personas, durante los tres días que duró este evento, y también fueron transmitidas por radio y televisión.

El eje central de la temática tratada fue la historia de esta gran región, vista desde la época precolombina hasta nuestros días. Alrededor de él giraron numerosos análisis arqueológicos, históricos, sociológicos y culturales. Se habló de la concha spondylus y sus usos rituales y económicos, de los petroglifos legados por las antiguas culturas, de la irrupción española y las formas de resistencia indígena, de la Gobernación de Yaguarzongo y los proyectos colonizadores de Juan Salinas y Loyola.

También se analizaron las formas de intercambio de la época colonial, las migraciones entre el norte peruano y el sur quiteño, las redes familiares constituidas en la región, los sucesos de la época independentista, los logros del breve Estado Federal Lojano, la presencia de seis lojanos en la jefatura del Estado ecuatoriano y las expresiones culturales contemporáneas.

Pero no todo fue regodearse sobre el pasado. También hubo un análisis descarnado de los problemas que enfrentan Loja y las provincias surecuatorianas, como resultado de una tradición política centralista que ha buscado concentrar las decisiones y los recursos del país en un eje bicéfalo Quito–Guayaquil o uno tricéfalo Quito-Guayaquil-Cuenca.

Como ocurre casi siempre en estas reuniones, los asistentes se nutrieron de informaciones e ideas nuevas, se encontraron con renovados métodos de estudio y fuentes de información, tomaron conocimiento de investigaciones en curso y bibliografía reciente.

Pero si el intercambio académico fue importante, todavía lo fue más el intercambio humano, pues se trocaron libros, se expusieron ideas de colaboración y se cruzaron planes para realizar nuevos encuentros, alternándolos en ciudades de ambos países.

Fuera del estricto ámbito del congreso, la ciudad de Loja nos mostró a los visitantes sus tradiciones cívicas y sus secretos artísticos y culinarios. Fuimos recibidos como visitantes ilustres por la Municipalidad lojana, en la puerta de entrada de la ciudad, y participamos del imponente acto cívico dominical.

Además, el espléndido Museo de las Conceptas fue abierto a la mirada de los historiadores y la generosidad de nuestros anfitriones nos permitió probar las delicias de la gastronomía local, todo lo cual atemperó el frío y la pluviosidad del invierno lojano.

La habilidad política

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Está visto que la política, como el deporte, requiere a la vez de fuerza y habilidad. El triunfo final depende de esa combinación, mezclada con sutileza, alternada con oportuna velocidad. La fuerza sola, por más legítimo que sea su empleo, por más razones que la sostengan, no basta para legitimar una acción política.

Desde luego, al hablar de política no me refiero a la fuerza bruta, sino a la fuerza electoral, a la fuerza que emana de poderes legalmente constituidos y respaldados por amplias mayorías. Es una fuerza incontrastable y, en resumidas cuentas, será quien termine por imponer su voluntad al adversario. Pero aún esa fuerza no basta para ganar en una confrontación democrática. Además de tener recursos para vencer, también hace falta contar con argumentos y medios para convencer.

¿Convencer a quién? Si fuera posible, a todos: a los indecisos, a los equivocados, a los tímidos e incluso a los adversarios. Desde luego, ese objetivo es muy difícil de alcanzar respecto de los adversarios de la Revolución Ciudadana, porque se trata de una mezcla informe de fuerzas nocivas, la mayoría de ellas irreductibles al juego democrático.

La oligarquía, por ejemplo, no tiene remedio. Es un círculo cerrado, unido por los más ruines intereses: odio racial, odio de clase, admiración por el imperio, desprecio por lo ecuatoriano y, sobre todo, ansia incurable de dominación. Quiere volver al poder para seguir saqueando al país, al que mira como una tierra de conquista, pero también quiere imponer su bota sobre la cabeza del cholerío insurrecto que la ha desafiado.

Tampoco tienen remedio ciertos grupos radicales inspirados por el fanatismo político o el resentimiento personal. Todo indica que morirán en su ley y que nunca podrán ser recuperados para un proceso en el que no creen o del que se fueron cargados de resentimiento.

Quedan como objetivo de convencimiento los indecisos, los tímidos y los equivocados, que deben ser ganados por la revolución mediante una sostenida tarea de aproximación teórica y práctica, dándoles razones de convicción y tomando medidas que atiendan a sus intereses concretos.

Entre ellos, hallo que hay muchos jóvenes desinformados, que no vivieron el descalabro político y el saqueo bancario de fin de siglo, a quienes no llega el discurso de apelación a la memoria ciudadana. Y también encuentro que hay muchos viejos asustadizos, que solo esperan vivir en paz sus últimos años y se asustan con medidas como la supresión del aporte del 40% al IESS.

De ahí que celebro la nueva etapa política que ha iniciado el gobierno de Rafael Correa, buscando convencer para vencer mejor y ejercitando con gran habilidad la ‘muñeca política’. Sin duda eso le dará magníficos resultados. Es más, se los ha dado ya, pues ha logrado calmar los miedos de unos y la crispación de otros, dejando descolocados y sin argumentos a los irreductibles, que son la oligarquía y los ultristas de izquierda.

Ellos seguirán con su griterío, pero lo cierto es que se calmó la breve efervescencia social que los había elevado.

A veces es necesaria la fórmula leninista de “dos pasos adelante y uno atrás”.

Formas de herencia: el mayorazgo

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de la Historia

El sistema de transmisión de la propiedad por herencia no ha sido siempre igual y vale reflexionar sobre ello ahora que se ha reactivado el ya histórico debate sobre la utilidad y alcances de esa institución legal.

En la Colonia, el mayorazgo era una institución de derecho civil que buscaba perpetuar en una familia la propiedad de ciertos bienes, para mantener la base económica del linaje. Así, todos los bienes vinculados al mayorazgo eran heredados por el hijo primogénito, o el varón mayor, con lo cual se evitaba su reparto entre varios herederos.

Mas el mayorazgo no era la forma universal de herencia de esa época, ya que la legislación española reconocía el derecho de todos los herederos para beneficiarse de los bienes del causante. Tampoco era una institución jurídica de uso general, a la que cualquier familia tuviera acceso. Se trataba, pues, de una institución jurídica típicamente feudal, destinada a preservar el poder económico, la influencia social y las prerrogativas políticas de los grandes linajes aristocráticos.

Todos los títulos de Castilla existentes en Quito estaban respaldados legalmente por un mayorazgo, que garantizaba su preeminencia social y supervivencia en el tiempo. Don Juan de Ormaza fundó mayorazgo con autorización real de 6 de abril de 1738. Don Pedro Xavier Sánchez de Orellana, segundo Marqués de Solanda, constituyó mayorazgo en 1740, con autorización del rey Felipe V. Trece años después hizo otro tanto su primo Clemente Sánchez de Orellana, Marqués de Villa Orellana, con autorización del rey Fernando VI. En 1751 hizo lo propio don Antonio Flores, Marqués de Miraflores, con autorización del rey Fernando VI. En 1759 constituyó mayorazgo don Juan Pío Montúfar y Frasso, Marqués de Selva Alegre, autorizado por cédula del rey Carlos III. Y en 1761 lo hizo don Miguel Vallejo Peñafiel, con autorización del rey Carlos III.

Desde luego, la creación de un mayorazgo afectaba a los demás hijos de la familia. Por eso el mandato real obligaba al hijo mayor a proveer a sus hermanos de recursos suficientes para llevar una vida digna o a enrumbarlos hacia una carrera eclesiástica o liberal. En cuanto a las hijas mujeres, se hacía casar a una o, a lo más, dos de ellas, para no erosionar al mayorazgo con el pago de dotes, y a las demás se las ingresaba a un convento para señoritas distinguidas.

Fue ese carácter de privilegio perpetuo lo que levantó en España una gran oposición a los mayorazgos, a partir del siglo XVIII. En efecto, mientras nuestros terratenientes criollos andaban comprando títulos y fundando mayorazgos, los políticos ilustrados españoles acusaban a las vinculaciones perpetuas de favorecer el ocio y parasitismo de la aristocracia, de limitar la libre transmisión de la propiedad y de atentar contra el desarrollo del país.

Similares razones fueron las que llevaron a nuestros políticos republicanos a suprimir los mayorazgos mediante el artículo 100 de la Constitución de 1835, que decía: “Es prohibida la fundación de mayorazgos, y toda clase de vinculaciones, y el que haya en el Estado bienes raíces que no sean de libre enajenación”.

Origen histórico de la herencia

Por: Dr.Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

La herencia de bienes que hoy existe no es un hecho natural, derivado de nuestra naturaleza o condición humana. Por el contrario, se trata de una institución política cambiante, que nació con la propiedad privada y más tarde se volvió parte esencial del sistema capitalista.

Antiguamente, la herencia marcaba la sucesión de un grupo familiar y los hijos, en su conjunto, heredaban de los padres todos sus méritos y bienes, que incluían el nombre o apellido, la buena fama o prestigio y las propiedades.

En la Roma antigua, la herencia se orientaba a la transmisión de la soberanía doméstica ejercida por el pater familias, que incluía a personas y bienes materiales. Más tarde, los cambios sociales identificaron a la herencia con peculio o dinero y en la época de Justiniano nacieron conceptos como sucesión, herencia y derecho hereditario.

Entre los judíos se consideraba normal heredar la casa y bienes domésticos, pero se criticaba la acumulación de riqueza para los herederos. El rey Salomón escribió: “Yo mismo odié mi duro trabajo bajo el sol, que dejaría atrás a mi heredero. ¿Y quién hay que sepa si él resultará ser sabio o tonto? A un hombre que no ha trabajado duro se dará la porción de aquel. Esto es vanidad y una calamidad muy grande”.

El feudalismo consagró la propiedad privada sobre grandes posesiones territoriales, pero mantuvo el sentido familiar del conjunto de bienes, que en general era heredado por el mayor de los hijos varones mediante la institución del mayorazgo o majorat. Entre esos bienes se incluían los títulos nobiliarios que hubiera en la familia, los que traían aparejados fueros y privilegios.

Esos títulos habían sido ganados por un héroe de guerra o algún gran personaje de la política, por sus méritos personales, pero luego eran heredados por gentes sin mérito, que a veces eran verdaderos parásitos sociales, pese a lo cual formaban parte de la casta social dominante.

En todo caso, ese sistema de herencia creado por el feudalismo permitía la constante acumulación de enormes patrimonios territoriales y monetarios, en desmedro de las gentes trabajadoras o los burgueses con iniciativas empresariales, que debían competir en desfavorables condiciones con los señores feudales.

Fueron precisamente esas realidades las que estimularon las revoluciones burguesas del siglo XVIII, la más notable de las cuales fue la Revolución Francesa, que eliminó la monarquía y creó la república, suprimió los títulos nobiliarios, declaró abolidos los derechos feudales y los mayorazgos, extinguió la servidumbre personal y declaró que todos los bienes eran susceptibles de venta o enajenación.

En sustitución de la sociedad feudal surgió una sociedad burguesa, basada en el principio de que “todos los hombres nacen libres e iguales”. Ello trajo consigo la libertad e igualdad jurídica de las personas, el reconocimiento del mérito personal, la libre elección de los gobernantes y la separación de las funciones del Estado. Y fue consagrado un nuevo tipo de herencia, que repartía equitativamente los bienes entre todos los hijos legítimos.