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Venezuela, vista y oída (1)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Llego a Caracas invitado por la editorial catalana Yulca, para presentar el libro Ecuador, Revolución Ciudadana y buen vivir. Pero vengo también con la curiosidad de mirar de cerca lo que sucede en Venezuela, país al que los grandes medios de comunicación muestran plagado de miseria y desesperación.

En el aeropuerto de Maiquetía cambio 100 dólares, por los que recibo 5 mil bolívares. Y luego emprendo el viaje de subida a Caracas, mirando atentamente ese paisaje de pequeñas montañas cubiertas de bosque tropical seco. Me sorprendo al ver carreteras asfaltadas y modernos autobuses que suben hacia los cerritos, y todavía más al ver los antiguos tugurios, donde las casitas de cartón y latas viejas han sido sustituidas por casas de hormigón y ladrillo rojo, algunas pintadas de vivos colores.

Ya en Caracas, me hallo con la vida agitada de siempre: ruido de autos y motos, gente que llena las aceras, tiendas abiertas y surtidas, restaurantes poblados de parroquianos. Al día siguiente entro a una panadería del centro, donde constato una abundante y variada oferta; pido un café y un pastel de jamón y queso, que me cuestan apenas 100 ‘bolos’, unos dos dólares. Y otro día compro unos zapatitos de niña por cuatro dólares.

En la Feria del Libro encuentro la misma concurrencia masiva de otras veces. Las gentes ojean los libros, conversan, ríen y finalmente salen cargadas de bolsas. Es que aquí los libros están subsidiados y abundan las obras de calidad que valen dos o tres dólares, al igual que los discos. La feria tiene también una gran oferta de presentaciones y espectáculos, que se realizan con salas llenas.

Esta vez el país invitado ha sido Puerto Rico, ese hermano que nos fue usurpado por el imperio y que ahora ha traído una formidable muestra de su cultura nacional: literatura, ciencia, pensamiento político y música. Con ella ha llegado el gran cantor de la identidad isleña: Danny Rivera, quien ofrece en el Teatro Teresa Carreño un notable espectáculo, en el que hace alarde de voz a sus casi setenta años.

Al día siguiente, cerca de la feria, me topo con una gran manifestación del Partido Socialista Unido de Venezuela en apoyo al presidente Maduro y repudio al decreto de Barack Obama que califica a Venezuela como una amenaza para EE.UU. Y en las plazas hay filas de gentes que firman un manifiesto de rechazo a la injerencia imperial.

El 20 de marzo soy invitado por dos queridos amigos venezolanos, el historiador Eloy Reverón y su esposa Ángela Rizzo, a visitar el monumento a Eloy Alfaro, que se ubica al pie del emblemático Monte Ávila. Es pequeño, pero hermoso, y me indican que fue levantado por la masonería venezolana en los años treinta, en homenaje a nuestro héroe.

A la tarde se realiza la presentación de nuestro libro en una sala del recinto ferial, con lleno completo. El embajador del Ecuador, Rafael Quintero López, hace una inteligente apreciación, que el editor español y yo complementamos. Luego hay un vivaz espacio de preguntas del público y le reunión se cierra con una nutrida suscripción de libros.

El arte de beber en el Ecuador de antaño

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Comer y beber son dos acciones fundamentales para la vida humana. Pero, a lo largo de la historia, los seres humanos buscaron convertir estas necesidades vitales en espacios de placer individual y recreación colectiva. Surgieron así el arte culinario, los banquetes rituales y festivos, y la fiesta popular, donde la comida, la bebida, la música y el baile se juntaban en una ceremonia placentera, destinada a olvidar penas, perdonar agravios o rendir pleitesía a una entidad divina, imaginaria o incluso burlesca.

Platón, en su memorable texto El Banquete, revela que después de la comida tenía lugar el sympósion, que consistía en un momento de solaz espiritual, en el que se recitaban versos, se hablaba sobre las cosas gratas de la vida, se cantaba y se presentaban danzarinas. Y también habla de un personaje clave del mismo, el Simposiarca, cuya tarea era la de escoger las bebidas a consumirse y el ritmo con que estas debían ser servidas, para prolongar al máximo la embriaguez y demorar la llegada de la ebriedad.

Pero, ¿qué es la embriaguez? El notable pensador y escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón la definió como “ese estado de consciencia a través del cual captamos la dimensión exacta del mundo, su milagro, su belleza, su gracia”.

Elogiado por escritores y filósofos, mostrado por la Biblia como motivo del primer milagro de Cristo, el vino ha sido motivo de alabanza en prácticamente todas las culturas, al igual que su primo hermano más joven, el aguardiente.

Así, entre nosotros, el cantor popular elogia en las coplas carnavaleras a las virtudes de la bebida: De la caña sale el jugo, / del jugo se hace el fermento, / de este sale el aguardiente, / que es mi amigo más consciente. // Con trago adentro se canta, / amores idos se evoca; / la amistad que nos encanta / se cultiva y se retoca.

Estas y otras reflexiones vienen a mi mente a la hora de comentar el gratísimo libro de Javier Gomezjurado Zevallos Las bebidas de antaño, que, en hermosa edición y con bajo precio, ha sido puesto en el mercado.

Se trata de un libro inteligente y atractivo, que nos lleva de la mano a través de la historia para mirar el paisaje cultural de las bebidas tradicionales del Ecuador, desde las chichas precolombinas, que lubricaron las ceremonias y labores de los pueblos andinos, hasta la cerveza moderna, cuya producción iniciaron en Quito los frailes franciscanos; desde los aguardientes destilados en la época colonial hasta los productos, compuestos, combinaciones y recetas regionales de hoy.

Hay en la obra un gran rigor metodológico, que ha permitido a su autor bucear en todas las fuentes y meandros de nuestra cultura, en busca de estudiar los elíxires de la exaltación báquica. Pero hay también un espíritu lúdico, que se recrea en la descripción de la vida cotidiana y la fiesta popular, escenarios privilegiados del consumo de nuestras bebidas de antaño, que en gran medida, y por suerte, siguen siendo también las bebidas de hogaño.

La revolución del seis de marzo

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

El seis de marzo de 1845 se inició en Guayaquil la llamada ‘Revolución Marcista’, por la cual los sectores nacionalistas del país se levantaron para expulsar del poder a Juan José Flores y su camarilla.

Esa revolución llegó a integrar a antiguos amigos y colaboradores de Flores, como el doctor José Joaquín Olmedo, que fuera su Vicepresidente y que -incluso- cantó las glorias militares de Flores en su célebre ‘Oda al vencedor de Miñarica’, un gran poema dedicado a un tema triste y ruin como es una guerra civil. Pero, más allá de su esencia nacionalista, esa revolución fue también un enfrentamiento entre las oligarquías regionales de Quito y Guayaquil.

Flores lideraba a la oligarquía terrateniente de Quito, a la que se hallaba unido por vínculo matrimonial. Además, usando abusivamente de su poder, se había apoderado de grandes posesiones de tierras del Estado, de comunidades indígenas y de propiedades del comerciante porteño Miguel Antonio Anzoátegui, con lo cual formó su hacienda La Elvira, que llegó a extenderse desde los páramos del Chimborazo hasta el centro de la Costa.
Esa ansia desenfrenada de poder y riqueza lo llevó a chocar con la oligarquía porteña, que sentía amenazados sus intereses. Y así se explica que el escenario de esa guerra civil hayan sido las haciendas simbólicas de uno y otro bando, cerca del actual Babahoyo: los combates principales se dieron en la hacienda de Flores, La Elvira, y se firmó la paz en la hacienda de Olmedo, La Virginia. Demás está decir que era el pueblo el que ponía los muertos de uno y otro bando.

El ‘Tratado de La Virginia’ fue un típico acuerdo entre grandes señores de la oligarquía. Flores aceptó su derrota y convino en separarse del poder y marchar voluntariamente al exterior, de donde podría volver en un plazo de dos años. A cambio, los revolucionarios se comprometían a conservarle el grado de ‘General en Jefe’ con sus honores y rentas, a garantizarle sus propiedades, a pagarle sus sueldos atrasados, a entregarle veinte mil pesos en oro para que pudiera subsistir en Europa y a pagar a su esposa la mitad del sueldo presidencial mientras durase la ausencia de su marido.

Los términos de ese tratado, que parecían más los de un acuerdo entre amigos que los de una rendición militar, desvirtuaron los anhelos y metas de esa revolución nacionalista. Y ahí comenzó una soterrada reacción de los elementos verdaderamente nacionalistas de todo el país, que también habían peleado contra el floreanismo, en contra de los grandes señores de Guayaquil que suscribieron ese acuerdo y que luego detentaron el poder por algunos años.

En 1849 vino la pugna de poder entre dos políticos marcistas, el guayaquileño Diego Noboa y el quiteño Manuel de Ascásubi, que luego dio paso a la disputa de poder entre Noboa y el general Antonio Elizalde. Noboa se impuso con habilidad, pero luego se aproximó a los floreanos y ello provocó su derrocamiento por el nacionalista general José María Urbina, que se convirtió en Jefe Supremo y retomó el espíritu marcista original.

El ansia de poder

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

“Hay en el hombre un deseo perpetuo, incesante, de poder, que no cesa más que con la muerte,” escribió en 1651 el pensador político inglés Tomás Hobbes, en su obra Leviatán, un tratado sobre la naturaleza humana y la organización política.

Hobbes encontraba que los mayores peligros de la vida social eran dos: de una parte, la anarquía y el desorden, que terminaban provocando la guerra civil, y de otra parte, el exceso de egoísmo y agresividad de algunos, que buscaban asegurarse y beneficiarse más allá de lo necesario, provocando así una latente hostilidad con los demás. Sostenía que en esa situación de inseguridad reinaban “las pasiones, la guerra, la pobreza, el miedo, la soledad, la miseria, la barbarie, la ignorancia y la crueldad”.

Estimaba que las pasiones humanas se manifestaban en forma de apetito o ansia y que el motor más profundo que movía a los hombres era su egoísmo, que nacía del temor de los seres humanos a la muerte y un afán de autoconservación y seguridad de la propia existencia. Pero hallaba que ese egoísmo, transmitido al plano social, se manifestaba externamente como un apetito de poder, de prestigio y de riqueza, que se volvía perpetuo e incesante.

Estas consideraciones llevaron a Hobbes a concluir que, siendo el ansia de poder la fuente de todos los males, lo único que podía impedir que la vida en sociedad fuese una guerra de todos contra todos, era la existencia de Leviatán, el poder absoluto del Estado, creado por un pacto social, mediante el cual los hombres renunciaban a una parte de sus derechos en beneficio colectivo.

A su vez, esa conclusión lo llevó a otra de igual importancia: que la finalidad primordial del Estado era garantizar la seguridad de todos los asociados, que él veía como un bien supremo que debía defenderse a toda costa, incluso imponiendo la paz mediante la fuerza, porque, como aseguraba Hobbes, los pactos sociales que no cuentan con la presencia de la fuerza no son más que palabras.

En fin, este pensador consideraba que, como resultado de esa fuerte presencia del Estado, todos iban a sentirse defendidos por la autoridad y a encontrar espacio para sus derechos, y que en la sociedad llegarían a reinar finalmente “la razón, la paz, la seguridad, las riquezas, la decencia, las ciencias…”.
Estas reflexiones parecen oportunas en esta hora en que la función, acción y presencia del Estado se hallan en el centro del debate político.

Por una parte, es evidente que en nuestras sociedades siguen latentes esos sentimientos y pasiones generados por el egoísmo natural de las gentes, que en algunas clases y personas se encuentra potenciado al máximo. Ese apetito de poder, de prestigio y de riqueza, que el filósofo describiera de modo tan preciso, explica en buena medida las acciones de grupos y personas de nuestro entorno.

Y de otra parte vemos cómo el demos, el pueblo, ha levantado con fuerza el poder del Estado, como una valla protectora contra la inseguridad creada por el egoísmo opresor de unos y la vocación anárquica de otros.

La vieja clase política

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Asistimos a los estertores de la vieja clase política ecuatoriana. Alejada del poder central del Estado por ocho largos años, angustiada por la vejez y la muerte, y convencida de que no podrá recuperar fácilmente el poder perdido, siente que los años se le hacen eternos y que los plazos constitucionales se le han vuelto una camisa de fuerza.

De ahí el clamor con que sus voceros reclaman la vuelta al pasado, sea por medio de elecciones o, mejor todavía, a través de una hipotética revuelta popular que derroque al actual Gobierno e imponga un recomienzo del juego político.

Para tratar de crear ese clamor, han unido sus voces personajes de la más diversa pelambre y color, reunidos por similares apetitos. Así, junto a personajes expertos en bandazos y juegos de cintura con todo gobierno, muestran también su imagen deslayada ciertos personajillos propios de la picaresca literaria, que en otro tiempo enviaban loas a la dictadura militar y adjuntaban la lista de los cargos a que aspiraban. Y estos son los que ahora pretenden mostrarse como campeones de la democracia…

Tras el común objetivo del retorno a las mieles del poder, integran ese desafinado coro algunos exlegisladores, exembajadores y exministros de otros tiempos, la mayoría de triste recordación, acompañados por sus escuderos y sirvientes. Y para que no falte la paradoja, participan con sus trinos incluso algunos exfuncionarios de este mismo Gobierno, a los que se les cayó antes de tiempo la rama en que se aposentaban.
El coro es bastante mediocre y tiene un pobre repertorio, que se vuelve cansino por su repetición constante, pero hace bulla todos los días. Para ello tiene a su servicio a los medios mercantiles, que invitan con frecuencia a las primeras voces, que por casualidad resultan ser sus propios empleados, opinadores y plumíferos.

Su repertorio resulta inevitablemente pobre, pero no por falta de ideas, sino porque hay unas para el consumo público y otras realmente inconfesables, que se guardan en reserva hasta que llegue la hora precisa. Así, gritan en público consignas como: No reelección, Abajo el despotismo, No criminalización de la lucha social. Pero la verdad es que cada miembro de ese coro tiene su propia aspiración oculta, sea individual o partidaria.

La derecha quiere reimplantar el neoliberalismo, abrir el país al ‘libre comercio’, privatizar los servicios públicos y reducir el gasto estatal. Los dueños de los medios quieren eliminar la Ley de Comunicación y los medios públicos. Y hay quienes quieren restablecer el libre ingreso y libre egreso en las universidades.

¿Y en lo individual? Ahí es donde reluce la feria de vanidades. Estos quieren volver a ser ministros o embajadores, el de más allá aspira a la presidencia del Congreso, lo mismo que varios otros, y algunos personajes más prácticos le tienen puesto el ojo a los cargos por donde circula el dinero. Esos son los sueños que mueven a este coro de viejas y nuevas voces de la política criolla.

El metro para Quito

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Los asuntos del metro de Quito han llegado a enredarse tanto que la ciudadanía no acaba de comprender en dónde radica la fuente del problema. Y esto impide a los ciudadanos comprender dónde están las dificultades y quiénes tienen la razón en el debate planteado.

La cuestión central parece estar en el precio de la obra. Recordamos que el diseño de la obra fijó inicialmente ese precio en 1.500 millones de dólares y que el Gobierno Nacional ofreció una ayuda de 750 millones. Más tarde corrió la noticia de que el precio del metro se había elevado en 500 millones y que la Municipalidad aspiraba a que esa diferencia fuera cubierta por el Gobierno Nacional, ante lo cual el presidente Correa señaló que mantendría su compromiso de ayudar con el monto anunciado.

¿Cuál era la razón para esa elevación de costos? Hurgando en el asunto, se halla que la Comisión Municipal del metro de Quito calificó para el proceso de licitación a cuatro consorcios que ofertaron precios mayores a dos mil millones de dólares. Finalmente se anunció como ganador al Consorcio Acciona–Odebrecht, que presentó una oferta por 2.105 millones.

Curiosamente, fue descalificado el Consorcio Ferrocarriles y Metros del Ecuador, perteneciente a la empresa estatal China Civil Engineering Construction Corporation (CCECC), que, según la comisión municipal, no tenía experiencia en la construcción de trenes. Sin embargo, se conoce que CCECC es filial de CRCC, una poderosa empresa estatal china que ha construido obras similares en países como Arabia Saudita, Argelia, Israel, Nigeria y Turquía. También ha construido la línea 1 del metro de Beijing, ha contratado con Rusia la construcción de la nueva línea del metro de Moscú y con Nigeria la construcción de su ferrocarril de la costa.

¿Cuánto mismo nos va a costar el metro de Quito? Según se conoce, la empresa china ha ofrecido un precio máximo que podría quedar en 1.500 millones. Acciona-Odebrecht ha fijado un precio mínimo de 2.105 millones, que luego ha ‘rebajado’ a 1.777 millones y después a 1.587 millones, pero ‘rebajando’ también el diseño o dejando fuera algunas obras, para luego incorporarlas como obras adicionales, con lo cual el valor final podría llegar fácilmente a unos 3.000 millones.

En fin, nos parece positivo que la Municipalidad de Quito haya decidido seguir con el proyecto del metro, que se muestra como el único medio para resolver los graves problemas de movilidad que plantea una urbe como Quito. Pero creemos que aún quedan asuntos por resolver. ¿De dónde vendrá el financiamiento para la obra? ¿Aceptará China financiar a una empresa brasileña? ¿Y quién nos garantiza que Odebrecht no actúe en esta obra como actuó en la hidroeléctrica San Francisco?

Todo indica que la realidad terminará por imponer sus razones, por encima de la maraña de opiniones expuestas, sinceras unas e interesadas otras.

Murales para la historia (4)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

El arte mural tiene una vocación de masas y busca crear obras que entren en contacto con el gran público. Por eso tiene una dimensión social que la diferencia de otras manifestaciones pictóricas, puesto que es una obra asentada en el espacio público, que busca proyectarse hacia todos y llegar a ser de todos.

En los últimos tiempos, Pavel Égüez, discípulo de Guayasamín y Kingman, ha retomado el arte mural latinoamericano con singular brío y expresividad. Ahí están sus estupendos murales en la Universidad Andina, titulados ‘Simón Bolívar’ y ‘Somos maíz’. O su formidable obra ‘La Patria naciendo de la ternura’, en la avenida Baralt, de Caracas, hecha en mosaico veneciano y que tiene como figuras centrales a Simón Bolívar y Manuela Sáenz. O su hermoso mural ‘Hombres de maíz’, en la plaza República del Ecuador, en Guatemala. O, en fin, su ‘Grito de los excluidos’, expuesto en Cotacachi, de vigorosa fuerza expresiva.
A esos y otros muchos trabajos, que le han dado justa fama internacional, ha venido a sumarse este bello y terrible mural llamado ‘El grito de la memoria’, fijado en la pared exterior de la Fiscalía General del Estado. Bello por su factura, su colorido y vigor creativo, y terrible por el tema que rememora, en nombre de las víctimas de la crueldad humana.

Simbolizando a estas, ahí están Allende, la familia Restrepo, las Madres de Plaza de Mayo, Rigoberta Menchú y muchas otras. Y entre los victimarios asoman Pinochet, Videla, Febres-Cordero y otros.

Buscando enriquecer su visión y rescatar para su obra la esencia de la memoria colectiva, el artista ha recogido previamente la opinión de las víctimas y de ahí nace la fuerza denunciadora de esta combativa obra, que revive las mejores tradiciones del muralismo latinoamericano.

El éxito social de este mural de denuncia ha sido inmediato. Víctimas de la barbarie política han levantado su voz para loarla y prestigiosos críticos de arte la han mostrado como ejemplo de arte liberador, que reivindica los valores humanos.

Naturalmente, no han faltado los críticos que, desde el otro lado, han denunciado a este mural como una agresión a la imagen de otros, como “una propuesta gráfica con nítidas posiciones políticas y efecto propagandístico” y hasta como “un refrito de los lugares comunes más vetustos del repertorio visual estalinista, chapuza ideológica con lo peor de la iconografía caduca de Guayasamín, panfleto vociferante, violencia ejercida contra el peatón”.

La sola lectura de esas palabras señala ya el nivel y orientación de tales críticas, que se explican en el caso de las hijas de Febres-Cordero, que quisieran que la única imagen de su padre para la historia fuese la que muestra el gran mural de la cúpula del Salón Municipal de Guayaquil, donde figura como una suerte de Padre Eterno, al que su hijo encarnado, Jaime Nebot, le exhibe un panorama de progreso urbano.

Si Picasso eternizó en su ‘Guernica’ la denuncia de la masacre fascista en España, Égüez lo ha logrado en América Latina con este formidable mural.

Murales para la historia (3)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Artistas nuestros que recibieron directa influencia de los muralistas mexicanos fueron Galo Galecio, Oswaldo Guayasamín y Carlos Rodríguez Torres. Galecio, un notable muralista y grabador nativo de Vinces, pintó también otro importante mural, con la antigua técnica del temple, en el edificio del Banco Central del Ecuador, en Tulcán.

Por su parte, el quiteño Carlos Rodríguez pintó algunos murales en casas particulares, como la de la familia Zaldumbide, donde plasmó sus obras ‘El Cristianismo’ y ‘El Quijote’, más tarde puestas en riesgo por reformas al edificio y finalmente recuperadas por el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural. Empero, su más importante mural fue el titulado ‘Historia de la Humanidad’, que engalana el Salón de Pasos Perdidos de la Gran Logia Equinoccial del Ecuador.

En cuanto a Oswaldo Guayasamín, su obra muralística alcanzó renombre universal cuando murales suyos pasaron a ornar el aeropuerto de Barajas, en Madrid, el edificio principal de la Unesco, en París, y el Memorial de América Latina, en Sao Paulo. Por otra parte, este creador, que nunca dejó la pintura de caballete, descubrió una suerte de arte intermedio entre esta y el muralismo, mediante sus colecciones pictóricas sobre temas de trascendencia universal, como ‘Huacayñán’ y ‘La Edad de la Ira’, que alcanzan un efecto visual masivo similar al del mural, pero aventajan a este en que pueden ser trasladadas de sitio.

También fue importante la obra posterior del guayaquileño Segundo Espinel Verdesoto, quien elaboró dos murales interiores en el Banco Pichincha, de Guayaquil, y dos amplios murales en la Universidad Laica Vicente Rocafuerte. Igual decimos del ambateño Oswaldo Viteri, quien hizo dos murales en mosaico de piedra: uno para el Museo Casa del Portal, en Ambato, y otro para la catedral de Riobamba, amén de otro en metales para Radio Internacional, de Quito.

Importantes muralistas ecuatorianos han sido también Manuel Rendón Seminario, un gran maestro del constructivismo, nacido y formado en Francia, y el pintor y escultor lojano Alfredo Palacio, formado en España y afincado en el puerto.

Rendón hizo en 1970 el hermoso mural exterior del Banco Central del Ecuador, en Guayaquil, y otro mural que anduvo perdido y hoy está en el Centro Cultural Simón Bolívar. Palacio trabajó los bellos murales de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, del Banco Central y el Banco de Guayaquil, de la Superintendencia de Bancos y del Colegio de Bellas Artes.

Y para completar esa generación de notables muralistas ecuatorianos hay que relievar la figura y obra creativa de los grandes artistas porteños Jorge Swett y Theo Constante.

Swett se inició en 1961 con murales en Puerto Nuevo, en el aeropuerto Simón Bolívar y el Seguro Social, continuando con murales en la Biblioteca Municipal, en la Cámara de Comercio, en la Universidad de Guayaquil y en otras 80 instituciones del puerto, amén de otros en el resto del país.

Constante elaboró el gran mural exterior del Museo Antropológico del Banco Central, en Guayaquil, donde destaca la imagen de Rumiñahui, y el mural interior del vestíbulo del diario Expreso.

Un arte para la historia (2)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Singular importancia alcanzó el movimiento muralista en Ecuador, donde una brillante generación de artistas plásticos, nucleada alrededor de la joven Casa de la Cultura Ecuatoriana, hizo del muralismo una nueva y extraordinaria forma de creación pictórica y recreación histórica.

Testimonios de ese movimiento quedaron plasmados en el vestíbulo del mismo edificio de la CCE, con un conjunto mural de Diógenes Paredes, Jaime Valencia y José Enrique Guerrero, y en las salas norte y sur, con bellos murales al fresco de Oswaldo Guayasamín sobre ‘La Conquista’ y de Galo Galecio sobre los grandes personajes de nuestra historia. En el frontal del edificio, Jaime Valencia esculpió unos significativos relieves.

Aproximadamente una década más tarde, la construcción de los edificios del Seguro Social en Quito y Guayaquil fue una nueva oportunidad para el muralismo ecuatoriano. Galo Galecio hizo un alto y bello mural sobre la ‘Protección a los Trabajadores’ en el vestíbulo de la Caja del Seguro, de Quito, y Jaime Andrade Moscoso un mural pétreo exterior, sobre el trabajo colectivo, y un segundo mural, interior este, de madera y cobre. A su vez, Segundo Espinel trabajó el gran mural exterior del edificio del Seguro Social, en Guayaquil.

En la década del sesenta hubo otro gran momento para el muralismo ecuatoriano. La preparación de la XI Conferencia Interamericana de Cancilleres motivó al gobierno de Camilo Ponce a construir y reconstruir algunos edificios simbólicos, en los que se incluyeron obras murales de grandes artistas nacionales.

Así, Guayasamín realizó en 1957 un mural de mosaico en el Palacio de Carondelet, sobre ‘El descubrimiento del río de las Amazonas’, Víctor Mideros hizo el mural pétreo exterior del Palacio Legislativo, Jaime Andrade y Galo Galecio elaboraron murales en el interior del nuevo edificio del aeropuerto de Quito, mientras que Jorge Swett y Segundo Espinel los hicieron en el aeropuerto de Guayaquil.

Del mismo tiempo fueron un mural en cerámica que elaboró Oswaldo Viteri para el Ministerio de Obras Públicas, el mural exterior en piedra tallado por Víctor Mideros en el Palacio Legislativo y otro de Jaime Andrade en el interior del hotel Quito.

Más tarde, cada uno de esos muralistas emprendió su propio vuelo creativo. Guayasamín pintó el bello mural del Salón de Honor de la Universidad de Guayaquil, y el futurista mural de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central titulado ‘Historia del hombre y de la cultura’, culminando con el mural del entrepiso del edificio del Consejo Provincial de Pichincha y, finalmente, con el gran mural del Salón Legislativo.

Kingman, a su vez, pintó un precioso conjunto de murales sobre las regiones y las estaciones climáticas del Ecuador en la Dirección de Movilización del Ejército, murales en mansiones privadas –como la de Benjamín Carrión– y luego el gran mural sobre la Independencia Nacional, en el monumento de la Cima de la Libertad.

Un arte para la historia (1)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

La pintura mural ha sido un fenómeno de gran importancia en la historia de las artes visuales de América Latina. Se inició en nuestro continente con las altas culturas mesoamericanas, como lo muestran los espectaculares murales mayas de Bonampak y, en general, los frisos de las pirámides aztecas y mayas, que recrearon la vida de esos pueblos y dejaron un imborrable testimonio para el futuro.

Ya en el siglo XX, este tipo de arte fue retomado por un grupo de grandes artistas mexicanos, que lo convirtieron en un arte de espacio público y en un espectacular medio de educación de masas, mediante la recreación de la historia de México y sus luchas sociales. Los murales de Diego Rivera en el Palacio Nacional iniciaron un movimiento artístico que luego fue continuado por José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Jorge González Camarena y otros, y que quedó consignado en el notable edificio de la Biblioteca de la UNAM y otros sitios públicos mexicanos.

En su ‘Manifiesto’ de 1922, esos creadores expresaron su voluntad de socializar el arte y destruir el individualismo, repudiando la pintura de caballete y cualquier otra forma de arte surgido en los círculos aristocráticos, y produciendo obras monumentales que fueran de dominio público, que se alimentaran de las luchas populares y también las impulsaran. Por otra parte, usaron el clásico fresco y ensayaron también nuevas técnicas, usando aerógrafos, cámaras fotográficas y proyectores, y reemplazando el óleo por los silicatos y las pinturas de piroxilina.

Luego el muralismo mexicano se proyectó vigorosamente hacia el resto de América Latina, generando un movimiento artístico de alcance continental. Papel importante tuvieron en ello los viajes de Siqueiros y Orozco a otros países del continente. Siqueiros fue a Chile y Argentina, donde pintó murales y animó una escuela muralista. Igual lo hizo luego González Camarena, también en Chile.

Así, otros artistas plásticos del continente tomaron la pintura muralista para recrear la historia, luchas y anhelos de sus pueblos. Recordamos al brasileño Cándido Portinari, a los argentinos Alfredo Guido, Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Ricardo Carpani, a los colombianos Pedro Nel Gómez, Santiago Martínez Delgado e Ignacio Gómez Jaramillo, a los uruguayos Demetrio Urruchúa, Felipe Seade y Joaquín Torres García, a los chilenos Arturo Gordón, Laureano Guevara, Fernando Marcos y Fernando Daza, todos ellos nombres simbólicos de un movimiento que tuvo en cada país muchos otros cultores y diversas etapas.

En tiempos más recientes, el muralismo ha mantenido su vocación combatiente y liberadora. Un gran ejemplo de ello fue, a fines del siglo XX, el de los muralistas chilenos de la Brigada Ramona Parra, que con sus pinceles e imágenes coloridas se enfrentaron a la dictadura de Pinochet.