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El Congreso de Panamá (1826)

Por Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

El primer paso efectivo hacia la unidad latinoamericana fue el Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por el Libertador Simón Bolívar desde Lima, el 7 de diciembre de 1824, en vísperas de la batalla de Ayacucho.

Decía su convocatoria: “Cuando, después de cien siglos, la posteridad busque el origen de nuestro derecho público, y recuerden los pactos que consolidaron su destino, registrarán con respeto los protocolos del Istmo. En él encontrarán el plan de las primeras alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones con el universo.”

El Congreso se inauguró el 22 de junio de 1826 en Panamá, ciudad entonces colombiana, con asistencia de la Gran Colombia, México, Perú y las Provincias Unidas del Centro de América. Bolivia decidió asistir, pero su representante no llegó a tiempo. Argentina, Chile y el Imperio Brasileño no asistieron, por recelos frente al creciente poder de Colombia. También participaron delegados de EE.UU., Inglaterra y los Países Bajos.

El país convocante presentó a la discusión un conjunto de propuestas del mayor interés. La primera de ellas era reconocer el principio del ‘Uti Possidetis Jure’ (’como poseías, así poseerás’) de 1810, para fijar las fronteras de los nuevos Estados según las que tenían aquel año las precedentes posesiones españolas.

Otra propuesta fue la de formar un bloque comercial hispanoamericano, con acuerdos preferenciales de comercio entre los países hermanos y con un arancel externo común para negociar con los demás países del mundo. Y dos propuestas más, de notable importancia, fueron estas: un plan militar para liberar Cuba y Puerto Rico del dominio español, y una alianza militar entre las partes para defender unidas su soberanía.

Todas eran propuestas lógicas y aparentemente fáciles de convenir, pero en la práctica motivaron la resistencia de algunos países. Perú, que ambicionaba Guayaquil; y México y Centroamérica, que disputaban la región de Soconusco, se opusieron al ‘Uti Possidetis’ de 1810.

En el ámbito comercial, algunos países se negaron a rebajar sus aranceles al comercio de sus aliados, a la vez que el delegado británico saboteaba la adopción de un arancel externo común por los países asistentes. Finalmente, tanto Inglaterra como EE.UU. manifestaron su oposición a una operación militar de los aliados para liberar Cuba y Puerto Rico, lo que frustró la adopción de ese proyecto liberador.

El único punto en que los países asistentes convinieron fue en suscribir un Tratado de Unión, Liga y Confederación, por el que se vinculaban en un pacto perpetuo para “sostener en común, defensiva y ofensivamente, si fuere necesario, la soberanía de todas y cada una contra toda dominación extranjera” y también para “defender la integridad de sus territorios respectivos, oponiéndose eficazmente a los establecimientos que se intenten hacer en ellos… y a emplear al efecto en común sus fuerzas y recursos, si fuere necesario”.

La Carta de Jamaica

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Aacademia de Historia

La Carta de Jamaica fue otro de los hitos de la unidad latinoamericana. Fue redactada por Simón Bolívar en 1815, cuando tenía 32 años y se hallaba exiliado en Kingston, tras efectuar en Venezuela la Campaña Admirable y ser derrotado luego por las huestes de José Tomás Boves. Y estuvo dirigida a Henry Cullen, un intermediario político del Gobierno inglés.
En ella plasmó Bolívar algunas de sus ideas fundamentales. Mostró las iniquidades de la dominación colonial sobre nuestros pueblos indígenas y mestizos, resaltó las causas de la lucha emancipadora y denunció la brutal represión española contra los patriotas insurgentes.

Mostrándose como un adelantado de la sociología y la antropología, reflexionó sobre la esencia cultural del mestizaje y mostró al criollismo como una nueva escala de la historia humana: “Nosotros somos un pequeño género humano. … No somos indios ni europeos, sino una especie intermedia entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles. … Así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado…”.

Luego, en nombre de los pueblos americanos, evaluó la incapacidad de España para abastecer a sus colonias, comerciar con ellas y mantenerlas bajo su control. Y, por lo mismo, invitó a los países europeos a respaldar la independencia de América, resaltando que ello podía reportarles grandes ventajas comerciales.

Lo más importante es que el Libertador perfiló en ese texto su sueño de una Hispanoamérica confederada, que tuviera en el istmo de Panamá un punto de confluencia política de todas las nuevas naciones hispanoamericanas y también de estas con las demás naciones del orbe.

“Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse,” afirmó el Libertador.

Doscientos años después de haber sido escrita en el exilio, la Carta de Jamaica se nos revela en toda su formidable dimensión humana y política. Nos muestra la erudición de un hombre universal, que tenía un conocimiento sorprendente de la geografía, la demografía, la economía y la historia de todas las regiones americanas. Es un muestrario de las ideas fundamentales de Bolívar y, sobre todo, de su acabada visión americanista.

Y es casi un texto profético, en el que el Libertador fijó las potencias y debilidades de nuestros pueblos y los grandes tropiezos que habrían de enfrentar en su esfuerzo por constituirse como naciones independientes, pero previó también su natural tendencia a la unidad y a la integración, que para concretarse requeriría, en su opinión, de “efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos”.

La unidad sudamericana (1)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

La idea de la unidad sudamericana ha estado siempre asociada al anhelo de independencia de nuestros pueblos. Por eso, en el imaginario histórico de ellos, estas ideas aparecen asociadas indisolublemente y estimulándose en forma mutua.

El más lejano hito de ese anhelo unitario se levantó a fines en 1797, cuando un grupo de pensadores criollos, liderado por Francisco de Miranda, se reunió en París y se autoproclamó ‘Junta de Diputados de los Pueblos y Provincias de la América Meridional’. Al fin, el 22 de diciembre, esa junta redactó un memorable pacto, que en síntesis planteaba lo siguiente:

Que las colonias hispanoamericanas habían resuelto proclamar su independencia y darse una forma de gobierno propia, para “el goce de una libertad civil sabiamente entendida y sabiamente dispuesta”.
Que para alcanzarla resultaba inevitable entablar una guerra contra España. Que con tal fin solicitaban el apoyo político y militar de la Gran Bretaña, que debía concretarse en el envío de 20 barcos de guerra, 8 mil hombres de infantería y 2 mil de caballería. Que Inglaterra también debía enviar 160 cañones, así como las armas, equipos y uniformes necesarios para equipar a 30 mil combatientes hispanoamericanos.

Que a cambio de esa ayuda le ofrecían a Inglaterra ventajas comerciales fijadas en un tratado y el pago de una suma considerable en metálico apenas alcanzada la independencia. Que también le ofrecían paso o navegación preferencial, pero sin exclusividad, por el istmo de Panamá o el Lago de Nicaragua, donde debían abrirse canales interoceánicos.

Que aspiraban a que se formara una alianza defensiva entre la América Meridional, Inglaterra y Estados Unidos, para garantizar las libertades públicas y resistir al imperialismo napoleónico.
Que aspiraban a que EE.UU. enviara en su apoyo una fuerza de 5 mil hombres de infantería 2 mil de caballería. Que a cambio le ofrecían un tratado de comercio ventajoso, libre tránsito de gentes y mercancías por el istmo centroamericano y la posesión territorial de las Floridas y aun de la Luisiana, de modo que el río Missisipi se convirtiera en frontera de las dos grandes naciones americanas: Hispanoamérica y Estados Unidos.

Que los tratados de comercio con los países aliados y otros asuntos de trascendencia deberían ser resueltos en el futuro por un Congreso de Diputados de los distintos países hispanoamericanos, que eran los Virreinatos de México, Santa Fe, Lima y Río de la Plata y las provincias de Caracas, Quito, Chile y otras.

Que los diputados firmantes regresarían de inmediato a sus países de origen, para promover el inicio de la lucha, delegando a Francisco de Miranda y Pablo de Olavide las negociaciones en busca de apoyo extranjero para su causa.

Quito, un nombre mítico

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Quito es un nombre de múltiples significaciones. Es el nombre de nuestra querida capital. También es el nombre que nuestro país tuvo durante siglos, desde la etapa precolombina y hasta la etapa colonial. Y es un nombre derivado de su geografía, que significa ‘País de la mitad’. No sabemos cuándo el lugar o región empezó a llamarse así. Pero por la arqueología conocemos que el primer asentamiento humano del actual Ecuador se ubicó en en valle de Tumbaco, entre trece y quince mil años atrás, y que los primeros asentamientos en el valle de Quito se hicieron en la zona norte (Rumipamba, Cotocollao, El Inca, Bellavista), alrededor de la gran laguna de Iñaquito, entre unos mil quinientos y dos mil años atrás. Los incas iniciaron su expansión hacia el norte, precisamente atraídos por la fama de este país mítico donde señoreaba el Sol, abundaba el oro y se concentraba el conocimiento. Y tras una larga y dificultosa conquista, signada por la dura resistencia de los pueblos quiteños, lograron establecerse en él y ubicaron su nueva capital en la pequeña hoya de Quito, al pie del volcán Pichincha. Cuando los castellanos llegaron a Sudamérica también oyeron hablar de un país legendario llamado Quito y hacia él se encaminaron, atraídos por la fama de su riqueza. Así, casi al mismo tiempo se lanzaron a la conquista del país quiteño los capitanes Sebastián de Benalcázar y Pedro de Alvarado, el uno desde Piura, en el sur, y el otro desde Guatemala, en el noroeste.

Benalcázar llegó a pie por Machala hasta el piedemonte andino y trepó la cordillera por el camino de Ojiba (Caluma), para salir a Chimbo, subir hasta el páramo del Chimborazo y bajar al callejón interandino por Colta, a mediados de 1534. Allí se enteró de la proximidad de Alvarado, quien andaba ya en las alturas andinas tras venir por mar, desembarcar en Manabí y cruzar la cordillera por Quisapincha. Fue esa competencia entre conquistadores lo que aceleró la fundación de las poblaciones españolas de Santiago de Quito (15 de agosto) y San Francisco de Quito (28 de agosto), efectuadas por el mariscal Diego de Almagro, mediante actas dictadas al escribano Gonzalo Díaz.

Buscando marcar la posesión del suelo conquistado adelantándose a Alvarado, Almagro trazó y asentó la ciudad de Santiago de Quito en la llanura de Cicalpa por el mismo Almagro, pero la villa de San Francisco fue fundada en escritura para ser asentada luego “en el sitio y asiento de donde está el pueblo que en lengua de indios ahora se llama Quito que estará a treinta leguas poco más o menos de esta ciudad de Santiago…” . Meses más tarde, tras vencer la heroica resistencia de los quitus, liderados por Rumiñahui, Sebastián de Benalcázar asentó la villa de San Francisco en la hoya de Quito, el 6 de diciembre de 1534, “conforme a la fundación y elección que hizo… don Diego de Almagro…” .

Con ello se inició otra etapa de la historia quiteña.

Jubilación para amas de casa

Por: Dr.Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Hasta inicios del siglo XX, los militares eran los únicos empleados que contaban con un sistema proteccionista frente a los riesgos de invalidez, vejez y muerte, y ello incluía prestaciones de retiro y montepío, para ellos mismos y sus herederos. Entonces, en 1920, el director de Estudios de Pichincha, doctor José Luis Román, planteó al Ministerio de Instrucción Pública la idea de capitalizar fondos para el pago de jubilaciones del magisterio. El ministro Pablo Vásconez acogió el proyecto de ‘Ley Preparatoria de Jubilaciones del Magisterio’, redactado por el doctor Rafael Aulestia Suárez, y lo presentó al Congreso Nacional, que lo aprobó el 10 de octubre de 1923.
Nació así el sistema de seguridad social ecuatoriano, que luego fue ampliado a todos los empleados públicos y bancarios del país mediante la ‘Ley de Jubilación Montepío Civil, Ahorro y Cooperativa’, expedida por el presidente Isidro Ayora el 8 de marzo de 1928. Esta ley creó también la Caja de Pensiones, entidad encargada de administrar los fondos descontados a los trabajadores de su sueldo mensual para crear el fondo de jubilaciones.

Se trataba de un sistema inspirado en las ideas del canciller Bismarck, quien buscó aliviar la brutalidad del capitalismo prusiano creando un sistema de seguro colectivo financiado por los propios trabajadores. Pero el modelo ecuatoriano requirió que el Estado contribuyera desde el inicio con aportes a la seguridad social, que luego fueron creciendo al calor de la ampliación de sus servicios.

Ese modelo original fue transformándose luego, al crearse el sistema de créditos para los afiliados (quirografarios e hipotecarios) y el público (prendarios). Y sobre todo cuando el gobierno del presidente Jaime Roldós creó el Seguro Social Campesino, sostenido con aportes solidarios de los demás trabajadores y apoyo estatal.

Ahora, por iniciativa del presidente Correa, se ha incorporado a las amas de casa al sistema de jubilación, mediante un estatuto especial que contempla aportes familiares y estatales. Se trata de una medida verdaderamente revolucionaria, que apunta a la raíz de las desigualdades biológicas y sociales, pues las mujeres tienen por naturaleza la carga de la maternidad, que el machismo ha convertido en carga pesada y hasta cruel.

La madre de familia, especialmente la de bajos ingresos, tiene encima la interminable tarea de atender a su familia en todos los órdenes. Su esforzada tarea se inicia de madrugada y no termina sino en la alta noche. Es verdad que ella está motivada por el amor y la responsabilidad hacia los suyos, pero laboralmente hablando se trata de un trabajo no remunerado y, a veces, ni reconocido como tal.

De ahí la importancia de la medida tomada por el Gobierno, que al menos asegurará la vejez e invalidez de esos millones de madres de familia que, hasta hoy, estaban condenadas al abandono y aun la mendicidad durante sus últimos años. Esto prueba, una vez más, que vivimos “una revolución para los de abajo”.

Los muros de la infamia

Por. Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Al cumplirse un cuarto de siglo de la caída del Muro de Berlín, se ha levantado una ola mediática universal para recordarnos las barbaridades cometidas alrededor de ese muro, producto de la Guerra Fría. Es bueno que el mundo recuerde esa horrorosa construcción y celebre su caída. Pero es malo que los gestores de ese montaje mediático no digan ni pío sobre los otros muros de la infamia que hoy existen y retan a la libertad humana.

Hay que recordarle a este mundo desmemoriado la sombría y cruel presencia de algunos de esos muros hechos para separar a los seres humanos, donde hoy mismo son heridos y abaleados todos los días los réprobos que intentan cruzarlos, para acceder al mundo de los elegidos.

El mayor y más bárbaro de ellos es el construido por Estados Unidos en su frontera con México, para impedir que mexicanos (antiguos dueños de ese territorio) y latinoamericanos puedan ingresar sin permiso a su territorio. Tiene casi 5 metros de alto y 563 kilómetros de longitud, está hecho de acero y concreto y tiene tres barreras de contención, alta iluminación y sensores electrónicos. Lo protegen carros blindados y helicópteros artillados. Se calcula que han muerto 463 personas tratando de cruzar esa frontera, solo el año pasado, según datos oficiales de la Patrulla Fronteriza.

Menor de tamaño, pero no menos infame, es el muro levantado por Israel en Cisjordania y la Franja de Gaza, para impedir que los palestinos (dueños originales) puedan cruzar libremente de uno a otro lado, a visitar familiares o trabajar, y para consagrar la posesión de territorios palestinos ocupados por la fuerza. Tiene 6 metros de alto y 723 kilómetros de largo, está hecho de hormigón y tiene alambradas de púas, zanjas, torres de vigilancia y vías para el paso de tanques de guerra. Esta construcción ha sido condenada por la ONU y la Corte de La Haya.

Los muros más pequeños son los de Ceuta (8 km) y Melilla (12 km), enclaves coloniales españoles en el norte de África, ubicados junto al mar y rodeados de territorio marroquí. Buscan impedir que los africanos pobres puedan acceder a territorio europeo. Tienen dos vallas de 6 metros de alto y un espacio intermedio de redes y obstáculos. Son 20 km de alambre, cuchillas y mallas, tras las cuales hay torres de vigilancia y hombres armados. Miles de personas han sufrido heridas tratando de cruzarlas y otras han muerto abaleadas por los vigilantes.

Cada uno de esos sangrientos y crueles muros pretende consagrar despojos históricos y afirmar fronteras impuestas por la fuerza. Cada uno de ellos busca impedir que los seres humanos circulen libremente por la tierra, como las aves surcan por el espacio. Cada uno busca mostrarse como un monumento al poderío, cuando no es más que un monumento al miedo.

Como muestra la historia, son barreras tan inútiles como brutales. Lo prueba con sombría elocuencia la Muralla China, que en su hora tuvo los mismos fines y cayó vencida por los pueblos exteriores a los que se pretendía detener.

Noviembre 20 de 2014

Una academia en marcha

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia Nacional de Historia

El notable historiador y patriota Federico González Suárez y un grupo de jóvenes intelectuales se propusieron, a comienzos del siglo XX, crear un centro de investigación y reflexión sobre la historia del Ecuador y nuestra América. Nació de este modo la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, entidad que en breve plazo se destacó por su afán de crear una historiografía verdaderamente científica, construida a partir de las fuentes documentales.

Ese afán investigativo fue reconocido por el Estado ecuatoriano a través del Congreso Nacional, que en 1920 otorgó a esta sociedad el nombre de Academia Nacional de Historia.

Desde entonces ha corrido mucha agua bajo los puentes. Tras las huellas de su director fundador se sucedieron en la dirección de nuestra Academia algunos insignes personajes de la cultura y la vida política del país, como Jacinto Jijón y Caamaño, Celiano Monge Navarrete, Isaac J. Barrera, Julio Tobar Donoso, Carlos Manuel Larrea, Jorge Salvador Lara, Plutarco Naranjo Vargas, Manuel de Guzmán Polanco y Juan Cordero Iñiguez.

En los últimos tiempos se ha empeñado nuestra entidad en tener una membresía verdaderamente nacional, incorporando a sus filas a historiadores de todo el país. Ese objetivo está a punto de ser conseguido y con ello se ha ampliado y enriquecido el horizonte de nuestras preocupaciones intelectuales. Así, hace seis meses se realizó en Baeza el Primer Simposio de Historia Amazónica y el viernes 14 de noviembre se realizará el Segundo Simposio de esta serie, en la ciudad de Tena, con apoyo del GAD local y con participación de académicos de la historia, historiadores locales e incluso uno de esos guardianes de la sabiduría ancestral a los que la Unesco denomina “tesoros vivos de la cultura”.

Pocos días después, el 24 de noviembre, inauguraremos el Primer Simposio de Historia de la Ciencia y el Pensamiento Científico en el Ecuador, que durante dos días se desarrollará en la Casa Alhambra, sede de nuestra Academia, contando con el auspicio de Yachay EP. Este importante foro contará con la participación de un grupo de notables científicos ecuatorianos, que por primera vez se reunirán para reflexionar sobre la evolución de sus correspondientes disciplinas y también sobre las formas de recuperación de la memoria científica ecuatoriana.

Un dato interesante es que el libro de memorias de cada uno de esos simposios será entregado a los asistentes al final del evento y que también el gran público podrá bajar gratuitamente esos libros visitando la página web de la Academia Nacional de Historia.

Todo esto nos alegra en lo personal y en lo institucional, porque con este variado y duro esfuerzo, efectuado con recursos mínimos, tratamos de actualizar nuestra entidad y ponerla a marchar al ritmo de las aspiraciones nacionales. Entendemos que esa es la forma en que una institución académica debe servir a su país, en nuestro caso, mediante una sostenida recuperación de la memoria colectiva.

Los normalistas

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Las escuelas normales son instituciones educativas cuya misión es la de formar maestros de escuela primaria. Son un legado educativo de la Revolución Francesa y su Comité de Instrucción Pública, que en 1794 emitió, a través de la Convención Nacional, un decreto estableciendo en París “una Escuela Normal donde se requerirían, de todas las partes de la República, de los ciudadanos ya informados en las ciencias útiles, para aprender, bajo los profesores más hábiles de todas las clases, el arte de enseñar”.

Siguiendo ese ejemplo, las escuelas normales se multiplicaron por Europa y luego por América durante el siglo XIX, con el fin de formar maestros de primeras letras, que estuvieran también capacitados para ayudar a la comunidad en la que actuaban.

Las primeras escuelas normales, de método lancasteriano, fueron creadas en Bogotá, Caracas y Quito por decreto ejecutivo del Libertador Simón Bolívar, del 26 de enero de 1822, que dispuso que los intendentes de las provincias seleccionasen a maestros en funciones, o a jóvenes de talento, para que concurrieran a formarse como preceptores en las normales, en calidad de alumnos-becarios del Estado. Y cuando nuestro país fue liberado totalmente del dominio colonial, el 24 de mayo de ese mismo año, le correspondió aplicar ese decreto al general Sucre, en su calidad de Intendente del Departamento de Quito.

En México ocurrió algo semejante y las primeras normales lancasterianas surgieron tras la independencia, pero fueron suprimidas durante el Imperio mexicano y debieron ser restablecidas luego de este, convirtiéndose en el germen de las nuevas universidades estatales. En Perú se instituyó la primera normal en 1822, en Chile en 1842, en Argentina en 1870 y en Uruguay en 1885.
En la República del Ecuador nunca llegaron a establecerse normales hasta fines del siglo XIX: en 1889 se formó la Escuela Normal de Varones y en 1901 la Normal de Señoritas. Pero el verdadero despegue en la formación de docentes primarios se dio a partir de la Revolución Alfarista, cuando fueron creados los colegios normales Juan Montalvo y Manuela Cañizares, para varones y mujeres, respectivamente, en 1901.

Más tarde surgieron los normales rurales, encargados de formar maestros que laboraran en el campo y promovieran el desarrollo comunitario. Uno de ellos fue el Normal Ángel Polibio Chaves, de San Miguel de Bolívar, que graduó a centenares de maestros laicos, quienes han dejado una honda huella educativa en las provincias de Bolívar, Chimborazo, Los Ríos, Guayas, Manabí y El Oro.

Me enorgullezco de haberme formado en ese normal y de haber iniciado mi vida docente como maestro rural en un pequeño caserío andino. Y por eso mismo he sentido una mezcla de dolor e indignación al ver lo ocurrido con los jóvenes normalistas mexicanos, que fueron secuestrados y asesinados por policías al servicio del narcotráfico, cuando se formaban para llevar luces a los campesinos de su país. Esperamos que el Gobierno de México castigue con severidad tan terrible delito.

Superioridad moral

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Aacademia de Historia del Ecuador

Ha bastado la reciente epidemia de ébola en África para que Cuba pueda mostrar, una vez más, su solidaridad y su vocación internacionalista. Mientras los países más poderosos del mundo cierran fronteras, puertos y aeropuertos a la llegada de viajeros procedentes de África, horrorizados ante la idea de que la terrible enfermedad llegue a sus territorios, Cuba ha enviado 461 médicos y enfermeras a los países afectados por la epidemia: Liberia, Sierra Leona y Guinea.

Esta brigada médica ha sido enviada en respuesta a la solicitud de apoyo hecha a Cuba por la directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Margaret Chan, y el mismo secretario general de la ONU, Ban Ki-moon. Alarmados por el reciente brote de la enfermedad, ellos pensaron que Cuba era el único país del mundo que estaba en condiciones de brindar una ayuda científica de tal envergadura, para defender la vida de unos pueblos tan pobres como los de África Occidental.
Hay que destacar que todo ese personal médico enviado por Cuba está formado por voluntarios, previamente entrenados por especialistas brasileños y de otros países, en campamentos montados por el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kouri, de La Habana.

Pero no son los primeros médicos voluntarios que Cuba ha enviado fuera de sus fronteras. Unos 326 mil cooperantes cubanos han laborado desde medio siglo atrás en 158 países de Asia, África y América Latina, para mejorar sus sistemas de salud pública, efectuar medicina preventiva y atender a víctimas de epidemias y desastres naturales. Hoy mismo hay más de 4 mil médicos cubanos trabajando solidariamente en más de 32 países del mundo, entre ellos Ecuador.

Por otra parte, debemos mencionar que esta no es la primera muestra cubana de solidaridad con África. Desde hace más de medio siglo, alrededor de 77 mil cooperantes cubanos han prestado ayuda sanitaria a los países de ese continente. Además, Cuba ha formado en sus universidades a 3 mil médicos africanos y hoy mismo unos 4 mil médicos y enfermeros cubanos colaboran en 32 países africanos.

La reciente iniciativa cubana ha generado elogios de todo el mundo. “La respuesta de Cuba ante el ébola es extraordinaria y es la más importante de la enviada por todos los países juntos”, aseguró el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon.

Por su parte, la directora general de la OMS, Margaret Chan, expresó: “Estoy muy agradecida con la generosidad del Gobierno cubano y de estos profesionales de la salud”. Y agregó: “Cuba es conocida en el mundo por su capacidad para formar a médicos y enfermeras destacados, así como por su generosidad en ayudar a otros países en su ruta hacia el progreso”.

Y hasta el mismo secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, se vio en el caso de reconocer que Cuba era una de las “naciones grandes y pequeñas que están participando en formas impresionantes” para hacer frente a la epidemia de ébola.

Todo lo dicho marca la superioridad moral de Cuba ante sus enemigos, que se empeñan en mantenerla cercada, bloqueada y rodeada de amenazas.

Los viajeros quiteños

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Es de vieja data la vocación ecuatoriana por los viajes, derivada de una curiosidad natural por conocer el mundo. Un ilustre historiador peruano, José Antonio del Busto, hizo el relato de las audacias marineras de nuestros antepasados huancavilcas y de aquel memorable viaje que Túpac Yupanqui hizo con ellos hacia Oceanía, siguiendo una ruta conocida por esos navegantes. Y hace poco se ha revelado la existencia de un poblado de origen huancavilca en México, cerca de Acapulco, formado por descendientes de esos navegantes precolombinos que viajaban regularmente hacia el norte.
Con tales antecedentes, no resulta extraño que la migración hacia otras partes del mundo fuera un hábito tradicional de los ecuatorianos de la colonia y la república. Así, el quiteño Lope Díez de Armendáriz llegó a ser el primer criollo que ocupó el cargo de Virrey de Nueva España (México), en 1635, un siglo antes de que el latacungueño Ignacio Flores fuera presidente de la Audiencia de Charcas, actual Bolivia.

A su vez, el guayaquileño Pedro Franco Dávila se lanzó al comercio internacional de cacao en 1735 y, tras variadas aventuras y muchos estudios, se convirtió en el fundador y primer director del Real Museo de Historia Natural de Madrid. Similar aventura comercial fue la que emprendió el quiteño Miguel Gijón y León, nacido en Cayambe, quien se lanzó en 1753 al comercio internacional de cascarilla y finalmente se estableció en España, donde dirigió la colonización de la Sierra Morena, fue intendente de los cuatro reinos de Andalucía e ingresó a la Sociedad de Amigos del País, de Madrid, mereciendo por sus servicios y avanzadas ideas económicas que el rey lo nombrara Conde de Casa Gijón.

Y eso para no explayarnos hablando de esa caravana de comercio que, con pretexto de llevar el situado, viajaba anualmente entre Quito y Cartagena, inundando a su paso toda la zona de tránsito con obras de arte religioso, piezas de platería y orfebrería, textiles y otras múltiples mercancías fabricadas en el laborioso e inventivo país quiteño. Uno de sus líderes fue don Juan Pío Montúfar y Larrea, más tarde abanderado de la insurgencia anticolonial quiteña. En fin, no podemos olvidar la epopeya viajera de la riobambeña Isabel de Godín, que en busca de su esposo atravesó la selva amazónica en una terrible aventura de casi dos años, al cabo de los cuales se reencontró con su pareja.

Ya en tiempos de la independencia, los jóvenes comerciantes guarandeños José Francisco y Juan Pablo Farfán viajaron a Venezuela, donde terminaron siendo dos de esos centauros del llano que triunfaron en la batalla de Carabobo. Otro ilustre viajero fue el quiteño Domingo de Olivera y Borja, que llegara a ser primer ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. Y no hay que olvidar a Vicente Rocafuerte, que fuera diputado a las cortes españolas, gestor de la independencia de Cuba y embajador de México en Londres, antes de ser presidente del Ecuador independiente.