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Las naciones y su identidad

Por: Dr.Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia del Ecuador

Una identidad nacional es, ante todo, un fenómeno espiritual, emocional. Por eso este tema vuelve una y otra vez al escenario mundial, al impulso de las luchas y esfuerzos nacionales en busca de emancipación. En estos mismos días, eso ha quedado demostrado con el referéndum escocés para separarse del Reino Unido o mantenerse en él.

Eso ha venido a recordarnos que las naciones modernas surgieron precisamente de la descomposición de los viejos y grandes imperios monárquicos, que incluían en su seno a varias naciones o nacionalidades reunidas por la fuerza, aunque bajo la égida de una de ellas.

Si tomamos como ejemplo al Imperio español, podremos ver que originalmente abarcó a europeos de varias nacionalidades (castellanos, andaluces, vascos, catalanes, gallegos, flamencos, valones, italianos, alemanes). Y que más tarde, gracias a su acción colonialista, llegó a contener en su seno a americanos de variada cultura (quichuas, guaraníes, araucanos, chibchas, mexicas, mayas, quichés, apaches, siouxes, cheyenes, navajos, tarahumaras y muchos otros), a varios pueblos asiáticos (filipinos y chamorros) y a diversos pueblos africanos (marroquíes, saharianos, guanches, ecuatoguineanos y otros).

Pero toda dominación provoca resistencias y por ello, mediante sucesivas luchas de liberación, esas naciones y nacionalidades fueron independizándose del Imperio español, siendo los primeros en liberarse los habitantes de los Países Bajos (actual Holanda), tras la durísima Guerra de los Ochenta Años, que terminó en 1648.

Más tarde, entre 1810 y 1824 se liberó la mayoría de países hispanoamericanos, tras un largo y sangriento proceso de independencia, que se inició en 1809, en Quito y Chuquisaca, y culminó en 1824, en la batalla de Ayacucho.

Cuba se liberó de modo semejante. Tuvo tres guerras de independencia y ya había derrotado a los españoles en 1898 cuando llegó EE.UU. y se apoderó de ella. Al fin se independizó en 1902, aunque previamente debió pasar por un período de ocupación norteamericana de cuatro años y posteriormente por un período de tutelaje neocolonial de siete años más.

Puerto Rico se proclamó independiente en 1868, aunque finalmente pasó del dominio colonial español al de EE.UU., donde sigue bajo el eufemismo de ‘Estado Libre Asociado a Estados Unidos’.

En Filipinas la lucha de independencia fue bloqueada por la ocupación yanqui, que se extendió hasta 1941, cuando vino la ocupación japonesa. Al fin fue libre en 1946. Y la última nación extranjera en liberarse del dominio español fue Guinea Ecuatorial, en 1968.

Pero ahora se plantea algo todavía más complejo para el sobreviviente Reino de España: una de sus naciones integrantes, Cataluña, desea separarse y constituirse como nación independiente. Y si lo consigue, probablemente se desatarán procesos similares en otras naciones ibéricas donde hay movimientos separatistas, como el País Vasco.

¿Quién dijo que los Estados Nacionales habían llegado a su ocaso?

Octubre de patria grande

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia del Ecuador

Un nuevo país merece una nueva mirada sobre su historia. En el pasado, como efecto de nuestra añeja vocación localista, los ecuatorianos nos hemos acostumbrado a ver al 9 de Octubre como una fecha de celebración exclusivamente guayaquileña. Incluso diría que los mismos porteños han contribuido a ello, al exaltar a esa fecha como una pertenencia particular de su urbe.

Hallo que es necesario enderezar esa mirada y ver a la aurora de Octubre como un amanecer fundamental de nuestra patria, puesto que de ella salieron las luces que disiparían las sombras del colonialismo en todo este país ecuatorial.

Esa nueva mirada debe enfocarse también a reivindicar el espíritu de Patria Grande que tuvo la revolución octubrina. Para ello, debemos recordar que el gran inspirador de la independencia guayaquileña fue el patriota porteño José María Antepara, que desde tiempo atrás había trabajado en Europa por la libertad americana, junto al precursor Francisco de Miranda, con quien se lanzó luego a una expedición militar para liberar Venezuela. Fracasado en ese empeño, Antepara vino a Guayaquil para promover la independencia de nuestro país.

Para ese nuevo proyecto liberador, Antepara contó con la fundamental colaboración de otros americanos radicados o presentes en el puerto: los oficiales venezolanos León de Febres-Cordero, Luis Urdaneta y Miguel Letamendi, el luisianés José de Villamil (vinculado por matrimonio a la familia patricia de los Garaicoa), los peruanos Gregorio Escobedo, Antonio Farfán e Hilario Álvarez, el español Manuel Torres Valdivia, el latacungueño Luis Fernando Vivero y otros.

Sin la colaboración de esos patriotas de la Patria Grande -que planearon la independencia, hablaron con las tropas asentadas en el puerto, organizaron la toma de cuarteles y prepararon la captura de los jefes militares realistas- quizá no se hubiera logrado el éxito total que tuvo ese alzamiento, logrado a costa de unas pocas bajas.

Lo que decimos no disminuye la importancia que la acción propiamente guayaquileña tuvo en esa gesta, pero sitúa la verdad histórica en sus justas proporciones y nos ayuda a comprender mejor el carácter americano que había cobrado la causa de la independencia para 1820, cuando el Río de la Plata, Chile y Colombia contaban con gobiernos republicanos y la costa peruana se hallaba bajo control del Protector José de San Martín.

Ese 9 de Octubre empezó la segunda etapa de nuestra liberación nacional, para lo cual la Junta de Gobierno guayaquileña creó la División Protectora de Quito, que marchó hacia la Sierra a mediados de octubre, para enfrentar a las fuerzas españolas. Por desgracia, los realistas vencieron una y otra vez a los patriotas, lo que obligó a la Junta porteña a pedir ayuda militar a los gobiernos republicanos de Colombia y Perú. Fue con la ayuda de esos contingentes que logramos finalmente la liberación del actual Ecuador, coronada en las cumbres del Pichincha el 24 de Mayo de 1822.

El naciente orgullo nacional

Por:Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia Nacional de Historia

Nací en un Ecuador que todavía se dolía de sus cicatrices del 41 y el 42. Crecí en un país agobiado por la pobreza, donde las vías eran caminos de herradura, donde muchos de mis compañeros iban a la escuela sin zapatos y mis maestros cobraban sus sueldos cada tres meses. Fui al colegio en un tiempo en que la Historia de Límites era materia obligada y debíamos aprendernos de memoria esos tratados y protocolos que nos recordaban las sucesivas mutilaciones territoriales. Y crecí en medio de una cultura de lamentaciones, de tristezas nacionales y tristezas individuales, de derrotismo e impotencia.

Vistas así las cosas, no resulta nada raro que el país entero haya sufrido largas décadas de desorientación y desaliento y que cada ciudadano haya vivido una especie de secreta vergüenza por ser hijo de este pequeño país pobre y olvidado, derrotado en todas sus guerras, saqueado sistemáticamente por una oligarquía voraz, fracasado en todos sus sueños de transformación.

A contrapelo de eso, florecían por aquí y por allá los logros de la cultura, único espacio en el que el país alzaba orgullosamente su testa. Así, mientras los señorones de la política desbarrancaban al país, los hombres de cultura se empeñaban en levantarlo, denunciando en sus libros, cuadros y esculturas la miseria popular, la brutalidad gamonalista, la marginación de indios, negros, cholos y montubios, la falta de integración nacional. Y también se empeñaban en regalarnos ideas para un país mejor, sueños de igualdad y justicia.

Luego, como todos mis conciudadanos, fui testigo de los tumbos y saltos de la vida política: la demagogia, las dictaduras, la escuálida democracia de fin de siglo y finalmente la debacle nacional, la revuelta popular que buscaba un cauce, el saqueo bancario y la estampida migratoria.
Mirando desde mi madurez el tiempo y la circunstancia que me han tocado vivir, constato con alegría el nacimiento de un nuevo Ecuador, donde las transformaciones de la infraestructura afloran por todo lado, donde la pobreza va siendo domeñada y el desempleo se reduce crecientemente, donde los servicios del Estado se amplían y mejoran para todos los ciudadanos.

Pero hay algo todavía más importante: hallo que va desapareciendo el país de las lamentaciones, del regionalismo atroz, del desaliento colectivo. Y que su lugar va siendo ocupado por un nuevo país, re-encontrado con sus raíces identitarias, seguro de sí mismo, orgulloso de su ser.

Ese emergente orgullo nacional quiere abarcarlo todo. Hay una nueva mirada sobre el paisaje, un renovado interés por la naturaleza y un ánimo de rescatar las formas de la cultura popular: la gastronomía regional y local, la música del pasado y del presente, las creaciones artesanales, las voces y dialectos del habla popular. Pero hay, sobre todo, un animoso espíritu para seguir avanzando hacia un futuro de paz y justicia, de orden democrático, de Buen Vivir.

Las sombras del 30-S

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Pareciera que las investigaciones sobre el 30-S se hubieran agotado en la instancia judicial y que ya todo lo ocurrido aquel día trágico estuviera bastante claro. Pero hay muchas aristas del asunto que permanecen todavía en la penumbra, ocultas tras un manto de sombras. Al menos eso es lo que percibimos los ciudadanos de a pie, entre los que me incluyo.

La inquietud mayor tiene que ver con la participación, en los sucesos de aquel día, de militares en servicio activo, cualquiera haya sido su grado, y con el cierre de aeropuertos que ellos impusieron. Y esta pregunta se impone porque fueron esas acciones las que redondearon, a ojos del público, el plan de un golpe de Estado en marcha.

Las explicaciones dadas hasta el momento no acaban de convencerme. Parece absurdo pensar que todo eso no haya sido más que la protesta aislada de unos pocos soldados de baja graduación. En una institución tan vertical como las Fuerzas Armadas, se supone que ningún acto de esa magnitud puede ocurrir sin que lo conozcan, y al menos lo toleren, las jerarquías superiores.

Es precisamente esta parte del asunto la que nunca se ha esclarecido a ojos del público. Porque de los actores policiales del intento golpista se sabe casi todo, especialmente por la acción de los fiscales, pero de los actores militares se sabe muy poco. Y quedan preguntas todavía sin respuesta: ¿Cuántos fueron en total los militares involucrados en el país y qué grados tenían? ¿Cómo fue que sus mandos no sabían lo que se preparaba, existiendo un sistema de inteligencia militar? ¿Qué hicieron sus mandos para frenar los atentados y cómo reaccionaron ante el cierre de los aeropuertos? ¿Por qué esos militares fueron juzgados más tarde y por cuerda separada?

Ahí no acaban las preguntas sobre el papel de las Fuerzas Armadas en ese día nefasto. Es conocido el hecho de que el Jefe del Comando Conjunto se pronunció tempranamente, desde Cuenca, sobre los sucesos que estaban en marcha y ratificó la fidelidad de la institución armada al gobierno del presidente Correa. Pero luego advino un largo silencio que se prolongó hasta la media tarde. Y el operativo de rescate solo se inició al comenzar la noche, se dice que por razones operativas.

Creo que a la mayoría de ecuatorianos nos gustaría que todas esas dudas fueran absueltas y que, de ser posible, alguien escribiera un relato detallado de lo ocurrido aquel día al interior de las Fuerzas Armadas.

Y es que la democracia necesita de una total transparencia, que comienza por entender que los militares y policías son ciudadanos a los que el país les ha entregado uniformes, armas y recursos para defender los intereses de la nación y no para promover sus intereses particulares y sectoriales. Por lo cual nadie puede escudarse tras un uniforme entregado por el país, y costeado por el pueblo, para atentar contra el gobierno civil legítimamente constituido.

Nuestras megaciudades

Por:Dr.Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia del Ecuador

El crecimiento de las ciudades es un fenómeno inexorable de la historia, que comenzó hace siglos y hoy va alcanzando niveles antes inimaginables. Está motivado por el humano deseo de vivir colectivamente y no en aislamiento, pero también por la cada vez mayor oferta de servicios que brindan las ciudades. Y hay que sumar otras razones: las personas diferentes al común prefieren el anonimato de la vida urbana; los artistas hallan mejores oportunidades en colectivos mayores, al igual que los emprendedores de negocios.

En Ecuador, el resultado de todo ello son ciudades cada vez más grandes y nuevas formas de urbanismo, como las conurbaciones y las vías urbanizadas. Las conurbaciones son conjuntos urbanos o regiones urbanizadas, que resultan del crecimiento paralelo de varias ciudades o poblaciones próximas y que regularmente se hallan vinculadas por razones económicas y sociales.

A veces actúa como motor del conjunto una ciudad industrial o comercial, que requiere mano de obra o clientela mayor que la propia, como Quito o Cuenca. El vínculo es todavía más vigoroso si el motor de la conurbación es un puerto, que además es centro industrial y comercial, como Guayaquil. Y otras veces la centralidad del conjunto está en una ciudad que actúa como núcleo administrativo, económico y de servicios, aunque no posea industria, como Ibarra, caso en el cual la industria está en otras ciudades del conjunto, como Otavalo y Atuntaqui.

Si tomamos el caso de la capital, nos encontramos hoy con una gran conurbación dispersa entre el largo valle de Quito y los numerosos valles próximos, de distinta dimensión: los Chillos, Cumbayá, Tumbaco, Nayón, Zámbiza, Calderón y Pomasqui. La urbe principal y las urbes o poblaciones próximas están vinculadas por vías que se han convertido en espacios periurbanos cada vez más poblados, que apuntan hacia la futura continuidad e integración del conjunto.

Pero en el caso de Quito hay al menos un modelo político que facilita la administración del conjunto: el Distrito Metropolitano, que abarca a la mayor parte de esa gran conurbación, aunque no cubre al próximo Municipio de Rumiñahui, al que pertenece la mayor parte del Valle de Los Chillos y las poblaciones de San Rafael, Sangolquí, El Tingo, Alangasí y otras, que en el terreno aparecen unidas también a Quito.

Todavía más complejo es el caso de Guayaquil, donde el conjunto conurbano abarca a la gran ciudad-puerto y a otras ciudades que administrativamente pertenecen a distintos cantones o municipios: Samborondón y Durán. Es una realidad que impone la necesidad de crear un distrito metropolitano o una asociación municipal, aunque hay dificultades políticas que frenan esa resolución.

Y cerramos el panorama con las vías urbanizadas, áreas periurbanas que rompen la tradicional división campo-ciudad, porque tienen de lo uno y de lo otro. Pongo los ejemplos de la vía Cuenca-Challuabamba-Charasol-Azogues-Biblián y de la vía Otavalo-Peguche-Atuntaqui-San Antonio-Ibarra.

La restauración oligárquica

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Al fin la derecha se ha sacado la careta y Guillermo Lasso, el líder del movimiento CREO, ha planteado sin ambages que lo que ellos buscan es “desarmar el andamiaje jurídico del Estado controlador”. Y el exministro de Mahuad propone hacerlo “de un solo tajo”, mediante la convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente, que desarme pieza por pieza la estructura política montada por la Revolución Ciudadana.

Para un buen entendedor, ello significa que la derecha quiere eliminar la Constitución de Montecristi y toda la estructura legal derivada de ella, pero principalmente aquellas leyes que hoy evitan el regreso a los viejos tiempos de la parranda oligárquica, tales como el Código Orgánico Monetario y Financiero, la Ley de Mercado de Valores, la Ley Reformatoria para la Equidad Tributaria del Ecuador, la Ley Orgánica de Comunicación, la Ley de Aguas y el Código Orgánico Integral Penal.

La derecha neoliberal siempre ha mostrado al Estado como un monstruo que invade la vida privada de las gentes, coarta su libertad individual, refrena el desarrollo de las empresas y cobra impuestos al por mayor.

Ahora, bajo el eufemismo de “desmontar el Estado controlador”, lo que busca la derecha neoliberal, que lidera políticamente el banquero Guillermo Lasso, es que vuelvan los alegres días en que los banqueros gobernaban el Ecuador sin control alguno, usaban el dinero de sus clientes para engordar sus propios negocios, eran dueños de grandes grupos de medios de comunicación, y, para el caso de quiebra, tenían a su favor una ley que obligaba al Estado a pagar a los perjudicados, mientras ellos se iban a otro país a seguir con sus negocios y su alegre vida de ricos.

También buscan eliminar o reducir a su mínima expresión al Servicio de Rentas Internas, esa entidad que ahora cobra sin piedad los impuestos a los ricos, aunque sea embargándoles sus haciendas, yates, aviones y autos de lujo. Y seguramente quieren volver a sus felices tiempos de impunidad, cuando los únicos que pagaban impuestos eran los pobres empleados públicos y privados, mientras ellos, los oligarcas, recibían ‘escudos fiscales’ que los protegían del fisco y que eran, en realidad, bonos en beneficio de los ricos.

Quieren que vuelvan las ‘universidades de garaje’, negocio de políticos emprendedores, dejándoles a la UNE y al MPD el control de la educación pública, de modo que haya pastel para todos. Quieren que vuelva la burocracia dorada, su cómplice administrativa, que ganaba sueldos diez veces mayores a los de la pobre burocracia general. Y claro, quieren que las ‘momias cocteleras’ vuelvan a su elegante tarea diplomática, que incluía la firma de tratados inicuos mientras los militares patriotas morían en la frontera.

Ese es el país que la derecha añora y que cierta ‘izquierda bien vestida’ recuerda con nostalgia. El país de los casinos elegantes y los buenos cocteles, de los foderumas y los bonos para la pobreza. El país que fue quebrado en 1999 por los banqueros y sus cómplices.

Retos del crecimiento urbano

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Uno de los mayores problemas que enfrentan las ciudades que crecen es el de la propiedad de las tierras de expansión. A veces son tierras de uso agrícola que cambian rápidamente de empleo social, pero en la mayoría de los casos son tierras acaparadas previamente por especuladores. También hay el caso de tierras ocupadas de hecho por pobladores sin tierra, movidos por «profesionales de la invasión», que extorsionan tanto al propietario como al ocupante. Sigue leyendo

La maestra rural

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Tema poco estudiado por nuestra historia es el de los maestros rurales, personajes fundamentales en la vida ecuatoriana del siglo XX, cuando la educación «pública, laica y gratuita» creada por Eloy Alfaro se extendió por todo el país. Y dentro de este tema hay otro todavía más interesante: el de las maestras rurales, aquellas mujeres que estudiaron la carrera del magisterio y dieron vida a un curioso proceso de feminización docente en la educación pública. Sigue leyendo

El niño del terremoto

Por: Dr.Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Uno de los peores terremotos sufridos por nuestro país fue sin duda el de Ambato-Pelileo, ocurrido el 5 de agosto de 1949, y que tuvo una magnitud de 6,8 en la escala de Richter. Además de la ciudad de Ambato, fueron destruidas las poblaciones de Guano, Patate, Pelileo, Píllaro y Santa Rosa, y los efectos de la catástrofe alcanzaron a toda la provincia del Tungurahua y otras cercanas.

A su vez, los efectos sociales de este terremoto fueron tremendos. Los cálculos de José Egred fijan el número de muertos en más de seis mil personas y en 100 mil el de quienes perdieron sus hogares. Según los testimonios recogidos, fueron muchos los que quedaron atrapados bajo las ruinas y no pudieron ser rescatados. Por su parte, muchos sobrevivientes huyeron de esa región de muerte en el primer momento, aunque luego regresaron a ella y se empeñaron en su reconstrucción.

Poco después empezaron a llegar los equipos de ayuda internacional, como hemos relatado en otros artículos anteriores. La misión médica uruguaya vino al mando del doctor Luis Bado y estuvo integrada por traumatólogos, cirujanos e instrumentistas. Mientras estos médicos salvaban vidas, en medio de tan duras condiciones, entre las ruinas de la arrasada Pelileo fue hallado un pequeño niño de 2 años, al que ellos curaron y protegieron. Era uno de los cientos de niños huérfanos recogidos entre los escombros.

Más tarde, al regresar a su país, el doctor Bado llevó consigo a ese pequeño niño del terremoto, al que deseaba adoptar como hijo suyo, mientras el doctor Jorge García Novales hacía lo propio con otra pequeña niña rescatada de entre las ruinas. Ambos niños viajaron al Uruguay con autorización del Gobierno del Ecuador. Luego se iniciaron los trámites para su filiación y adopción legal. Fue así como el pequeño niño, al que sus papeles ecuatorianos identificaban como Luis Yépez, pasó a nombrarse Luis Bado, como su padre adoptivo.

El pequeño Luis creció en Uruguay rodeado del amor de su nueva familia, que lo cuidó y educó de la mejor manera. Más tarde, buscando seguir la línea profesional de su padre y hermana mayor, Luis cursó estudios en el Instituto de Rehabilitación, de Buenos Aires, y se graduó como Técnico Medio en Traumatología y Ortopedia, en Caracas. Hoy es ortoprotesista en el Instituto de Ortopedia y Traumatología de Montevideo, está casado y tiene una familia feliz.

Empero, desconoce el capítulo inicial de su vida y busca reconstruirlo, luchando contra el tiempo y el olvido. Por eso, ha hecho empeños por encontrar sus orígenes familiares e incluso ha viajado al Ecuador con tal fin. Hasta hoy todo ha sido inútil. ¿Será que alguien, en algún lugar de su memoria, guarda todavía un recuerdo, una fecha o un nombre que puedan serle útiles al antiguo niño del terremoto, nombrado entonces Luis Yépez y hoy llamado Jorge Luis Bado Guerrero?

Si es así, por favor escríbale a Lucho Bado, que se lo agradecerá. Su correo es: ortopediabado@yahoo.com

El ocaso del regionalismo

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de HIstoria

Entre los muchos bienes que la Revolución Ciudadana le ha hecho al Ecuador figura el ocaso del regionalismo, ese cáncer que ha corroído a nuestro país desde los tiempos coloniales y que lo mantuvo dividido, débil e impotente hasta para defenderse de las agresiones.

El original recelo regional fue consecuencia del aislamiento de las regiones y las gentes por causa de nuestra imponente geografía andina. Era, en gran medida, el resultado del desconocimiento mutuo entre pobladores que vivían aislados en su territorio natal, cercados por altas montañas, imponentes ríos o tupidas selvas.

En la época colonial, viajar entre Guayaquil y Quito o Cuenca y Guayaquil era una tarea que duraba semanas enteras, y siempre que el viaje no se hiciera en invierno, porque entonces los caminos se volvían lodazales. Similar era el viaje entre otras regiones. Y por eso mismo el número de viajeros era mínimo.

De ahí la importancia y utilidad que tuvo el ferrocarril de Alfaro, que permitió viajar entre el puerto y la capital en apenas dos días, con escala nocturna en Riobamba. Pero para el resto del país la situación siguió siendo la misma de antes, con las mulas como único vehículo todoterreno. Y en esas condiciones, se comprende que el regionalismo floreciera casi de modo natural en las mentalidades colectivas.

Pero el avance de las comunicaciones y los procesos migratorios internos fueron rompiendo progresivamente esas barreras mentales. Las gentes viajaron, se conocieron e intercambiaron más, y se recelaron menos. Pese a ello, el regionalismo pervivió, esta vez bajo el estímulo de la politiquería criolla, cuyos líderes sembraban odio y pasión entre sus seguidores para asegurarse la fidelidad de su feudo político.

Hoy, gracias a la Revolución Ciudadana y su líder, Rafael Correa, consignas como ‘costeño vota por costeño’ o ‘serrano vota por serrano’ han quedado sepultadas en el olvido y ojalá no vuelvan a levantarse. Con el país sembrado de autopistas y aeropuertos, las gentes viajan más que nunca, vacacionan en otra región y gozan de los paisajes de su país, al que ven como un todo integrado y de propiedad común.

Con ello, el regionalismo ha ido quedando arrinconado en pequeños círculos oligárquicos, donde todavía se cultivan odios regionales y se urden planes separatistas. Pero no son más que los rezagos de una realidad ya superada, los rescoldos de ese viejo país que se niega a morir, mientras emerge con fuerza y vigor el nuevo país del presente, construido colectivamente por las manos de millones de ciudadanos.