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Dos guarandeños en Carabobo

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Las luchas por la independencia rubricaron con sangre la hermandad hispanoamericana. Así, nuestro país recibió la generosa presencia de combatientes de países hermanos, algunos de los cuales entregaron la vida por nuestra libertad, pero de aquí salieron también numerosos luchadores que combatieron con valor heroico por la libertad de otros pueblos del continente.

Dos guerreros formidables de la independencia fueron los hermanos José Francisco y Juan Pablo Farfán, nacidos en Guaranda e hijos de Manuel Ambrosio Farfán y Juana Josefa Lezama.

De José Francisco se sabe que nació en 1782 y que muy joven viajó a la Nueva Granada junto con su hermano Juan Pablo, probablemente integrando la caravana de comercio que transportaba anualmente los fondos para la defensa de Cartagena. Se sabe también que ambos se quedaron por allá, trabajando como comerciantes en la ruta de Honda, hasta que se iniciaron las primeras luchas por la independencia, a las que se adhirieron con entusiasmo.

Más tarde, los dos hermanos emigraron hacia Venezuela, a consecuencia de las persecuciones del ‘pacificador’ español Pablo Morillo. Y allá se integraron al ejército llanero de José Antonio Páez, en el que ambos ganaron por su valor el grado de capitán. Con Páez hicieron las campañas del Arauca (1816), del Centro (1818) y de los llanos de Apure (1819).

En este última, Francisco fue uno de los 150 lanceros que arrasaron con el ejército español en la batalla de las ‘Queseras del Medio’ (3 de abril). Entonces era teniente coronel y de ahí nació su nombre de ‘Centauro de las Queseras’. Esa acción le ganó también la condecoración de la Orden de los Libertadores de Venezuela. En 1821 combatió con valor heroico en Carabobo y en 1823 tuvo papel protagónico en la toma de Puerto Cabello, donde cumplió la orden de tomar las baterías españolas de la fortaleza y se ganó con ello el grado de coronel.

Francisco era un hombre de casi dos metros de alto, de una fuerza hercúlea y un valor indomable. Pero era también un bolivarista apasionado y un líder popular. Por eso, cuando Páez separó a Venezuela de la Gran Colombia e impuso el gobierno de una oligarquía conservadora, Francisco y su hermano Juan Pablo se levantaron en armas en protesta por los abusos oficiales contra los antiguos soldados, a los que los mandones les negaban las tierras ofrecidas a cambio de su lucha.

Al fin, Páez tuvo que salir con su ejército a enfrentar a las fuerzas de los Farfán, que lo derrotaron al principio, pero luego fueron vencidos por él en Payara, donde murió Juan Pablo (1837). Francisco escapó a la Nueva Granada, país en el que luego combatió también al gobierno. Regresó otra vez a Venezuela, donde se piensa que murió hacia 1841.

Al escribir sus memorias, José Antonio Páez, ya anciano, escribió: “Francisco Farfán, de los centauros de la sabana, coronel. Lo expulsé varias veces, varias veces pensé fusilarlo, nunca lo hice. Hacían falta valientes para hacer la independencia y él era un valiente”.

El nombre de Francisco Farfán figura entre los héroes de Carabobo y está grabado en el conjunto monumental del mismo nombre.

El terrible Hermógenes Maza

Por: Dr.Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

En toda guerra hay héroes y malvados. Los unos personifican el bien, el sacrificio liberador, las virtudes del pueblo combatiente. Los otros son el símbolo del mal, del odio, de la crueldad indiscriminada, del irrespeto a las leyes de la humanidad. Pero unos y otros redondean la imagen completa de la guerra y su huracán de violencia.

Nuestra guerra de Independencia tuvo notables luchadores, que hoy figuran en el panteón de los héroes nacionales, pero tuvo también personajes oscuros, a los que les correspondió la tarea de ser los heraldos negros de la libertad.

Uno de ellos fue el coronel Hermógenes Maza, que ha pasado a la historia como un personaje sombrío, al que se le atribuyen multitud de crímenes y maldades. Pero una revisión de la historia nos muestra que Maza no fue estrictamente el malvado que nos pinta la leyenda, sino una herramienta cruel de la historia, a quien le correspondió vengar, odio por odio y sangre por sangre, a las víctimas de los realistas.

Nacido en Bogotá en 1792, en una linajuda familia criolla, tuvo muy buena educación y llegó a general de la independencia, aunque quedó registrado en la historia con los títulos de ‘ángel exterminador de los españoles’, ‘león de las serranías’, ‘jaguar de los Andes’ y otros por el estilo. Tuvo fama de sanguinario e inhumano, pero también de guerrero formidable y héroe de la Campaña Admirable en Venezuela.

Su mala fama venía de los tiempos de la ‘Guerra a Muerte’ decretada por Bolívar en 1814, para enfrentar el huracán de violencia y muerte desatado por las fuerzas realistas de Boves, que mataban sin piedad a los criollos.

Apresado por los españoles en 1815, tuvo larga prisión, sufrió terribles torturas y al fin logró huir y volver a Bogotá, donde halló que su familia había sido perseguida, su hermano muerto, sus compañeros de colegio fusilados y sus bienes confiscados. Ahí empezó su sed de venganza, que lo llevó a ejecutar fusilamientos masivos y a arrojar a ríos torrentosos a los prisioneros enemigos.

Después se convirtió en el arma terrible de las fuerzas libertadoras. Cada vez que las gentes de una región se mostraban fieles al rey y emboscaban a los republicanos, Maza era llamado para que ‘pacificara’ la zona y en breve tiempo exterminaba de raíz a las fuerzas enemigas, mediante fusilamientos, decapitaciones, confiscaciones y destierros.

Bolívar lo envió con Sucre para la campaña de independencia del actual Ecuador y aquí Maza hizo sentir su puño de hierro. Mientras Sucre salía de Guayaquil a combatir en la Sierra y era derrotado en el segundo Huachi, los realistas de Guaranda, dirigidos por el cura Benavides, trataron de acabar con las fuerzas patriotas que se replegaban hacia el puerto. Sucre los esquivó y dejó a Maza en la región para que la tuviera bajo control, mientras él volvía a Guayaquil y rehacía su ejército.

Maza aplicó entonces sus métodos de ‘pacificación’: persiguió y fusiló a los realistas, confiscó sus bienes y desterró a sus familias. Así impidió que ellos volvieran a alzar cabeza y trabaran el avance de Sucre hacia Pichincha, donde Maza peleó bravíamente. Más tarde fue denunciado ante el Libertador por sus abusos y violencias en Guaranda y este lo retiró del mando de la provincia y lo sometió a juicio militar, pero Maza fue finalmente absuelto.

El general Maza murió el 14 de julio de 1847 en Mompox, alcoholizado pero amado por el pueblo. No quiso confesarse y antes de morir dijo a los presentes: “Ahí les dejo su mundo de m…”.

En busca de un futuro socialista

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Es obvio que los bellos sueños de la utopía socialista no son fáciles de alcanzar, precisamente por causa del atraso y la miseria que agobian a las mayorías populares, a consecuencia del oprobioso sistema de explotación y dependencia que les impusieron las oligarquías y el colonialismo. Pero esos sueños son ahora más posibles que nunca, dado el formidable impulso de transformación y cambio que han emprendido nuestros pueblos.

Eso explica las premuras, arrebatos y hasta errores de nuestro tiempo, en la marcha hacia ese anhelado horizonte de justicia social. En ese marco deben entenderse los ensayos venezolano, boliviano y nicaragüense para construir un nuevo ‘Estado protector’, que vea por las necesidades básicas de los más débiles y olvidados. En fin, sobre ese mismo escenario debe entenderse también nuestra Revolución Ciudadana, que ha utilizado métodos de democracia directa para renovar el sistema político y ha creado mecanismos de protección para los más pobres y de estímulos para el desarrollo de una economía popular y solidaria. Todo ello sin descuidar el apoyo al sector productivo nacional y al desarrollo de un vigoroso mercado interno.

Desde luego, la revolución ha hecho suya la idea del Libertador Simón Bolívar acerca de que “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción” y es indispensable educarlo para que pueda ejercer su propia soberanía y discernir sobre su destino. Por otra parte, no hay socialismo posible sobre el atraso del país y la miseria de las mayorías, realidades que deben ser superadas para crear una base sólida de progreso y bienestar colectivo.

Por todo lo expuesto, la marcha hacia el socialismo requiere inevitablemente de un período de transición en el que deben lograrse, de modo paralelo, objetivos como estos:

1º. Instauración de una sostenida revolución educativa, que libere a las masas populares de la ignorancia y el fanatismo religioso, que las hacen proclives a la manipulación política de los medios, de los demagogos y de ciertas iglesias.

2º. Organización amplia y democrática de los trabajadores, que garantice la presencia crítica y creativa del pueblo en el proceso de construcción política y en los mecanismos de control social de la producción y la administración pública.

3º. Moralización y capacitación de la burocracia estatal, a fin de convertirla en un instrumento para el desarrollo y progreso del país.

4º. Promoción económica de las regiones más atrasadas, mediante estímulos fiscales y planes de desarrollo local, para evitar la creciente distancia entre regiones ricas y regiones pobres, que en el mundo entero se ha revelado como un germen de conflictos políticos.

5º. Refrenamiento a la formación de megaciudades, que terminan por convertirse en áreas de contaminación ambiental, y generación de cinturones de miseria y violencia delincuencial. Para ello debe promoverse el desarrollo del campo y deben crearse puestos de trabajo y estímulos fiscales para quienes opten por vivir en poblaciones pequeñas o invertir en ellas.

6º. Combate a la especulación generada alrededor de la plusvalía de la tierra y los bienes raíces.

Socialismo del siglo XXI (3)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

El llamado «socialismo del siglo XXI» es una idea-fuerza de gran atractivo, que recoge ideas del nacionalismo revolucionario, el justicialismo indígena y la teología de la liberación.

Es un ideario general que impulsa unos cambios anhelados por la población y exigidos por la historia, pero hallamos que exige la definición de algunas ideas básicas que debieran ser consideradas para cualquier proyecto socialista de nuestro tiempo:

Igualitario: “Igualitario desde el punto de partida”, como quería el socialista argentino Alfredo L. Palacios. Esto es, que si el espacio del interés público (socialista) tiene que convivir con el espacio del interés privado (capitalista), toca al Estado reducir al máximo las desigualdades sociales y brindar iguales oportunidades educativas, de salud y protección a todos los ciudadanos.

Equitativo: No basta reconocer la igualdad, sino equilibrarla con la equidad. A veces, la suma igualdad se convierte en suma desigualdad. Hace falta discriminaciones positivas a favor de los más débiles, pero también a favor de quienes tienen vocaciones especiales o capacidades excepcionales. “A cada quien según su necesidad; de cada quien según su capacidad”.

Democrático: Que garantice las libertades individuales y colectivas, en particular las libertades de información, expresión, asociación y acción política, el libre tránsito y migración de personas, los emprendimientos productivos, el acceso al crédito y a la tecnología.

Participativo: Que promueva la organización popular para la toma de decisiones políticas y para crear un sistema político participativo, proyectado ‘de abajo hacia arriba’.

Incluyente: Que busque incluir a todos los grupos y formaciones sociales existentes, cualquiera sea su origen étnico, procedencia nacional, edad, fe religiosa, género, orientación sexual o característica diferencial.

Justiciero: Que considere delitos sociales a los crímenes de lesa humanidad, la corrupción, el racismo, el odio ideológico o regionalista, las estafas colectivas, la producción y tráfico de drogas, el tráfico de personas, la trata de blancas y la promoción del fanatismo religioso.

Humanista: Que incluya la defensa irrestricta de los derechos humanos, tanto los individuales como los colectivos.

Ecologista: Que defienda y proteja a la naturaleza, único escenario posible para la vida humana, pero anteponiendo al hombre entre los seres naturales.

Laico: Que sea absolutamente aconfesional, esto es, que respete a toda expresión espiritual o culto religioso que exista en el país, pero que impida toda acción política de iglesias o grupos religiosos.

Integracionista: Que promocione los intereses nacionales y los de la Patria Grande latinoamericana, único espacio posible para la realización de un socialismo del siglo XXI, que vincule a nuestros países alrededor de grandes proyectos de desarrollo y los proyecte como una nueva fuerza de paz, equilibrio y entendimiento universal.

Universalista: Que, según el sabio consejo de José Martí, tenga las raíces hundidas en el propio suelo, pero se abra a todas las ideas, gentes y conocimientos del mundo, y también a formas de intercambio económico consensuadas, equitativas y mutuamente ventajosas

Socialismo del siglo XXI (2)

Por: Dr.Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

El socialismo democrático y el comunismo han compartido históricamente su crítica al capitalismo, a la explotación de clases y al Estado burgués, y han reivindicado aspiraciones comunes como el control social de la producción y el control político del Estado por parte de los trabajadores organizados, pero han divergido en cuanto a los medios de alcanzarlo.

Así, los comunistas de la tendencia bolchevique acuñaron como un dogma político la idea de que el único medio de romper con la dominación y explotación burguesas era mediante la toma revolucionaria del poder y la implantación de una ‘dictadura del proletariado’, con un partido único que debía actuar como vanguardia del pueblo. Esta dictadura debía tener como objetivos la eliminación de toda forma de poder capitalista y del sistema de clases, la expropiación absoluta a la burguesía y la estatización de todos los medios de producción. Y debía ser ejercida contra las clases y fuerzas enemigas mediante la violencia revolucionaria.

Por su parte, el socialismo planteó desde sus inicios la necesidad de implantar el socialismo con la más amplia democracia, lo que excluía de plano toda idea de partido único. Sin excluir el uso de métodos revolucionarios para enfrentar a la violencia de la derecha, no se planteaba como objetivo la eliminación de la oposición política, a la que consideraba como un elemento necesario de la vida democrática.

Estas concepciones fueron mantenidas tanto por los pensadores socialdemócratas, como por algunos socialistas revolucionarios, que propugnaban la transformación sustancial del sistema sociopolítico a la par que la profundización de la democracia.

Así, Rosa Luxemburgo propugnaba “crear una democracia socialista para reemplazar a la democracia burguesa, no para eliminar la democracia”. Sostenía también que el socialismo no podía establecerse por decreto, porque nadie poseía la fórmula para lograrlo, y que la construcción práctica del socialismo sería una tarea a desarrollarse en medio de errores, que solo podían corregirse mediante la libertad de crítica y la más amplia iniciativa popular.

“Al excluirse la democracia, se cierran las fuentes vivas de toda riqueza y progreso espiritual. Toda la masa del pueblo debe participar o, de lo contrario, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales”.

Hablando de la Revolución Rusa y de la ‘dictadura del proletariado’, afirmaba: “La vida socialista exige una completa transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de dominio de la clase burguesa. Pero el único camino al renacimiento pasa por la escuela de la misma vida pública, por la democracia y opinión pública más ilimitadas y amplias”.

En la culminación de su pensamiento político, Rosa Luxemburgo comprendía que las libertades públicas no son algo superfluo, un adorno de la vida política, sino un elemento imprescindible para la construcción de cualquier proyecto socialista. “La libertad solo para los que apoyan al gobierno, solo para los miembros de un partido, por numeroso que sea, no es libertad en absoluto. La libertad es siempre para el que piensa de manera diferente”.

Ideas para un socialismo del siglo XXI

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Se define como socialismo a una ideología que plantea la creación de un sistema político basado en la propiedad o control social de los medios de producción y el control democrático de las estructuras político-administrativas del Estado por parte de la ciudadanía.

El socialismo también señala que los fines de la acción política son la búsqueda del bienestar colectivo, la satisfacción de las necesidades básicas de todos los seres humanos y el imperio de la igualdad, la solidaridad y la justicia sociales, en una sociedad sin clases explotadoras o explotadas. Otro fin es la búsqueda e implantación del más amplio sistema de libertades individuales y colectivas, y otro más, la liberación de las capacidades creativas de todos los seres humanos, para ponerlas al servicio de la humanidad en su conjunto.

Esta definición coloca ya al socialismo en el lado opuesto del liberalismo, especialmente en lo relacionado con la propiedad y administración de los medios de producción (agricultura, industria, comercio, banca, transporte, producción científico-tecnológica), que la ideología liberal proclama que deben hallarse bajo propiedad y administración privadas, mientras que el socialismo busca se hallen bajo la propiedad o control de los reales productores, esto es, de quienes trabajan en esos medios o crean sus procesos tecnológicos, y no de quienes tienen el capital para comprarlos. Precisamente ahí radica el carácter anticapitalista del socialismo.

Históricamente, la ideología socialista ha estado también vinculada a las luchas de los trabajadores organizados y a la idea de un control social sobre la economía y la política, a través de organizaciones de la clase trabajadora o de la ciudadanía en su conjunto.

En lo económico, el objetivo socialista ha sido el de evitar que una minoría de ciudadanos ricos (burguesía), dueños de los medios de producción, pueda explotar y dominar a la mayoría de los ciudadanos, que no poseen más capital que su fuerza de trabajo (proletariado) e incluso a los pequeños propietarios o trabajadores independientes, que producen con su esfuerzo propio o mediante el trabajo de su familia (artesanos, pequeños campesinos, comerciantes o transportistas).

Y en lo político, su objetivo central ha sido evitar que la burguesía y sus representantes controlen y manejen a su favor el poder del Estado, dictando leyes beneficiosas a la clase burguesa y al sistema de propiedad privada, aplicándolas mediante el poder del Estado y juzgando implacablemente a quienes atenten contra el sistema político burgués.

Históricamente, la ideología socialista ha estado también vinculada a las luchas de los trabajadores organizados y a la idea de un control social sobre la economía y la política.

Campamentos educativos

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Además de los viejos problemas y dificultades legados por un pasado oprobioso, la Revolución Ciudadana ha debido enfrentar problemas de nuevo tipo, algunos de los cuales son resultantes de su propio éxito. Uno de ellos ha sido la falta de silos y bodegas suficientes para almacenar la creciente producción de cereales y leguminosas, resultante de su exitosa política de estímulo a la producción agropecuaria.

Cosa similar ha ocurrido en el campo educativo, donde los cambios en la educación pública han vuelto atractivo este servicio estatal y determinado una masiva migración de estudiantes desde la educación privada. Eso ha incrementado en más de un 30 % la matrícula en las escuelas públicas, lo cual es bueno para el país, pero ha puesto a correr a las autoridades educativas para dar respuesta a esa masiva llegada de alumnos.

Esto ha venido a constituirse en un verdadero reto histórico para el gobierno de la Revolución Ciudadana, que se ha empeñado en hacer de la educación el gran medio de renovación espiritual, modernización tecnológica y equidad social del Ecuador.

La respuesta del Ministerio de Educación ha sido digna del nuevo Ecuador: en un tiempo récord se ha construido en el litoral 30 campamentos educativos, con 600 aulas en total, para atender a 300 mil nuevos estudiantes. Y no se trata de carpas ni barracones de emergencia, sino de aulas provisionales muy bien construidas y que cuentan con todas las facilidades esenciales: mobiliario escolar, material didáctico suficiente, aire acondicionado, etc. Además, los campamentos cuentan con baños, canchas y áreas de recreación.

Un papel protagónico ha tenido en todo esto el joven ministro de Educación, doctor Augusto Espinosa, al que el país ha visto enfrentando personalmente esta emergencia educativa, atendiendo con buen ánimo los reclamos de los padres de familia y dándole al asunto una pronta y eficiente atención.

La idea de los campamentos educativos nos parece creativa y digna de aplauso, no solo porque ha resuelto una emergencia social, sino porque con ello ha encontrado solución para un viejo problema de la educación pública, cual es el de las tristemente célebres escuelas unidocentes’ del campo, donde un solo profesor, en una sola aula, debe atender al mismo tiempo a niños de varios grados.
El sueño del presidente Correa y del país entero es que haya Escuelas del Milenio en todas las zonas olvidadas del país. Pero mientras ese sueño avanza y esas escuelas de excelencia se construyen, los campamentos educativos vienen a ser una buena medida de transición entre el ayer oprobioso y el futuro anhelado.

Signos de identidad

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia

Las identidades nacionales están marcadas por signos y símbolos, es decir, por señales, indicios, figuras emblemáticas o representaciones de la realidad perceptibles por los sentidos. Eso es particularmente notorio en el ámbito de la música, donde las notas de un tango nos trasladan de inmediato al recuerdo de los países rioplatenses, mientras que las de un bambuco a imágenes mentales asociadas con Colombia y las de un corrido a recuerdos de México.

Del mismo modo, la identidad nacional ecuatoriana está hondamente vinculada a ritmos como el pasillo, el sanjuanito y el pasacalle. En sentido general, ello es el resultado de un proceso de difusión de nuestra música iniciado a comienzos del siglo XX, en el que tuvieron una acción protagónica los compositores de la «Escuela Nacionalista», casi todos ellos vinculados al Conservatorio Nacional creado por el general Alfaro en 1900. La emergencia de esa escuela fue un fenómeno casi paralelo a la propagación de la música grabada y ello dio lugar a una temprana difusión de la música ecuatoriana en el mundo. Un ejemplo de ello es el del pasodoble «Sangre ecuatoriana», obra del maestro Julio Cañar, que fuera grabada en 1935 por la gran orquesta argentina de tangos del maestro Enrique Rodríguez, que la difundió por el mundo. Otro ejemplo de esa difusión es la grabación que hicieran los grandes cantantes operáticos mexicanos Margarita Cueto y Juan Arvizu, hacia los años treinta y para la casa Víctor, de una colección de obras de los compositores ecuatorianos Francisco Paredes Herrera y Nicasio Safadi.

El éxito de aquellas grabaciones fue tal que la Víctor ensayó posteriormente otros duetos para que interpretaran música de compositores ecuatorianos.

Así surgieron los duetos de Margarita Cueto con Carlos Mejía, con Luis Álvarez, con Evaristo Flores y con Tito Guízar. Las canciones ecuatorianas grabadas por la mencionada casa disquera sumaron una veintena y contribuyeron a dar justa fama a nuestra naciente música nacional. Empero, la mayoría de esas canciones no volvió a grabarse posteriormente, ni en México ni en Ecuador, lo que las sumió en el olvido.

Sería de desear que ese patrimonio musical ecuatoriano fuese rescatado, tanto en sus partituras como en sus registros sonoros locales, dada la importancia de nuestros compositores ecuatorianos.
Pero lo más importante sería que esas canciones nacionales pasaran a ser conocidas por nuestros intérpretes y volviesen a ser grabadas, esta vez en Ecuador, pues forman parte de nuestra historia cultural.

La Revolución Liberal

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia del Ecuador

La historia oficial ha consagrado el 5 de junio de 1895 como el día en que estalló la Revolución Liberal, lo cual es una verdad a medias.

Lo cierto es que nuestra historia ha sido contada desde el centralismo de las grandes ciudades, que por este medio han buscado mostrarse como el ombligo del país. Pero en Ecuador hubo fenómenos trascendentales que se iniciaron en las márgenes del sistema, en las pequeñas provincias, y desde ahí se extendieron al resto del territorio.

Uno de ellos fue la Revolución Liberal, que en verdad se inició tiempo atrás, con los alzamientos en armas y combates de Milagro (12 de febrero de 1895), Guaranda (9 de abril), Chone (5 de mayo) y otras poblaciones.

La motivación inmediata fue el escándalo nacional causado por la llamada ‘Venta de la bandera’, un acto de corrupción oficial ejecutado por el gobernador del Guayas y expresidente Plácido Caamaño, pero que desprestigió a todo el gobierno del ‘progresista’ Luis Cordero.

Ello produjo una generalizada exaltación nacionalista, que los conservadores trataron de inclinar en su favor. Así, el 20 de febrero lograron que la guarnición militar de Ibarra se alzara en armas y proclamara la jefatura suprema de Camilo Ponce y Ortiz.

Y el 9 de abril, el mismo Ponce encabezó en Quito un motín armado que montó el Concejo Municipal de la ciudad, el que fue aplastado por fuerzas leales al gobierno de Cordero, que en la ocasión combatió arma en mano, pero que finalmente renunció a la Presidencia, que pasó al conservador Vicente Lucio Salazar.
Sin embargo, para el pueblo existían también otras motivaciones, de mayor peso, que habían sido denunciadas durante décadas por ese apóstol de la revolución que se llamaba Eloy Alfaro, tales como la tiranía oligárquica, la corrupción oficial y la represión a toda protesta social. Y eso explica la eclosión revolucionaria en muchas pequeñas ciudades y pueblos del país.

Entre tanto, en Guayaquil se reunía el «Gran Cacao» con los delegados conservadores de Quito y Cuenca, para negociar una componenda oligárquica. Ahí acordaron colocar en la Presidencia de la República al gran hacendado cacaotero Darío Morla, para que presida un gobierno gamonalicio y conservador del orden.

Pero los autores de ese contubernio no contaban con la reacción del pueblo guayaquileño y los trabajadores montubios de la zona próxima, que tomaron las calles del puerto y empezaron a aclamar la Jefatura Suprema de Eloy Alfaro.

Desbordada por el pueblo, la burguesía porteña no tuvo más que aceptar el liderazgo revolucionario de Alfaro, aunque, para curarse en salud, armó un gabinete de tres ministros con gente suya y se lo impuso al ‘Águila Roja’ cuando este llegó de Nicaragua. Uno de esos ministros fue el general Vernaza, que poco después, en plena campaña, entró en tratos con los conservadores de Quito y fue destituido por Alfaro, por traidor, tras la batalla de Gatazo.

El tema de la reelección

Por: Dr.Jorge Núñez Sánchez

En su mensaje anual a la Asamblea Nacional el presidente Correa ha vuelto a poner sobre la mesa el tema de la reelección indefinida de todos los cargos de elección popular. Y esto ha vuelto a alborotar el cortijo, donde políticos y analistas ensayan las más diversas teorías.

Según la oposición, se trata de un proyecto antidemocrático, encaminado a perennizar un sistema autoritario de gobierno y a someter a todos los poderes del Estado a la voluntad imperativa de un caudillo. Incluso hay sectores próximos a la Revolución Ciudadana que ven con cierto recelo la reelección indefinida de gobernantes nacionales y locales, y que preferirían la reelección tras un período intermedio. Así las cosas, hallamos que el asunto merece ser analizado en detalle.

Un primer punto a destacar es que la reelección que les molesta a los opositores no es la de alcaldes y prefectos, donde hay casos, como el de Guayaquil, en que les ha ido muy bien. Lo que les fastidia es la reelección presidencial, porque hallan que ahí no tienen oportunidad de ganar. Así, pues, la suya no es una posición de principios, sino un simple oportunismo: apoyan lo que les conviene y critican lo que les puede perjudicar.

Un segundo punto de análisis es la relación entre reelección y democracia. Y aquí hay que destacar que la reelección de los gobernantes es un mecanismo absolutamente democrático, aprobado tanto por la teoría como por la práctica.

En la teoría, unos pocos países prohíben la reelección de sus gobernantes, pero la gran mayoría lo permite de modo inmediato y algunos de forma indefinida. En la práctica, hay que recordar los casos emblemáticos de algunos países que tuvieron gobernantes por largos períodos.

En Alemania, Konrad Adenauer gobernó por 14 años, Helmut Kohl por 16 años y la señora Merkel lleva ya 9 años en el mando. En Inglaterra, Margaret Thatcher gobernó por 12 años. En Francia, Charles de Gaulle gobernó por 11 años y François Mitterrand por 14 años. En España, Felipe González gobernó por 14 años. Y en Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt fue elegido presidente por cuatro ocasiones y gobernó por 12 años.

Un tercer punto a enfocar es la cuestión psicosocial del liderazgo político, que no es algo que se puede inventar o fabricar de la nada, sino que surge de la realidad, sobre la base de una emoción colectiva. Los pueblos se identifican con líderes que tienen la virtud de sintonizar los anhelos de la mayoría y que logran inspirar y juntar a los demás para la consecución de un proyecto movilizador.

En fin, lo deseable es que el pueblo tenga la oportunidad de elegir al mandatario que guste y que lo haga sin cortapisas ni frenos, en elecciones limpias y abiertas a todas las ideas y proyectos políticos.

• 29 MAY 2014