Archivo de la etiqueta: Dr. Jorge Núñez Sánchez

Crímenes en nombre de la Pachamama (2)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Actualmente, en parte de Morona reina el terror impuesto por un grupo de indígenas shuar abanderados del etnicismo radical. Lo denuncian angustiadamente los colonos mestizos, que claman la protección del Estado frente a los abusos, violencias e intimidaciones de esos indígenas, que les roban ganado, les exigen el pago de ‘vacunas’ y les amenazan de muerte.

Esto nos exige que reflexionemos sobre el tema. Nadie escoge su familia, etnia, lugar de nacimiento o color de la piel. Esas son cosas que nos vienen dadas por el destino y que no pueden ser usadas para que nos discriminen o discriminemos a otros. No más indígenas o afroecuatorianos discriminados por serlo, pero tampoco mestizos vistos como seres de segunda categoría.

La Constitución, en su artículo 11, consagra el principio de que “todas las personas son iguales y gozarán de los mismos derechos, deberes y oportunidades” y agrega que: “Nadie podrá ser discriminado por razones de etnia, lugar de nacimiento, edad, sexo, identidad de género, identidad cultural, estado civil, idioma, … condición socioeconómica, condición migratoria,… ni por cualquier otra distinción, personal o colectiva, temporal o permanente, que tenga por objeto o resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos”.

En cuanto a los territorios ancestrales, es cierto que la Constitución garantiza los de los pueblos indígenas, pero señala también que “el contenido de los derechos se desarrollará de manera progresiva a través de las normas, la jurisprudencia y las políticas públicas” (art. 11, literal 8).

Pienso que esa progresividad debe expresarse, entre otras cosas, en una delimitación precisa de los territorios ancestrales, para precautelar los derechos tanto de los indígenas como de los demás habitantes de la Amazonía y evitar conflictos entre ellos. Y debemos recordar siempre que, en una república moderna, los ‘derechos ancestrales’ terminan donde comienzan los derechos humanos y los derechos ciudadanos.

En cuanto al dilema entre extractivismo o protección de los recursos, este debe resolverse mediante el diálogo, el debate y finalmente la decisión política de todo el país, porque lo que está en juego no son solo los intereses de tal o cual comunidad, sino los del Ecuador entero.

Hay ciertas comunidades indígenas que claman contra el extractivismo, pero son activas participantes en la minería ilegal, en asocio con mineros de dudoso origen. He visto zonas del Oriente arrasadas por esa minería, que ha removido con retroexcavadoras la capa superficial de la tierra para extraer el oro contenido en ella.

Así, pues, esas comunidades no son antimineras o antiextractivistas, sino gentes interesadas en que siga la minería ilegal, que es la más depredadora de todas, pues destruye tierras, envenena ríos y mata especies.

Soy de los que creen que el tema de la minería no está agotado y que hace falta un grande y abierto diálogo nacional sobre la cuestión minera, donde el país pueda evaluarla con realismo y sin argumentos falsos o ilusorios, para luego tomar decisiones por la vía democrática, que es la electoral.

Pero creo que eso solo podrá lograrse si reconocemos previamente la realidad existente y, a partir de ella, vamos sentando bases para ese amplio debate nacional, que debe ser alimentado por razones técnicas. No va a ser el terrorismo de unos pocos el que nos imponga a los demás su punto de vista.

Crímenes en nombre de la Pachamama (2)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Actualmente, en parte de Morona reina el terror impuesto por un grupo de indígenas shuar abanderados del etnicismo radical. Lo denuncian angustiadamente los colonos mestizos, que claman la protección del Estado frente a los abusos, violencias e intimidaciones de esos indígenas, que les roban ganado, les exigen el pago de ‘vacunas’ y les amenazan de muerte.

Esto nos exige que reflexionemos sobre el tema. Nadie escoge su familia, etnia, lugar de nacimiento o color de la piel. Esas son cosas que nos vienen dadas por el destino y que no pueden ser usadas para que nos discriminen o discriminemos a otros. No más indígenas o afroecuatorianos discriminados por serlo, pero tampoco mestizos vistos como seres de segunda categoría.

La Constitución, en su artículo 11, consagra el principio de que “todas las personas son iguales y gozarán de los mismos derechos, deberes y oportunidades” y agrega que: “Nadie podrá ser discriminado por razones de etnia, lugar de nacimiento, edad, sexo, identidad de género, identidad cultural, estado civil, idioma, … condición socioeconómica, condición migratoria,… ni por cualquier otra distinción, personal o colectiva, temporal o permanente, que tenga por objeto o resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos”.

En cuanto a los territorios ancestrales, es cierto que la Constitución garantiza los de los pueblos indígenas, pero señala también que “el contenido de los derechos se desarrollará de manera progresiva a través de las normas, la jurisprudencia y las políticas públicas” (art. 11, literal 8).

Pienso que esa progresividad debe expresarse, entre otras cosas, en una delimitación precisa de los territorios ancestrales, para precautelar los derechos tanto de los indígenas como de los demás habitantes de la Amazonía y evitar conflictos entre ellos. Y debemos recordar siempre que, en una república moderna, los ‘derechos ancestrales’ terminan donde comienzan los derechos humanos y los derechos ciudadanos.

En cuanto al dilema entre extractivismo o protección de los recursos, este debe resolverse mediante el diálogo, el debate y finalmente la decisión política de todo el país, porque lo que está en juego no son solo los intereses de tal o cual comunidad, sino los del Ecuador entero.

Hay ciertas comunidades indígenas que claman contra el extractivismo, pero son activas participantes en la minería ilegal, en asocio con mineros de dudoso origen. He visto zonas del Oriente arrasadas por esa minería, que ha removido con retroexcavadoras la capa superficial de la tierra para extraer el oro contenido en ella.

Así, pues, esas comunidades no son antimineras o antiextractivistas, sino gentes interesadas en que siga la minería ilegal, que es la más depredadora de todas, pues destruye tierras, envenena ríos y mata especies.

Soy de los que creen que el tema de la minería no está agotado y que hace falta un grande y abierto diálogo nacional sobre la cuestión minera, donde el país pueda evaluarla con realismo y sin argumentos falsos o ilusorios, para luego tomar decisiones por la vía democrática, que es la electoral.

Pero creo que eso solo podrá lograrse si reconocemos previamente la realidad existente y, a partir de ella, vamos sentando bases para ese amplio debate nacional, que debe ser alimentado por razones técnicas. No va a ser el terrorismo de unos pocos el que nos imponga a los demás su punto de vista.

Un dilema trascendental

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Realmente resulta trascendental el dilema que nuestro pueblo deberá enfrentar en las próximas elecciones de febrero: decidir si continúa en Ecuador el formidable proceso de desarrollo nacional iniciado con la Revolución Ciudadana o si regresamos a la vieja politiquería del pasado, cuyos únicos beneficiarios eran los grupos oligárquicos y sus comparsas.

La oligarquía y sus servidores mediáticos saben la importancia de lo que está en juego en las elecciones de febrero y, por eso mismo, han extremado su perversa campaña de desinformación y calumnia. No hay personaje que se salve de sus acusaciones viles, de sus sospechas ruines, de sus ofensas infundadas. No hay obra del actual gobierno que no sea mostrada como un atraco, ni proyecto de ley que no merezca una retorcida interpretación.

Es que la derecha oligárquica y la izquierda torcida saben muy bien que un triunfo de Lenín Moreno acabaría por sepultarlos definitivamente y por eso luchan con la fuerza de la desesperación.

Por suerte nuestro pueblo ya no es la masa ignara de otros tiempos, a la que se compraba con camisetas, gorras y falsas promesas, como aquella de ‘Pan, techo y empleo’. Después de diez años de Revolución Ciudadana ha aprendido a distinguir entre la palabrería vacua de los demagogos y las obras concretas de un gobierno revolucionario.

Esas obras no son ofertas de campaña, sino resultados ciertos de una transformación política sin precedentes en la historia nacional: carreteras, hospitales, nuevos puertos y aeropuertos, grandes centrales hidroeléctricas para producir energía limpia, nuevas universidades para el desarrollo artístico, científico y pedagógico. Además de estas grandes obras, que apuntalan el desarrollo nacional, el pueblo ha sentido directamente los beneficios de la revolución: escuelas del milenio y colegios de última tecnología, miles y miles de becas para jóvenes talentosos salidos de nuestro pueblo, una justicia remozada, una Policía eficiente y atenta, un sistema médico abierto al pueblo y con medicinas gratuitas.

Y eso para no hablar del sistema de protección y cuidado a las personas con capacidades especiales, creado y dirigido precisamente por el actual candidato presidencial Lenín Moreno.

El dinero para financiar esa formidable obra pública ha salido de los recursos del Estado, es decir, de los ahorros nacionales. Es el mismo dinero que antes engordaba a las oligarquías y a su comparsa electoral, la partidocracia. Son los mismos recursos que antes engordaban a las empresas extranjeras.

¿Se acuerdan de la célebre ‘sucretización’ de Osvaldo Hurtado? ¿Se acuerdan del ‘lleve de la Perimetral’, en tiempos de León Febres-Cordero? ¿Se acuerdan de ‘Flores y Miel’, en tiempos de Sixto Durán-Ballén? ¿Se han olvidado del feriado bancario de Jamil Mahuad y de Guillermo Lasso? ¿Quieren volver al nepotismo y malos manejos del ‘dictócrata’?

No, nuestro pueblo no ha olvidado nada de ello. Siguiendo la famosa consigna correísta de ¡Prohibido olvidar!, guarda memoria de cada atraco de la derecha, de cada saqueo de la oligarquía. Es más, conoce a cada candidato opositor y sabe de sus acciones del pasado.

Pero ante la avalancha mediática y la monstruosa campaña de ofensas y calumnias montada por la derecha, muchos seguidores de la Revolución Ciudadana prefieren guardar silencio ahora y prepararse sigilosamente para resolver el dilema que tienen por delante. En las próximas elecciones rayarán Sí en la consulta y votarán todo, todito 35.

Fiestas cívicas

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Respecto de las fiestas cívicas, los ecuatorianos pareciéramos estar condenados a una eterna y curiosa guerra civil: eterna, porque no termina nunca, y curiosa, porque se desarrolla al interior de cada uno de nosotros, donde compiten entre sí nuestras raíces históricas y culturales.

Cada seis de diciembre, mientras los cabildos quiteños reivindican su tradición hispanista, hay un sector de la población que se siente ofendido por la celebración de la conquista española y del asentamiento de la villa de San Francisco de Quito, fundada meses antes por Diego de Almagro. Si a lo anterior agregamos la paralela celebración que hacen las principales ciudades del país, tanto de su fecha de independencia como de su fecha de fundación española, el panorama del conflicto interior parece estar completo.

Cinco siglos después de la conquista y dos siglos después de la independencia, la pervivencia de esos encontrados sentimientos muestra el vigor de nuestras diversas memorias colectivas, pero plantea también la necesidad de una paz definitiva en nuestro espíritu. Una paz que nos permita reencontrarnos, como nación y como república, con nuestros diversos orígenes étnicos, expresiones culturales y afinidades políticas.

Y es que podemos ser conscientes de lo que significó la conquista europea, con su carga de violencia y destrucción de numerosas culturas nativas, y tener una paralela lucidez sobre los valores de nuestra independencia nacional, conseguida al costo de abundante sangre, sudor y lágrimas.

Finalmente, sobre la base de esa doble conciencia histórica, podemos asumirnos como lo que somos: una nación mayoritariamente mestiza, con importante presencia de pueblos indígenas y afrodescendientes, que todavía lucha por resolver los problemas legados del colonialismo y prolongados por la república oligárquica. Dentro de ese panorama, resulta lamentable que haya sectores sociales que busquen imponer un hispanismo a ultranza y sigan con la añoranza de la Madre Patria perdida. Otros, por su parte, viven con la añoranza del retorno a un incario imaginado, olvidando que los incas fueron también conquistadores y se impusieron sangrientamente a los pueblos nativos.

Es, pues, hora de reconocer las derrotas de la conquista y los triunfos de la independencia, hora de asumir con dignidad nuestros varios orígenes étnico-culturales, hora de ver a nuestras ciudades como el resultado de un esfuerzo colectivo, hora de enorgullecernos de esta lengua que tiene aportes castellanos, pero también indígenas, africanos y sefarditas.

Nuestro idioma nacional, el castellano de América, es quizá la mayor y mejor expresión de nuestro ser mestizo. Los ecuatorianos e hispanoamericanos de hoy no hablamos como los conquistadores y tampoco como los españoles de hoy. Hablamos una lengua nueva, surgida de ese choque, convivencia y convergencia cultural producidos durante cinco siglos. Una lengua que se ha vuelto universal y que es, hoy mismo, la segunda más hablada a nivel internacional, después del inglés. Una lengua que, según afirman sociólogos de EE.UU., será la lengua más hablada en ese país dentro de unos cincuenta años.

Pero volvamos al tema original para decir que, entre las fiestas cívicas, yo prefiero celebrar las fiestas que marcan y reafirman nuestra independencia: el Diez de Agosto, el Nueve de Octubre, el Tres de Noviembre, el Diez de Noviembre y otras similares.

Jorge de la Torre y su historia novelada

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

La memoria de una persona inteligente y lúcida muchas veces resulta siendo la historia de una familia, de una generación y de un tiempo o época. Y también es, de modo inevitable, la historia de una población, una ciudad o una región, porque no puede entenderse la vida humana, tanto individual como colectiva, al margen del escenario geográfico en que esta se desenvuelve.

El centro de esta historia novelada es Chimbo, esa bella y recoleta ciudad castellana enclavada entre los riscos andinos, pero no lejana a los calientes declives de la cordillera. Una ciudad que figura entre las primeras fundadas por los españoles en nuestro país ecuatoriano, y que por lo mismo disputa con el Puerto Viejo de Guayaquil y los dos Quitos, Santiago y San Francisco, el procerato de la hispanidad en el actual Ecuador.

Y Chimbo no desmerece esa primacía. Basta mirar su formidable trazo urbano, extendido entre pocas y largas calles rectas y tres amplias plazas, para apreciar su morfología castellana, embellecida por una arquitectura criolla, levantada a base de estructuras de madera y adobones de estilo árabe, adornada con graciosas ventanas y celosías y cubierta de tejas de tipo español. ¡Ah! Y no podemos olvidar su gastronomía, en la que se entrecruzan graciosamente los antiguos sabores del mundo indígena y los espléndidos platos de la también antigua cocina popular castellana.

Allí y en alguno de sus pueblos circundantes, que es precisamente el mío, Chapacoto, es donde se desenvuelve la trama de esta historia novelada, cuyos personajes son gentes perfectamente identificables, a las que el autor ha rodeado de luminosa fantasía para dar a su obra un viso de formalidad novelesca.

Porque, la verdad sea dicha, este libro no es estrictamente una novela, sino más que eso: es un vuelo intelectual que reconstruye desde la memoria el drama colectivo de todo un pueblo, pero viéndolo desde la vertiente de la fiesta y la alegría, de las palabras y las ideas, de los caracteres humanos y los conflictos vocacionales de la juventud. Hallo que, técnicamente hablando, este libro es la suma de recuerdos de un niño que luego es adolescente, el que filma con ojos absortos, graba con oídos atentos y aprecia con aguda perspicacia todos los sucesos, palabras y conflictos de un pueblo mágico clavado entre montañas, una suerte de Macondo andino.

Así como la fotografía congela para siempre un instante del tiempo y lo vuelve eterno, así mismo la memoria de Jorge de la Torre ha capturado imaginativamente el tiempo de su infancia y juventud y lo ha eternizado en la literatura.

Jorge, el memorioso, es el personaje omnipresente de esta obra. Está aquí y allá, metido entre las gentes de su pueblo, pero no para hurgar sus pequeñas miserias y gestos cotidianos, sino para beberles las esencias, las ideas, las voces, las emociones, que el autor utiliza finalmente para construir este gran fresco de la vida del Chimbo de los cincuenta y sesenta, que aparece ante los sorprendidos ojos del lector como una pequeña comedia humana, en donde afloran todas las grandezas y banalidades de esa sociedad local.

Pareciera ser la recuperación de la memoria feliz de la infancia y adolescencia de un muchacho crecido entre amigos mayores y tíos bohemios. En cierto modo es la añoranza de un pasado gozoso que ya no volverá, pero también una recuperación mental de la imagen de los seres amados y de las gentes conocidas que dejaron huella en la historia de su tiempo y en el espíritu del memorioso.

Estados Unidos y la resistencia popular

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

El triunfo de Donald Trump ha destapado una variedad de contradicciones sociales que estaban ocultas bajo la alfombra. La principal de ellas es la existencia de una corriente antisistema que viene desde la izquierda, cuya única manifestación masiva se había dado poco antes, en los actos de respaldo al candidato socialdemócrata Bernie Sanders.

Pero no es la única contradicción. También está la agudizada diferencia de opinión política entre el campo y la ciudad, donde, en general, el uno es conservador y la otra es más abierta y progresista, aunque hay excepciones. Y está también la radical oposición entre la costa noreste, Minnesota y la costa occidental, todas liberales y abiertas a nuevas ideas, y la costa sureste y el medio oeste, bastiones de las ideas conservadoras y racistas.

El panorama se redondea con la curiosa y muy poblada Florida, de gran identidad latina, donde el conservatismo de los cubanos y venezolanos emigrados empieza a ser equilibrado por la creciente presencia puertorriqueña, más bien liberal.

Un caso muy particular es el de California, tradicionalmente avanzada y vanguardista en asuntos políticos y sociales, donde ha empezado a surgir una tendencia separatista respecto a Estados Unidos, que por ahora no propone una ruptura total, pero sí formas de autodeterminación y autogobierno.

Y están finalmente los afroamericanos, desgarrados entre su oposición al racismo, que los agrede y humilla, y su recelo frente a la llegada de inmigrantes que les disputan sus fuentes de trabajo.

Hasta ahora todo eso se expresaba en tono menor y con baja intensidad, pero el triunfo de Trump ha destapado esa olla de grillos. Los racistas y supremacistas blancos han acrecentado su agresividad y la izquierda ha puesto en marcha una serie sistemática de manifestaciones de resistencia al presidente electo y a sus seguidores. También hay signos de creciente crisis en los dos partidos tradicionales. Muchos republicanos, de ideas neoliberales, se erizan ante el conservatismo proteccionista de Trump y los legisladores que los representan seguramente buscarán frenar o sabotear los planes proteccionistas del magnate. A su vez, los demócratas de izquierda, seguidores de Sanders, proclaman que el Partido Demócrata pertenece a los trabajadores y han iniciado una campaña para reconquistar la organización de manos de los políticos profesionales que lo habían tomado bajo su control.

Todo parece indicar que esa creciente movilización popular que se extiende por el país, donde los jóvenes tienen un papel protagónico, no es solo una expresión de descontento ante el triunfo de Trump y una proclama de resistencia a sus planes racistas, sexistas y xenófobos. Es también el descubrimiento de que otro país es posible, un país como el que Sanders perfiló con su ‘idea radical’: un nuevo tipo de economía, que beneficie más a los trabajadores que a los millonarios. Un salario mínimo de $ 50 por hora. Igualdad de remuneración para las mujeres. Educación universitaria gratuita y pagada por el Estado. Seguro médico gratuito y universal, por ser un derecho humano. Duros impuestos a los especuladores de Wall Street. Más trabajo y educación y menos cárceles. Combate eficiente al calentamiento global. Sanders perdió ante Clinton en su puja por la candidatura demócrata, pero parece proyectarse como el ideólogo de una revolución política que empieza a tomar cuerpo entre el pueblo estadounidense.

Trump, el proteccionista

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Donald Trump, el presidente electo de Estados Unidos, ha sido visto y caracterizado principalmente por sus posiciones racistas, sexistas y xenófobas. Menos conocidas, pero no menos ciertas, son sus posiciones económicas proteccionistas y sus ideas aislacionistas en materia internacional, que implican una vuelta al revés en la tradicional política ejercitada desde la Casa Blanca, tanto por demócratas como por republicanos.

Trump parte de la idea fuerza de que Estados Unidos se halla en una grave crisis económica y social interna, en parte, a causa de la migración de empresas y capitales estadounidenses hacia otros países, donde pueden pagar salarios más bajos que en su propio país.

Adicionalmente considera que buena parte de la culpa de esa crisis la tienen las políticas de libre comercio impulsadas por los propios Estados Unidos y cuya mayor expresión son los tratados suscritos con este fin, en especial el Tratado de Libre Comercio para la América del Norte (TLCAN) que mantiene con Canadá y México. Atribuye a este convenio la fuga de empresas estadounidenses hacia el vecino del sur, con ánimo de pagar salarios e impuestos más bajos, lo que, en su opinión, les permite bajar costos y competir deslealmente con las empresas que se quedaron en EE.UU.

Frente a tal situación, propone varias medidas complementarias. La primera, denunciar y romper el TLCAN, al que califica como “el peor acuerdo comercial de la historia que haya firmado Estados Unidos”. La segunda, poner impuestos del 20 al 25 por ciento a las mercancías de bajo precio que llegan desde China y otros países del mundo, para crear un mercado interno protegido que estimule la recuperación económica y laboral de EE.UU.

Una tercera idea suya es la de obligar legalmente a las empresas estadounidenses a repatriar capitales e invertir en su propio país, para crear empleo. Y hay una cuarta verdaderamente brutal: deportar masivamente a los trabajadores latinos indocumentados, a los que acusa de ser ‘criminales’ que roban trabajo a los habitantes WASP, es decir, a los blancos, anglosajones y protestantes.

Han sido precisamente estos planteamientos los que le han ganado el voto de muchas gentes pobres de su país y le han permitido triunfar en varios estados afectados por la crisis industrial y el desempleo, en lo que constituye una reacción popular parecida a la que aprobó el Brexit inglés.

Pasemos ahora a ver el panorama de la política exterior. Siguiendo esa línea de pensamiento nacionalista y proteccionista, Trump considera que el otro gran causante de la crisis interna de Estados Unidos ha sido el derroche de recursos en aventuras militares en Medio Oriente y Asia, y el sostenimiento del enorme aparato militar de la OTAN.

Es sabido que el presidente electo se opuso a la guerra de Irak en 2003 y que en la reciente campaña criticó duramente a las acciones intervencionistas de Hillary Clinton en Libia y Siria, mientras ejercía como Secretaria de Estado de Obama.

Ahora hay quienes piensan que Trump buscará sacar a su país de esas ‘guerras inútiles’ que ha heredado de Obama y limitará la creciente confrontación que la OTAN ha creado con Rusia en escenarios como Ucrania, los países bálticos y el mar Negro.

Sin duda eso contribuiría a la paz mundial y sería una adecuada respuesta a los ataques del presidente ucraniano Poroshenko a su candidatura y un paso práctico hacia la consolidación de la mutua simpatía que une a Trump con Vladimir Putin.

La atracción de lo prohibido

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

La atracción por lo prohibido se instaló en el mundo desde que Eva, nuestra mítica madre universal, comió la manzana ofrecida por la serpiente y Adán, su compañero, comió también los frutos del árbol del bien y del mal, irrespetando la prohibición de su creador.

Y desde entonces esa atracción nos impele a buscar lo prohibido e irrespetar las restricciones de la autoridad, máxime si se trata de mandatos absurdos, como aquellos que prohíben cantar ciertos temas o a ciertas horas leer determinados libros o seguir ideas consideradas peligrosas.

Recuerdo la secreta emoción con que los estudiantes de colegio nos pasábamos por debajo de la mesa los libros de José María Vargas Vila, ese colombiano audaz que irrespetaba la sintaxis oficial, hacía reflexiones libidinosas sobre los pechos de la mujer o nos planteaba ideas rebeldes y anarquistas contra el sistema. Y no era que sus libros estuviesen oficialmente prohibidos por el colegio laico o las autoridades, sino que instintivamente intuíamos que formaban parte de una literatura subversiva, inquietante y perturbadora del orden establecido.

Con los libros de Juan Montalvo ocurría algo distinto. Aunque su estilo era igualmente rebelde y agitador, y terriblemente crítico con la Iglesia y los conservadores, este autor no iba a contracorriente de la gramática, sino que, por el contrario, era un verdadero esteta del idioma, no hablaba de asuntos lujuriosos y proclamaba una moral laica de tipo republicano. Será por eso que sus libros sí estaban en la biblioteca de mi colegio y hasta entre los libros de mi abuelo y de mi padre.

En esos mis inquietos 15 años descubrí también que había ideas y periódicos prohibidos. Alentado por un amigo mayor, empecé a leer el periódico comunista El Pueblo y luego pasé a distribuirlo reservadamente entre mis compañeros, lo que fue descubierto por las autoridades del colegio y me valió la expulsión por una semana. Desde entonces me quedó el empeño de leer todos los libros prohibidos que estuviesen a mi alcance, fuese que se hallasen censurados por cualquier autoridad o simplemente mal vistos por la “opinión sensata”. Así, me bebí el Decamerón, de Boccaccio; la Manon Lescaut, del abate Prévost; El amante de Lady Chaterley, de Lawrence; las obras del Marqués de Sade; la Historia del Ojo, de Battaille; todos los Trópicos de Miller, la Lolita de Navokov y, claro, la obra de los poetas malditos franceses y la de Poe, y ciertos poemas incendiarios de nuestro entorno, como también esa novela porteña desaparecida por una suerte de conspiración de alta clase: La niña Pichusa, de Martín Arellano.

Ya en el plano político, leí todo lo que me era alcanzable: los clásicos del liberalismo radical, del anarquismo y del marxismo, las Páginas del Ecuador, de Marieta de Veintimilla; la obra de los Flores Magón, los textos políticos de Vargas Vila, los libros y panfletos del ‘Indio’ Uribe, los manifiestos de Zapata y de Sandino, los libros de Roberto Andrade, los discursos de Gaitán y de Allende, los Diarios del Che y los opúsculos de Fidel Castro, las obras políticas de Juan Bosch, entre otros.

Y sigo en esas. En estos meses he coordinado una obra de varios autores titulada Libros, ideas e imágenes prohibidos en el Ecuador, que acaba de ser publicada por la Academia Nacional de Historia. Creo que es buen abreboca para rememorar las prohibiciones de nuestra historia.

Pensar la ciudad (2)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Durante los tres siglos de vida colonial, las ciudades hispanoamericanas se convirtieron en el referente de un mundo nuevo que surgía al otro lado del Atlántico. Convertidas en centros administrativos del mundo colonial, concentraron en su seno los espacios de autoridad y manifestaciones de cultura, tales como palacios y casas reales, edificios municipales, iglesias y conventos, colegios y universidades.

Las iglesias y catedrales elevaron sus cúpulas hacia el cielo y marcaron de modo impresionante la presencia del cristianismo en América, que se expresaba también en la presencia de monasterios y conventos, que en ocasiones eran centros de recogimiento espiritual y creación artística, especialmente los femeninos, pero en ocasiones eran núcleos de disipación moral o conflicto político. Y junto a ellos pululaba un ejército de prebendados, curas, frailes, monjas y seminaristas, que daban colorido a la ciudad.

En las urbes de aquel tiempo surgieron también los primeros colegios y universidades, unos pocos destinados a educar a la élite indígena, para asimilarla más prontamente al sistema de poder, pero en su mayoría enfocados a la educación de los hijos de españoles asentados o nacidos en América. En el caso quiteño, los primeros colegios fueron el Colegio de Caciques de San Andrés, fundado por los franciscanos en 1553, el jesuita Colegio de San Luis, creado en 1592 y el dominico Colegio de San Fernando, fundado en 1688.

A su vez, las universidades surgieron como un complemento de los colegios. Los agustinos crearon en 1586 la Universidad de San Fulgencio, los jesuitas la de San Gregorio Magno, en 1651, y los dominicos la de Santo Tomás de Aquino, en 1681. En 1786, tras la expulsión de los jesuitas, el rey Carlos III dispuso la creación de la Real y Pública Universidad de Santo Tomás, refundiendo en una sola las dos últimas y poniéndola bajo la autoridad del obispo.

Naturalmente, la ciudad se convirtió desde sus inicios en activo centro de intercambio comercial de su respectiva región, con lo cual florecieron en cada una de ellas barrios enteros de tratantes de comercio, que ofrecían mercaderías de Castilla u otras regiones europeas e incluso mercerías chinas llegadas a América en el galeón de Manila. Otro sitio simbólico fue el mercado de la ciudad, donde se vendían productos alimenticios de la tierra, aves en pie y carnes, todo bajo la custodia y regulación de las autoridades municipales, que vigilaban pesas y medidas y controlaban precios.

Las ciudades fueron también centros de actividad artesanal. En el caso de Quito, hubo calles de plateros y orfebres, y barrios de carpinteros, sombrereros, sastres, zapateros y otros, así como fábricas de tabaco y loza. Los pintores y talladores coloniales, reconocidos hoy como grandes artistas de la denominada ‘Escuela Quiteña’, no merecían en su tiempo otra consideración que la de hábiles artesanos. La fábrica de tabaco fue una extensión del presidio urbano, pues en ella laboraban presos de poco peligro, como vagos, prostitutas y rateros.

En cada capital territorial funcionaba una audiencia, que era a la vez tribunal de justicia y cuerpo gubernativo asesor. Este tribunal y otros menores dieron lugar a una pléyade de abogados, tinterillos, secretarios y copistas que inundaban la ciudad y que sentaron las bases de esa cultura de jurisperitos que existe hasta hoy.

Pensar la ciudad (1)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Las ciudades son quizá el más acabado producto de la cultura humana. Desde los más lejanos tiempos, ellas marcaron la voluntad del hombre por romper con el aislamiento impuesto por la naturaleza, para vivir en sociedad. Por eso, su presencia marcó el ascenso de las culturas y el poder de las civilizaciones.

Pero con las ciudades llegó también la complejidad de la vida social urbana, la acumulación acelerada de capital, el enriquecimiento exponencial de unos a la par que el empobrecimiento visible de otros. Asomaron también los filósofos, los negociantes, los viajeros, los juglares, las cantinas y las prostitutas, antes elementos inexistentes o disimulados bajo la paz del villorrio.

De ahí que los teólogos de la Edad Media llegaran a sostener que las ciudades no figuraban entre las cosas creadas por Dios y citadas en las Sagradas Escrituras, concluyendo que, por tanto, eran una evidente creación del demonio.

Pero lo cierto es que las ciudades fueron el espacio ideal para el levantamiento de los grandes templos y catedrales, que vinieron a constituirse en signos de identidad urbana, alrededor de los cuales se levantaban palacios y edificios del poder y también barrios especializados por su función: de tratantes y comerciantes, de universidades y centros educativos, de residencias de ricos, de habitáculos de pobres.

Cuando los europeos llegaron a América, se encontraron con grandes y pequeñas ciudades indígenas. La mayor de ellas era la mexicana Tenochtitlán, que al momento de la conquista tenía cien mil habitantes y triplicaba en población a las dos mayores ciudades europeas, París y Sevilla, que tenían treinta mil habitantes cada una.

Fundar poblaciones, villas y ciudades se convirtió para los conquistadores españoles en tarea fundamental. Muchas veces lo hacían siguiendo las Ordenanzas de Poblamiento del rey Felipe II, que instruían sobre la búsqueda de terrenos aptos para ello, que fueran planos, fáciles de defender, fértiles, con agua corriente y buenos aires. Otras veces lo hacían sobre las ruinas humeantes de las poblaciones indígenas conquistadas por la fuerza.

Esas ordenanzas instruían también sobre el trazado esencial de las nuevas ciudades, que debía ser hecho en cuadrícula a partir de una plaza central, alrededor de la cual se debían ubicar los símbolos del poder: la iglesia o casa de Dios, la casa o palacio real, la casa cural o palacio episcopal y la casa municipal, para representar al poder divino, al poder real, al poder eclesiástico y al poder de la ciudadanía, en su orden.

De este modo, con la colonización española nació un nuevo trazado de ciudad, concebido tras una idea teológica del orden, expresada en calles rectas, entrecruzadas entre sí mediante ángulos rectos, para simbolizar la vida recta que debían llevar sus habitantes. Un cabildo de ciudadanos, pero dependiente del poder real, administraba la vida urbana.

En cuanto a la población indígena que vivía aisladamente en el campo, fue forzada a vivir en pueblos o reducciones que facilitaran su adoctrinamiento religioso y el fácil manejo de la mano de obra. También esos pueblos fueron trazados mediante el sistema cuadricular y tuvieron un cabildo menor para su administración.