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La universidad en la mira

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Aún no comienza oficialmente la campaña electoral y ya se ven en el horizonte las nubes de la demagogia y el oportunismo. Una de las mayores está constituida por el empeño que muestran la derecha y cierta izquierda desorbitada por volver al tristemente célebre ‘libre ingreso’ a las universidades.

Para la derecha se trata de una oferta demagógica, que busca ganar votos entre los jóvenes menos capacitados, que no han aprobado los exámenes de aptitud o temen no hacerlo. Y el candidato Lasso la ha planteado muy suelto de huesos, seguro como está de que sus hijos no se educarán en esas universidades nacionales, que él busca arruinar, sino en universidades privadas extranjeras.

Para la izquierda desorbitada, esa que se ha ido quedando en la orilla de la crítica y ve correr el torrente de la historia, se trata de retomar las viejas proclamas demagógicas de los años sesenta, esas que le permitieron adueñarse de las universidades y… arruinarlas.

De aquella fracasada experiencia salieron esas universidades de fines del siglo XX y comienzos del XXI, a las que el ‘libre ingreso’ convirtió en verdaderos ‘asilos de jóvenes’, que entraban a ellas con la ilusión de obtener un título y poco a poco iban desertando dada su mala preparación previa, de modo que se graduaban no más del 10% de los que entraron.

Para completar ese desastre, algunos dirigentes estudiantiles concluyeron que la culminación del “libre ingreso” debía ser un correspondiente “libre egreso”, es decir, que se les debía otorgar título a todos los que entraron, así fuese enmascarando su mala formación con cursos y cursillos pagados por los propios interesados. Al fin, acosadas por esa masiva llegada de estudiantes impreparados, las universidades y politécnicas impusieron cursos y filtros de admisión.

Paralelamente, unos cuantos vivarachos que tenían influencias en el Congreso Nacional, lograron que les aprobaran sus famosas “universidades de garaje”, donde, en general, lo más importante no era estudiar sino pagar las pensiones, lo que garantizaba, a la larga, ese soñado “libre egreso”.

Sé de lo que hablo. Fui profesor universitario por 35 años y recuerdo bien los efectos que produjo en las universidades públicas el populismo izquierdista–derechista, al que un grupo de profesores combatimos sistemáticamente, en una lucha quijotesca contra los molinos de viento.

Esa calamitosa situación de las universidades ecuatorianas fue enfrentada finalmente por la Revolución Ciudadana, cuyo gobierno creó la Senescyt y dictó la Ley Orgánica de Educación Superior, tras lo cual emprendió una profunda reforma del sistema universitario, con miras a su mejoramiento académico y fortalecimiento científico. Adicionalmente, las universidades de garaje fueron eliminadas, así como muchas extensiones universitarias de bajo nivel, garantizando la continuación de estudios de sus alumnos.

También se amplió la gratuidad de la educación pública al nivel universitario. Se fundaron cuatro nuevas universidades públicas, para las artes, las ciencias, la tecnología y la pedagogía. Se crearon más de 10 mil becas para que jóvenes brillantes sigan estudios en las mejores universidades del mundo. Y se invirtieron cerca de 9 mil 500 millones de dólares en educación superior (2,12 del PIB).

Esa es la nueva educación superior que tenemos y que garantiza un promisorio futuro para el país. ¿Permitiremos que todo esto sea destruido por la demagogia opositora?

Modernidad y tango en Quito

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Hasta que llegó la Revolución Liberal, Quito vivía una plácida existencia de población provinciana, pero triunfó la Alfarada y trajo consigo la modernidad a la capital.

Se canalizaron las grandes quebradas que cortaban a la ciudad de oeste a este. La ‘Quebrada de Jerusalem’ fue rellenada y se construyó la moderna avenida Veinticuatro de Mayo, que prontamente se convirtió en el paseo de moda y el centro de diversión pública. También se instaló la primera planta de teléfonos de la ciudad, la primera maternidad y el moderno hospital Eugenio Espejo.

En el corazón de la ciudad, la tradicional ‘Plaza Grande’ fue transformada en la hermosa ‘Plaza de la Independencia’, decorada con una columna monumental en homenaje a los próceres de 1809. Al norte, en La Alameda, se instaló la nueva Escuela de Bellas Artes.

Y eso para no hablar de los nuevos colegios y edificios públicos que empezaban a levantarse por todo lado, dando a Quito una imagen de urbe moderna.

En el sureste de la ciudad se construyó la estación ferroviaria de Chimbacalle, lo que creó un nuevo polo de desarrollo urbanístico, que rápidamente se pobló de florecientes negocios.

En 1898 se inauguró la primera planta de luz eléctrica de la ciudad, instalada en el sector de Piedrahita por la empresa ‘La Eléctrica’. Ello dio lugar a nuevos servicios y una nueva forma de vida. Aparecieron los tranvías eléctricos, las primeras industrias, los primeros cines y los primeros salones de baile y bares elegantes.

Ese cambio implicó también un desarrollo y popularización de la música. Se multiplicaron en Quito los pianos y las pianolas de rollos, a la par que las bandas de música militares y municipales, cuyas retretas sirvieron como medio de popularización de las composiciones nacionales o llegadas del exterior.

Fue en ese marco histórico que el tango llegó a Quito. Llegó en alas de la modernidad liberal y fue acunado por la “gente elegante” del país y en especial por la naciente clase media, hija también de la revolución liberal.

El tango halló aquí un terreno fértil para la cultura, donde florecían múltiples manifestaciones artísticas, como compañías dramáticas, de comedias y variedades. Además ya existían los teatros Variedades y Edén, fundados en 1914, en cuyas salas empezaron a exhibirse películas de cine mudo, animadas con la presencia de pianistas de primera calidad, que interpretaban tangos, pasillos y fox–trots.

Este fue el periodo de emergencia de la escuela musical nacionalista del Ecuador, acunada en el nuevo Conservatorio Nacional creado en 1900 por el general Alfaro. Ahí se formaron los grandes compositores nacionalistas Sixto María Durán, Francisco Salgado Ayala, Segundo Luis Moreno, José Ignacio Canelos, Juan Pablo Muñoz Sanz, Julio Cañar, Luis Humberto, Gustavo Salgado Torres, entre otros.

Ellos recuperaron y recrearon los géneros tradicionales de la música popular, pero también crearon nuevos géneros y aportaron nuevos horizontes estéticos y técnicos a la música ecuatoriana.

Empero, el suyo no era un nacionalismo cerrado, excluyente, sino abierto a las influencias musicales del mundo exterior y particularmente a las de otros países de América Latina. Fue así que varios compositores ecuatorianos hicieron suyo e hicieron también nuestro el tango de origen rioplatense.

De este modo, el tango dejó de ser moda importada y asunto de ocasión, para transformarse en vivencia propia y echar raíces definitivas en nuestra cultura urbana.

La identidad ecuatoriana

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

El tema de la identidad nacional vuelve una y otra vez al escenario, al impulso de las luchas y esfuerzos nacionales en busca de emancipación. En estos mismos días vuelve a anunciarse un nuevo referéndum escocés para separarse del Reino Unido y el reino de España está conmovido por la decisión catalana de ir a la independencia.

Eso ha venido a recordarnos que las naciones modernas surgieron precisamente de la descomposición de los viejos y grandes imperios monárquicos, que incluían en su seno a varias naciones o nacionalidades reunidas por la fuerza.

Una identidad nacional es, ante todo, un fenómeno espiritual, a la vez sentimental e ideológico, que resume una saga histórica acumulada. Esto quiere decir que se trata de un anhelo o emoción colectiva, por el que un pueblo se identifica en signos de identidad comunes, que lo caracterizan y dan personalidad particular en el conjunto universal.

En el caso de la nacionalidad ecuatoriana, un signo identitario de vieja data es la vocación ecuatoriana por la paz, surgida en los tiempos precolombinos, cuando la bondad de la naturaleza y la abundancia de recursos básicos determinaron que nuestros pueblos tropandinos convivieran en paz, intercambiando amistosamente sus recursos, gobernados por cacicazgos de mano blanda y sin tener que recurrir a la formación de una dura autoridad estatal que repartiera los recursos o mantuviera el equilibrio entre regiones.

Ese espíritu, proyectado en el tiempo, nos llevó a ser siempre un país de paz, que no invadía ni agredía a sus vecinos y que ponía poco énfasis en los preparativos militares, lo cual tuvo, por otra parte, un resultado lamentable, cual fue la zaga de mutilaciones territoriales sufridas por el país a manos de dos vecinos dados a la guerra. De ahí viene esa característica de ‘Ecuador, isla de paz’.

También de vieja data es la vocación ecuatoriana por los viajes, derivada de una curiosidad por conocer el mundo. El historiador peruano José Antonio del Busto escribió sobre las audacias marineras de nuestros huancavilcas y el viaje de Túpac Yupanqui hacia las islas de Oceanía, en su compañía. Hace poco, antropólogos mexicanos han encontrado cerca de Acapulco un poblado de origen huancavilca, formado por descendientes de esos navegantes ecuatoriales que viajaban hacia el norte, cargados de productos de nuestro país: conchas spondylus, mullo, carato, tejidos, piezas de orfebrería y frutos.

Con tales antecedentes, no resulta extraño que la migración hacia otras partes del mundo fuera un hábito tradicional de los ecuatorianos de la colonia y de la república. Así, el quiteño Lope Díez de Armendáriz fue el primer criollo que ocupó el cargo de Virrey de Nueva España (México) en 1635, mientras el guayaquileño Pedro Franco Dávila se lanzó al comercio internacional de cacao en 1735 y, tras variadas aventuras y muchos estudios, se convirtió en fundador y Director del Real Museo de Historia Natural de Madrid. Similar aventura comercial emprendió el quiteño Miguel Gijón y León, quien se lanzó en 1753 al comercio internacional de cascarilla y finalmente se estableció en España, donde dirigió la colonización de la Sierra Morena, antes de ser nombrado Conde Casa Gijón.

Vista esa histórica pasión de los ecuatorianos por los viajes, nada debe extrañarnos la masiva aventura migratoria que los ecuatorianos protagonizaran en las últimas décadas, con rumbo a Norteamérica, el Cono Sur y Europa. Era una audaz respuesta ante la crisis nacional, pero también un salto hacia delante en busca de una vida mejor.

Los arrieros en la historia

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

No puede explicarse la historia de Ecuador sin una referencia obligada a los arrieros, personajes fundamentales del contacto y comercio entre regiones, que actuaban también como postillones de correo y mensajeros políticos entre pueblos y ciudades distantes.

Tengo presentes en mi memoria las imágenes de esos arrieros que conocí en mi infancia y adolescencia, quienes transitaban la ruta entre Babahoyo y las ciudades del callejón interandino, regularmente con su mulada por todos los pueblos del camino y atravesando el tremendo páramo de El Arenal, situado al pie de la montaña más alta del mundo, el Chimborazo, donde a veces los viajeros morían de frío. Pasaban por mi pueblo de Chapacoto a tranco largo, urgiendo a sus mulas con silbidos o frases corajudas. Y su estampa era realmente impresionante: hirsutos y quemados por el sol, con los pies cubiertos por alpargatas de soga y lona, acompañados casi siempre por un perro y armados del infaltable machetillo, que colgaba de la cintura en su vaina de cuero.

Su modesta ropa se completaba en las horas de frío con un poncho de lana y en el tiempo invernal por un ‘poncho de aguas’ y un ‘sombrero de aguas’, hechos de lienzo encauchado. Encima de la mejor mula iba su bulto personal, que guardaba una cobija, una muda de ropa y el cucayo o fiambre. Entre los bultos también cargaban alguna botella de aguardiente, indispensable para enfrentar el cruce de las altas montañas, donde con frecuencia llovía nieve o granizo.

Parecían siempre bravos o renegados de la vida y su lenguaje era el más rajado del mundo, pues lo menos que decían a sus animales era “¡Anda mula puñetera, carajo!”. Con razón los arrieros tenían fama de tener la boca más sucia del mundo.

A simple vista, uno tenía la impresión de que maltrataban a sus mulares, pero una mirada más atenta revelaba que los cuidaban y hasta los querían, que les aliviaban la carga cuando estaban cansados o los curaban cuando se mostraban enfermos, y que su duro trato verbal no era más que el inevitable medio de comunicación entre un pobre ser humano y sus jumentos.

Eran gentes de vida durísima. Se levantaban de madrugada para enjalmar y cargar sus mulares, lo que hacían con una técnica especial, y en el camino no solo tenían que arrear las bestias, sino que también cuidarlas y estar siempre atentos para que las cargas no resbalaran o se desnivelaran.

A la tarde tenían que descargar los bultos, desenjalmar al animal, alimentarlo y darle de beber, y prepararlo para el descanso. Así día tras día, semana tras semana, año tras año, en una tarea interminable, recorriendo parajes solitarios y sorprendentemente bellos, subiendo y bajando montañas, adentrándose en montes peligrosos, enfrentando fieras salvajes, durmiendo con un ojo abierto, sufriendo los calores del trópico y los vientos gélidos de los Andes, todo ello sin otra ayuda que su indomable voluntad.

Pero esa misma dureza de vida los volvía unos seres formidables, con un organismo a toda prueba y una vitalidad sorprendente. Conocí a dos antiguos arrieros que tenían más de cien años, el uno don Miguel Carpio, un lojano que se habían movido en la ruta Loja–Huancabamba–Piura; y el otro, don Panchito Garcés, un ambateño que había recorrido quincenalmente la ruta Ambato–Guaranda–Babahoyo. Cuando los entrevisté, don Miguel tenía ciento treinta años y don Panchito ciento diez. Y ambos eran unos ancianos lúcidos, que todavía caminaban y se valían por sí mismos.

Cuero y Caicedo en su reposo final

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Al fin, dos siglos después de su muerte, los restos del Obispo-Presidente José Cuero y Caicedo reposan en el que será su lugar de descanso definitivo: la Catedral Metropolitana de Quito.

Tras ser descubiertos e identificados hace un tiempo en el Hospital de San Andrés de Lima, el Gobierno del Ecuador tramitó su repatriación, lo que fue atendido pronta y eficazmente por las autoridades del Perú.

Posteriormente, los restos fueron trasladados a Guayaquil en el buque escuela Guayas y mantenidos en una capilla ardiente montada en el Centro Cultural Simón Bolívar, dentro de un hermoso simbolismo, que vinculaba la memoria del Libertador sudamericano con la del líder de la primera independencia quiteña.

Ahora, estos restos gloriosos del primer Presidente del Estado independiente de Quito han llegado finalmente a nuestra capital, para ser acogidos por la nación entera y guardados respetuosamente en esa catedral, que otrora fuera escenario de su gloria episcopal y de su compromiso con la libertad de nuestro pueblo. A partir de hoy reposarán aquí, en nuestra ciudad, en compañía de otros restos gloriosos, como los de Carlos Montúfar, Antonio José de Sucre y Federico González Suárez, en una conjunción de patriotismo, sacrificio y sabiduría.

Pero la ocasión es buena para recordar las razones que lo llevaron a Cuero y Caicedo a morir en tierra extraña. Este hombre de talante pacífico y espíritu conservador, que era Obispo de Quito, se vio enfrentado, inesperadamente, a la Revolución Quiteña del diez de agosto de 1809. Y fue designado Vicepresidente de la Junta Soberana de Quito sin consultar previamente su voluntad.

Ello hizo que resistiera inicialmente ese nombramiento y que lo aceptara al fin, obligado por las circunstancias y tras emitir previamente un documento secreto, en el que hacía constar su fidelidad al rey y a la madre patria española.

Durante la corta vida de la Junta Soberana, el obispo fue un duro opositor de los planes políticos de los jefes radicales Juan de Dios Morales y Manuel Quiroga, que buscaban la total emancipación de la metrópoli.

Pero la historia de Quito había entrado en una etapa de aceleración que trastornaría la vida de todos sus habitantes. Así, el gobierno criollo fue defenestrado tres meses después y sus líderes más radicales terminaron en la cárcel. Un año después, las tropas enviadas por el Virrey de Lima masacraron a los revolucionarios presos y luego se dedicaron al pillaje y el crimen en toda la ciudad, causando la muerte del uno por ciento de su población.

Ello radicalizó al obispo de Quito, que poco a poco tomó el liderazgo de la revolución, hasta terminar convertido en jefe político de ella. Así, el Congreso de Pueblos Libres de Quito lo eligió en 1811 Presidente del nuevo Estado Independiente de Quito, creado por la Constitución Quiteña.

Lástima grande que ese Estado y su ejército de campesinos no pudieran resistir los embates de las tropas profesionales del virrey, que aplastaron en Ibarra, el 1 de diciembre de 1812, los sueños de libertad de los patriotas.

Cuero y Caicedo fue apresado y enviado al destierro en España, cargado de cadenas, pese a sus ochenta años de edad. Pero solo llegó hasta Lima, donde murió de bronconeumonía.

Ahora sus restos han vuelto en gloria al país por cuya libertad luchó. La Academia Nacional de Historia rinde respetuoso homenaje a su memoria.

La fiscalización política

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Se han iniciado los preparativos para la campaña electoral y todos los actores de la oposición han tomado como muletilla la oferta de fiscalizar implacablemente los actos del actual Gobierno.

Carentes, casi todos ellos, de ideas positivas para el fortalecimiento de nuestro sistema democrático, el desarrollo de la economía nacional y la resolución de los problemas concretos de la población, su única oferta es la fiscalización política, que dicen no ha sido efectuada por el actual Parlamento, y añaden que van a perseguir todos los actos de corrupción que pudieran haber ocurrido.

Cabe recordar que las funciones de la Asamblea Nacional, dentro del ordenamiento jurídico del Estado, están definidas en el artículo 120 de la Constitución de la República y que una de ellas, señalada en el numeral 9, es la de: “Fiscalizar los actos de las funciones Ejecutiva, Electoral y de Transparencia y Control Social, y los otros órganos del poder público…”.

Por tanto, lo que asigna la ley suprema a la Asamblea Nacional es una “fiscalización política”, de la que, eventualmente, pudieran derivarse acciones legales de otro tipo. Pero la vigilancia del uso de los recursos estatales corresponde a la Contraloría General del Estado, según el art. 211 constitucional. Este organismo técnico tiene como sus funciones dirigir el sistema de control administrativo de los recursos públicos y el “determinar responsabilidades penales, relacionadas con los aspectos y gestiones sujetas a su control, sin perjuicio de las funciones que en esta materia sean propias de la Fiscalía General del Estado”.

Así, pues, nuestros candidatos de oposición, que aspiran a gobernar o al menos a ganar una curul en la Asamblea Nacional, parece que ni siquiera han leído la actual Constitución o que, conociéndola, ofrecen lo que no podrán cumplir.

En el fondo, lo que sucede es que todo político o politicastro ecuatoriano quiere hacer bulla para hacerse notar por el público, con miras a las siguientes elecciones. Además, todos creen que es un buen negocio mostrarse como opositores feroces, porque parten del criterio de que todo gobierno es malo y no puede cumplir con los anhelos populares.

Ese es el viejo sistema de acción política acuñado en nuestro país por los caciques provinciales y la partidocracia, que incluye los griteríos y desplantes en el Parlamento, y a veces también los cenicerazos, las patadas y los insultos más procaces.

Pero ocurre que esta vez parece que van a darse con la piedra en los dientes, precisamente porque el país está cansado de ese estilo ruin y escandaloso de hacer política, que no aporta nada positivo al país y solo ensucia la vida pública.

Se miran ya en el horizonte las primeras nubes que anuncian la futura tempestad. Dentro de una mal llamada unidad, los odiadores de vieja data y los oportunistas de última hora empiezan a pelearse a dentelladas por las candidaturas para asambleístas. Y eso seguirá, porque cada politicastro se cree presidenciable y cada grupúsculo aspira a trepar lo más alto posible.

Por suerte, el Ecuador cambió y no quiere volver al triste espectáculo del pasado. Quiere un gobierno que busque el progreso nacional y una Asamblea Nacional que respalde ese esfuerzo. Y esa es una muestra de gran madurez democrática.

Necesitamos partidos latinoamericanos

Por:Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

La gira política de Cynthia Viteri por Venezuela y su expulsión de ese país han vuelto a poner sobre el tapete un asunto que se veía venir desde hace tiempo: la internacionalización creciente de los actores políticos de nuestros países. Y ha sido la derecha la primera en percibirlo, de la mano del más importante factor político de la derecha continental: la liga de medios de comunicación masiva que dirige la SIP.

En efecto, basta leer un diario o ver un noticiero de TV para comprobar que los medios tienen una sola voz, un solo pensamiento y unas mismas imágenes en todo el continente. Combaten al unísono contra Maduro, Correa o Evo. Aplauden en coro a Macri o a los golpistas brasileños. Y con ello crean un ideario político común para todos los países de la región.

Igual hacen sus discípulos de la derecha continental. Tienen ideas, proyectos y visiones políticas comunes. Así nació con facilidad la Alianza del Pacífico, mientras que la construcción de Unasur y de la Celac llevó años de esfuerzos, frenadas y retrocesos. Creo que ha llegado la hora de superar unas soberanías que nos vienen estrechas y de formar partidos políticos latinoamericanos, que luchen por causas comunes de nuestros pueblos y actúen con mentalidad de Patria Grande.

Hay antecedentes que nos ilustran y nos empujan a ello. El primero es el de los liberales latinoamericanos que, a fines del siglo XIX, y de la mano de Eloy Alfaro, crearon una suerte de internacional política para coordinar sus mutuas simpatías.

El segundo es el de los nacionalistas–antiimperialistas de la primera mitad del siglo XX (Víctor Raúl Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez, César Vallejo, Benjamín Carrión y otros), que en 1927 se atrevieron a crear el único partido político latinoamericano de que se tenga noticia: Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). Fue concebido como un ‘Frente Único Internacional de Trabajadores Manuales e Intelectuales’ para luchar contra el imperialismo, por la unidad política de América Latina, por la nacionalización de tierras e industrias, y por la solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo. El APRA tuvo extensiones en Perú, Costa Rica, Chile, Cuba, México y República Dominicana, aunque finalmente solo pervivió en Perú.

Y no podemos olvidar esa Internacional de las Espadas que fue el ‘Plan Cóndor’, por el que se coaligaron las dictaduras sudamericanas de fines del XX para perseguir, torturar y desaparecer a los activistas de la izquierda.

Es hora, pues, de retomar los buenos ejemplos y aprovechar para una acción política común la ola de simpatía creada en el continente por el Socialismo del Siglo XXI, cuyos logros más evidentes han sido la reducción de la pobreza, la mejora de los sistemas de salud y educación, y la modernización de nuestros países. Sobre todo, es hora de pasar a la acción y hacer de las luchas de otros pueblos nuestras propias luchas: de apoyar el proyecto de paz en Colombia, de apoyar la estabilidad democrática en Venezuela, de criticar los planes conspirativos en Bolivia, de denunciar las políticas de empobrecimiento en Argentina, de combatir al golpismo brasileño y a los usurpadores del poder en ese país.

Que cada triunfo de nuestros pueblos sea un motivo de alegría y que cada triunfo del enemigo imperial–oligárquico sea una razón más para unirnos y coaligarnos en un partido de izquierda continental, un partido de masas esperanzadas por un futuro mejor.

En memoria de Francisco Pividal

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Casi a la par de los noventa años de vida de Fidel Castro, Cuba conmemora el centenario del nacimiento de su afamado historiador Francisco Pividal Padrón, uno de los mayores especialistas en el conocimiento de la vida, obra y pensamiento del Libertador Simón Bolívar.

Nacido en Calimete, Cuba, el 23 de agosto de 1916, Pividal fue ante todo un maestro, profesión para la que se formó en Cuba, donde se inició también como periodista y se graduó como abogado. Por su prestigio fue luego contratado para trabajar en liceos de Venezuela, donde fue también profesor de la Escuela de Aviación Militar y terminó convirtiéndose en director y propietario del Liceo Panamericano, de Maracay. Y en aquel momento irrumpieron en la historia de Cuba el Movimiento 26 de Julio y su líder Fidel Castro. Pividal se adhirió de inmediato a esta causa y organizó en Venezuela el Comité en el Exilio del M-26-7, con 36 seccionales en el país, a través de las cuales recaudó fondos y recursos para el Ejército Rebelde que luchaba en la Sierra Maestra. Así llegó a Cuba el primer transmisor de Radio Rebelde y, más tarde, un cargamento de armas nuevas donado a los revolucionarios por el Gobierno de Venezuela.

Pividal fue luego embajador de la Cuba Revolucionaria en Venezuela y otros países del mundo, destacándose por su actividad y altas dotes intelectuales. Y luego ejerció el Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz y Soberanía de los Pueblos, y otras funciones internacionales.

Pero lo más destacado de su labor intelectual estuvo sin duda en el campo de la historia, donde fue investigador y escritor de fama, profesor universitario, autor de cientos de artículos y conferencista invitado por universidades y centros académicos de numerosos países. Y fue natural que este cubano sabio y simpático tuviera amigos y admiradores en casi todo el mundo, pero en especial en nuestra América. Bolivariano y martiano a la vez, se convirtió en el más grande estudioso de la obra de Bolívar, que llegó a conocer como nadie. De ahí salieron varios memorables libros suyos, como el afamado Bolívar: pensamiento precursor del antiimperialismo, que ganara en 1977 el Premio Casa de las Américas.

No fue casual que cuando Gabriel García Márquez decidiera escribir El General en su laberinto, haya buscado a Pividal para conversar largamente con él sobre el perfil político y humano del inmenso personaje cuya vida deseaba novelar.

Pividal fue también un hombre clave en la vida de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (Adhilac), fundada en México en 1974. La vida de esta entidad cambió a partir de 1981, cuando se realizó en Quito su Tercer Encuentro, en el cual Pividal fue electo Presidente del Consejo Directivo Internacional y quien suscribe fue nombrado Secretario Ejecutivo.

La gran actividad de Pividal permitió organizar la Adhilac en toda América Latina y realizar un formidable Cuarto Encuentro en Bayamo, Cuba, en 1983, donde ambos fuimos reelectos, y luego un Quinto Encuentro en Sao Paulo, Brasil, en 1990, en el cual fui designado Presidente.

En 1997, Pividal fue designado Profesor de Mérito de la Universidad de La Habana, alta distinción que concede esa casa de estudios a quienes se han “distinguido por su dedicación ejemplar en las actividades académicas”.

Francisco Pividal, el maestro en ciencia bolivariana, murió en La Habana, el 9 de julio de 1997. Rendimos homenaje a su memoria.

Feria de ambiciones

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Todavía no se ha iniciado la campaña electoral y ya se halla en plenitud la feria de ambiciones. Después de casi diez años de obligado retiro, la vieja clase política ha despertado de su letargo y se ha lanzado a la arena, un poco a ciegas, en busca de algo que apañar.

Pululan por acá y por allá los precandidatos presidenciales, que en la mayoría de los casos no representan sino a sus propias ambiciones. Aquel dice que ha sido postulado por un grupo de alumnos suyos. Aquel otro afirma que su candidatura ha nacido de una amplia corriente nacional. Aquella dice que es la única candidata del pueblo, pero que está dispuesta a negociar con la derecha. Y cada uno de los dos candidatos de la oligarquía anuncia haber obtenido el respaldo de nuevas fuerzas para su empeño de salvar a Ecuador del correísmo.

Todo eso no es más que faramalla, es decir, enredos, artificios y trapacerías encaminados a engañar a los incautos electores. Cada uno de esos supuestos candidatos aspira a que las verdaderas fuerzas del poder, es decir, los grupos oligárquicos, los tomen en cuenta a la hora del reparto de bonos electorales o cuotas de poder. En verdad, este aspira a que lo escojan como candidato a vicepresidente, este otro a que lo pongan en la lista de asambleístas, aquel a que lo elijan presidente de la Asamblea Nacional y aquella a que la designen ministra de algo.

Y todos esos ciertos, falsos o ilusorios candidatos de la oposición parten del supuesto de que el pueblo está cansado de Rafael Correa y el correísmo, y que votará masivamente por los opositores más radicales. Creo que están confundiendo la realidad cierta con la realidad virtual que ellos mismos han fabricado a través de su propaganda. Por eso, mientras el conjunto de la oposición juega al anticorreísmo y se disputa a dentelladas los espacios electorales, el grupo de jóvenes que encabeza Pamela Aguirre ha recogido un millón doscientas mil firmas en un santiamén, con el objetivo de que Correa vuelva a ser candidato presidencial.

Estoy convencido de que el país respalda mayoritariamente la continuación de la Revolución Ciudadana y de que el candidato de Alianza PAIS ganará las próximas elecciones. Es más, aun las encuestas contratadas por la derecha muestran que este candidato puntea en las preferencias electorales, por lo cual el cálculo de la oposición es lograr que haya una segunda vuelta electoral, en la que todos los opositores se unifiquen contra el oficialismo.

Pero eso todavía está por verse. Porque si el respaldo a Correa y la Revolución Ciudadana es tan amplio como sugiere el éxito movilizador de Pamela Aguirre y sus jóvenes, simplemente no habrá segunda vuelta electoral y Alianza PAIS continuará gobernando.

Queda por verse lo que ocurrirá en las elecciones de asambleístas, que se efectuarán en la primera vuelta electoral. Es muy probable que Alianza PAIS vuelva a tener mayoría en la Asamblea Nacional, lo cual terminaría por desbaratar los planes de la oposición envenenada, relativos a ‘desmontar el correísmo’.

Pero para ello el movimiento oficialista debe dejar de ser un archipiélago de tendencias, mostrar una gran solidez interna y escoger a los mejores candidatos de cada provincia. Nada de hijos de papá asambleísta o de familiares de ministro. Los mejores y los más leales a la Revolución Ciudadana, y punto.

Carlos Montúfar: la campaña final

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Encadenado, Montúfar fue enviado a Panamá en febrero de 1814, en espera de su remisión definitiva a España, y ahí fue encerrado en la cárcel pública, cargado de grillos, junto con otros prisioneros. Pero en la noche del 28 de marzo logró huir junto con cuatro compañeros, tras hacer un foramen en la pared posterior de la celda. Luego, ayudados por un canoero, huyeron hacia el interior y finalmente Montúfar llegó al Valle del Cauca, donde tomó contacto con fuerzas patriotas pertenecientes a las provincias unidas de Nueva Granada, las que finalmente pasaron a estar bajo el mando de Simón Bolívar en noviembre de 1814.

Sin duda fue emocionante el encuentro de nuestro héroe con el Libertador, su antiguo amigo, quien lo nombró su ayudante general. En esta condición participó con Bolívar en varias acciones de armas y en la toma de Santafé de Bogotá (diciembre de 1814) por las fuerzas del gobierno federal neogranadino, acción que buscaba someter al gobierno regional de Cundinamarca, que actuaba por su cuenta y debilitaba así la fuerza de los republicanos.

Tras ello se estableció en Bogotá el gobierno federal, que de inmediato dispuso que una división bajara por Honda y despejara de enemigos el río Magdalena, mientras otra marchaba hacia el sur, para recuperar Popayán, Pasto y eventualmente Quito. Esta última fuerza estaba dirigida por el coronel Manuel Serviez, como Mayor General, y el coronel Carlos Montúfar, como Cuartel Maestre General.

Inicialmente el avance de los patriotas hacia el sur fue exitoso, pues triunfaron en el combate de Palo, el 5 de julio de 1816, pero unas semanas más tarde, el 29 de junio de 1816, fueron vencidos en la Cuchilla del Tambo, cerca de Popayán. La División del Sur, que contaba con 750 hombres, fue destruida en combate por las fuerzas del brigadier español Sámano, de 1.400 hombres, que se hallaban atrincheradas en ese lugar y contaban con buena artillería. Con ello se restableció totalmente el poder español en la Nueva Granada.

Capturado por los vencedores, Montúfar fue trasladado a Buga y sometido a un sumarísimo consejo de guerra montado por Sámano, a quien el héroe quiteño se le había enfrentado en la campaña de Quito. Acusado de traidor, fue fusilado por la espalda en esa ciudad, el 31 de julio de 1816, junto con otros soldados patriotas.

En 1819, tras el triunfo final de las fuerzas libertadoras, los soldados de Bolívar recuperaron los restos de Montúfar y los sepultaron en la iglesia del Carmen, colocando en el sitio de su fusilamiento una placa que rezaba: “En este sitio fue sacrificado en aras de la Patria, el coronel Carlos Montúfar, el 31 de julio de 1816”.

Un siglo después de su inmolación, en 1916, el presidente ecuatoriano Alfredo Baquerizo Moreno se interesó por montar un acto de homenaje a Montúfar en Buga, para lo cual contó con la colaboración de las autoridades locales. Y seis años después Ecuador buscó recuperar y trasladar hasta Quito los restos de su gran héroe nacional.

Para ello, la Junta del Centenario de la batalla de Pichincha, presidida por el director de la Academia Nacional de Historia, don Jacinto Jijón Caamaño, inició los trámites de repatriación de los restos, que culminaron el 23 de mayo, con la llegada de ellos a Quito, donde fueron homenajeados con un memorable desfile cívico, para finalmente ser depositados en la catedral metropolitana, junto a los del general Sucre.