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Periodismo de opinión

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Soy periodista de opinión desde hace casi cuarenta años, cuando empecé a laborar en la recordada revista Nueva, un órgano de prensa privado, de carácter progresista, empeñado en la defensa de los más importantes intereses nacionales y latinoamericanos. Su gerente y fundadora fue Magdalena Jaramillo de Adoum, memorable luchadora por los derechos de las mujeres y los excluidos en general, y su director era por entonces don Raúl Andrade, afamado ensayista y periodista de combate.

Esa revista fue una verdadera escuela de periodismo de opinión. De la mano de sus directivos y grandes periodistas que laboraron ahí, aprendimos la ética de opinar, que se asienta en principios tales como el respeto a los lectores y entrevistados, la defensa elevada de los principios y puntos de vista propios, la promoción de los intereses sociales sobre los particulares de personas o grupos y la defensa cabal de los derechos humanos. Por sus páginas pasaron personajes notables y también muchos jóvenes que iniciaban su carrera política o periodística, entre estos algunos directivos y editorialistas actuales de la prensa privada.

Luego tuve la suerte de colaborar con el diario mexicano El Día, otro órgano progresista y promotor de los temas referidos a la cultura. Y más tarde colaboré con varios medios privados ecuatorianos, que publicaron mis artículos de historia.

Por eso me apena el sesgo de rencor y amargura que hoy campea en el periodismo de opinión de ciertos medios privados. Sin respeto por la gran mayoría de ciudadanos, que eligieron una y otra vez al presidente Correa y reconocen su liderazgo, se refieren a él como un tirano, un sátrapa o un usurpador de poderes. Lo que menos le dicen es dictador, palabra que en sí misma implica un desprecio por su autoridad legítima, y que en la práctica termina por ofender y oprobiar a sus electores.

Convertidos algunos de esos medios en actores políticos ilegítimos, han usurpado el papel que por ley les corresponde a los erosionados partidos políticos. Sobre ese mar de fondo, hay periodistas de opinión que se han vuelto altavoces de las amarguras, rencores y frustraciones de la derecha, marginada por casi una década del horizonte por la voluntad popular. En otros casos, quienes ocupan esos espacios de opinión son antiguos candidatos derrotados, que ven eclipsarse sus oportunidades y reaccionan con rabia inocultable.

Algunos se preguntan cuál puede ser el destino futuro de una prensa así y de unos periodistas de este tipo. Tampoco yo veo cuál puede ser su papel positivo en cualquier nuevo escenario de la política ecuatoriana, en el que podrán caber diferentes propuestas de construcción del futuro, pero ninguna de regreso a ese pasado que la prensa derechista añora y el país desprecia.

Les queda, eso sí, la oportunidad de seguir con su triste papel negativo, actuando como bandera de combate de ese pasado siniestro que pugna por volver, aunque sea rompiendo la democracia e imponiendo una dictadura.

La segunda Misión Geodésica Francesa

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Una segunda Misión Geodésica llegó a Ecuador el 1 de junio de 1901 y laboró hasta 1907. Estuvo organizada por la Academia de Ciencias de Francia en colaboración con el gobierno liberal de Eloy Alfaro.

Esta misión estuvo a cargo del Servicio Geográfico del Ejército francés y al mando del Cdte. Bourgeois, y tenía como finalidad usar la tecnología decimonónica para comprobar o rectificar las mediciones realizadas por la primera misión. La integraron geógrafos, agrimensores y arqueólogos, que fueron: los coroneles Perrier y Llallemand, el Dr. Paul Rivet, los tenientes coroneles Noirel, De Fonlongue y Durand; y los suboficiales Damerval, Lecomte, Duffrenne, Gressier, Domart, Lavis, Thil, Brasselet, Anquetin, Presse, Soubriard y Soullot.

El Gobierno ecuatoriano donó 20 mil sucres para gastos y proveyó una guardia militar para escoltar a los científicos franceses. Y autoridades o estudiosos ecuatorianos brindaron sus informaciones y conocimientos a los investigadores franceses, a los que también ayudaron guías, porteadores y peones indígenas.

Esta segunda misión geodésica llegó al país en medio de las tensiones políticas causadas por la Revolución Liberal. De ahí que una parte del clero tratara de utilizar políticamente los trabajos de esta expedición, mostrándolos como prueba del amor divino hacia Ecuador.

Mas hubo otros religiosos que se interesaron por contribuir con sus conocimientos a los trabajos de la misión. Fue el caso del ilustrado Obispo de Ibarra, Federico González Suárez, y del sabio dominico Enrique Vacas Galindo, ambos amigos del régimen liberal.

Para entonces, González Suárez era ya un afamado historiador y arqueólogo, autor de notables estudios sobre Prehistoria, Historia y Arqueología, entre ellos su Memoria histórica sobre Mutis y la Expedición botánica de Bogotá en el siglo décimo octavo (1888), su Historia general de la República del Ecuador y su Atlas Arqueológico Ecuatoriano (1892).

Este sabio obispo brindó hospitalidad a los geodésicos en la ciudad de Ibarra, les abrió su reputada biblioteca y les brindó amplio apoyo logístico, proporcionándoles guías para sus recorridos por las altas montañas andinas. Importante fue se aporte a los trabajos de Paúl Rivet, a quien invitó a visitar tumbas precolombinas y le transmitió sus técnicas y métodos de investigación, que Rivet elogió más tarde.

A su vez, Vacas Galindo proveyó a Rivet de informaciones históricas, etnográficas y geográficas que le permitieron entender la Amazonía ecuatoriana y elaborar su afamada Carta Étnica de la República del Ecuador y de la Cuenca de la Alta Amazonía, publicada en 1912.

Gracias a esas ayudas locales, Rivet recolectó muestras de flora y fauna y variadas informaciones etnográficas, efectuó un buen número de medidas antropométricas y reunió una colección de 1.500 piezas arqueológicas, con todo lo cual volvió a Francia. Y esa experiencia científica en Ecuador fue clave para el desarrollo de su formación antropológica, que en 1938 lo motivaría a fundar el afamado Museo del Hombre.

En general, los expedicionarios de esa misión publicaron muchos artículos sobre ella en revistas de Europa. Y el informe final se publicó a partir de 1909, en varios tomos, por parte del Servicio Geográfico del Ejército francés.

La primera Misión Geodésica Francesa

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

El año de 1736 llegó a las costas ecuatorianas la primera Misión Geodésica Francesa, organizada por la Academia de Ciencias de su país, para medir un arco del meridiano terrestre y, por este medio, definir la forma exacta de nuestro planeta.

Los participantes de esa misión fueron: el matemático Luis Godin como jefe de la expedición, el matemático y astrónomo Pedro Bouguer y el geógrafo Carlos María de La Condamine. También el naturalista José de Joussieu, el ingeniero Verguin, el cirujano Seniergues y los técnicos Couplet, Hugot, Morainville y Godin des Odonais, y un esclavo martiniqués anónimo.

A ellos se agregaron dos jóvenes e inteligentes españoles, los tenientes de Fragata Jorge Juan de Santacilia y Antonio de Ulloa, a quienes el Rey de España había encargado la doble tarea de informar sobre el estado general de sus colonias a ser visitadas y vigilar la labor de los franceses.

También colaboraron para su éxito el naturalista y geógrafo riobambeño Pedro Vicente Maldonado y un buen número de funcionarios, exploradores, peones y cargadores locales, casi todos ellos anónimos y ocultados por la historia oficial.

Recorriendo mares, selvas y cordilleras, empeñados en cumplir con su tarea científica a toda costa, esos investigadores confirmaron con sus estudios la forma real de la Tierra: achatada en los polos y ensanchada en la región ecuatorial. Y los resultados de sus investigaciones hicieron otros aportes a la ciencia moderna, tales como sentar las bases para el nacimiento del Sistema Métrico Decimal, designando como unidad al Metro, cuya dimensión vino a ser definida como la diezmillonésima parte del cuadrante terrestre.

Por otra parte, esa primera misión le aportó a la Audiencia de Quito una precisa designación geográfica, que luego fue usada en el mundo para identificar al país y que, más tarde, terminó por convertirse en el nombre de un Departamento de la República de Colombia y, finalmente, en la designación oficial de nuestro país actual: República del Ecuador.

Los expedicionarios franceses se sorprendieron gratamente al encontrar acá un científico de talla mayor, don Pedro Vicente Maldonado, quien había recorrido todo su país, colonizando selvas, financiado la apertura de un camino de Quito a Esmeraldas y dibujando una formidable ‘Carta Geográfica de la Audiencia de Quito’.

Hay más. Maldonado contribuyó fuertemente al éxito de esa misión científica, a la que proveyó de recursos, personal e insumos necesarios para sus viajes e investigaciones, en que él mismo participó, contribuyendo con la Condamine al trazo del mapa de la región septentrional de Esmeraldas.

Esas razones determinaron que este sabio quiteño viajara a Europa y fuera incorporado como miembro de la Academia de Ciencias de París, el 24 de marzo de 1747. Y de ello nació la invitación que le hizo la Real Sociedad Científica de Londres para incorporarlo a sus filas, hecho que debía realizarse en noviembre de 1748, pero que fue frustrado por el fallecimiento de Maldonado en aquella ciudad, el 17 de aquel mes.

En síntesis, la universalización de la figura científica de Maldonado y la publicación de su notable mapa o carta de la Audiencia de Quito, ocurrida en 1747, en París, fueron también logros resultantes de la labor de esa primera Misión Geodésica Francesa.

Costa Rica vista y oída

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Vuelvo a Costa Rica, muchos años después, invitado por el Instituto de Estudios Latinoamericanos de su Universidad Nacional (Idela). Los ticos quieren conocer en detalle sobre la Revolución Ciudadana, sus logros, retos y dificultades.

Me han pedido dictar una conferencia sobre el tema y, al día siguiente, participar en una mesa redonda sobre las perspectivas históricas de América Latina, junto con dos brillantes investigadores de esa universidad: Rafael Cuevas Molina y Andrés Mora Ramírez.

La ocasión me sirve también para volver a mirar, y admirar, la hermosa naturaleza de este pequeño país, en el que una cadena baja de los Andes del Norte está guarnecida por dos costas tropicales, una del Pacífico y otra del Caribe. Ello le da un paisaje encantador, con valles cálidos y declives frescos, y poblado de bosques, flores y pájaros.

Pero Costa Rica es mucho más que un bello paisaje que atrae a un creciente turismo. Es también un país con gran identidad nacional y con una rica historia. En 1856, de aquí salió el presidente Juan Rafael Mora al mando de la fuerza militar que derrotó a la legión de William Walker, el filibustero yanqui que quería tomarse Centroamérica y reimplantar la esclavitud.

En 1940 se inició el Estado Reformista, que creó algunas instituciones clave del país: la Universidad de Costa Rica, la Caja del Seguro Social y la Orquesta Sinfónica Nacional, consagró garantías sociales en la Constitución y dictó el Código de Trabajo. Y en 1948, tras una breve guerra civil, los ticos acordaron abolir el ejército y se empeñaron en construir una sociedad política civilizada. El resultado es este país de hoy, donde el 98% de la población está cubierta por el Seguro Social y atendida por sus excelentes hospitales, donde el analfabetismo ha sido eliminado, donde hay un buen sistema educativo, con cinco universidades estatales de calidad, y hay un alto índice de desarrollo humano.

Guiado por mis amigos, voy por aquí y por allá en el Valle Central, con ojos de periodista y oídos de historiador. Rafael Cuevas me invita a conocer los envidiables museos del Oro y del Jade.

De pronto, mientras caminamos por el centro histórico, un poco venido a menos, digo a Rafael que deseo tomarme una foto delante del Palacio Presidencial. No hay tal palacio, me responde, y me explica que el Presidente tiene sus oficinas en un edificio corriente. Más tarde, Daniel Camacho me explica que tampoco hay residencia presidencial y que cada Presidente vive en su casa.

Una breve gira por la Universidad Nacional de Costa Rica me sigue llenando de gratas sorpresas. En puertas y pasillos hay letreros que invitan a no hacer ruido y hablar en voz baja, para no fastidiar las tareas académicas.

Ya en el Idela, su culto director, Mario Oliva, me invita a visitar la sala en la que guardan, como un tesoro, la colección completa de Repertorio Americano, la gran revista cultural que fundó y dirigió Joaquín García Monge y que entre 1919 y 1958 fue un referente intelectual de toda América Latina. Y luego me regala las obras completas de Vicente Sáenz, ese afamado pensador tico–mexicano.

Pero todo lo bueno es breve y debo volver a mi país. Al decir adiós a este pequeño, bello y civilizado país, le deseo que no vuelva a ser azotado por el neoliberalismo y hago votos porque retome y amplíe esa senda de equidad y justicia social que lo ha distinguido en nuestra América.

Ideas de reconstrucción

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Los ecuatorianos nos hemos pasado la vida reconstruyendo ciudades y pueblos después de cada terremoto. Después del mayor cataclismo de nuestra historia, el de 1797, los pobladores de Guaranda, Ambato, Latacunga, Alausí y otras poblaciones se empeñaron en la tarea reconstructiva y lograron ponerlas otra vez en pie. El uso del adobón y de ‘cadenas de tablón’ a mitad del piso se generalizó en la sierra central, así como el uso del bahareque en pisos altos.

No pudo reconstruirse Riobamba, donde la destrucción era tal que exigía una reubicación de esa villa, que, por acuerdo colectivo, fue trasladada a la llanura de Tapi, donde una nueva Riobamba fue levantada bajo criterios antisísmicos: calles anchas y numerosas plazas, para que la gente tuviera donde refugiarse, y casas de una sola planta.

Parecidos criterios fueron utilizados a partir de 1868 en la reconstrucción de Ibarra, bajo la guía de García Moreno. Cabe agregar que este gobernante había propiciado, desde 1865, la plantación de eucaliptos en la sierra ecuatoriana, en busca de que el país dispusiera de una especie arbórea capaz de proveer de troncos rectos, largos y fuertes, útiles para la construcción, así como de abundantes ramas y follaje para uso combustible.

La popularización del cultivo del eucalipto en la Sierra se debió al ansia de las gentes de construir sus viviendas con estructura de madera, para evitar los efectos letales de un terremoto. Nació así la llamada ‘construcción de puntalería’, donde los pilares y vigas de madera son apoyados por puntales cruzados del mismo material.

En la Costa, la existencia de buenas maderas nativas dio lugar, desde antiguo, a una construcción campesina de estructura ligera y fuerte a la vez, con utilización de madera, bahareque, quincha y techo de paja, que ahora es de zinc o fibrocemento. No es casual que esas construcciones, cuando están bien hechas, resistan temblores y terremotos y salven la vida de sus habitantes.

La llegada de los tiempos del cemento y el hormigón ha alterado los antiguos sistemas constructivos del país. Impulsados por la moda, que muestra a las casas de cemento como más modernas que las de madera, muchos habitantes se han empeñado en levantar sus casas con hormigón, pero a veces sin utilizar técnica alguna, lo que ha convertido a esas construcciones en una bomba de tiempo.

No es casual que las obras de ese tipo hayan sido las causantes de la mayor mortandad en el terremoto del 16 de abril, en tanto que viejas y nuevas casas de madera, o construcciones de hormigón debidamente hechas, han resistido incólumes el sismo o han evitado la muerte de sus ocupantes, pese a sufrir daños.

Debemos hacer nuestra aquella afirmación científica de que “los terremotos no matan a la gente, sino las malas construcciones”.

Pues, bien, para Ecuador ha llegado la hora de fijar una política nacional de construcciones, donde el Estado dicte códigos y normas de construcción, y también imponga duras sanciones para los constructores que actúen dolosamente y para los municipios irresponsables que no cumplan con sus tareas de regulación y control.

¡Nos levantaremos otra vez!

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

El más terrible terremoto de nuestra historia se produjo el 4 de febrero de 1797, cuando todavía éramos colonia de España, y tuvo una magnitud de 8,3 grados Richter. Riobamba quedó arrasada y fueron semidestruidas Ambato, Guaranda, Latacunga, Alausí y muchas otras poblaciones de la Sierra central. Los pocos caminos de la época también fueron destruidos. Lo peor fue la muerte de 40 mil personas, unas por el sismo y otras por el hambre y las plagas que sobrevinieron.

Pero en pocos años nuestro pueblo se levantó de entre las ruinas: unidos blancos, indígenas y mestizos, trasladaron Riobamba a la llanura de Tapi, donde trazaron y levantaron una nueva ciudad, antisísmica, de calles anchas, numerosas plazas y casas de un solo piso, que es la bella ciudad que conocemos hoy, ya modernizada y mejorada. También fueron reconstruidas las demás ciudades y pueblos.

Otro horrendo terremoto fue el ocurrido en Ibarra, el 16 de agosto de 1868, que cobró la vida de más de 13 mil personas. Los sobrevivientes se asentaron en La Esperanza, mientras su ciudad volvía a levantarse bajo la mano firme de Gabriel García Moreno y con los mismos criterios antisísmicos de la reconstrucción de Riobamba. Al fin, el 28 de abril de 1872, los ibarreños volvieron a su ciudad y desde entonces celebran orgullosos su ‘Fiesta del Retorno’.

Casi cuarenta años después, el 31 de enero de 1906, se produjo en Esmeraldas un terremoto de 8,9º, que se considera el sexto más fuerte del mundo. Tuvo su epicentro en la costa, afectó a un área de 300 mil kilómetros y fue sentido desde Guayaquil hasta Medellín. Produjo un tsunami que arrasó con Esmeraldas, Tumaco y otras poblaciones ribereñas. Dos islas de Tumaco y cuatro de Rioverde desaparecieron bajo las aguas. Pero nuestro pueblo volvió a levantarse de entre las ruinas y reconstruyó sus poblaciones.

El 14 de mayo de 1942, un sismo de 7,9º se produjo en Jama y afectó a Manabí y Guayas, destruyendo muchas edificaciones, arruinando poblaciones y causando centenares de víctimas en Guayaquil, Portoviejo, Bahía, Manta, Junín y Esmeraldas. Otra vez nuestro pueblo restañó sus heridas y reconstruyó lo que la furia de la naturaleza había destruido.

Siete años más tarde, el 5 de agosto de 1949, se produjo el terrible terremoto de Ambato, de 6,8 grados, que arrasó con esa ciudad y otros 30 pueblos cercanos, sobre todo Pelileo, Patate, Píllaro y Guano. El pueblo de Libertad fue tragado por la tierra. El sismo alteró la geografía de la zona y afectó a todas las provincias de la Sierra central. Se calcula que dejó sin hogar a 100 mil personas y produjo más de 5 mil víctimas, de ellas 3 mil 200 solo en Pelileo.

Pero los ambateños y tungurahuenses sacaron fuerzas de su flaqueza y mostraron un formidable temple humano, al reconstruir en relativamente pocos años sus ciudades y pueblos, con la ayuda solidaria del país y del mundo. Y en 1951 instituyeron la Fiesta de la Fruta y de las Flores, como una respuesta al desastre natural y una muestra de su voluntad de existir.

Hoy, como ayer, los ecuatorianos nos levantaremos otra vez de entre las ruinas. Lo anticipa ya la formidable solidaridad colectiva que se manifiesta en estos mismos días, cuando infinidad de voluntarios actúan en la zona del desastre o marchan con ayuda hacia Manabí, mientras se hacen masivas donaciones en todo el país a favor de los damnificados. ¡Ese es nuestro temple humano!

Función política del odio

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

De un tiempo a esta parte las gentes de una orilla de Ecuador destilan odio y lo arrojan en abundancia al río agitado de la política. En la otra orilla se destila todavía esperanza, ilusión de días mejores, ansia de que continúe en ascenso el gran esfuerzo de desarrollo emprendido por la Revolución Ciudadana, una vez que se superen las duras afectaciones causadas por la crisis económica internacional.

Estamos, pues, divididos por el torrente de la historia. Es como si las viejas divisiones internas del país, las viejas rupturas sociales, las antiguas fallas de nuestra geografía cultural se hubiesen reunido finalmente en una sola, terrible fractura, que amenaza con dividirnos para siempre.

En otros tiempos, esto habría sido el presagio de una guerra civil, pues nuestros antepasados solían lavar con sangre todos los odios y fermentos acumulados. Pero ahora, civilizados como nos hemos vuelto, la guerra civil abierta y franca de otros tiempos ha sido sustituida por una guerra de palabras, solapada y sucia, alimentada desde los más oscuros requiebros anímicos y mentales de la oposición.

Y hablo en genérico de la oposición porque la único que une a todos esos talibanes de la política ecuatoriana, a todos esos señores de la guerra sucia, es su odio, mayor o menor, a Rafael Correa y a la Revolución Ciudadana. Y como aquel ya no será candidato para la Presidencia, lo que queda en la oposición es una mezcla de odio y miedo: odio a todo lo que esta revolución política ha sembrado en el país y especialmente en la mente de sus ciudadanos, y miedo a que esa siembra fructifique en nuevos triunfos de Alianza PAÍS.

Muy mala es la mezcla de odio y miedo que alimenta la actual guerra sucia opositora. Está hecha de palabras crueles, de ideas ruines, de mensajes calumniosos. Es mala por el abismo de rencor e ira que ha ido construyendo bajo nuestras plantas. Y mala por ese clima de suspicacia que busca levantar entre todos y frente a todo, como si cada obra pública fuera un atraco, cada acción oficial una ruindad, cada iniciativa por el país una carga de malas intenciones.

Me pregunto a dónde va a conducirnos esta explosión incontenible de odio político, que viene acompañada de un desate de las más bajas pasiones humanas: envidias personales, celos ideológicos, rencor por los cargos perdidos, ambiciones de riqueza fácil y otras similares.

Una primera y obvia respuesta es que ello ha provocado una creciente respuesta del bando agredido, que ha aceitado sus armas para la guerra a la que ha sido convocado. Las acciones que este bando emprenda corresponderán a la más legítima e indispensable defensa, con lo cual se volverá todavía más caldeado el ambiente político nacional.

Las otras respuestas las guarda el futuro. Lo seguro es que de aquí al fin del mandato de Correa tendremos guerra abierta y sin cuartel. Y la guerra seguirá luego, acrecentada quizá, pues si gana Alianza PAÍS, que parece lo más seguro, la oposición tendrá sangre en los dos ojos y quizá buscará salidas antidemocráticas, de esas que algunos andan buscando desde ahora mismo. Y en el supuesto no consentido de que ganara la oposición, las masas populares no van a resignar los triunfos ya alcanzados ni a permitir un retroceso a los viejos tiempos, y darán dura pelea por sus intereses.

En esas estamos. La guerra civil sin armas de fuego acaba de empezar. Ojalá no sea sustituida por la otra, la de la sangre.

Donald Trump, el populista bárbaro

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

A comienzos del siglo XIX, EE.UU. ocupó los territorios mexicanos del norte usando a su favor una bomba demográfica importada: invitaron a venir de Europa a todos los pobres que quisieran paz y tierra y los enfilaron hacia la ‘Conquista del Oeste’, para volver irreversible lo que su ejército había tomado por la fuerza: Tennessee, las Floridas, Texas, Nuevo México, Colorado, California, Nevada, Montaña, etc. Y luego se prodigaron en invasiones, ocupaciones y despojos contra los países latinoamericanos.

Pero los tiempos cambian. Ahora los latinos del Sur tienen su propia bomba demográfica y, gracias a ella, van recuperando los territorios perdidos. Es más: han ido ocupando silenciosamente y sin armas otros territorios de importancia, como Nueva York, Nueva Jersey, Illinois y hasta el mismo corazón político de EE.UU., el distrito de Columbia, donde ya hay casi una mitad de hispanohablantes. Así han ido hispanizando a EE.UU., al punto que se afirma que después de 50 años ese país podrá ser considerado uno más de la América Latina.

Ese es el trasfondo contra el que debe verse la emergencia del grotesco anglopopulismo de Donald Trump, ese millonario prepotente que amenaza a México y que exalta entre la gente ordinaria de su país, afectada por el desempleo, una política de miedo y resentimiento contra los inmigrantes latinos. Pero Trump no es el inventor de las teorías racistas que pregona, sino solo su difusor más eficiente. En realidad, ellas han sido elaboradas por la ‘intelligentzia’ del sistema al que representa, como parte de sus teorías de guerra. Y entre las mentes que las han motivado o concebido ocupan un lugar destacado académicos como David M. Kennedy, Mark Krikorian, Morris Janowitz, Robert Kaplan, Abraham Lowenthal y, sobre todo, Samuel Huntington, sociólogo, profesor de Harvard y exmiembro del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos.

Conocido por sus teorías sobre el ‘choque de civilizaciones’ entre el islam y el Occidente cristiano, pasó luego a plantear otro choque entre ‘Occidente’ y América Latina. En su ensayo El desafío hispano tomó los argumentos racistas usuales en su país y los elevó a la categoría de teoría científica, alertando a sus lectores blancos, anglosajones y protestantes (WASP) acerca de esos ‘bárbaros latinos’ que se habían infiltrado en Estados Unidos y amenazaban con destruir desde adentro la civilización estadounidense.

Con tono paranoico afirmaba: “El desafío concreto más inmediato y más grave a la identidad nacional viene de la inmensa y continua inmigración procedente de América Latina, especialmente de México”, agregando que “la inmigración mexicana está provocando la reconquista demográfica de zonas que los estadounidenses habían arrebatado por la fuerza a México en los decenios de 1830 y 1840 y que están siendo ahora mexicanizadas… La mexicanización está difuminando, además, la frontera entre México y Estados Unidos y está introduciendo una cultura muy diferente, al tiempo que está favoreciendo la aparición, en algunas zonas, de una sociedad y una cultura combinadas, medio estadounidenses y medio mexicanas”.

En la culminación de su teoría, afirmaba que era poco probable que los latinos se asimilaran a la cultura norteamericana, dadas su falta de vocación democrática, su desapego al trabajo y su desprecio por el inglés.

Así, pues, Trump no ha hecho sino retomar esas ‘teorías académicas’ y ponerlas en versión grotesca y fácil de asimilar por sus conciudadanos más ignorantes y pobres.

Marzo

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Y se nos va marzo, que para nosotros los ecuatorianos es un mes de homenajes a la geografía y a la historia. A la primera, porque es el mes del primer equinoccio del año, que se llama ‘equinoccio primaveral’ en el hemisferio norte y ‘equinoccio otoñal’ en el hemisferio sur. Se trata de un momento muy especial del año, pues el Sol se halla colocado en el plano del ecuador terrestre y los dos polos del planeta se encuentran a una igual distancia del astro que nos da vida. Por ello la luz solar ilumina de igual modo a los dos hemisferios y el día y la noche tienen la misma duración.

En este equinoccio, que ocurre entre el 20 y 21 de marzo, se inicia en el hemisferio norte la primavera, que marca el renacimiento de toda la vida y el reverdecer de la madre tierra. De ahí que los pueblos indígenas del Ecuador andino celebren en este día el Pawkar Raimi o fiesta del florecimiento, en agradecimiento a la Pachamama por las primeras flores y los primeros frutos recibidos de ella.

Estamos, pues, en primavera, que, como dice el viejo adagio, ‘la sangre altera’ y nos pone más animosos, aunque a otros les produce astenia, un trastorno que trae consigo sensación de fatiga, dificultad para dormir y pérdida del apetito.

En el ámbito culinario, nuestra fanesca es una prueba de la vitalidad primaveral, expresada en la presencia de variedad de granos y frutos tiernos: arvejas, fréjoles, habas, choclos, zambos y zapallos, entre otros.

Entre tanto, en el hemisferio sur este día marca el retiro del Sol, el fin del verano y el comienzo del otoño, época en la que envejecen y caen las hojas, los días se vuelven cada vez más fríos y migran las aves hacia regiones más soleadas.

Pero marzo es también un mes de recordación histórica para los ecuatorianos, que lo hemos simbolizado en nuestro escudo nacional. Es el mes en que culminaron las luchas populares contra el gobierno de Juan José Flores, quien, en asocio con la oligarquía terrateniente, había implantado una tiranía de larga duración en el naciente Ecuador.

Esa culminación se dio el seis de marzo de 1845, cuando estalló en Guayaquil la ‘Revolución Marcista’, que encargó el poder al triunvirato de Olmedo, Roca y Noboa. Dos días más tarde el gobierno insurgente emitió una proclama escrita por Olmedo, que decía:

“CONCIUDADANOS: llegó el día deseado en que triunfase la noble opinión que se difundía de un extremo al otro de la República contra autoridades e instituciones intrusas. Los votos del pueblo quedan satisfechos. No resta más, sino poder abrazar igualmente libres a nuestros hermanos de las provincias interiores. Este hermoso día no está lejos …

Restablecer las ruinas que deja la anterior administración no es obra de pocos: necesitamos la cooperación de todos nuestros conciudadanos; no dudamos obtenerla, pues todos se hallan en el solemne compromiso de justificar la elección que han hecho en nosotros. Por nuestra parte rogamos encarecidamente a nuestros conciudadanos armados y no armados, de dar el raro ejemplo de amar en igual grado la libertad y el orden y de aprobar a los ojos del mundo que una justa revolución no es una rebelión, como lo llaman los amigos del poder absoluto y los cómplices de la ambición”.

Fray Agustín Moreno Proaño

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

El viernes 18 de marzo se apagó en Quito la luminosa vida de fray Agustín Moreno Proaño, a los casi 94 años de vida. Había nacido el 22 de agosto de 1922 en Cotacachi, en una honrada familia de provincia a la que diera lustre su tío Segundo Luis Moreno, afamado compositor nacionalista.

Huérfano de padre desde su temprana infancia, creció entre el afecto de su madre y de su abuelo materno, a quien recordaba como su primer guía y maestro. Y a los doce años de edad fue llevado por su familia al convento de San Francisco, de Quito, donde fue entregado para su formación religiosa.

Los frailes supieron valorar su gran talento natural y lo formaron del mejor modo posible. Así se convirtió en un fiel seguidor del pobrecillo de Asís, pero se aproximó también a los asuntos de la cultura, hacia los cuales sentía gran inclinación.

Ya adulto, se dedicó a estudiar la vida y acción de fray Jodoco Ricke, fundador de la orden franciscana en el actual Ecuador, y de fray Pedro Gosseal, conocido como ‘Fray Pedro pintor’, fundador de una escuela de pintura para niños indígenas, con la que se inició la Escuela Quiteña. De esos estudios saldría más tarde un bello libro suyo sobre ambos personajes.

Tras ser consagrado sacerdote a los 23 años, sus afanes intelectuales le valieron una beca de su orden para estudiar ciencias sociales en Canadá, donde se doctoró, pasando luego a laborar como investigador en grandes archivos de EE.UU. y Europa. Eso lo ayudó a redondear su formación humanista, que incluía el conocimiento de varios idiomas.

Al regresar a Ecuador, siguió con sus estudios sobre el arte quiteño y se vinculó a la Academia Nacional de Historia, a la cual ingresó directamente como numerario en 1979, con un discurso titulado ‘La patria y estirpe de fray Jodoco Ricke’. En ella ocupó varias funciones y fue también subdirector por algunos períodos, siendo designado Subdirector Honorario Vitalicio en 2015.

En su dilatada vida intelectual fue conferencista y profesor invitado de entidades culturales de importancia y al interior de su Orden ejerció funciones de responsabilidad. Fue miembro de varias academias nacionales e internacionales y recibió condecoraciones por su labor intelectual.

Dueño de una natural vocación por la docencia, fue maestro en los colegios franciscanos y por 40 años profesor de la cátedra de Cultura Ecuatoriana en el Instituto de Posgrado en Ciencias Internacionales de la Universidad Central del Ecuador, y también docente de la PUCE.

Mereció reconocimientos como hombre de cultura, siendo designado Director del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural. Por voluntad de sus colegas, ejerció la dirección de la Sección Académica de Historia y Geografía de la CCE y del Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica.

Dueño de una memoria formidable y de un finísimo humor, era también un hombre de convicciones definidas y pensamiento abierto. Autor de inteligentes libros, lector de Montalvo, de Darío y de los grandes poetas americanos y europeos, amigo leal y generoso, orador notable y admirador de la belleza femenina, fue uno de aquellos personajes que la antropología contemporánea denomina como “tesoros humanos del patrimonio cultural”.