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Concurso de odios. 2016

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

Nos acercamos vertiginosamente a las metas que imponen los deseos, esos que imprimen las excitaciones a las masas fóbicas que miran tras los cristales de grandes vitrinas, las apetitosas mesas que los señores llaman banquetes electoreros. Se llaman así: “banquetes”, no sé por qué derivado de banquillo, cuando en realidad es en donde comen hasta el regodeo todos los glotones, sin importarles que lo sobrante puede alimentar a muchos pobres de exiguos salarios, o a los esclavos que los saludan desde debajo de las tarimas y se entusiasman cuando les abrazan y les dirigen la mirada.

Entrar a las elecciones es como ingresar a un hotel cinco estrellas a compartir lo que pueden solo los magos que hasta reclaman presupuesto para financiar sus demagogias. Y nuevamente, los de siempre son los que se han puesto de candidatos, disfrazados de entendidos en manejar sus cintas para que, desde cajitas hechas de madera de bananas, y de enlatados de sirenas, salgan muñequitas rubias y conejillas de peluche, a promocionar desde las vitrinas lo que ofrecen los magos, cuando se abren las tiendas de campaña. Los magos no sabían dónde poner los lazos de la oferta; y dijeron que los lazos se ponen encima de las cajitas donde, en su interior, debían estar las muñecas de caritas atractivas. Pero cuentan que los magos hicieron la advertencia de que el público había visto esos lazos como moños de los sapos que sabían saltar de piedra en piedra; pero que los habían sentido cómo preferían hacer sus saltos y sus asaltos de banco en banco, más seguros y menos resbalosos, en los charcos tropicales de riquezas enlodadas.

Entre los magos, como todos sabemos, no todos tienen caras atractivas. Los que no pueden acomodarse las caretas porque no les calza las de simpáticos que se veían en los espejos verdes, salieron con sus narices encorvadas, con huellas de narigueras a confundirse con mandíbulas robustas que delataban que, sin duda, el abanderado provenía de un abuelo simio. Se sabía que era un exponente de que la civilización avanza y avanza haciendo piruetas de simpatía en circos seguros, donde la magia de millonarias contribuciones, se desvanecían entre las procesiones posfechadas de la muerte. Ya en el desencanto, la gente se dio cuenta que los hospitales y las casas de salud son iglesias de bien morir.

Los países mirados como haciendas son territorios donde se hacen leyes para administrar primero el hambre, y después, las demás formas de las dependencias; y donde se procuran salarios hasta olvidarse completamente de sus muertos. Y hay que aceptar, ahora más que siempre, que toda elección es un concurso de odios, de esos enfrentamientos terribles que tiene la rapiña. Después todos entrarán de a buenas cuando el botín sea un tanto equitativo para tanto lambón inversionista.

Hemos sido empujados a la fuerza que tienen de los péndulos, a balancearnos de derecha a izquierda, de la apatía a la resignación. El juego en este columpio se llama “oliendo la democracia”. Así, vamos con tanta facilidad de la risa al llanto, de la alegría al desencanto, de las manos de uno a otro de nuestros empujadores, sin meditar en sus fundamentos. Politiqueramente vamos del “matrimonio a la carta”, a los divorcios vinculantes. Lo desechable es una rara forma de comportamiento de las sociedades de consumo, y va desde lo elemental y cotidiano hasta los niveles de gobierno que, en nuestra mentalidad, tienen marcas con tradiciones desmontables, sea con garrotes o con silbatinas al héroe que sale de la escena. Eso no les importa a los protagonistas de películas de gánsteres, porque salen arcaicamente llevándose los trofeos en costaladas, en lugar de hacer saqueos sistemáticos e inteligentes con destino a los paraísos, que dicen que se llaman fiscales, porque están dentro de alguna ley hecha por ellos mismo…

Autonomías

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

Si fuésemos griegos pondríamos un poco de filosofía a las palabras; pero como apenas aprendimos griego o raíces grecolatinas en las universidades, como para aprobar la asignatura y olvidarnos luego, tenemos en la cabeza un palimsesto. Esto quiere decir que operamos con un sincretismo. No solo que hemos hecho con las raíces de la palabra, sino que acudimos a los sociolectos, que tienen significaciones, acorde las ha ido acuñando la experiencia popular.

En el mundo mercantil y jerárquico en el que nos desenvolvemos, la autonomía la hemos desviado a pensar en recursos, en el presupuesto que lo asigna el Estado para que algún ungido con las democráticas elecciones de cualquier gremio, de cualquier entidad, de cualquier instancia, pueda aunque sea, como se dice en nuestro medio, “hacer chicha la plata”, sin que nadie le controle, porque las leyes pueden evadirse con inteligentes trampas. Las autonomías criollas son inventos de nuestros políticos que han manejado y manejan presupuestos como cajeros particulares, salvando las excepciones que el caso amerita decirlo, más que creerlo. Ahora tenemos Gobiernos Autónomos Descentralizados, para que, según planificación y rubros, la máxima autoridad tenga bajo su control el baúl que le entrega el Estado. Lo propio lo han tenido y tienen las universidades y la Casa de la Cultura, entre otras entidades autónomas. Desde luego, que con el baúl vacío, se acaban las autonomías y se evidencian las dependencias.

¿Cómo vincular la autonomía en su razón de ser, con lo económico? Pues para ello pongamos el concepto básico: Autonomía significa que el accionar de alguien es capaz de autogobernarse. Las entidades tienen reglas para regirse por sí mismas en función de su cometido social. Los recursos necesarios constituyen su respaldo, pero no son la esencia de las autonomías, puesto que no todo se ha de hacer con plata, sino con iniciativa, con autogestión, con ahorro, con inversión, con celo institucional. La autonomía no puede entregarse a despilfarradores, a inmaduros ni a irresponsables que tomen recursos y desencanten a los gremios o entidades que transitan por senderos de libertad creadora.

Los griegos usaban la autonomía con un sentido de búsqueda de libertad en un sentido político. En nuestra experiencia, las mayores luchas por las autonomías la han hecho los jóvenes en las universidades, aunque algunos “líderes” administrativos (sus rectores por ejemplo) se hayan valido y sigan valiéndose de ello para fortalecer sus haciendas o sus trincheras nefastas. Se sabe que Sófocles, avizorando la metáfora de la tragedia humana, usó la autonomía en sentido de autodeterminación de un pueblo que rechazaba la intromisión de poderes extranjeros. La autonomía hace prevalecer las propias ideas, la autoestima. La autonomía tiene que ver con un sentido de creatividad en donde no encajan los burócratas, los cumplidores de reglamentos. Tampoco vale entregarles la autonomía a los tramposos, a los manipuladores ni a los autoritarios que creen que su palabra está por sobre la de los demás. No se dan cuenta que los saberes son formas de autonomía, mas no el poder al que llegan muchos con sus ignorancias. Para los griegos, como Sófocles, la autonomía tiene que ver con la moral, con la ética social. En Antígona, las convicciones de la heroína superan lo que habían dispuesto los hombres con sus leyes. De tragedia en tragedia, repensemos que hay que meditar mil veces antes de entregar el manejo de la autonomía a los lobos disfrazados de ovejas.

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Confidencias a mi perro negro

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

Mira mi Negro: Ahora que ya estamos de regreso a casa, ahora que leo en tus ojos sinceros el dolor de mis ausencias; tú que olfateas mis deseos debes conocer cosas que para nosotros son incertidumbres; tú que me has aullado esas como melodías prolongadas que no alcanzan a ser palabras sino solo vocales profundas que la desesperación suelta en el filo de la noche; ahora que vienes a lamerme mis noticias de viajero como si quisieras curar mis lastimaduras con tu lengua generosa; ahora que me he sentado en el patio a mirar mis enigmas en tus ojos que adivinan la muerte; quiero que sepas que me ha impresionado la tumba del Señor de Sipán porque, entre otras tantas cosas, un perro de raza de “viringos” era su guía de ultratumba.

Ese que fue hombre de Sipán, murió atragantado de una soberbia importancia que le sobraba. Me dijeron que siempre necesitó de un perro para que le guiara en su viaje a la otra vida, a donde van siempre los señores, los papas, los reyes y la gente que es dueña de los dioses y de los paraísos. Yo vi unos huesos acurrucados junto a los pies de su amo, su Señor que acaba de resucitar para estar muerto en muchas partes, en muchos libros, en esculturas de vasijas, en conversaciones de arqueólogos y de “entendidos”. Era su Señor un grupo de huesos llenos de joyas de oro y esmeraldas sobrevivientes, con collares de maní de oro y plata que estaban sembrados en su cuello donde, según dijeron, se juntaba la noche con el día. Lo vi en una tumba del desierto que llaman “Huaca Rajada”; aunque también estaba en un palacio moderno que ahora es su museo, donde lo miran gente que en cambio junta la importancia con la envidia.

El perro viringo estaba ahí, oliendo futuras muertes, adivinando los caminos de las sombras que están hechos encima y debajo de la tierra; tal como tú hueles las sospechas en la sangre. Me dijeron que el viringo era un perro sin pelo, de los que solo hay en el Perú. Vino a alagarme uno de esos, en la Huaca del Arco Iris antes de ir a Chanchán, que es una bella ciudad de barro. ¿Sabes? Recorriendo esas tierras, yo estuve por donde en ese tiempo, esa parte de la tierra se llamaba Moche, donde no vivían incas sino mochicas o moches que sabían hacer pirámides para morir con oro.

Mi Negro, Yo sé que tú también tienes parte en esa historia, porque lo que te estoy contando les interesa mucho a los perros; así como todos nosotros tenemos que ver con historias de los hombres, los cuales no siempre son amigos de los canes. Los moches de Chiclayo, de Lambayeque, de Chicama, de Jequetepeque, de Virú que es palabra moche que aprendieron rápido los conquistadores españoles cuando se quedaron por Piura y por la Huaca del Sol y de la Luna, donde fueron a fundar lo que llamaron ciudad de Trujillo; los moches de Chao y de Huarmey hacían pirámides de adobes para entrar con sus señores, vestidos con oro de ultratumba. Ahí les pusieron a sus perros para que les cuidaran para siempre sus tesoros. En tu caso, yo sé que habrías marcado territorio en cada esquina, donde los moches tenían centinelas, que era su único territorio.

La manipulación de la gratitud y los vasallos modernos

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

¿Cómo agradecer sin ofender? ¿Cómo agradecer sin servilismo? Quien sabe me salten otras preguntas desde la perspectiva del ‘favorecido’. ¿Cómo hacer que una dádiva o un favor no sea una atadura al genio interesado que tiene la jerarquía del donante? Esta sería la pregunta desde el otro lado de la medalla. Por ahora, de lo que se trata, es de reflexionar sobre las conductas recogidas en la historia de las experiencias públicas. Quienes se ponen arriba, se sienten arriba. Fuimos nosotros quienes los hemos puesto arriba, para que ‘nos gobiernen’. Entonces se convierten automáticamente en dadivosos, beneméritos, congratulantes, condescendientes. Se constituyen en réplicas de monarcas que siempre fueron ‘generosos, mecenas’, “dar es la parte que más ennoblece a los príncipes, porque…pueden los hombres competir con los dioses”, y por todo ello “la beneficencia es compañera inseparable de la majestad”, decía el intelectual religioso Diego Felipe de Albornoz por el año de 1666, en una Cartilla Política Cristiana.

En las épocas en las que el rey tenía súbditos y su condición de Señor Natural no tenía peligro de que fuera arrebatada su condición omnipotente. El monarca hacía derroche de benignidad y liberalidad. En palabras de Pedro de Avilés, consejero del Marqués de Astorga, Virrey de Nápoles: “no todos pueden ser liberales, porque no todos tienen qué dar”, pero los príncipes que tienen “tesoros que repartir, dignidades que distribuir y oficios que proveer, bien pueden ser liberales”. ¿Cuánto podían y pudieron dar los reyes españoles? La historia cuenta lo que se dio a los religiosos: desde los arzobispados hasta las abadías con sus respectivas prebendas; a los seglares las jerarquías militares, igualmente con sus prebendas de encomiendas y de cargos temporales, por una vida, por dos vidas, y hasta privilegios vitalicios generacionales. Cuánto dieron a los conquistadores e incondicionales en la obediencia, igualmente llenándolos de cartas de nobleza por mérito, cuando no lo tenían por herencia, exonerándolos de pagos de impuestos y más bien convirtiéndolos en cobradores de tributos. Mirando estas cosas, me encuentro con pensadores como John Elliot y José de la Peña en sus Memoriales (1978) que nos advierten: “la liberalidad y magnificencia son virtudes propias del ánimo real y las que son más necesarias parecen más naturales a la grandeza de los reyes, que con beneficios ligan en amor y obediencia a los corazones de los vasallos”. Así las cosas, el beneficiario queda con la voluntad sometida, con su conciencia vendida, con el alma enajenada. Esto quiere decir que por algún lado, la gratitud siempre ha estado en peligro, cuando el favor viene de la jerarquía y del poder, porque pasa a ser tenida como servilismo, incondicionalismo, fidelidad perruna, esbirrismo.

Mas ahora, mirando las experiencias de nuestra administración política, quienes pasan a gobernarnos amparados en la democracia, hacen lo mismo que los reyes con su esquema de monarquía. Los cargos claves pasan a ser desempeñados por quienes les han ayudado a la ‘conquista’ del poder. Se reparten las prebendas en todos los niveles posibles que requiere la burocracia. El rey o el gobernante actual, requiere de ‘personal de confianza’, requiere de gente de alta fidelidad. Sin embargo de ello, la traición también ha sido la práctica de la historia. Pero conviene aclarar que, en una ‘traición’, puede haber sana rebeldía, idealismo emancipador; o sencillamente traición pura para pasar a ocupar el poder, bajo el mismo esquema de pensamiento que tiene el despotismo, el autoritarismo extremo, el posicionamiento dilatado, etc.

Y mirando la historia política, ¿de quiénes se han valido los monarcas para ampliar su dominio y su poder? Los colaboradores han tenido y tienen un nombre: se llamaron vasallos.

Los Vasallos modernos

El vasallo, por etimología es quien “percibía beneficios y honores por parte de los señores, así en tierras, dinero, o la condición de caballero, a cambio de importantes servicios que había de prestarles” a sus señores. Se llamaron vasallos a los súbditos del rey y de los héroes. Aplicado esto a nuestras formas de hacer y vivir la política contemporánea, hay que decir que las contiendas electorales son planificadas como verdaderas batallas guerreras donde se ‘pelea’ a todo nivel: batallas ideológicas cuando quieren ser deliberantes; debates intelectuales cuando se quiere demostrar altura; pero los vasallos están listos para las otras contiendas, las más bajas, las de su nivel. Son aptos para enfrentamientos teatrales con séquitos de aplaudidores; están preparados para las contiendas verbales o insultantes; y hasta para las de las agresiones físicas. Los vasallos de antaño defendían ciegamente a su caballero. Los actuales saben que ‘su candidato’ es un ícono al que lo proyectan deificado o endiosado.Y desde luego, respaldan a su elegido mirándolo siempre en un pedestal como a santo, como a semi dios, o como a héroe. Lo idolatran ciegamente, aunque fuese un paradigma de ninguna convicción. Los vasallos se someten ciegamente con sus afectos y adulos. Pero, desde luego, se portan así porque saben que vendrá la recompensa que debe ser generosa y acorde a sus demostraciones de luchadores en las contiendas de las llamadas ‘campañas’. Nótese justamente esta palabra, la cual es muy usada en los procesos eleccionarios de nuestro medio: ‘estar o andar de campaña´. Esto, según los diccionarios es estar dentro de un período en guerra. No hemos adoptado la palabra proselitismo, sino ‘campaña’, porque es difícil quitarse los atavismos.

Y al asumir teatralmente el hecho de estar como en guerra en una ‘campaña’ electoral, conviene que se reflexione sobre lo que significa psicológicamente esta preferencia verbal, tanto para el héroe como para el vasallo, que aquí lo estamos superponiendo como si fuesen entre líderes, y entre adeptos o seguidores. Los líderes son quienes llevan la auténtica discrepancia. Los vasallos los secundan por conveniencia. Nuestras guerras siempre han sido ‘prácticas civiles’, aunque fuesen armadas. Siempre hemos vivido peleando con nuestros propios conciudadanos, salvando el caso de ciertas contiendas que han sido vistas como luchas con ‘otras naciones’ que en el fondo no son sino peleas entre pueblos hermanos, por una serie de razones donde la historia nos pone sus aclaraciones.

El vasallaje tuvo buenas raíces en la España medieval. Véase el Cid para entender mejor nuestra historia y atavismos. El vasallaje fue toda una institución que pervive calcada a la modernidad bajo el mismo principio de luchar para recibir prebendas y estimación de quien vaya a posesionarse en el poder. Así el vasallo es también un consejero de su amo, un portavoz de acuerdo a su nivel social. Según esto, muchos vasallos actuales de élite, se llaman asesores. Los de niveles bajos se llaman ‘lamebotas, perros, lamenalgas. Son prostituidos en el sentido etimológico, psicológico y hasta en nivel conductual. Son los soportes y propagandistas prismáticos de su identidad. Los vasallos tienen amos de turno y están cómodos siendo héroes de la sombra. De este núcleo surgen y se proyectan los conspiradores que con audacia y habilidad, más que con inteligencia, muchas veces llegan a ocupar los poderes de sus antiguos señores. Puedo decir y contar experiencias pragmáticas que verifican este comentario: algunos ‘líderes populares’ de mi entorno, cuando ha llegado una contienda democrática, se han presentado a ofertar servicios para respaldar a determinados políticos. Estos se han ensoberbecido y han menospreciado a estos vasallos. Es entonces cuando se han llenado de orgullo y amor propio, y han tomado la decisión de, ellos mismos, pasar a ser contendores en los procesos de elección, y han conquistado el poder, con respaldos mediocres en su formación, en su visión y en la conducción de los espacios a gobernar. Los gobernantes, cuando se sienten reyes, tienen un pueblo a sus pies. Los vasallos, cuando se sienten fuertes en democracia, hablando de igualdad de clase, se han subido sobre los hombros de sus ‘hermanos’ a ubicarse en el poder. El crítico se queda en eso, en su discurso teórico, mientras los demás se ríen de su suerte.

La Hacienda de Clara Núñez de Bonilla en Quinchicoto. 1632

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

Baja un frío viento del inmenso Cari-huaira-rasu que todavía está intacto. En 1698 reventará su furia ante tanta injusticia, y se hundirá como un Dios que se achica junto a los que creyeron en EL. Ya no están los que le ofrecían llamingos y vicuñas entre danzas y flores de las pampas. Padre de los vientos; Cari-huaira-rasu te volvieron a llamar los hombres que vinieron con el inca y con su quichua. Así te reconocieron cuando nosotros ya te habíamos llamado: Dios de las Alturas y de la
Soledad; Varón de los Huracanes; Engendrador del Trueno y de los Rayos. Así te dijimos en nuestra propia lengua que murió justo cuando también te derrumbaste tocando las dulzainas en las alas de los cóndores en 1698.

El viento es como el alma: sopla su monólogo con los ojos cerrados y se miente así mismo. El viento es como el alma: sopla y pasa. A veces quiere ser picapedrero… Impregna una huella, pero igual, se va, se va… se va tragándose la saliva que le da la vida. Todavía no hay ningún eucalipto en el horizonte. Las chilcas, los maticos y los quishuhuares cabisbajan sus ramas y se abrazan en los linderos hasta que pase el viento que revolotea espantado por los relinchos y el tropel de los caballos.

En el camino entre Tisaleo y Mocha está la hacienda de Clara Núñez de Bonilla, hija legítima del Gobernador Rodrigo Núñez de Bonilla, a quién César Dávila Andrade consignó «su odio» en el Boletín y Elegía de las Mitas a los cuatrocientos años. Clara está presintiendo su muerte. Su padre que se sentía dueño de todo lo que miraba, también se despidió de éste mundo. Clara ésta pensando en su segunda nieta: la pobre Magdalena Bonilla se consume en el sufrimiento moral. No vale que vaya a vivir ni en Quito ni en Riobamba porque pueden vangarse en ella lo que hizo su padre Don Nicolás de Larraspuru, miembro de una importante familia vasca. Le voy a dejar mi fortuna a la Magdalena, pero que se quede viviendo en Quinchicoto; y si quiere, que se vaya también a la otra hacienda de Mocha.

Clara Núñez de Bonilla recorre los corredores de la casa de Quinchicoto. Quiere aferrarse a la vida pisando los mosaicos de piedra y huesos de carnero que han hecho los indios. Clara ha manejado tanto dinero y tanto poder que cree que Dios no solo debe recibir su alma en el cielo, sino también sus huesos. En la casa ha escondido un patio cuadrado entre paredes y techados. Es como un mantel de piedra sujetado en las esquinas por pilares también de labrada piedra. Hasta allá se oye la llegada de sus ochocientas ochenta y ocho ovejas que cuida Francisco Masabanda y Antonio Ingata, según el dato del Archivo Nacional de Historia desempolvado por Gladys valencia Sala. Clara Núñez de Bonilla, casada con Juan de Vera y de Mendoza, dicta su testamento el 20 de Julio de 1632.

«Porque yo tengo mucho amor y voluntad a Doña Magdalena de Bonilla y Larraspuru mi nieta hija segunda legítima del General Don Nicolás de Larraspuru caballero profeso de la Orden de Santiago y Doña María de Vera y Mendoza mi única hija legitima y del dicho de mi marido…» del tercio de mis bienes le dejo «setenta mil pesos de a ocho reales cada uno» y lo que a continuación queda inventariado: «En el caso de la hacienda hay tres casas con nueve cuartos cubiertos de paja, el uno con candado pequeño y los demás con sus puertas sin cerradura ni llaves. En un cuarto una mesa grande y un escaño, tres tarimas, una azuela pequeña de cabrestillo, un azadón viejo y remendado, una hacha vieja y pequeña. «Regresa la mirada por una ventana y ve su «cuadra de alfalfar» y se lamenta que España esté tan lejos al no tener mas herramientas. Y prosigue: «Un molino corriente y moliente con un dado y dos gorrones muy gastados con una picadura vieja con su casa cubierta de paja y un aposento con su puerta y llave y la puerta principal con cerradura y llave y la otra puerta con su aldaba de fierro…»

Clara Núñez de Bonilla no puede morir pronto. Piensa en Nicolás de Larraspuru, su yerno hijo menor del famoso Almirante Tomás de Larraspuru, dueño de la flota de barcos que llevaban a España el oro, la plata y otros cargamentos que salían de Perú y de México, para entregárselos al Rey Felipe IV. Don Nicolás era «noble, vago y pendenciero.» Un día de riña hirió gravemente al Licenciado Antonio Rodríguez, Fiscal de la Audiencia de Quito. Por eso le desterraron a vivir en Riobamba, en donde, y por las fiestas de Navidad, un 29 de Diciembre de 1626, en una riña sangrienta, mató al Alguacil Mayor Don Pedro Sayago del Hoyo, nativo de Extremadura, por repulsas nacionalistas y regionalistas trasplantadas en América.

Clara Núñez de Bonilla ha vuelto a abrir los ojos estos días de julio de 1997. Sabe que siguen, como siempre, los enfrentamientos entre vascos, extremeños con los castellanos. Toda España gritaba en contra de su yerno por los nuevos asesinatos con la ETA…EI alma está en el viento y el mundo sigue dando las vueltas.

Nota del Director: Este relato consta en el libro HISTORIAS AUN NO CONTADAS de la autoría del doctor Pedro Arturo Reino Garcés, Cronista Oficial y Vitlicio de Ambato.

El Título de Lector jubilado. 1623

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

Hay noches cortas y noches largas, Las noches largas no son sino fantasías que se fabrican en los insomnios de quienes les gusta las verdades compartidas. En cambio son felices en las noches cortas aquellos que engordan su alma con cebos de tiniebla. Es en la oscuridad donde se acunan mejor los fantasmas y los sueños de quienes no pueden soñar de día. Por eso las palomas se hacen cuervos. Drácula sonríe tranquilo, los perros aúllan como lobos, los murciélagos se creen pájaros, y los fantasmas embuten sus cuerpos inverosímiles entre los árboles. También los ojos se acostumbran a la luz de la noche; y el hombre, animal de costumbres, fabrica sus historias.

Tal como dijo Neruda; cojo una lámpara de piedra para alumbrarme en la Edad Media. Me encuentro en esa noche con los especialistas en tinieblas. Cojo mi lámpara de piedra y casi no avanzo a divisar desde aquí, desde qué siglo vienen con esa costumbre los habitantes de los pueblitos de Aragón. Diviso una redundancia: es la Noche de la Historia y es denoche en el tiempo. En las calles largas y torcidas una dragón de piedra se retuerce en el olvido. La torre de la iglesia aplasta su cabeza. En la plaza se acumulan los griteríos.

Las gentes han salido de sus casas a demostrar su «jubillo». Casas de piedra, torre de piedra, noche de piedra. De pronto los griteríos se redondean y caen al suelo chamuscados por las antorchas que parpadean huidizas ante la inminente llegada y paso de la bestia. Trotan con «jubillo» una procesión de piróforos de tras de un toro inmenso. El toro es del dolor del otro lado de la luna. Viene vomitando luceros de espuma y embistiendo las carcajadas, los abucheos, los alaridos de los piróforos que revuelcan pisoteados siglo a siglo. «El tora lleva en las astas unas grandes bolas de pez y de resina encendidas», preparadas especialmente para esa noche de «jubillo». El toro corre por las callecitas de los pueblos de Aragón como un auténtico diablo desde la alta Edad Media.

Dicen que el «jubillo» de los aragoneses devino del «jubileo» de los israelitas. Los latinos tomaron el júbilo olvidándose de la idea inicial del «yugo» que al ser desbaratado producía el regocijo manifiesto y colectivo. El jubileo de los israelitas era una «fiesta pública que celebraban al terminar cada periodo de siete semanas de años o sea al comenzar el año quincuagésimo. En este año no se sembraba ni se segaba (cosechaba), todos los predios vendidos o de cualquier manera enajenados volvían a su antiguo dueño, y los esclavos hebreos, con sus mujeres e hijos recobraban la libertad.»

La Edad Media tomó algunas alternativas para instituir el júbilo. La iglesia instituyó la jerarquía del «lector jubilado», y la trasplantó a América. Así se instaló una rara costumbre para «los lectores tres años enteros lógica y filosofía en la Religión, o en el siglo, y después, por doce años continuos la Sagrada Teología, sin interrupción; o el que hubiere leído quince años continuos la teología, aunque no haya leído artes, todos desde allí en adelante sean jubilados y gocen de voz activa y pasiva en todos los Capítulos Provinciales, como si fuesen perpetuos guardianes, y procedan siempre y en cualquier parte a todos los que fueren Definidores…»

La Biblioteca Nacional de Bogotá tiene una «Sección de Libros raros y Curiosos». Allí un manuscrito habla de la elección de Fray Pedro Simón como lector jubilado El galardón consta en el libro definitorio como dice: «Elección de Nuestro Padre Fray Pedro Simón. Lector Jubilado, Calificador del Santo Oficio y Ministro Provincial de esta Provincia del Nuevo Reino de Granada, hecha en tres de junio de mil y seis cientos y veinte y tres años por nuestro Muy Reverendo Padre Fray Pedro Becerra, Predicador, Padre Perpetuo de !a Provincia de San Francisco de Quito, Guardián de dicho convento y Vice Comisario General de estas provincias del Nuevo Reino de Granada, por nuestro Muy Reverendo Padre Fray Juan Moreno Verdugo, Predicador, Padre perpetuo de la Provincia de Granada, Comisario General de todas las Provincias de! Perú y Tierra Firme».

¡Cuántos deseaban ser lectores jubilados!. Fray Pedro Becerra aconseja a los religiosos de Quito que sigan los pasos de Fray Pedro Simón que realmente es un hombre superior. En tanto, la palabra se ha vuelto arisca y jabonosa. Atrapada por la burocracia se ha vuelto triste, desgastada y relegada en los labios resecos de los actuales jubilados.

El Pregonero de Píllaro de 1701

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

Es el 16 de julio de 1701. La página obtenida en el Archivo Nacional de Historia se me desvanece. Mi lupa viaja por los manuscritos como un pez en un mar descolorido por la tempestad de la historia. Me hundo como en naufragio para rememorar las angustias del pasado que se ahoga. No es la alucinación lo que les voy a contar, sino la reedificación de los hombres de ceniza que vuelven con sus rostros crecidos en una muerte de trescientos años.

Píllaro está ahí, mucho más poblado de indios mitimas, traídos en las épocas del incario. Se los conoce así, como mitimas, tilitusa, olleros, yachíles, canimpos, hipos y collanas; además de los llamados vagamundos porque no se los podría fijar tributos. De estos nombres deducimos el ancestro: los hipos y los collas habrían dejado muy lejana su nativa Bolivia o Alto Perú para ponerse a la orden de otro rey que vivía tras el mar.

Se va a iniciar el nuevo siglo en la vida colonial de Píllaro. Es el año de 1701. Los indios todavía guardan en su pecho y en su memoria ilusoriamente el cóndor de su dinastía. El cóndor está atrapado en una red de formulismos legales y notariales de los escribas coloniales, de sus protectores de naturales, de sus oidores, de sus tenientes de corregidores, de sus presidentes de audiencia y cancillería que vivían en «la muy noble y muy leal ciudad de San Francisco de Quito». Los litigios son por los cacicazgos, por las dinastías aborígenes. Don Tomás Quinatoa Hati presentaba pruebas de ser el cacique principal sobre los indios de Píllaro. Por los apellidos, la dinastía tiene raigambre pansalea o quitu-pansalea que da lo mismo.

Por disposición de las autoridades de la colonia se ordena que se dé un pregón para que la gente de Píllaro y sus indios conozcan cuál es el cacique principal; caso contrario lo reclamen con pruebas legales. Se busca un indio ladino, es decir, entendido en el lenguaje, acaso en la lectura de un texto entregado por Juan Antonio Valenzuela, escribano público de Hambato. El pregonero es José Tipán.

Joseph Tipán, con tambor y cascabeles llama la atención de la gente congregada en el cementerio junto a la iglesia de Píllaro. Allí están los naturales como hormigas sobre las tumbas de sus antepasados y sobre las calaveras de los españoles que les han martirizado ya por 200 años, los españoles les han convertido en indios de doctrina general, para que aprendan quichua y catecismo. Ahí están otros caciques principales y otros indios mandones con sus indias. Hay muchos españoles manejando los hilos de una representación de esqueletos de títeres. José Tipán toma solemnidad y encaramado en los vientos de los llanganates en si imaginario dice:

«La Reina y gobernadores en interín de Castilla, de León, de Aragón, de las dos cicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algesira, de Gibraltar, de las Islas de Canaria, de las Indias Orientales y Occidentales, islas y tierra firme, del mar océano, de los estados de Austria, de Borgoña, de Bravanate, y Milán de Abipure, de Flandes, de Jirol y Barcelona, de los señoríos de Viscaya y de Molina = escarmiente del Rey Nuestro Señor Don Carlos Segundo. Por vos el teniente Corregidor de mi asiento de San Juan de Hambato, y otros cualesquier mis jueces y justicia del sabio y gracia», sabed por el protector general de los naturales que don Tomás Quinatoa Hati es el cacique principal del pueblo de Píllaro.

El pregonero repite las palabras que saliendo de su boca caen como mariposas en el vacío de esas lomas. Los quililicos se posan en el campanario de la iglesia mientras una llovizna gotea por las secas palabras de José Tipán. Un trueno anuncia que los problemas van a durar otros cien años. Don Gerónimo Suárez de Bolaños se ha casado con Micaela Hati Sánchez Millocana para heredar el poderío. Se han borrado los nombres de las cruces de los abuelos Pedro Hati, casado con María Choasanguil. La otra cruz era de Juan Quinatoa Hati, casado con Bárbara Toasigcho que fue llevada en silencio justamente a su pueblo de Sigcho para que duerma por los siglos junto a sus ollitas de barro y un collar de piedrecillas rojas que tanto quiso cuando vivía.

Refundar la dignidad humana*

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

*Conferencia en la Cruz Roja de Tungurahua, 13 de Mayo 2016.

Me duele partir de una malograda asociación de pensar en sangre derramada para entender el verdadero color de la Cruz Roja en el mundo. Cuando la sangre sale a las calles, cuando la sangre salta de las heridas, cuando la sangre enrojece nuestras miradas no tengo ninguna emoción de asociar con la cruz roja, porque es un símbolo que duele, más que un símbolo que irrumpe con el peso de la dignidad humana. Los mapas del mundo contemporáneo están goteando sangre y enriqueciendo a los fabricantes de las guerras que de tanta idiotez sanguinaria han perfeccionado la monstruosidad. Es su objetivo: la muerte, en medio del lucrativo negocio de las guerras que salen de las paranoias del poder de los perversos.

Cuando por 1898 ya empezó el Águila del Norte a desarrollar ideología de masas, un tal William Randolph, citado como creador del periodismo sensacionalista, acuñó una frase que no conviene olvidar. El contexto tiene que ver con intervenciones masivas en Centroamérica. Se dice que telegrafió a su corresponsal que había dicho: “Todo está en calma, aquí no pasa nada”. Su respuesta fue: “Usted proporcione las fotografías, yo pondré la guerra” (Enrique, Barón Crespo, Barcelona 2012, p. 84).

Quien lo cita es nada menos que un ex presidente del Parlamento Europeo, Enrique Barón Crespo, en 2012. Y pareciera ser que desde entonces, nos acostumbraron a capítulos semanales, a intrigas diarias y a transmisiones casi en vivo por televisión. ¿Qué harían sin las guerras las cadenas transnacionales del terror?

Catástrofes, guerras, desplazamiento de refugiados y otras calamidades que podemos decir “incontrolables”, por la testarudez humana, se enfrentan al humanismo heroico de la Cruz Roja que realiza su accionar en medio de tanta consecuencia que deja la barbarie.

Las Naciones Unidas han puesto ciertos indicativos para ilustrarnos con estadísticas el balance de las guerras en los últimos tiempos. Sus fuentes dicen que la guerra civil afgana dejó dos millones de muertos; que la guerra, también civil somalí, contribuyó con otros 500 mil cadáveres; que Siria, Israel, Turquía y el Líbano ya superan los 800.000 muertos; que los iraquíes ya superan los 100.000. ¿Y acaso toda guerra no es una guerra civil en la que se enfrenta el hombre con el hombre?

Los datos siguen; pero el caso es que casi sobre nuestra cabeza el desangre en América Latina. México y el narcotráfico ya va sumando más de 350.000 cadáveres. ¿Y qué decimos sobre los siete millones de víctimas de la violencia colombiana? ¿Ya nos acostumbraron a vivir con acompañando a los vecinos en permanente velorio y con el alma enlutada? ¿Cuándo publicarán las estadísticas de la rentabilidad de los fabricantes del miedo, de las potencias de los misiles y de las efectividades de la infamia humana?

De otro lado, Si hay tanta barbarie en el corazón de nuestra herencia de barbarie, también diremos que en medio de estas cifras surgen los heroísmos de la dignidad de la Cruz Roja y de la media luna que alumbran todo esto que pasa a ser catástrofe.

Entre la compasión y la tristeza

Creo que primero debemos precisar lo que es la compasión y la tristeza, averiguando con inquietud microscópica, para tratar de ver en qué punto de alguna conexión de la sensibilidad humana con la razón, se llega históricamente al rompimiento, puesto que no acabamos de entender cómo y en donde se produce y se sigue reproduciendo esta desvinculación. Pero también conviene argumentar un tanto, el salto de la tristeza a la indignación como forma de conducta elaborada por el mismo raciocinio. Arranco esta meditación ubicándome en lo que habría sentido el suizo Henry Dunant cuando pasaba por las cercanías del pueblo de Solferino, al ver tal vez a esos diez mil heridos de la guerra franco-Austriaca. Miraba cómo yacían por el campo los hombres que se enfrentaron a dicha contienda, que como toda guerra, no es sino la mejor revelación de nuestra idiotez.¿ Cuáles son los impactos psicológicos y los estragos comportamentales que deja el dolor físico y la impotencia de los caídos, después de esa conducta llena de pasiones que se desarrolla con las guerras en todos los tiempos?

“Sin las pasiones, la vida del alma sería raquítica”, dicen los filósofos. Es verdad que somos hechos para reaccionar con intensidad. Pero el hombre, el pobre hombre, desde la perspectiva de las guerras, no es sino un paranoico que se balancea entre los apetitos de la química de su cuerpo y los componentes de los significados con que va estructurando su alma.¿Están las guerras entre los apetitos primarios de su instinto? ¿En qué detalle o rasgo de los componentes de su genética está ese principio de supremacía con la que hemos de actuar pensando en dominar a los demás?

Leyendo a Ferdinan Celine en su Viaje al fin de la noche, valorado casi a una centuria del relato de sus textos, nos encontramos con que en el luminoso siglo XX lleno de las luces de las guerras mundiales, se pensaba en que no solo debía haber asesinatos por persuasión, puesto que siempre hubo por convicción. Preguntemos a los guillotinadores de la inquisición. Preguntemos a los héroes de la conquista de América que trajeron el exterminio y la civilización.

Veo que tenemos un sentido instintivo que podemos llamar domesticador, puesto que evolutivamente, todavía no hemos terminado de actuar acorralando a las gallinas, arrebañando a las ovejas, controlando y subyugando a los bueyes, militarizando a los caballos, dominando mujeres, disponiendo a los varones para que vayan a los ejércitos en pos de conquistar pueblos y territorios, donde justamente demuestren que quedaron ejercitados. Ya se dijo que los únicos que detestan las guerras son los cobardes y los locos. Que vivan los ejércitos y sus eruditos en tácticas de la muerte.

Y las guerras evidencian también ese fatalismo que ejercen las riquezas. ¿Serán estas, las pasiones del apetito, de las que nos habla San Agustín? Este santo varón dijo que eran seis primarias, y que salían cinco subsiguientes consideradas como irascibles, que excitadas por los obstáculos, son justamente las que se oponen a los apetitos primarios. ¿Acaso la propia iglesia ha podido zafarse y desmentir sus apetitos? Ahora, hay sociedades enteras que quieren poder y riqueza para regodearse en la gula, la vanidad y la prepotencia. ¿No serán reacciones de consecuencia la ira y la venganza de los oprimidos?

Carolina Lizardi. 1847

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

Carolina Lizardi es una cinta larga, larga, larga como su tierra que se hizo país de Sudamérica. Es un molusco de mar que recoge la humedad de su propia huella ahí en su playa, y lleva de un extremo a otro una estrella empapada de poesía. Sufre por todo y por todos. No cree mucho en los hijos de los héroes porque sabe que a todos ellos, sus nodrizas, les daban a lactar en la alta noche, las traiciones; y por la mañana les daban infusiones de laureles con alguna pisca de pólvora para los gases.

Carolina Lizardi está sentada a orillas de su mar, oyendo la furia de los besos que da el océano a las rocas sin historia.

¿Cómo será el amor de los hijos de los héroes? ¿Será como cuando se revienta una granada? ¿Será que el amor hereda alguna potencia de los cañones disparados? ¿Para qué servirán las charreteras y los botones brillantes cuando Eros despierta para sus guerras insostenibles? Carolina Lizardi disuelve sus ojos en la espuma para esconderse en el vientre de sus peces ondulantes y chilenos.

Carolina Lizardi, esa vez, salió decidida también como los peces, y quiso nadar en las arenas que iba acumulando junto a su pecho el quiteño Juan Antonio María Flores y Jijón que le regalaba una sonrisa de 15 campanadas sentidas en sus años:

Carondelet es un tiburón que saca sus dientes para triturar y tragarse presidentes, le cuenta. Yo nací ahí, en ese palacio que es un barco empujado por el mar de la colonia, destinado a sostenerse escondido en los arrecifes del Pichincha. Allá llegan solo los peces gordos, y también los que suben a engordarse. Es un palacio que siempre se pinta de blanco con lisonjas. Ahí aprendí las primeras letras que mi madre me enseñó con los sables de mi padre. Él, antes de ser el primer presidente, fue una gaviota venezolana que volaba tras del Libertador Simón Bolívar. Descuida si oyes que otros te dicen que fue un buitre.

Carolina Lizardi tiembla con el poema que Antonio Flores le entrega con sutil admiración. Adivina en sus letras una mirada francesa del joven escritor que conoció a las musas en París desde la escuela. Los ojos de los dos se llenan de olas y de sal. Los pelícanos abren sus alas en sus cejas y vuelan sosteniendo el aire para que el mar no cambie la marea. Una gaviota lee desde el cielo las últimas palabras del poema “Adiós a la Naturaleza” que Carolina deja gotear de los suspiros que chorrean de sus huesos: ‘… y expiró, / El ancha copa de veneno en mano/ Sin pena, sin placer, ni orgullo vano ’. Antonio Flores es apenas un trágico papel que se derrumba en este su último terceto.

Carolina Lizardi se levanta, llena una copa, repite “Adiós a la Naturaleza” y se bebe todito su veneno, mientras el poema de Antonio Flores se queda con el suicidio estupefacto, como un epitafio en pánico, incrustado entre los dedos de la historia.

Apenas uno se despierta ya están ahí

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

Apenas uno se despierta ya están ahí, listos, con unas envolventes lenguas históricas llenas de agujas envenenadas que todo lo recogen desde el aire. Todo se lo tragan de un zarpazo y vomitan de inmediato en la propia cara de unos visitantes que no atinan a defenderse con sonrisas. Cada vez que parpadean se los ve cómo se les inflan unos buches hediondos, repletos de aires recogidos en festines en los que las delicias mal digeridas se han transformado en podredumbres estancadas hace siglos. Y desde unas cajas de colores y de luces brillantes, nos lanzan gozosos unas fetideces que se emanan desde sus penetrantes caras ancestrales.

Tienen nombres sacados de unas biblias que solo las leen entre ellos porque son profetas predicadores de todos los descarnes de los miedos. Alguna vez, me dijeron, hubo una protesta de brujas que iban repartiendo espejos por las casas de los vecindarios con el objeto de averiguar a los ingenuos si las querían por lo bellas que se mostraban con algunas partes inentendibles de sus cuerpos, o si las querían por sus lenguas secuestradas a unos traficantes de espectáculos transnacionales. Y también me dijeron que las brujas no sabían cómo interpretar tanta respuesta contradictoria de la gente que tenía esos espejos prendidos en lo alto de sus días y en las secretas intimidades de sus noches, con los mismos colores que tenían sus cosas nuevas, pero antes de que se volvieran colores de la basura; y que además esas caras eran la única forma de tener tranquilizadas a las moscas y a los zancudos que revoloteaban buscando algún destino en donde dejar sus excrementos que siempre son su único aporte valedero.

Ellos son para nosotros unos magos que lo saben todo, porque tienen narices por todo su impecable cuerpo. Tienen orejas que les crecen abajo del ombligo, y hasta en lugares donde se sientan a escuchar murmullos de otros vientres. Y dicen que tiene labios de todos los sabores que los usan a discreción por todos los orificios de su aferrada inteligencia. Se supone que por tanto desarrollo profesional les siguen naciendo lenguas debajo de sus uñitas que deben mostrarse siempre relamidas y limpiecitas. Ellos son unos magos que se comen los ojos de tiburones y de toros de casta, y defecan visiones de mares turbulentos o de corridas populares con indios, llenas de arremetidas feroces, entre parpadeos de escándalos obligados, que sirven para que se mantengan las causas populares y sociales en los más altos niveles de aceptación.

Ellos, que se pusieron apellidos arranchándoles los nombres de los perros que vinieron en la colonia; ellos que también son nuestros hermanos que nos aman desde el aire donde no se mezclan las sangres, son los que más sufren por la gente, por eso preguntan y preguntan cosas que solo ellos tienen las respuestas en la punta de sus pestañas cocteleras. ¿Qué haríamos sin ellos que tienen tantos rezos por la gente, que son más veloces que las águilas, que están antes que lleguen los disparos avisando cómo sangran las heridas causadas por las balas? Qué pena que se me acabe el tiempo y tenga que cortarles. Sigan con nosotros, no cambien de canal, que somos los únicos que estamos protegidos en vivo y en directo, por la espalda con unos resplandores repletos de discretísimas chequeras.