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Una mujer excepcional

Por: FERNANDO TINAJERO

Envuelta en la leyenda y reclamada por algunas feministas de izquierda y por la Iglesia Romana, Hildegard von Bingen suele ser recordada como hábil pitonisa, sagaz adelantada de la ciencia y precursora de la liberación femenina. Nacida en el valle del Rin en 1098 y muerta en el monasterio de Rupertsberg en 1179, fue compositora, escritora, naturalista y hábil política que manejó los hilos de la difícil relación del pontificado con el Sacro Imperio Romano Germánico, y sus continuas visiones le valieron los apodos de “la sibila del Rin” y “la profetisa teutona”. Parece que su influencia fue tan grande, que el Emperador Federico I Barbarroja buscó y siguió siempre su consejo, lo mismo que Enrique II de Inglaterra y la mítica Leonor de Aquitania. Y como si todo eso fuera poco, hay quienes le atribuyen el mérito de haber reivindicado el derecho de las mujeres al placer.

Escribió sobre sus observaciones de las piedras, las plantas y los animales, incluyendo las que hizo sobre el funcionamiento del cuerpo humano, explicando sus procesos por la acción de los “humores” que producen las diversas situaciones de la vida. Pudo describir lo que hoy se conoce como el orgasmo femenino, pero nadie se explica cómo lo hizo, pues fue monja benedictina y se hizo famosa por su escrupulosa práctica de las virtudes del celibato monacal.

Sus tratamientos médicos, basados en las propiedades de piedras y animales, permiten evocar ciertas tendencias de la actual medicina no convencional.

Aunque era analfabeta en alemán, su lengua materna, escribió varios libros usando a su manera el latín eclesiástico de su época, que se encontraba ya muy lejos de la lengua enaltecida por Virgilio; pero se sabe que en ellos reveló no solamente el resultado de sus observaciones de la naturaleza, sino también el extraño contenido de las “visiones” que tuvo desde niña. Así también, produjo una colección de cantos para el uso de su comunidad en la liturgia, puesto que el canto gregoriano estaba vedado a las mujeres. Siendo abadesa de su convento, alternó la vida contemplativa con su actividad de escritora y con la predicación, y hasta fundó en Eibingen otro monasterio que visitaba regularmente dos veces a la semana.

En diciembre de 2011, el papa Benedicto XVI anunció su decisión de otorgar a Hildegarda el título de Doctora de la Iglesia, y algunos meses después dispuso su inscripción en el catálogo de los santos, aunque nunca celebró una canonización formal. No obstante, algunas organizaciones feministas de izquierda han querido apropiarse de la figura de esta mujer excepcional, poniendo énfasis en su defensa del derecho de la mujer al placer en igualdad de condiciones que el varón, Según ellas, en las condiciones del mundo contemporáneo, la aventura del conocimiento de esta monja del siglo XII alcanza la mayor de sus cumbres en la defensa de este derecho, piedra angular de la liberación femenina.

Jueves 05 de marzo 2020

Los indispensables

Por: FERNANDO TINAJERO

Imaginemos que nos encontramos en una situación crítica que nos obliga a desprendernos de la mayor parte de nuestras pertenencias, contentándonos con aquellas que para cada uno de nosotros son indispensables, seleccionadas sin embargo en el mínimo plazo de una hora. ¿Con qué nos quedaríamos? Muchos (tal vez yo mismo) incluirían su LapTop junto a los adminículos de aseo, y algunos agregarían algún implemento deportivo (una pelota, una pesa, quizá una bicicleta); otros optarían por los retratos de familia; otros, por un azadón y una pala… Yo empezaría por los libros, pero me vería obligado a seleccionar aquellos que son para mí indispensables, sin que en mi selección constituya ningún canon y admitiendo que hay muchos autores a los que tendré que renunciar dolorosamente.

Empezaría por los griegos: Homero, los tres grandes trágicos (Esquilo, Eurípides y Sófocles), Platón, quizá Aristóteles (solamente la Poética y la Retórica). Y luego, a saltos, seguiría con Dante, Erasmo y Tomás Moro; Cervantes, Montaigne, Pascal y Descartes. Desde Manrique y Garcilaso pasaría a Shakespeare, Racine, Hölderlin, Goethe, Shiller; Kant y Hegel; a continuación, Kierkegaard, Balzac, Víctor Hugo y Flaubert; Dostoievski y Tolstoi; Beaudelaire, Rimbaud, Mallarmé; Unamuno, Proust, Joyce y Kafka; Lagerkvist; Camus y Sartre; Faulkner; Benjamin; Valèry… Pero no podría dejar a los nuestros: Juan Bautista Alberdi; Rubén Darío; Alfonso Reyes, Mariátegui; Onetti, Borges, Cortázar, García Márquez; Paz… (Vargas Llosa, buen novelista, no es imprescindible).

¡Es tan difícil retener la mano para no seguir agregando nombres que ya no caben en el cupo que me asignan…! Sin embargo, tengo que agregar, por último, los libros que más me gustan entre los que han escrito mis amigos más cercanos (Ulises, Humberto, Agustín, Bolívar, Pancho, Iván, el otro Iván, Jorge Enrique, Cecilia, Julio, Juan, Alejandro, Diego, Javier, Raúl, Alicia, Pájaro, Marco Antonio, Abdón…) Y por fin, esa colección de la antigua literatura hebrea que ha recibido un nombre en latín: “Los libros”, o sea, la Biblia.

Si tuviese un tiempo mayor para pensar, recordar y consultar, podría agregar nombres que por ahora olvido; pero ese mismo olvido es revelador. Quizá este ejercicio me ha servido solamente para saber cuáles han sido los autores que me han llegado más adentro del alma. Los que me han “tocado”. Hay muchos otros que solo han sido importantes, pero aquí apenas hay lugar para los imprescindibles, o sea, para aquellos que condensan la totalidad del sentido de la existencia humana y, por lo mismo, exigen que vuelva a leerlos una y otra vez, porque en cada lectura me abren nuevos horizontes y me llevan a descubrir otros mundos, y otros, y otros…

Un viejo refrán dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”. Pues yo he andado por la vida con estos amigos fieles: díganme quién soy.

FUENTE: EL COMERCIO
Jueves 02 de enero 2020

¿Feliz año nuevo?

Por: FERNANDO TINAJERO

En una carta de diciembre de 1869, Charles Eliot Norton escribió estas palabras: “Que nuestro período de economía de empresa, libre concurrencia e ilimitado individualismo represente el estadio más alto del progreso humano es más que dudoso; a veces, cuando considero el presente orden social europeo (para no decir nada del americano), dañoso igualmente para las masas altas y bajas, me pregunto si nuestra civilización sobrevivirá a la acción de fuerzas confabuladas para destruir muchas de las instituciones que encarna, o si no habremos de pasar por otro ciclo de decadencia, caída, destrucción y renacimiento, como el que se produjo en los trece primeros siglos de nuestra era, y no me entristecería en exceso que así fuese. Nadie que de verdad conozca lo que es la sociedad en nuestra época puede creer que merezca la pena conservarla sobre los fundamentos actuales”.

Norton no era ningún comunista ni un fanático disolvente; por el contrario, su pensamiento estuvo fuertemente influido por el idealismo y puede considerarse como uno de los más notables entre los que se inscriben en el amplio espectro del liberalismo de su tiempo. Amigo de Carlyle, Ruskin, Longfellow y Emerson, fue considerado como el espíritu más refinado de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX; y aunque se distinguió como un reformista social progresista, lo más valioso de su producción fueron sus comentarios a la obra de Dante. Tradujo la “Vita nuova” y la “Divina Comedia”, y profesó en Harvard la cátedra de historia de arte que fue creada para él.

Es precisamente esa personalidad intelectual y social la que da fuerza a sus palabras. Leídas al cabo de 150 años de haber sido escritas, parecería que se las hubiera escrito ayer. O mejor: que se las hubiera escrito hace diez años, porque los días que estamos viviendo tienen todo el aspecto de una decadencia. Paradójica decadencia, desde luego, porque el deslumbramiento de los nuevos inventos nos ha llenado de entusiasmo, abriendo ante nosotros un universo imaginario que nos parece real. Pero, si lo pensamos bien, allí mismo está el secreto de nuestra decadencia: enseñoreados en un mundo virtual, nos vamos desprendiendo del mundo real, y a tal velocidad, que ni siquiera tenemos tiempo para darnos cuenta de lo que nos está pasando. Por eso es tan valioso que un intelectual de prestigio liberal indiscutido nos toque el hombro para llamarnos la atención y nos diga: “Que nuestra época represente el estadio más alto del progreso humano es más que dudoso…; nadie que de verdad conozca lo que es la sociedad en nuestra época puede creer que merezca la pena conservarla sobre los fundamentos actuales”.

Será bueno recordarlo en estos días, cuando las calles y los centros comerciales se llenen de una multitud que repite mecánicamente ¡Feliz año!, mientras acalla la angustia de los créditos impagos con el espirituoso contenido de los frascos adquiridos con dinero que no tiene.

FUENTE: EL COMERCIO
Jueves 26 de diciembre 2019

Lectura de una derrota

Por: FERNANDO TINAJERO

He visto desde lejos los acontecimientos de las últimas semanas y me he sentido abrumado por su exceso. Aunque mi vida ha sido larga, mi memoria no registra ninguna movilización semejante en duración, volumen ni violencia.

Pienso que el Gobierno pudo haber evitado esta crisis promoviendo el diálogo adecuado con los dirigentes sociales (y no solo los indígenas) antes de la expedición del decreto 883. Si no lo hizo, también pudo haber detenido la protesta en sus primeras manifestaciones, sin recurrir a la fuerza pública sino a sus negociadores. Quizá porque no confía en los que tiene, el Gobierno prefirió trasladarse a Guayaquil con tanta premura que produjo la impresión de una fuga, y apareció muy pocas veces en la televisión, por brevísimos segundos, con unos mensajes cuya aparente firmeza dejaba traslucir lo contrario: el Presidente y sus colaboradores olvidaron que no solo las palabras transmiten un mensaje, sino también el gesto, el lugar, las circunstancias. Peor aun, cuando declaró el estado de excepción, y luego el toque de queda, fue posible intuir que no estaba dispuesto a emplear todos los medios que la Constitución le autoriza: por eso la agitación y la violencia pudieron desatarse justamente cuando regían tan extremas medidas.

Me ha sorprendido también la presencia de grupos bien organizados que pudieron actuar bajo la cobertura de la movilización indígena, cuyos dirigentes, sin embargo, han condenado lo que calificaron como “vandalismo”. No obstante, nada hicieron para impedir que los fanatizados integrantes de aquellos grupos siguieran actuando mientras se desarrollaban las manifestaciones de protesta, y quién sabe si se aprovecharon de su ferocidad, aunque no la aprobaran. Ese infantil “yo no he sido” no excusa a los dirigentes; pero el nivel de violencia de los “infiltrados” confirma las viejas sospechas acerca de la creación de “fuerzas de choque” cuya prosapia necesariamente pasa por las camisas negras italianas y las camisas pardas alemanas.

Y me ha sorprendido, por fin, el sinuoso comportamiento de la fuerza pública, tan mansa a veces que se dejó secuestrar y humillar por los manifestantes, y otras veces tan violenta que llegó a excesos condenables. Tan indecisa actuación solo puede explicarse por las vacilaciones de quienes tenían la responsabilidad del mando y aparentemente no tuvieron ni coordinación ni coherencia.

Creo ver, en suma, una batalla sin vencedores: todos hemos sido derrotados. El gobierno tuvo que aceptar lo que los indígenas exigían, pero los indígenas perdieron el halo romántico que les rodeaba cuando reivindicaban sus lenguas y culturas. Tan oblicuos como todos los que deambulan en las arenas políticas, han dejado que salte en añicos la imagen de un país que se ufanaba de reconocerse en las diferencias. Quienes hace muy poco proclamaron que “el país ya cambió”, se engañaron a sí mismos y nos engañaron a todos.

FUENTE: EL COMERCIO
Jueves 17 de octubre 2019

Equívocos de la ‘cultura naranja’

Por: FERNANDO TINAJERO

Eso de que el artista pueda vivir de su arte suena bien, lo mismo que aquello de que pueda gozar del seguro social, por más que ese goce signifique un quebradero de cabeza. Suena muy bien que los materiales para el arte sean liberados de impuestos, lo mismo que la publicación de obras literarias; y es excelente saber que habrá más dinero para esa que hasta ayer fue la Cenicienta de todos los presupuestos: la cultura.

Suena muy destemplado, sin embargo, que ya no se hable de cultura en relación con la identidad, ni con la estética, ni con el contrapunto permanente entre tradiciones y rupturas. Parecería que ya no se está hablando de cultura propiamente, sino de los famosos “emprendimientos” o de algún capítulo olvidado de las finanzas públicas. Hace 75 años, por ejemplo, el maestro Carrión nos habló de cultura en términos de patria; quince años después, los tzántzicos lo hicieron en términos de pueblo; en los 80 se volvió a hablar de cultura en términos de desencanto, y al voltear el siglo se habló de ella en términos de democracia. Incluso hace diez años se llegó a hablar de ella en términos de revolución… Hoy se nos habla de cultura en términos de PIB, de inversiones, impuestos, utilidades, … Nadie podrá culparnos si la sorpresa nos deja momentáneamente mudos.

La explicación que nos han dado las autoridades del ramo tienen el tono que solemos emplear cuando tratamos de explicar algo a las personas de entendimiento retardado: lo que ocurre -nos dicen- es que hoy, por primera vez, arrancamos a la cultura de ese cielo idealista de los valores puros, para instalarla en el corazón de las relaciones concretas de la sociedad. Lo primero es que los productores de cultura obtengan una justa retribución, y lo demás vendrá por añadidura. Es necesario que el dinero dedicado a la cultura no sea visto como un gasto sino como una inversión que debe producir réditos; es necesario que la empresa privada destine también una parte de sus ganancias a financiar la cultura, a cambio de una sensible reducción de sus impuestos; es necesario que la cultura deje de ser un peso muerto y se convierta en una fuente de producción de riqueza.

Si no me equivoco, este es un claro ejemplo del discurso sofístico: utilizando algunas verdades, se llega a una conclusión falsa. Las relaciones concretas entre los humanos no son únicamente las de carácter mercantil, pero todas las demás han quedado en la sombra. Se nos pide que dejemos de ver las obras de arte, la música, las novelas, como bienes culturales, y que las veamos como mercancías. Siendo así, da lo mismo instalar una fábrica de salchichas o una compañía de teatro: lo que importa es cuánto produce el “emprendimiento”. ¡Mejor si se pueden vender muchas funciones de teatro, muchas salchichas y… muchas entradas a un concierto!

Es evidente, por lo tanto, que necesitamos volver a hablar de la cultura.

FUENTE: EL COMERCIO
ftinajero@elcomercio.org
Jueves 12 de septiembre 2019

Un poema olvidado

Por: FERNANDO TINAJERO

“Después de rodeado nuestro Colegio Máximo con soldados, a la madrugada del día 20 de agosto de 1767, tocó la campanilla de la portería a las cuatro y media de la mañana, el Sr. Presidente de la Real Audiencia, Dn. José de Diguja,….”.

Así comienza Juan de Velasco su relato de la expulsión de la Compañía de Jesús dispuesta por el rey Carlos III debido al poder económico y político que habían alcanzado los jesuitas.

El día martes de esta semana se cumplieron, por lo tanto, 252 años de este hecho poco recordado por los profesores de historia. No obstante, la expulsión de los jesuitas marca, por así decir, el comienzo del fin del dominio español, debido a las consecuencias que produjo.

Como bien anotó Juan Valdano en un estudio sobre el tema, la expulsión de los jesuitas contribuyó decididamente al nacimiento de una nueva conciencia en la incipiente sociedad colonial. El mismo Padre Velasco escribió en el destierro su “Historia del Reyno de Quito” con el fin de refutar a los académicos franceses que consideraban imposible la vida racional en los trópicos; y a pesar de sus errores y fantasías, esa Historia expresa una nueva visión de la sociedad quiteña sobre sí misma, y es el punto de partida para el conocimiento de nuestro remoto pasado.

Entre los notables jesuitas quiteños que sufrieron el extrañamiento, una figura casi olvidada es la del Padre Nicolás Crespo, nacido en Cuenca, de quien solo se sabe que escribió en latín una “Elegía” para llorar el destierro. Aquella “Elegía” fue incluida por Velasco en el “El Ocioso en Faenza”, y ya en nuestro tiempo, fue el Padre Aurelio Espinosa Pólit quien la tradujo, conservando el mismo acento emocionado del original.

“Ya dejamos la patria, dulces campos queridos,/ dulces elisios campos de inalterable clima./ A tanta prenda amada con ayes doloridos/ el adiós fuimos dando que el corazón lastima”, dice el Padre Crespo, y más adelante, glosando el decreto real de la expulsión y la forma en que fue cumplido, hace el siguiente comentario, cuya brevedad agiganta su fuerza: “América fue siempre madre para el Hispano, y España, para mí, ¿qué ha sido? Una madrastra.”

No existe en nuestra literatura colonial ningún otro texto que pueda ser considerado tan nuestro como éste. La literatura quiteña colonial, en efecto, solo nos ofrece el opaco panorama de una literatura española escrita en América sin ningún entusiasmo; el primer texto poético que no fue escrito para demostrar habilidad en el cumplimiento de reglas ya establecidas, sino para expresar una real emoción, una relación viva y amorosa con la tierra natal, es la “Elegía” de Crespo, en cuyas estrofas, además, se revela con absoluta claridad un distanciamiento de España y una conciencia de no ser español, sino americano.

Hoy, cuando echamos tan de menos el espíritu de civismo y de la relación solidaria con nuestra sociedad, lecturas como ésta no deberían faltar en las faenas escolares.

FUENTE: EL COMERCIO
Jueves 22 de agosto 2019

La democracia: paradojas y ficciones

Por: FERNANDO TINAJERO

Cuatro son los pilares que sostienen eso que llamamos democracia, pero ninguno es una realidad hecha y terminada: son más bien como tareas de cuyo cumplimiento depende que pueda nacer y crecer lo que desde el principio es su finalidad. Como todo lo que vale en este mundo (Dios, el amor, la alegría, la belleza) esos pilares tienen un enorme ingrediente de ficción, y esa es su paradoja.

El primero es la libertad: capacidad de elegir sin coacción entre las opciones posibles. Pero no solo de elegir, sino de realizar el designio de la voluntad al elegir. Si en una sociedad hay una brecha abismal entre los que tienen más recursos y los que tienen menos, solo los primeros son propiamente libres: para los otros queda apenas la ficción. Si alguien proyecta fortalecer la democracia, comience pensando qué hará para reducir esa brecha: Escandinavia lo logró hace mucho tiempo.

El segundo pilar es la soberanía popular: capacidad, radicada en el pueblo, de decidir en última instancia. Solo que el “pueblo” no existe (lo que hay realmente es un conglomerado de individuos económica, social y culturalmente desiguales), y nadie cree seriamente que tal conglomerado tome las decisiones finales: el flautista de Hamelin se llama ahora grupo de presión.

El tercer pilar es la supremacía de la ley. En nuestra América, que ha dado al mundo esa maravilla de imaginación que es el realismo mágico, no existe la seca severidad sajona, incapaz de ver más allá de la letra de la ley. Aquí las leyes se estiran, se encogen, se doblan, se perforan, se acomodan; tienen resquicios, agujeros, escondites. Por eso ha sido posible, en los últimos 40 años, encontrar soluciones “legales” para casi todo lo imaginable. Hasta para lograr que los muertos regresen el día de elecciones. Y todos conocemos a aquellos personajes que han alcanzado un verdadero virtuosismo en la materia.

El último pilar es muy sencillo y se llama independencia de poderes: como somos radicales, eso significa guerra o sumisión… o ambas cosas por turno. Y eso es todo.

A pesar de haberse desgastado por el uso, aún es válida la conocida ironía de Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno, excepto todos los demás”. Siempre proclive a la corrupción, a la manipulación y al engaño, es decir, siempre a merced de enemigos que se alimentan de sus entrañas, exhibe tantos defectos que es inevitable la tentación de componerla de arriba a abajo, toda entera. Solo que hacerlo significa inevitablemente salir de ella, es decir, destruirla.

Hegel escribió que “el hombre es un animal enfermo de muerte”, y ahora sabemos que cualquier intento de sanar traspasa su propio límite y se torna inhumano. Correlativamente, cualquier intento de “corregir” la democracia siempre desemboca en dictadura. Gústenos o no, la democracia solo puede vivir en riesgo permanente, al borde de sí misma, y quizá por eso mismo es fascinante.

FUENTE: EL COMERCIO
Jueves 15 de agosto 2019

Una sorpresa gratificante

Por: FERNANDO TINAJERO

Sabía que es economista, y de los buenos, y al escucharle en frecuentes entrevistas supe que está dirigiendo Cordes; como hace más de treinta años fue mi alumno, no recordaba que hubiera tenido un especial interés por las lecturas que hacíamos, aunque tengo la vaga idea de que participaba con frecuencia en las discusiones. Pero nunca me pasó por la cabeza la idea de que él pudiera tener una relación íntima con la literatura. Es más: nunca había pensado (¡ay, los prejuicios!) que un economista pudiera tener alguna cercanía a esa actividad gratuita, tanto si es activa como pasiva, y que tiene el agravante de llevarnos paso a paso hacia la consideración de la verdad de nuestra existencia.

Pero así es: José Hidalgo Pallares escribe, y lo hace muy bien; tan bien que varios libros suyos han sido ya premiados, no solo con el Premio Joaquín Gallegos Lara, sino incluso con el Premio Encina de Plata, de España. Ya sé que al tratarse de literatura eso de los premios es siempre relativo, y que a veces se entregan por motivos extraliterarios; pero si un autor es premiado varias veces, incluso con premios extranjeros, hay que pensar en un autor de calidad.

A quien no se encuentre muy seguro de lo que acabo de escribir, le recomiendo la lectura de un breve libro de cuentos que acaba de ser editado por Festina lente, una editorial joven que al parecer trabaja haciendo honor a su nombre, que significa nada menos que “apresúrate lentamente”. Escrito en el mismo lenguaje de nuestra vida cotidiana (quiero decir, el lenguaje de la clase media ecuatoriana en 2019) los cuentos de Hidalgo nos presentan igualmente una serie de situaciones tan comunes en nuestro modo de vivir, que bien pudieran tomarse como relatos que algún amigo nos ha hecho acerca de las menudas ocurrencias de la vida común.

Estos cuentos plantean una serie de situaciones-límite, es decir, situaciones en las cuales se juega el sentido de la vida de unos personajes tan reales, tan concretos, que no sería raro tropezar con ellos en la calle. Un hombre al borde de perderse a sí mismo en el Alzheimer; unos niños que esperan anhelosos sus regalos de Navidad y reciben el que nunca habían imaginado; un Fulano que se hace rico de la noche a la mañana y resulta envuelto en un escándalo judicial (¿no suena muy conocido?); un muchacho que es aplastado por el sentimiento de culpa…

Y hablando de la culpa, ¿saben que Hidalgo me culpa de haberle metido en esa extraña ocupación de investigar la vida escribiendo historias imaginarias? La verdad, no quise enredarle la vida; solo intenté enseñarle a leer por debajo de las palabras… Y ahora estoy feliz de saber que dará mucho que hablar todavía, y no solo con eso de la economía. Dará que hablar con lo mejor que tiene, su obsesivo interés por este extraño ser que es el humano, capaz de todas las bajezas y también de la nobleza mayor, la del sufrimiento.

FUENTE: EL COMERCIO
Jueves 18 de julio 2019

La sociedad y sus debates

Por: FERNANDO TINAJERO

Dos temas que atañen a la vida social han concitado amplios debates nacionales: ambos tienen que ver con los derechos de las personas, por lo cual todos los argumentos deben enmarcarse en los límites del derecho civil. No obstante, en ambos casos se han presentado argumentos de carácter religioso, y su sola presencia enturbia la discusión. Hay sectores que parecen haber olvidado que el estado ecuatoriano es laico desde hace más de un siglo y pretenden que sus creencias se impongan a toda la sociedad con la fuerza de la ley.

El primero de esos temas es la despenalización del aborto. Cada día es mayor el número de mujeres y niñas violadas que quedan embarazadas, recurren al aborto clandestino y encuentran la muerte. Es indudable que la ley debe proteger los derechos de tales personas, y a tal fin conduce la propuesta de legalizar el aborto. No hay que olvidar, sin embargo, que nuestra legislación establece la protección del que está por nacer (Código Civil, art. 61), por lo cual el estado no debe considerar solo el derecho de la mujer o niña que ha sufrido violación, sino el derecho del no nacido, que por ser el más débil merece la mayor protección. ¿Qué hacer? Tienen la palabra los juristas y los sociólogos, pero aún en el caso de que algunos de ellos sean miembros de una determinada iglesia, sus argumentos deben ser jurídicos, no religiosos. Menos admisible todavía es que una iglesia cualquiera pretenda intervenir en cuanto tal.

El segundo de los temas aludidos es el del denominado matrimonio igualitario. También es innegable que la homosexualidad ha existido en todas las sociedades desde tiempos que se pierden en la noche de los tiempos (en Grecia no solo era admitida sino apreciada y fue ennoblecida por los filósofos). Es evidente que los homosexuales deben tener los mismos derechos que todas las demás personas, y por lo tanto, tienen también el derecho a formar una pareja con el propósito de construir una vida en común. Por otro lado, también parece claro que existen diferencias entre la unión de personas homosexuales y aquella que es formada por personas heterosexuales. Dejando fuera los argumentos religiosos, y teniendo en cuenta que el matrimonio es un contrato solemne (CC, art. 81), ¿no se puede pensar que, así como hay distintos tipos de compañías y asociaciones, también haya instituciones distintas que tengan un conjunto de derechos y obligaciones comunes a unas y otras, así como obligaciones y derechos específicos para cada una? Lo que de ningún modo es admisible es que las iglesias emitan pronunciamientos que puedan condicionar el debate, y menos que lleguen al extremo de promover acciones de orden político, como las marchas y otras manifestaciones públicas.

En suma, no se debe olvidar que la libertad religiosa nos obliga a respetar a todas las iglesias, pero también obliga a las iglesias a respetar el laicismo del Estado.

FUENTE: EL COMERCIO
Jueves 20 de junio 2019