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Filosofando en la segunda ola de la pandemia (II)

 

Por: Gustavo Vega Delgado
Rector Universidad Internacional del Ecuador

Facebook, Instagram, Tik tok, ofrecen una sensación de libertad y además atrapan a quien maneja sus cuentas porque recibe un número equis de likes o de reproducción de sus fotos y pensamientos, lo cual invierte el sentido de la proporción entre lo justo y lo popular.

Nos desnudamos con detalles íntimos ante las redes, lo cual en vez de producirnos soltura, genera la sensación de estar controlados por los medios. Tradicionalmente Umberto Eco en los últimos tiempos ya criticaba el exceso de la visión digital frente a las publicaciones físicas. Las redes dan palabra al ignorante y al imbécil ha sentenciado.

En efecto, Mark Zuckerberg ha tenido que presentarse ante tribunales para intentar defenderse de la intromisión en base de datos personales de lo que ahora se llama la propiedad intelectual, la libertad íntima o la protección de datos.

Continúa el filósofo surcoreano Byung-Chul Han mencionando que la comunicación digital se ha tornado hoy en una comunicación sin comunidad, que no logramos deshacer las cadenas de una nueva forma de esclavismo en donde debemos superar la vanidad en torno a la apuesta por intereses comunes.

La digitalización produce narcicismo, vislumbrar la comunicación digital como emancipador ha sido una farsa.

El “yo” venera el culto de sí mismo, la liturgia de este se traduce en que uno mismo se convierte en sacerdote de sí mismo. El salto del “yo” al “nosotros” siguiendo el clásico libro de Fritz Künkel es ya una quimera, la búsqueda de autenticidad gira en torno al narcicismo; una suerte de onanismo social postmoderno.

Movimientos sociales fuertes que nacieron en torno a la pandemia y que no fueron suprimidos a pesar de la crisis sanitaria mundial como la de los chalecos amarillos en Francia, no tienen una visión a largo plazo, son inmediatistas.

Las protestas no giran en torno al neoliberalismo o una mejor calidad de vida o a una crítica de una sociedad enajenante, son la expresión de una crítica contra la nueva ecotasa al diésel, pero no es un movimiento filosófico, no hay en este movimiento una queja de la enfermedad, sino apenas de los síntomas; no hay una crítica al sistema sino apenas a unos efluvios erráticos de la vida cotidiana.

En la mitad de la pandemia ha crecido un conjunto de movimientos sociales que no han podido contener el miedo al contagio; por ejemplo, el colectivo de mujeres chileno Lastesis, mundializaron un sonsonete entre música, letra y danza en contra del machismo y del feminicidio, repitiendo a viva voz: “Y la culpa no era mía, ni donde estaba, ni cómo vestía; el violador eres tú”.

En el caso de Bielorrusia, semanas enteras de descontento frente a una dictadura de Lukashenko que ha afectado los hondos Derechos Humanos de la población. Venezuela y Siria, capitales mundiales de la emigración forzada; Irak, cuya borrachera acumulada de violencia no da cabida aún a síndromes de abstinencia.

Somalia en el Cuerno de África en una guerra tribal que le importa un comino la pandemia, en cambio sí y mucho, las tensiones entre facciones religiosas y subétnicas en un mundo que ha producido una hambruna de proporciones inéditas.

Por otro lado a pesar de la pandemia, Hong Kong durante más de un año y medio no cesa de protestar por la libertad frente al Partido Comunista Chino.

En el caso de Latinoamérica, la pandemia importa un comino frente a las tensiones de violencia y de insurgencia permanente en Chile (siendo el país más exitoso en la región en adquirir y administrar la vacuna); la lucha de los pueblos Mapuches por la reivindicación de sus tierras sigue siendo el movimiento cultural y de nacionalidades de pueblos originarios más rebelde y significativa de todas las que podemos citar en el mundo. Los Mapuches fueron siempre de una rebeldía excepcional, recordemos el caso de Caupolicán y de Lautaro en la lucha por la supervivencia de los pueblos americanos.

En uno u otro caso, la pandemia no es la tela de fondo de fallas estructurales acumuladas.

Durante la pandemia el peligro es pensar, el infierno se ha convertido en trabajar y meditar poco sobre uno mismo; la filosofía ha obligado a unos giros radicales en tiempos de confinamiento. La percepción de ser distinto, la percepción de finitud de la vida con amigos que se enferman y se van diariamente, se ha convertido en otro infierno permanente para las poblaciones del mundo mientras la vacuna sigue esquiva sobre todo en países vulnerables como el nuestro.

Sin embargo, para retornar y terminar con el filósofo surcoreano Byung- Chul Han, la revolución comienza con el pensamiento y la filosofía es la comadrona de la revolución.

 

Filosofando en la segunda ola de la pandemia (I)

Por: Gustavo Vega Delgado, rector de la UIDE

Corea del Sur ha pasado del subdesarrollo rayante en la miseria, al hiperdesarrollo súbitamente en no más de dos generaciones en el tiempo; contrasta con la visión arcaica –sin embargo potencia mundial atómica– con su hermano gemelo, Corea del Norte.

En Corea del Sur un conjunto de nuevas formas de racionalidad y de conocimiento a la vez de desarrollo inusitado de la tecnología se han observado en los últimos años. Marcas que son de dominio mundial en el campo de la high-tech son Samsung, LG, Hyundai y Kia.

En el campo del cine, Corea del Sur se ha manifestado con ahínco e identidad propia demostrando las superposiciones de una sociedad hiperdesarrollada pero tremendamente miserable en ciertos campos del acontecer humano. Cabe referenciar la película “Parásitos” (Bong Joon Ho, 2019).

En el campo de la filosofía, destaco ahora el aporte de Byung-Chul Han, uno de los teóricos que mejor ha desarrollado la interpretación del ocio, la productividad, la creatividad y sus múltiples influencias sobre todo ahora dentro de un capítulo amplio de vida de la pandemia del Coronavirus que ya ha cumplido un año.

Han nació en Seúl en 1959 y se formó fundamentalmente en Alemania; asevera que el tiempo laboral se ha convertido en un totalitarismo subjetivo dentro de lo que él llama “el tiempo absoluto”. Heidegger es el filósofo clásico que interpretó a profundidad la filosofía del tiempo, Bergson, judío francés y ganador de un Premio Nobel, trabajó en el concepto subjetivo del tiempo. Han incursiona en la filosofía del tiempo relacionándolo con el tema laboral y con el ocio.

Critica que el ocio laudable, patente de los griegos, ya no existe hoy; el negocio servía tradicionalmente para la productividad pero el ocio servía fundamentalmente para la creatividad. Han asevera que el tiempo festivo hoy es un tiempo de ociosidad, sugiere liberar la vida de la presión del trabajo y de la imperativa presión del rendimiento, de lo contrario la vida no merece ser vivida. Claro, el concepto filosófico de ocio laudable es la antípoda del fandango irresponsable en tiempos de pandemia.

Contrasta Han la sociedad del juego con la sociedad de rendimiento que autoexplota a la persona haciéndole creer que se está auto realizando; es una suerte de asesinato del “yo”, mientras más nos optimizamos, aniquilamos el alma libre; pero el ser humano no es solamente un homo habilis –aquel que labora– , sino es un hombre ludens –aquel que juega–.

En los últimos años los videojuegos y particularmente Netflix, han inundado el mercado de la recreación, el ocio se traduce en ver series que además atrapan compulsivamente a manera de adicción al vidente, lo que el filósofo Byung-Chul Han denomina “atracón de la televisión” a manera de una bulimia o conocido también como el binge watching; así como existen atracones gastronómicos, el homo videns se vuelve un bulímico de la imagen y esto puede producir mucha más visibilidad en muchos sectores poblacionales atrapados en una pandemia que les ha obligado a separarse del trabajo físico diario.

Es cierto que el teletrabajo ha reemplazado al trabajo físico y en sectores especialmente cortados de la sociedad, el teletrabajo se ha vuelto intensamente estresante; pero hay otro sector de la población en donde la ausencia de trabajo físico y telemático inunda la presión para que se vuelva anómica, en el viejo sentido de Émile Durkheim.

Negocio, ocio y ociosidad empero, contrastan con el desempleo forzado, más visible y lacerante durante la pandemia en países vulnerables.

El concepto de matar el tiempo es literal, el ocio por tanto deja de ser recreativo y pasa a ser una expresión del vacío de trabajo; se convierte en una especie de fast-food frente al slow-food que significa la recreación intelectual y placentera. Es un reemplazo del Eros –placer–, por Tánatos –muerte– siguiendo a Marcuse y Freud, lo que implica una discronía entre una visión en favor de la recreación placentera y el contraste con la recreación compulsiva.

El tiempo se atomiza, se altera el sentido de liberación; Byung-Chul Han desde Corea del Sur enfatiza que el tiempo ha perdido su fragancia, le falta el concepto de vida contemplativa de los viejos filósofos y teólogos que aspiraban que la misticidad o la contemplación de la naturaleza decanten en un placer espiritual.

La hiperactividad suprime la necesidad de recrear, no hay tiempo pleno, por tanto la civilización regresa a una forma de barbarie.

En efecto, los medios digitales en muchos campos otorgan mayor libertad pero a la vez se vuelven una forma fina de coerción a la que nos sometemos, el mundo digital de esta manera se vuelve un dogal.

En la doctrina de fondo, los gobernantes ya no gobiernan, twittean, descargando sus emociones ipso facto. El filósofo Han manifiesta que Trump es el primer presidente twittero, sin embargo, precisando la línea histórica me parece necesario mencionar que ya Bolsonaro ganó las elecciones twitteando.