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El pasaporte sanitario: el nuevo requisito en la era Covid

 

En el pasado mes de marzo, el Parlamento Europeo decidió acelerar por votación, la implementación del Digital Green Certificate o Certificado Verde Digital de la Unión Europea, que otorgará la libre circulación por Europa. Aunque los viajes por el antiguo continente en esta época de pandemia se han priorizado en orden esencial, con este nuevo pasaporte verde se podrá reactivar el turismo sin poner en riesgo la salud pública el continente. Se ha previsto su implementación para finales del mes de junio, es decir, para el verano.

Los países europeos como España, Italia y Grecia son los países que más han impulsado su creación, puesto que son alternativas para fomentar el turismo, aunque países como Alemania mantiene sus reservas frente a esta nueva medida. Básicamente este salvoconducto no es más que un certificado de vacunación y prueba negativa del Coronavirus.

Aunque es tan odioso comparar, en nuestros países, en esta era Covid, se han tejido todo suerte de “informaciones” que pululan en las redes, y nadie está exento de creer religiosamente lo que allí se dice o se lee. Ese tráfico de información trae consigo oportunistas de oficio, prestidigitadores que vaticinan el fin del comienzo del siglo, otros aseguran que todo es producto de la industria farmacéutica, aunque seamos claros, son los más beneficiados. En la gran mayoría de los países latinoamericanos, con algunas excepciones como Chile, la vacunación se ha convertido en un Galimatías, no solo por el mal manejo que han tenido algunos mandatarios, también por las medidas laxas frente a los controles para la prevención del virus.

El caso de México que ha sido el país latinoamericano con mayor tasa de mortalidad a cuenta del virus, y con un manejo dudoso de la pandemia, hay que agregarle la dependencia de su vecino del norte, donde las solicitudes de subsidio por desempleo llegaron a 26 millones. Cabe destacar que los países de la región mejor posicionados para enfrentar la crisis son aquellos que cuentan con una deuda relativamente baja con respecto al PIB (Nora Lusting). Después de México, le siguen Brasil y Argentina.

Pero volvamos al asunto del pasaporte y los países del viejo continente, y despejado el panorama de la primera mortandad de la población de adultos mayores en Europa, y a un año de la pandemia, es conveniente señalar que este salvoconducto pueda ser una condición que todos los países en el tiempo próximo lo asuman para poder reactivar en gran forma la economía y por ende el turismo como debería suceder en los países centroamericanos como República Dominicana, por mencionar solo uno.

En cuanto a los países que han tenido una resiliencia al Covid-19 han sido Nueva Zelanda con una puntuación de 85.4, Japón con 85, Taiwán con 82.9, Corea del Sur 82.3 y Finlandia con 82 (fuente: Bloomberg). Es necesario comentar que todos los países, excepto China, proyectan caídas o crecimiento cero del PIB. Nueva Zelanda, por ejemplo, tomó medidas expeditas ante los primeros casos del Covid y cerró sus fronteras para evitar y controlar la importación de casos, este país prácticamente ha recuperado una normalidad importante dentro de sus fronteras.

De tal manera que estos controles han permitido recuperar y mantener varias actividades sociales en comparación con otras regiones del mundo. Los países asiáticos cuentan con un alto índice de desarrollo humano y un relevante acceso sanitario. Otro tanto han hecho Finlandia y Noruega que cerraron rápidamente sus fronteras en marzo de 2020 y hasta la fecha perduran las restricciones para ingresar a estos países, de tal menara que se está librando la batalla de la segunda ola que estremece a buena parte de Europa continental.

El Certificado Verde Digital supone un efecto en el regreso de los viajes, así el 91% de los viajeros internacionales se podrán sentir más cómodos. Esperemos que en los países latinoamericanos se pueda establecer esta norma y que se priorice la sanidad por encima de la economía y el turismo, aunque en algunos países este sea su mayor fuente de ingreso, como en República Dominicana. Buena parte de estas medidas las deben acatar las aerolíneas. Un hecho particular sorprende, en un viaje entre ese país y Colombia, con dos horas y veinte minutos de duración del vuelo, contrasta y sorprende que la aerolínea Wingo venda alimentos a los viajeros mientras esa misma aerolínea recuerda que no se debe retirar la mascarilla en ningún momento por seguridad propia y la de los demás pasajeros. Como ha dicho James Gallagher: “la pandemia nos ha enseñado que el problema de un país es el problema de todos”.

 

De la competitividad y otras fruslerías

Por: Jacqueline Murillo Garnica (PhD)
Colombia

La competitividad para los antiguos griegos era proporcional a la naturaleza humana, encarnaba una fuerza positiva e innovadora, un fin que se cultivaba desde la infancia hasta la adultez mayor. El logro de la excelencia mediante el equilibrio entre el cuerpo y el espíritu. La rivalidad a juego limpio, la consagración del cénit de la perfección como un bien de todos los ciudadanos. Pero esa era la época de los griegos de otrora, de marras. En la China aparece Sun Tzu con su manual “El arte de la guerra”, un tratado que hoy siguen los estrategas militares y sobre todo los comerciales; las armas psicológicas para derrotar al enemigo o a la competencia. Pasaron varios siglos de guerras intestinas cuyos trofeos también fueron las conquistas de territorios, y luego surge ese negociador florentino en pleno renacimiento, el padre de la ciencia moderna, Nicolás Maquiavelo con uno de sus esloganes, “Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres”, del que la gran mayoría de los políticos occidentales se han sumado a llevarlo como bandera de un principio ineludible.

La guerra del todo vale, el mundillo de los negocios y la competencia en sus fauces más desaforadas con tal de asegurar una ganancia, un escaño en la vertiginosa escala del jet-set de los negocios. Su traducción consiste en porcentajes y estas en cifras, dinero contante y sonante, en metas que exigen unos niveles altísimos en términos de conseguir una meta, de cerrar un lucrativo negocio, de obtener la presea deseada al precio que sea.  Los niveles de competencia pueden llegar a ser tan perversos como el mismo engaño que los encarna. Ejemplos tenemos variados en toda la baraja que nos ofrece el mundo de la alta competitividad.

Por ahora me referiré a la educación, al tráfico de discursos que pregonan palabras tan mancilladas como “felicidad”, “éxito” y una palabrita que tiene unas connotaciones bárbaras como “prestigio”. Y digo bárbaras por lo que encierra el término, una especie de condena tanto para el que se postula en una institución que sopla a los cuatro vientos estos términos, como para sus familias y lo que implica este viacrucis para lograr ingresar a tan prestigiosa universidad, por ejemplo. E insisto en el término “prestigio” que viene del francés Prestige y que a su vez deriva del francés original Deceit que quiere decir engaño (Jon Reider, documental Operation Varsity Blues: The College Adminissions Scandal). El discurso que se construye en relación con las formas del éxito exige pensar en cómo apostarle a la victoria. La pandemia solo ha sido un acelerador de una congragación que ya se venía ver su expansión y el lugar común en el que cada uno conserva y atesora su versión de ascenso social al precio que fuere. En el caso de un adolescente ¿cómo configura en su mente los conceptos como “mérito” y “felicidad”?

Por supuesto, todo este fenómeno totalmente opuesto a lo que concebían los griegos en torno a la educación moral y la educación intelectual. Sobre todo, el primero, hoy por hoy puede decirse que ya es un exotismo o que solo es cuestión de historia de la antigüedad. En la Grecia de antaño la competición representaba la personalidad colectiva y era un elemento de cohesión social. Nada que ver con el individualismo de la sociedad actual. Dirán ustedes que la comparación no tendría asidero, pero me cuestiona que no prevalezca la legitimidad, la ética y la honradez como un principio que todo ser humano debe tener independientemente de su época. Concierne a la formación cultural y moral, el aprender a manejarse en comunidad y al desarrollo de un individuo de forma productiva, de igual forma el respeto a los demás desde la generosidad de espíritu y la bondad.

En el pasado mes de febrero estuvo en Colombia, el profesor de la Facultad de Derecho de Harvard, Michel Sander, quien habló de su último libro titulado, “La tiranía de la meritocracia”, sus páginas ponen el dedo en la llaga en el orden moral que sustenta las sociedades actuales. La realidad es que los méritos no explican el éxito social y mucho menos el fracaso. La genética y el tipo de hogar en el que nace un individuo pesan más que el esfuerzo personal. Puede ser esta premisa una lección de humildad para los que llegan al éxito. La meritocracia, dice Sandel, ha servido para fomentar la arrogancia de los triunfadores y el resentimiento de los perdedores. La frase motivadora que reza: “si trabajas duro y cumples las reglas del juego, puedes alcanzar tus sueños”, acabó siendo un saludo a la bandera.

No solamente esta situación cobija la educación, también sucede en el mercado, la ciencia y la administración; es decir, los pobres difícilmente llegan a ocupar cargos de alto rango.  En Colombia, las élites tienen un sistema propio de reproducción aristocrática. El modelo neoliberal de la globalización que han aplicado políticos de la extrema derecha e izquierda en América Latina también ha producido un incremento en la desigualdad social. Sostiene Sandel que los partidos de centro izquierda se han sostenido en la retórica del ascenso y no se han ocupado del desequilibrio social. Lo grave en Colombia, una sociedad marcada por la inestabilidad social, con un clientelismo salpicado de corrupción, ha sido el puente oportuno para que una buena franja de la sociedad solvente la falta de meritocracia y de movilidad social.

La metáfora de la competitividad

Los niveles de exigencia en el ámbito empresarial han sido retratados desde el arte, ese gran denunciante. Me refiero aquí al cine con películas como “El lobo de Wall Street”, un coctel entre hedonismo, fraude y avaricia para imprimir allí el oscuro mundo del mercado bursátil, sin torna para triunfar en el universo de los negocios. El filme de Scorsese fue inspirado en la vida de Jordan Belfort, aquel corredor de bolsa, reconocido como el magnate del fraude, que presumía en sus tiempos de gloria, de ganar 9.5 millones de euros al día; una buena metáfora del estafador estafado.

Otro retrato del cine que refleja estándares insospechados en el mundillo de los negocios es la película, “Éxito a cualquier precio”. Un agente inmobiliario se ingenia un concurso para incrementar las ventas en su equipo, y consiste en regalar un Cadillac al agente que consiga mayor número de ventas y al último que no logre su cometido, su sanción será el despido de la compañía. Toda una oda a la materialización y a la obtención de logros al precio que sea. La fábula del vendedor exitoso.

 

Una vieja disputa insular y los anales del merengue en la historia de una canción

Por: Jacqueline Murillo Garnica

Recabar en las viejas rencillas es también reconocer en ellas la inevitable dependencia en la conformación de una identidad cultural que todavía sobreviven en las riberas de la historia común y que a estas alturas del 2021 todavía no se ha saldado. Es difícil esquivar la curiosidad del que llega a un país y no escudriña los orígenes del acervo caribeño; en este caso el merengue.

República Dominicana y Haití comparten una isla de las Islas Occidentales ubicada entre Cuba y Puerto Rico, llamada Quisqueya por sus primigenios habitantes, los Taínos. Colón la bautiza con el nombre de La Española[1] y funda el primer asentamiento europeo en América en 1496. Se ha dado por hecho que las relaciones que se dieron entre los españoles y los aborígenes; los primeros se encargaron de menguar las manifestaciones culturales de los segundos y de paso la fusión de los elementos musicales que fueron surgiendo. No obstante, como lo refiere la musicóloga dominicana, Bernarda Jorge, estudios recientes rebaten esta sentencia, dada  la pervivencia de la influencia de la cultura musical taína, en la cultura actual de los pueblos antillanos. Este influjo musical se ha conocido desde las relaciones de los cronistas y los conquistadores del Nuevo Mundo.

Santo Domingo se convierte en la capital de República Dominicana, un siglo después de la llegada de Colón, para ese entonces, ya los taínos y los nativos caribes se habían extinguido y la mayoría de sus habitantes eran africanos esclavizados. Mientras tanto, España conquistaba sectores más rentables de las tierras americanas, como Perú y México, así que la isla ganó el descuido del imperio. El desinterés de los españoles aunado con la llegada de los franceses, gran parte de ellos bucaneros, quienes en el siglo XVII empezaron a poblar la parte occidental de la isla, que fue cedida a los franceses bajo el Tratado de Ryswick[2]. Se conformó así una nutrida mezcla étnica y cultural en la isla.

Durante cincuenta años, la isla soportó los embates de una guerra tras otra. A finales del siglo XVIII  agitaban las rebeliones de los esclavos que eran patrocinadas por España e Inglaterra para desestabilizar a la colonia más importante de Francia. En 1795 Toussaint L´Ouverture venció a los españoles e ingleses en nombre de Francia. Pero solo fue hasta 1801 que el líder afro abolió la esclavitud como su primer acto oficial.

Ya para 1809 con la ayuda de Francia e Inglaterra, los dominicanos expulsaron a los franceses y el territorio volvió a los brazos de la Corona española, así que mientras gran parte de los pueblos americanos libraba la independencia, los dominicanos padecían la sujeción de vivir bajo la orden colonial.

Tras las huellas de la palabra “Merengue”

Lo más probable es que no se sepa con certeza sobre el origen del merengue, lo cierto es que reposan sentimientos profundamente arraigados en la identidad dominicana. Una hipótesis vincula el merengue al mereng haitiano. Aunque estos países tienen marcadas diferencias, comparten muchas características culturales. Así como el merengue en la República Dominicana, el mereng en creole  haitiano; méringue en francés, es un símbolo nacional en Haití.

De acuerdo con el historiador y escritor haitiano, Jean Fouchard, el mereng tiene su procedencia de la fusión musical esclava y las formas de su danza se relacionan con la contradanse francesa. Sostenía también Fouchard que el vocablo mereng tuvo su origen de la música mouringue, de la etnia africana de los Bara[3]. Aunque pocos africanos de esa región de África llegaron a América, se podría considerar en tela de juicio la hipótesis del haitiano, no obstante, la coincidencia con la mayoría de los haitianos sobre esta etimología, es la naturaleza de los orígenes africanos tanto de su música como de su identidad nacional. El merengue dominicano evolucionó directamente a partir del mereng haitiano.

El tema ha generado polémica en República Dominicana, cuya tendencia es negar conexiones con África, debido a un sentimiento anti-haitiano. Aunque ya para los años setenta del siglo pasado, algunos intelectuales y artistas dominicanos, ponderaron las contribuciones africanas a la cultura dominicana considerando conexiones con Haití. La musicóloga Bernarda Jorge, afirma que “el sentimiento antihaitiano y la tendencia a esconder y/o minimizar las raíces africanas de nuestra cultura [dominicana] por parte de la intelligentsia burguesa han obstruido la comprensión y estudio no solo del merengue, sino también de numerosas formas de la cultura dominicana a través de los años”.

Coincide con Fouchard y Jorge, el folklorista dominicano, Fradique Lizardo, sobre las raíces africanas del merengue, puesto que los Bara llevan a cabo un baile llamado “merengue”, que ellos tocan un tambor similar a la tambora, como en el merengue dominicano. También sostiene Lizardo que la música bara y otras músicas africanas se combinaron con una forma cubana llamada la danza para producir lo que se conoce como el merengue caribeño.

Para el cantante Joseíto Mateo a quien le llaman el “rey del merengue” en una entrevista sostenía que la amalgama racial produce música sincrética: “los dominicanos blancos y negros [originalmente] tenían sus propias músicas. De tal forma que así se conformó una música mestiza, es decir, mixta. El blanco aporta su parte y el negro sus tambores.

Para la mayoría de los dominicanos, cuestionar el origen del merengue, es cuestionar la identidad nacional y racial dominicana. Los eurocéntricos recalcan elementos europeos del merengue, los estudiosos afrocéntricos dan predominancia de sus elementos africanos, y los que celebran la amalgama racial apuntan a su naturaleza sincrética. Aun en desacuerdo sobre la naturaleza de la dominicanidad, todos convergen en un punto: el merengue expresa la identidad dominicana.

Refiere Érika Bourguignon sobre la ambivalencia entre los sentimientos contradictorios y el sincretismo, al ser perjudicial no solo para una visión armoniosa del mundo, también para una exitosa auto-identificación. En cuanto al término “cultura popular” para algunos teóricos como Adorno, promueve los intereses de las clases dominantes, para otros como Fiske, la cultura popular pertenece a elementos “subordinados y desamparados” de la sociedad, para otros teóricos como Middleton, la cultura popular debe ser vista como una “articulación” porque encarna el sentido de hacer lenguaje, de expresar”.

La población dominicana con una mezcla africana y europea en un ochenta por ciento y quince por ciento de afrodescendientes y cinco por ciento de blancos europeos, es así que República Dominicana se ha considerado una comunidad mulata. Tanto la influencia africana como la influencia europea están presentes en su cultura. Las clases altas dominicanas y algunos campesinos de ciertas regiones de ese país defienden su descendencia directa española. España había tenido muchos contactos con África durante los setecientos años que los moros ocuparon la península ibérica.

Los dominicanos posicionados en las civilizaciones del Viejo Mundo, elaboraron una cultura única impregnada de tradiciones africanas y españolas. La cantidad de ritmos musicales involucran un caudal de estilos de derivación africana, como tambores paloscongos y zarandunga; con formas de influencia europea, como los chuines, provenientes de la música de las Islas Canarias.

La música dominicana o el merengue caribeño del siglo XIX

En el siglo XIX el merengue era un género pan-caribeño. Países como Haití, Venezuela, Colombia y Puerto Rico, desarrollaron formas locales de música, con excepción de la versión puertorriqueña, todas se siguen tocando hoy por hoy. El merengue de salón del siglo XIX en la República Dominicana emparentaba en sus formas de otras partes del Caribe. Tanto los puertorriqueños como los dominicanos al parecer usaron los términos merengue y danza de manera intercambiable, así lo asegura el escrito de Enrique Deschamps:

“Merengue se llamó a la danza en Santo Domingo por algún tiempo. La composición campestre denominada Merengue en la isla, es el original primitivo, melancólico, tierno, de la gallarda pieza de algunos compositores antillanos han alzado a la eminencia del arte [es decir, la danza]”.

Así como en otros lugares, el merengue dominicano usaba movimientos de cadera y era bailado en pareja independiente, ya para mediados del siglo, el conjunto musical que tocaba merengue en salones de baile usaba una combinación de flauta, instrumentos de cuerda como violín, guitarra, mandolina, tiple y cuatro; timbal[4], tambora, o tambores pandereta o güiro. Los instrumentos de bandas de desfile y parada militar, llegaron a la isla durante la guerra de Restauración entre 1863 y 1865, las orquestas de salón comenzaron a usar el clarinete y el bombardino. Estos instrumentos eras también importantes para la danza puertorriqueña y cubana y el mereng haitiano.

Las primeras noticias que se tienen sobre el merengue, datan de mediados del siglo y lo tildan como nocivo para las buenas costumbres, lo acusan entre otras, de desplazar a la tumba[5] y otros bailes que se ejecutaban en los salones aristocráticos.

Mientras el merengue era expulsado de los salones de baile de la élite, iba ascendiendo en el campo. La vida dominicana se caracterizaba por una exacerbada religiosidad y esta se manifestaba en los festivales religiosos afrocatólicos que se daban en honor a santos o miembros fallecidos de la comunidad. Tanto la música como el baile eran parte integral de la religión afro-dominicana, así como el baile social también era popular.

El merengue rural surgió del urbano del mismo modo que la danza rural evolucionó desde su contraparte urbana en Puerto Rico. Cada región de República Dominicana habría adaptado la música a los instrumentos y estética locales para ejecutar las variantes locales de hoy. Aunque el merengue abrigaba toda la isla, la mayor parte de la información se concentra en la región más populosa del país, el Cibao[6].

El merengue cibaeño de mediados del siglo fue interpretado por instrumentos de cuerdas pulsadas como el cuatro, la tambora, y una calabaza frotada (el güiro). Los grupos rurales imitaban a las orquestas de salón agregando instrumentos de viento. En toda la República Dominicana se usa en muchos tipos de música la tambora, un tambor con dos parches, hecho de un tronco ahuecado o de planchas de madera dispuestas que forman un cilindro emulando un barril. Membranas  de piel de chivo, pegadas en cada extremo del tambor con aros, son atadas entre sí con una soga en forma de “Y” y usadas para afinar el instrumento.

Los tamboreros del siglo XIX sostenían el instrumento de lado en su regazo y lo tocaban con un palito en cada mano. Fabricado a partir de una calabaza sea y hueca, con canales horizontales tallados alrededor del frente, y agujeros taladrados en la parte de atrás, el güiro se ralla con un gancho o púa, hecho de un trozo de madera donde se insertan pedacitos  de alambre duro.

Los instrumentos de cuerda en el merengue cibaeño dieron paso al acordeón que llegó a la región  en la década del 1870. Por aquel entonces, Alemania era un socio comercial de los cultivadores cibaeños de tabaco, y de acuerdo con la tradición oral, los alemanes canjeaban los acordeones de carreras de botones negros, por tabaco. Dos tenderos, Joaquín Beltrán y Bernabé Morales, eran famosos por vender los mejores acordeones y el mejor ron de la isla. El acordeón fue objeto de ataques poco después de su incorporación al merengue.

El poeta popular Juan Antonio Alix resumió el asunto en dos décimas, en una de ellas, “El cuatro y el acordeón”, el primero le dice al segundo que los instrumentos de cuerda llevan en la República más tiempo que la novedosa importación alemana, que las modas van y vienen y que el acordeón lo más plausible es que también sea reemplazado algún día:

“… Soy en mi Nación

Ei primero que soné

Y si hoy me dan con el pié

Será poique me combiene,

Y ei que a ti amoi te tiene

Aunque tú lo vea así,

Te jará peoi que a mí,

Si otra cosa mejoi viene”

Alix, 1961.

Y el cuatro ofende al acordeón por ser un instrumento inferior que sólo puede tocar en una clave:

“Encoideón yo te haré bei

Que aunque me tienen en poco,

En todo tono yo toco

Lo que tú no pue jasei”

Alix, 1961.

En entrevista reseñada por el folklorista Julio Alberto Hernández, el merengue era menospreciado en los bailes de sociedad antes de la invasión estadounidense, la música nativa se hizo popular mientras el movimiento cultural nacionalista tomaba forma. La alta sociedad cibaeña prefería los valses, la danza y otros géneros cosmopolitas de comienzos de la invasión. En una ocasión “Juangomero” el artista popular por excelencia de aquella época, interpretó en el Club del Comercio de Cibao en 1911, los anfitriones al unísono protestaron diciendo que era un insulto a su alcurnia y de inmediato desenfundaron los revólveres y terminó la fiesta con el director de la orquesta encarcelado por atreverse a tocar merengue en un club.

Una de las dictaduras más cruentas y férreas en la historia de América Latina, fue la de Rafael Leonidas Trujillo, desde 1930 a 1961. Trujillo sin proponérselo jugó un papel preponderante en el desarrollo del merengue. Así como los líderes totalitarios de ultramar, Trujillo tenía claro que las formas expresivas rurales podían servir de símbolos efectivos de identidad nacional. El dictador que no era cibaeño adoptó la música de esta región como símbolo nacional; su estatus de caudillo nacional en vez de regional, le permitió permear los patrones dominicanos establecidos, no solo de la política regional, también de la cultura expresiva.

Hacia 1936, el dictador contrató la orquesta de Luis Alberti para radicarse en la capital para que fuera su banda de baile personal y le cambió el nombre por la Orquesta Presidente Trujillo, la orquesta solo debía especializarse en merengue. Y como los dictadores conservan su excentricidad, su régimen fue un culto a la personalidad y la adulación. Los  compositores de merengue escribían loas al dictador, bajo estímulos económicos, en otros casos, componían merengues trujillistas por amenazas de violencia. Alrededor de los años cincuenta, pululaban las muestras de servilismo por doquier. La resultante, una colección de cuatro volúmenes publicada en 1960, que incluye 300 merengues, de los cuales 88 canciones están dedicadas al dictador.

El merengue y la diáspora dominicana

El auge interior del merengue propiciado por Trujillo y el aislamiento combinado con la falta de oportunidades de grabar en la República, hicieron posible que el merengue en el exterior, fuera diferente que en el interior. El Gobierno reguló todo contacto con el mundo exterior, y de vez en cuando a los ciudadanos se les concedía permiso para viajar al exterior con el temor de que no regresaran; a pesar de ello varios músicos emigraron. El primero de ellos fue el director de orquesta, Billo Frómeta, quien emigró a Venezuela con su orquesta Ciudad Trujillo, en 1936. Luego en Venezuela rebautizó su orquesta como la Billo´S Caracas Boys, su repertorio incluía los merengues como parte significativa en cada presentación.

El cantante Alberto Beltrán se trasladó a Nueva York para cantar con la Sonora Matancera, aunque Beltrán era cantante de boleros más que especialista de merengues, Beltrán popularizó merengues como “El negrito del batey” y “Compadre Pedro Juan” entre la comunidad latina de Nueva York.

Una de los beneficios que caracteriza a los regímenes totalitarios, es el desarrollo de los medios masivos y este contrasta entre la manera como Trujillo y los caudillos anteriores se apropiaron del merengue para sus propios fines, como las alabanzas personales proporcionadas por la música, Trujillo utilizó los medios de comunicación para hacer del merengue un instrumento de propaganda nacionalista, volviéndolo un “leitmotif” de la dictadura caribeña.

Luego con la muerte de Trujillo en 1961, el merengue lejos de morir con el dictador, siguió viva para su burla. Los merengues que ensalzaron al dictador, fueron prohibidos en 1962. Bajo la presidencia de Balaguer, la República Dominicana se convirtió en una comunidad transnacional. Mientras las influencias extranjeras permeaban el país, también un número significativo de dominicanos emigraba. El levantamiento de la prohibición a la migración interna implantada por Trujillo y sumado al crecimiento poblacional de la isla y el fracaso del programa de reforma agraria de Balaguer, el éxodo de los ciudadanos rurales a las ciudades, incrementó la salida de dominicanos al extranjero.

A mediados de los ochenta, el director de orquesta, compositor, arreglista y cantante Juan Luis Guerra, logra un éxito sin precedentes en el mercado transnacional, surge como la presencia más innovadora del merengue en esa década. Guerra es oriundo de Santo Domingo, estudió en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y el Conservatorio Nacional de Música, estudió jazz en  Berklee College of Music, en Boston. Guerra conformó su propio cuartero vocal 4:40 con Roger Zayas-Bazán, Maridalia Hernández y Mariela Mercado en República Dominicana en el año de 1984. Bautiza a su grupo desde la estética académica y la perfección musical, su música debía cantarse perfectamente a tono, medido según la norma occidental. El trabajo del grupo de Guerra, tenía más tintes intelectuales que la mayoría de grupos merengueros, sus canciones seguían siendo música de fiesta. Sus composiciones dejaban ver un sentimentalismo con influencia de compositores de rock como Paul McCartney y Carole King, sus arreglos tenían un tono innovador mezclando ritmos  afro-caribeños, también ritmos estilo cibaeño, orquestación de jazz, elementos del soukous[7], flamenco, bebop[8] y el funk.

Desde los sesenta, los dominicanos que tuvieron que dejar la isla no se apartaron de su tierra natal y tampoco se les pudo llamar desadaptados en los destinos que surcaron, el término más apropiado sería el de transnacionales. El gobierno norteamericano declaraba a la República Dominicana como la “vitrina de la Alianza para el Progreso”, sin embargo la clase media creciente tuvo un descenso hacia finales del siglo XX. La economía se fue menguando aunado a la política de represión de Balaguer y los cambios en las leyes migratorias norteamericanas, condujo al éxodo masivo de dominicanos hacia Nueva York.

Hacia 1978 la salsa pasaba por un declive y el merengue llegó con todo el entusiasmo en la comunidad latina de Nueva York que escuchaba música tropical. Mientras el merengue vinculaba a migrantes dominicanos con su terruño, los no-dominicanos lo encontraban atractivo y cadencioso, por supuesto, fácil de bailar. El alcalde de Nueva York de aquel entonces, Ed Koch, al referirse al merengue, dijo: “el único baile que uno puede bailar desde el momento de nacer”.

Así pues que el merengue llegó a convertirse en el distintivo esencial de identidad étnica para los dominicanos en la diáspora. Esta identidad la enunciaba Millie Quezada al decir que el merengue juega un rol decisivo  en forjar identidades en la cima del circuito transnacional: “Nos esforzamos por conservar la música y de decirle a la gente quiénes somos. Somos capaces de sobrevivir aquí, sino de llegar a ser alguien, y al mismo tiempo, estar orgullosos de quiénes somos, de dónde vinimos. Eso es importante para nosotros”.

Tanto de la dependencia económica como la síquica, entre los dominicanos en el exterior y en la isla, surgió una manía migratoria, se decía que los dominicanos que vivían en la isla, “estaban locos por irse” (Bray, 1987).

Juan Luis Guerra al describir el proceso de solicitud de visa para los Estados Unidos, expone este estado mental, con el merengue, “Visa para un sueño”.

                  VISA PARA UN SUEÑO

“Eran las cinco en la mañana.

Un seminarista, un obrero,

Con mil papeles de solvencia,

Que no le dan pa´ ser sinceros

Eran las siete en la mañana

Uno por uno en el matadero,

Pues cada uno tiene su precio,

Buscando  visa para un sueño.

El sol quemándole las entrañas,

Un formulario de consuelo,

Con una foto dos por cuatro,

Que se derrite en el silencio.

Eran las nueve en la mañana,

Santo Domingo, ocho de enero.

Con la paciencia que se acaba,

Pues no hay visa para un sueño.

Buscando visa de cemento y cal,

¿Y en el asfalto, quién me va a encontrar?

Buscando visa, la razón de ser,

Buscando visa para no volver.

¡La necesidad que rabia me da!

¿Golpe de poder, que más

¿Puedo hacer?

Para naufragar, carne de la mar,

La razón de ser, para no volver”.

Los tres primeros versos refieren  a los dominicanos de todos los sectores sociales que llegan al consulado de los Estados Unidos bien temprano para solicitar visa. La mayoría de los isleños buscaban la visa de turista para visitar familiares de la diáspora y luego pasarse de la fecha límite del visado para quedarse en Estados Unidos y trabajar. Además de tratar de convencer al cónsul que no tienen intención de quedarse en ese país, deben soportar su solvencia económica que les consolide la intención de regresar a la isla.

El tercer verso de la segunda estrofa, se refiere a las meditaciones del solicitante para sobornar al dependiente de la Embajada, como también insinúa el costo en dignidad que pagan en el proceso tan degradante de solicitud. Al final de la canción el sonido de un helicóptero se mezcla con la música, como la evocación de la constante presencia del Departamento de Inmigración de EE.UU. en las costas de Puerto Rico.

Luego de este recorrido insular y cerrar la historia de esta canción, es importante señalar que las dificultades de la identidad transnacional se vieron menguadas, en gran parte, por el éxito sin igual del merengue en los escenarios internacionales. Así lo explica Millie Quezada[9]:

“Creo que los dominicanos están muy orgullosos de saber que el merengue ha escalado hasta lo que es hoy en día porque, en primer lugar, da a conocer al país; porque la gente quiere saber de dónde viene nuestra música, así que es una forma de hacerle publicidad al país. Además, los dominicanos se sienten orgullosos pensando que su música ha podido ser asimilada  por otros países. Ud. Sabe, eso no sucede a menudo”.


[1] Deriva del latín Hispaniola.

[2] Este Tratado de paz en 1697, puso fin a la Guerra de los Nueve Años en las que se enfrentaron Francia contra España, Inglaterra, las Provincias de los Países Bajos y el Sacro Imperio Romano.

[3] Pueblo Bantú de Madagascar.

[4] O timbales, es una versión pequeña del tímpano, usado a menudo en la música cubana.

[5] La tumba deriva de la contradanza y adquirió personalidad propia en la colonia española, se le llamó así para diferenciarla de la francesa

[6] El Cibao es la región cultural de República Dominicana ubicada al norte de la isla. Deriva de la palabra nativa Cibao, cuyo significado es el lugar donde abundan las rocas y fue utilizada por los españoles para referirse estrictamente a la zona de la cordillera oriental. Fue sustituida por las provincias de Santiago y Puerto Plata. En el Cibao se concentraba el legado español y la región más próspera de la isla.

[7] El soukous es la música popular africana.

[8] El bebop es un estilo musical del jazz desarrollado en la década de los cuarenta del siglo pasado. Sucede al swing y precede al Cool y al hard bop.

[9] Citada en el libro de Paul Austerlizt, Merengue música e identidad dominicana.

Lo único que nos salva y nos queda es la palabra

Por: Jacqueline Murillo Garnica

Agradecimientos a José Manuel Castellano por la oportunidad de editar y publicar el libro. En estos tiempos de oscurantismo social, es un privilegio que la novel y prolija editorial, Centro de Estudios Sociales de América Latina, con 50 publicaciones en su haber, no considere obtener ganancias ni beneficios monetarios, solo como su nombre lo indica, una editorial en función del investigador social, que contrasta con el capitalismo salvaje y las urgencias mercantilistas de esta época.

Con mi amigo Manuel, he contraído una grata y dulce deuda por ser el aupador y cómplice de esta travesía. En nuestras reuniones, él con su espíritu cartesiano y yo con mis devaneos literarios, restándole tiempo a su familia, las horas de los domingos por la noche y con nuestras diferencias horarias que nunca fueron un obstáculo, solo la mejor oportunidad de descubrir y compartir estas imágenes guardadas y convertirlas en palabras vivas.

A mi familia, la de siempre, a mis amigos eternos y en la distancia, a los estudiantes que me han acompañado, a Bojana y Tatiana por dedicarme su cariño y aprecio, también en esta ocasión.

Los primeros encuentros con la poesía, llegaron con los poemas que recitaba mi abuelita, luego, los hallazgos en “el cuarto de las arañas” del libro de Alexander Pushkin y los versos de Francisco de Quevedo, empezaron a hurgar la curiosidad del que desea encontrar en las palabras, la respuesta a las preguntas de una niña interesada en comprender lo que allí sucedía. Mis tres pasiones tuvieron origen en la infancia, la música de Bach, los libros de Dostoievski y la imagen en movimiento. Las tres fueron incorporándose lentamente en el transcurso de mis años. Luego, descubrir en las librerías de la metrópoli a los poetas españoles de la generación del 27, e ir a los conciertos de música sacra, se convirtieron en respuestas que se fueron ampliando con la magia que producía el cine en las tardes lluviosas de Bogotá.

Hubo una necesidad imperiosa de plasmar las imágenes que producían los días de la urbe con sus urgencias y los transeúntes que desfilaban por sus calles, algunas de ellas dejaron huellas indelebles que solo el ejercicio de la escritura ha permitido plasmarlas y de alguna forma servir de catarsis. Las noticias sobrecogedoras como la valentía de “Pastora”, me permiten creer que todavía hay mucho que escribir para rescatar la palabra y en ella hacer del mundo un mejor lugar y más habitable.

El ejercicio de la profesión docente y el exilio voluntario, me trajeron a la Pedagógica Dominicana, así, la oportunidad de vivir ahora en un lugar privilegiado. La tranquilidad que se respira en San Pedro de Macorís, República Dominicana, contrasta con las afujías de la gran ciudad. Este sitio del Caribe profundo, con los sonidos catalizadores que emanan de su naturaleza exuberante, también ha sido el laboratorio donde confluyeron esos paisajes de Bogotá y las urgencias del transeúnte que recorre sus calles.

Esta pandemia ha sido también la gran ocasión y el tiempo perfecto para reescribir desde la memoria y la necesidad intrínseca de construir desde el papel los sucesos y emociones que produce el transcurrir en un país como Colombia, maltratado por la violencia que se volvió parte del paisaje y nosotros como indolentes del transcurrir cotidiano.

La poesía llegó a mi vida desde la niñez en el Espinal, una población arropada por el sol y rodeada de cultivos de algodón y arroz, y fue como un primer advenimiento. Aun sin comprender la dimensión de las palabras, solo percibía la pasión del que las declamaba, luego, los primeros años en Bogotá y como una coincidencia inusitada, leí esos mismos versos en una antología de poemas de la literatura universal, fue una segunda epifanía. Como pude reuní el valor del libro, aunque no alcanzara para tomar el transporte, ya tenía el mundo allí con los poemas de Federico García Lorca.

Creo que los seres humanos sostenemos una pugna permanente entre el pensar y el soñar. La primera alude a la razón y la segunda, a la fantasía. La poesía se debate entre estas dos fuentes.

Hay una permanencia igual al movimiento constante de lo que sucede, y ahí está la palabra escrita vestida de poesía. La literatura, debe cumplir además de la función estética y musical, con una función social, no solo como catarsis, mejor, como denuncia de la realidad. Travesías urbanas es un recorrido de retratos salpicados de imágenes que han ido desfilando por la ciudad con grietas profundas y sus personajes anónimos, pero entrañables.

Colombia como una paleta de tonalidades grises, colores o imágenes que fungen como retazos de un país que todavía debe reivindicarse y reconstruirse. Así que lo único que nos salva y nos queda es la palabra.

 

JACQUELINE MURILLO GARNICA, Bogotá, Colombia, 1962. Doctora en Literatura Española e Hispanoamericana, Facultad de Filología, mención Cum Laude por la Universidad de Salamanca (España), magister en Literatura (becaria) de la Pontificia Universidad Javeriana y licenciada en Educación Básica Primaria de la misma universidad. Posee una vasta experiencia como docente de educación superior en el sector público y privado de Bogotá y República Dominicana (profesora contratada para el programa PAC). Ha llevado a cabo diversas investigaciones a partir de las relaciones entre la literatura y la historia, en especial, en el siglo XIX. Autora de numerosas publicaciones en revistas indexadas y de interés cultural. Ponente en congresos nacionales e internacionales. Asociada a APELA (Asociación para el Estudio de la Literatura Africana), AHILA (Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos), Asociación Colombiana de Historiadores, SILAT (Semillero de Investigación Permanente en Literatura Latinoamericana), e integrante del grupo de investigación de la Maestría en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. Jurado en concursos de cuentos, becas de investigación en literatura y poesía en IDARTES (Alcaldía Mayor de Bogotá), ASCUN (Asociación Colombiana de Universidades). Consejera en literatura de la localidad Barrios Unidos, Alcaldía Mayor de Bogotá.

NOTA DEL DIRECTOR: El jueves 12 de noviembre a las 14:00 h. (Ecuador), se realizó a través de la plataforma Zoom y retrasmitido en directo por Facebook Live, el acto de presentación del poemario «Travesías Urbanas» de Jacqueline Murillo Garnica, editado por la Editorial Centro de Estudios Sociales de América Latina. Este texto corresponde a lo que se dijo en la ceremonia en la que intervinieron la autora del libro, el prologuista de la obra, Dr. Manuel Ferrer Muñoz, y las invitadas especiales como la Dra. Bojana Kovacevié Petrovic y la Mgs. Brigitte Tatiana Nope Saavedra.